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La enunciación, ese enigma

 

Resumen

Este artículo aborda la problemática planteada en la convocatoria desde el punto de vista del enigma, en tanto rasgo constitutivo de la enunciación. Se buscan varios accesos a ese enigma: el inconsciente, el tiempo dividido del presente, la mentira y la promesa, las experiencias-límite y su devenir, el sexo y la búsqueda de una posición neutra.

Palabras claves: discurso, escisión del yo, marca, performativo, deixis, asesinato del padre, voz, ley

 

Abstract

This article approaches the problematic raised in the call for papers from the point of view of the enigma as a constitutive feature of enunciation. Several accesses to this enigma are sought: the unconscious, the divided time of the present, the lie and the promise, the limit-experiences and their becoming, sex and the search for a neutral position.

Keywords: discourse, splitting of the self, mark, performative, deixis, murder of the father, voice, law

 

Résumé

Cet article aborde la problématique soulevée dans l'appel à communication sous l'angle de l'énigme comme trait constitutif de l'énonciation. Plusieurs accès à cette énigme sont recherchés : l'inconscient, le temps divisé du présent, le mensonge et la promesse, la limite - les expériences et leur devenir, le sexe et la recherche d'une position neutre.

Mots-clés : discours, excision du moi, marque, performatif, deixis, assassinat du père, voix, loi

 


0. Perspectiva acerca de la deixis del sujeto psicoanalítico

Empiezo tratando de encontrar el punto de partida para entrar en la problemática de la enunciación: en el decir hay equívoco y oscuridad, y, al lograr disipar la bruma de la significación que emana desde esta zona, puede surgir el reconocimiento de que, en tanto parlêtres, llevamos en la estructura algo (lo llamamos “pulsional”) que nos dicta nuestro ritmo. Hablar de parlêtre implica la decisión de abordar al ser del sujeto por la vía del lenguaje. Moustapha Safouan, al contar su larga experiencia con Lacan, nos cuenta adónde nos lleva esa vía: “Yo por mi parte había escogido el punto de ataque que era el del lenguaje, y ahí, con Lacan, toda una perspectiva se abrió. No sabía cuál, pero la veo ahora, es la del ser pero (del ser) que falta (manque)”. La falta en ser nos acompaña y nos hace sombra sin cesar, pero si llega a faltar, se presenta “la angustia de un vacío que no deja otro recurso al sujeto que el de hacer don de este vacío mismo” (Safouan y Frérot, 2020, p. 26).1

Decimos que estamos marcados por el “fantasma fundamental” que se lee en los grafos de Lacan por medio de la fórmula $<>a: El sujeto tachado, no representable por un significante, está atado de múltiples maneras, que Lacan cifra en el <> (losange), a un “objeto” que es causa de deseo. Lacan llamó este objeto el “objet petit a”.2

En el seminario sobre la lógica del fantasma, en la sesión del 21 de junio de 1967, Lacan convirtió este lugar, que se sitúa en su grafo del deseo entre la falta en el Otro y la significación, en axioma del psicoanálisis. Ese día, dirigiéndose a sus seguidores, dijo:

En un análisis todo sucede como cuando (Vds.) le asignan la connotación de verdad a algo que llamarán un axioma: en su interpretación, el fantasma no tiene ningún otro papel; tienen que tomarlo tan literalmente como les sea posible, y lo que tienen que hacer es encontrar en cada estructura, definir, las leyes de transformación que le garantizarán a ese fantasma, dentro de la deducción de los enunciados del discurso inconsciente, el sitio de un axioma. Tal es la única función posible que se le puede dar al papel del fantasma en la economía neurótica (citado en Le Gaufey, 2021, p. 101).

El trabajo por realizar en un psicoanálisis, así enmarcado por Lacan, se considerará en lo siguiente bajo las perspectivas que se le pueden aplicar al concepto de la enunciación en este marco.

1. Enunciación e inconsciente

La enunciación es el acceso al inconsciente, y no hay otro. Es un acceso “estrecho” y el psicoanalista está al servicio del hacer pasar el discurso por este estrecho. En el modo de estar al acecho, su actitud recuerda la de Wilhelm Tell esperando al tirano en el momento en que pasa por un “hueco camino”.3 En el modo de la esperanza, será la alteridad y con ello su propia presencia lo que estará en juego (“Alguien va a venir” hoy más que “Esperando a Godot”).

Lo que hace signo en el discurso del analizante señala el momento de la intervención. Es como en el episodio de los Nibelungen que evoca Freud (1900) en la Interpretación de los sueños: sólo el “signo” en la ropa de Siegfried permite a Hagen orientar su golpe; sólo el signo en lo que aparece, el signo secreto de la real debilidad del héroe (p. 519). Freud lee en el acto de Hagen la repetición; se basa en su observación de los cambios efectuados al texto del sueño cuando pide a los analizantes que lo repitan, y dice: “Los lugares en los que hubo cambio quedarán señalados como lugares débiles del disfraz onírico (Traumverkleidung); me sirven como le sirvió a Hagen el signo bordado en la ropa de Siegfried. Ahí puede iniciar la interpretación de los sueños” (p. 519).

El acercamiento (casi sobre-posición) de los dos términos, inconsciente y enunciación, se sustenta en la frase de Lacan (1964b): “la presencia del inconsciente debe buscarse, en todo discurso, en su enunciación” (p. 834). Esta afirmación viene acompañada de especificaciones relevantes que atañen al discurso analítico como cuarto lazo discursivo, en el cual el lugar del agente es ocupado por el objeto-causa del deseo: “Los psicoanalistas forman parte del concepto de inconsciente, ya que de él constituyen el destinatario. Y por lo tanto no podemos sino endurecer nuestro discurso sobre el inconsciente”.4 La fórmula literal usada por Lacan es “endurecer nuestro discurso en su tesis misma”, a saber que “el inconsciente, por situarse en el lugar del Otro, debe buscarse, en cada discurso, en especial en el analítico, en su enunciación”. Debe buscarse en los lazos de discurso, que entendemos actualmente como un haz de vectores5 que atraviesan al sujeto. El inconsciente está en el decir en la medida en que en la enunciación, el sujeto de la enunciación y sujeto del enunciado se tocan y suelen fusionarse. Por lo tanto, en todo discurso opera también un esfuerzo del sujeto por evitar esta fusión (proceso que implica derretirse para amalgamarse) entre sujeto de la enunciación y sujeto del enunciado. En un artículo de David Ratmoko (2001) se hace un breve análisis del chiste de Groucho Marx: “nunca me asociaría a una sociedad civil que me acepte como miembro”. El autor interpreta este lapsus pragmático como un “intento descabezado (unsinnig) del sujeto de la enunciación de escapar de la fusión (Verschmelzung) con el sujeto del enunciado” (Ratmoko, 2001, p. 82).

Hay aquí un punto sensible de la práctica, ya que “la interpretación se basa en la distinción entre el enunciado y la enunciación que divide al sujeto, así como entre el dicho y el decir, que hace acto del dicho y que se olvida detrás de lo que se dice en lo que se oye” (Porge, 2018, p. 136). Es precisamente el punto más delicado de la operación discursiva del análisis, porque si el deseo del analista no está advertido, puede comprender “un tal rechazo (Weigerung) como ‘reacción paranoide’ a una coacción (Zwang)”, dice Ratmoko (2001). Con ello, la fusión mencionada muestra su verdadera tendencia: pretende fortalecer la posición del yo como origen de lo enunciado, en vez de buscarla en su “vínculo” (cuya estructura y lógica se tendrá que desvelar) con el objeto-causa. Dicha fusión descansa sobre y reproduce una fallida concepción de la distinción entre saber y verdad. Con la figura de la banda de Moebius puesta en plano, Lacan implantó en el psicoanálisis como práctica esta distinción topológica. Se trata de niveles diferentes en la estructura.

Al preguntar por las consecuencias de esta manera de incluir la práctica en la teoría, diremos que la ubicación del inconsciente en un análisis pasa por la enunciación “libre”, tal como Freud trató de obtenerla gracias a la llamada regla fundamental. Después de tantas vueltas dadas a este tema (el texto de referencia sigue siendo el de Erik Porge, 2008), si preguntamos qué es lo importante de esta regla para la práctica, sólo queda: que no quede prescrito ni proscrito ningún “tema”, nunca, y que la distinción de niveles entre saber y verdad se mantenga siempre. En un análisis, los temas se escriben, se forman, surgen, y es este surgimiento lo que interesa, los temas que se hacen presentes en el tiempo y su modo de presentación. No es lo enunciado lo que determina el transcurso de un análisis, es el juego de la enunciación y lo que en él es escuchado. Como en el discurso psicoanalítico la enunciación no está ligada a una situación de habla específica de la vida cotidiana, el discurso analítico inaugura una nueva ubicación del sujeto en la deixis, es decir, en el conjunto de los vectores espaciales y temporales que operan sobre el cuerpo.

La deixis, para el psicoanálisis, no puede ser otra cosa que la actividad del sujeto respecto a su propia ubicación frente al objeto de deseo; es una actividad de posicionamiento, de acomodo, de formación de vectores entre los diferentes niveles de formación del objeto-causa en el deseo. Estos vectores corren entre el nivel oral, el anal, el escópico y el invocante, impulsados por la función fálica que opera como empuje a la enunciación. Mientras que la lingüística explora la deixis de los pronombres personales y de las partículas y adverbios que remiten al espacio y al tiempo, al psicoanálisis le toca explorar estos vectores que se forman a partir de los objetos llamados parciales.

Un punto interesante de la reflexión greimasiana sobre la deixis es su doble estructura: positiva y negativa, lo cual explica su funcionamiento tímico; se trata de una “disposición de base” que se articula en euforia/disforia. “Al connotar como eufórica una deixis del cuadro semiótico y como disfórica, la deixis opuesta, provoca la valoración positiva y/o negativa de cada uno de los términos de la estructura elemental de la significación” (Greimas y Courtés, 1990 p. 412; Greimas y Courtés, 1979, p. 396-397). Podemos corroborar la relevancia de este tipo de procesos en la actual discusión del género, por ejemplo, en la aparición del término “disforia de género” en el texto de Melman y Lebrun (2022). Estos autores aluden ya en el subtítulo a la idea de un deslizamiento del sujeto sobre las posiciones subjetivas que se forman en este punto.

Se plantea la pregunta de si es posible enunciar sin producir un enunciado, y, al revés, si es posible producir un enunciado que no lleve marca de la enunciación. En el primer caso, el horizonte es el enigma; en el segundo caso, es la ciencia. Empero, el sujeto está en el “entre” y no hay posiciones firmes para él. A los lingüistas les queda el término “enunciación enunciada”, pero justamente la característica de la enunciación es que su fundamento “no cabe” en el enunciado. Sin embargo, para la lingüística es necesario el término, ya que, de lo contrario, se perdería la referencia al texto, a la textualidad. Diferencia fundamental que tal vez se resuelva con la correcta ubicación de la deixis: esta es parte del significante, tal vez incluso su “hueso”, pero alude a dimensiones de la ubicación del sujeto (topos) que está fuera de la significación, fuera del sentido. Este “fuera de significación” se constata en otro episodio de Safouan con Lacan, en el cual le pregunta: “Después de un análisis, ¿qué se sabe de la persona de la cual uno se ha ocupado?”. Respuesta: “Lo que esta persona te dijo, no se sabe nada más”. Safouan: “¿Vd. quiere decir que no se sabe jamás de qué metal está hecho este hombre?”. Lacan: “Exactamente”. Al ser discutida esta pequeña escena entre un matemático y un psicoanalista, el psicoanalista dice: “Este metal, del cual está hecho el hombre, está en el inconsciente propiamente dicho, igual que el lenguaje, pero escapa a toda interpretación, ya que su consistencia no puede ser anunciada de antemano, excepto estúpido fanfarroneo, puesto que nadie se conoce suficientemente para garantizar el porvenir”. A lo cual el matemático Alain Connes responde con: “Este metal del cual está hecho el hombre, desde mi punto de vista, es su topos” (Connes y Gauthier-Lafaye, 2022, p. 160).

Metal, arquitectura, núcleo, y alrededor, un infinito pulular de las efímeras “posiciones” del sujeto, blando, moldeable, de hule. Optar por la búsqueda del topos es todo lo contrario que optar por lo inenarrable, lo inefable. El discurso psicoanalítico no debe girar ni hacia la eliminación de la ambigüedad de lo dicho ni hacia la magia de un saber que coincidiría con la verdad; trata, al contrario, de mantenerse justo en la detección de los puntos de sutura entre sujeto del enunciado y sujeto de la enunciación. Pretende desligar el sujeto de la enunciación del sujeto del enunciado, ya que es en estos puntos de sutura donde el sujeto, como $ <> a, se inscribe en el significante. La marca, el signo a la Siegfried, se da en el punto donde lo simbólico falla, para poder dar cuenta de la grieta entre el sujeto de la enunciación y el sujeto del enunciado, haciendo surgir el enigma.

La primera referencia psicoanalítica es la del trauma, trauma que marca al sujeto con una herida real, inasimilable por lo simbólico y lo imaginario. Este modelo, sin embargo, tiene como consecuencia una reducción de lo real a una lesión del cuerpo y, por lo tanto, restringe el campo de la marca, lo limita a lo corporal, al Koerper; no llega a incluir el tema de la carne, del Leib. El cuerpo/Koerper es el cuerpo considerado en su funcionamiento, mientras que el Leib es un objeto oral, objeto del cuidado (Sorge) y de la erotización. Como dijo Foucault (2018) en “Las confesiones de la carne”, se trata de “hacer la teoría de las relaciones entre el acto sexual y la concupiscencia” (p. 406).

Tomando como base el modelo del Wunderblock, que Freud introdujo a fines de 1924, las marcas se dan a partir del acto de inscripción, y su lectura implica el desciframiento entendido como trabajo del qué hacer con la “dunkle Schrift” (‘oscura escritura’) que se forma en la tablilla de cera del bloc (Freud, 1925). Se ha podido sostener que con Lacan podemos enfocar el tema de la marca desde distintos ángulos, por ejemplo, “marca del tiempo, marca del síntoma, marca de la separación” y, apuntando en otro sentido, “la marca eficaz”, e incluso “la marca del deseo del analista” (Izcovich, 2015). Michel Bousseyroux (2015), en su prefacio a este texto, dice: “La perspectiva (visée) del análisis ya no es la borradura del síntoma, sino un nuevo saber hacer ahí con la marca de lo real opaco de su goce” (p. VIII; cursivas añadidas). Hay muchos comentarios sobre la partícula “y” (ahí) que Lacan cuela entre saber y hacer (savoir y faire), haciendo intervenir de esta manera el factor del tiempo, del momento. Así que “es solamente a partir del momento donde el sentido del lapsus está agotado que, entonces solamente, el inconsciente real como fuera de sentido se comprueba” (Bousseyroux, 2015, p. VIII). Esa prueba del inconsciente real “hors sens” abre a un campo donde la letra ya no es lo que se trata de descifrar, sino lo que se trata de reducir, llegando así al “momento donde el sentido del lapsus está agotado”.

Hay un episodio de Sophie Morgenstern (analista de niños de la primera generación) que nos acerca a este tema. A un niño que no quería hablar, en vez de castigarlo, como se solía hacer en aras de los principios educativos, simplemente lo hizo dibujar, y habló muy pronto. Cuando un niño dibuja, hay enunciación, y muy interesante por el tipo de figuración en juego. El niño pequeño enuncia con el cuerpo del trazo en tanto trazo del cuerpo. El hors sens se hace tangible en un interesante estudio de Sabina Spielrein sobre dibujos de niños. Primero, los hicieron dibujar con ojos abiertos; después, con los ojos vendados. El hallazgo fue que en los “dibujos ciegos” las “propiedades son caracterizadas con más precisión” (se constata particularmente en trazos del perfil de la cara de las personas representadas) que en los dibujos con la vista funcionando. En ese estudio pionero nos acercamos al enigma de la enunciación a través de su fundamento en el cuerpo, cuerpo en movimiento, movimiento del cuerpo que constituye la base de toda deixis. Spielrein observó en 1931 que “la diferencia se manifiesta precisamente respecto a aquellas cualidades en las cuales coinciden con las representaciones de los amputados. Estas diferenciaciones por un lado, con coincidencias por otro, comprueban que los momentos característicos del dibujo ciego deben ser deducidos [‘auf (…) zurückführen’] del momento común a los dibujos ciegos y a la alucinación” (2002, p. 355). La conexión que hace Spielrein entre las marcas del dibujo ciego y una alucinación semejante al phantoma del miembro amputado, revela el punto donde está incluido, en estos pasajes, un paso al fantasma.6

Pero el movimiento del objeto-causa y la dificultad del sujeto, que son las dos coordenadas del campo del fantasma y de la angustia, no son “expresión” de un estado de ánimo, de un afecto anterior al momento de la enunciación; se hacen presentes en la enunciación y ésta guarda su fundamental estatuto de enigma, aunque el sentimiento o el afecto puedan ser identificados. En el caso de un niño autista transmitido por Michael Turnheim (2003), el niño (cuyo caso se conoce bajo el nombre de Bengally) a tal grado no toleraba hacerse representar por el lenguaje que borraba sin cesar sus trazos y escupía directamente sobre ellos, dibujos y letras, hasta hacer un agujero en la hoja. Turnheim formula aquí su pregunta por la relación entre enunciación, escritura y violencia: “¿Podría ser que la violencia que irrumpe a la actividad gráfica tenga que ver con el rechazo de hablar?” (p. 73). La respuesta a esta pregunta es compleja:

Esta violencia originaria, que no es otra que la de la nominación misma, está en relación con la escritura. […] El sujeto normal sería aquel que, como la superficie de la representación clásica, tolera (über sich ergehen lassen) más o menos tranquilamente los efectos del lenguaje. Pero como el habla normal no parece exigir la intervención de una determinada superficie en el mundo, se olvida la existencia de un soporte material, es decir de una posible resistencia. El habla normal se presenta entonces como auto-afección pura. Y aunque se trate solo de efectos de pureza, la posibilidad de la no-producción o del colapso de esta apariencia (Schein) de pureza, es esencial para los fenómenos clínicos de los que se trata (Turnheim, 2003, p. 74).

¿Cuáles son estos fenómenos clínicos? Evitando clasificaciones, estará a consideración, en primer lugar, el fenómeno de las voces interiores y “exteriores”. Del relato de un caso de psicosis persecutoria por Jules Séglas (1892), se concluye que estas voces pueden desprenderse de su origo y migrar erráticamente. Comentando un caso de psicosis, dice sobre los persecutores: “ellos [‘cinco sacerdotes’, en este caso] le hablan interiormente, sin que ella los oiga por la oreja; ‘No las oigo, dice ella, yo las siento hablar’”. Séglas comenta: “estas voces interiores pueden venir del vientre, del estómago, de la cabeza, de la espalda, de la garganta y sobre todo de la lengua. Los personajes persecutorios se esconden bajo su lengua y la mueven para hablarle” (p. 129). Con la distinción actual entre psicosis ordinarias y “extra-ordinarias” (Maleval, 2022) se abren nuevas perspectivas: sobre la enunciación, la diferencia consiste en una distinta orientación del sujeto deíctico respecto a lo real.

Sin embargo, queremos subrayar el valor general que damos a la observación de Turnheim: el colapso del que habla este autor no sólo es difícil de evitar por el sujeto psicótico, sino por cualquiera, aunque la angustia respecto a este momento empuje al sujeto deíctico por distintos caminos.

2. Decir del presente y presente del decir

Después de Lévinas, no se olvidará que la distinción entre le dit (‘lo dicho’) y le dire (‘el decir’) llama inmediatamente esta otra distinción, en la cual se articula con la noción de tiempo; distinción indispensable para poder instalar el cuarto discurso, que Lacan formula así: “La cuestión del sujeto, ¿qué quiere decir esto? […] Que lo que lo distingue, lo que lo aísla, lo que lo opone, es algo que podremos definir como la oposición entre lo que llamaría ‘el decir del presente’ (enunciado) y el ‘presente del decir’ (enunciación)” (Lacan, Sem. II, citado en Widmer, 2022, p. 323). Lacan insiste en que no es un juego de palabras: “Decir del presente, eso quiere decir que lo que se dice ‘Je’ en el discurso, en común con una serie de otras partículas, ‘aquí’, ‘ahora’ y otras palabras tabúes en nuestro vocabulario psicoanalítico, es ese algo que sirve para ubicar en el discurso la presencia del hablante, que lo ubica en su actualidad de hablante” (Lacan, Sem. II, citado en Widmer, 2022, p. 322).

¿No es ésta la perfecta definición del per-formativo? En su discusión de lo per-formativo, Barbara Cassin (2014, pp. 191-234) menciona un ejemplo de sutura o de coincidencia entre los dos presentes: es el caso de la emisión de una ley, en el sentido de una “enunciación positiva de una ley”. ¿Debemos situar el acto de ley, originario, en el campo de una supuesta “performance before the performative”? ¿Existe una deixis que opera no tanto por medio de ciertos significantes, sino como cualidad básica del sistema semiótico? Peter Widmer (2022, p. 363) nos recuerda que Lacan insiste en que, si él había señalado en diferentes ocasiones la diferencia de nivel entre los dos presentes del discurso, justamente fue cada vez con el propósito de dar un lugar al enigma de la enunciación, “para que tome sentido la función del enigma”. Si Lacan propone “décrotter le sujet du subjectif” (‘quitarle al sujeto su costra subjetiva’), es porque el sujeto en el tiempo/espacio entre dos significantes está forcluido: “El sujeto no tiene subjetividad, no se subjetiva, se instituye en su destitución, ya que no es sino representado por un significante ante otro. Ahí donde hay sujeto, hay fading de la subjetividad” (Porge, 2009, p. 29).

Peter Widmer (2022) propone una introducción del sujeto deíctico al psicoanálisis, lo cual implica una extensión de la idea de la deixis al tesoro de los significantes y a la estructura del lenguaje y del habla. Observa que las otras palabras que pueden aparecer como soportes de funciones discursivas, en el lugar del Je, son deícticos de lugar y dirección o deícticos de tiempo. La operación de la deixis pronominal en un sujeto puede verse perturbada, lo que es un hecho de observación, pero, además, “la deixis está desorganizada por definición, por estructura”, dice Peter Widmer. En conversación con el autor sobre este punto, vino a cuento la palabra Brei (‘papilla’) para designar la formación de mezclas de posiciones subjetivas múltiples, no sólo diversas, sino también coexistentes en el sujeto cuando éste es concebido como amarre entre el sujeto tachado por el significante y el objeto a (fantasma). En la semántica de la palabra Brei podemos encontrar algunos rasgos distintivos relevantes: se trata de lo cocido (no crudo), de lo movible (no estático), de lo agitado (un movimiento que no se detiene). En cuanto al papel del tiempo en el proceso de articulación/desarticulación de los circuitos que operan en este Brei, es a través de él que se revela que el momento del “hic et nunc”, la Jetztzeit (‘tiempo del ahora’), está hendido. La Spaltung (en un proceso discursivo que Freud llamó “defensivo”) es el origen del $, el sujeto tachado; es entre verdad y saber y es producida por el tiempo: “Te lo cuento ahora pero era antes”. Y ahora podremos añadir que el tiempo del “ya no” respecto al momento de la enunciación puede reduplicarse cada vez que se abre el agujero del “Je” cuando se posiciona en momentos distintos de la historia. “Ya no” vs. “aún no”, y entre ellos el delgado sendero del camino de la enunciación.

3. ¡No mentirás, prometerás!

¿Cómo podemos articular el enigma de la enunciación con el teorema edípico? “Todo, en el nivel edipal, se estructura alrededor del intercambio del objeto a”, dijo Lucien Israel (1990), y señala las consecuencias: “Esto tiene como consecuencia la casi-imposibilidad de pensar las relaciones en términos diferentes que la analidad”. La “analización” del Edipo “es lo que hace que el objeto a esté incluido en el fantasma, el cual estará presente de ahí en adelante en la realidad intercambiable, en tanto único pilar del sujeto” (p. 150). Por otro lado, este paso presupone por parte del sujeto un sometimiento al don del amor materno. Más que “momentos traumáticos”, lo que descubrimos en estas zonas es un sistema de vectores que apuntan hacia ciertos elementos de la gramática que Freud y Lacan nos han señalado como deícticos. El “Je”, morfema de la primera persona del verbo, es el punto de inserción del fantasma en el discurso, y el sujeto deíctico a partir de este punto se extiende a toda armadura del significante.

Al sujeto de la enunciación y su enigma se accede partiendo de la distinción entre saber y verdad. Esta distinción se presenta en el cuarto discurso como un pasaje. En el seminario 5, Lacan (1998) afirma en la sesión del 24 de abril de 1958 que “en el significante plenamente desarrollado que es la palabra, siempre hay un pasaje a algo que es un más allá de cada uno de los elementos que están articulados y que son, por su propia naturaleza, fugaces, se desvanecen” (p. 343).

Las reflexiones acerca del cuarto redondel que mantiene juntos los registros imaginario, simbólico y real, discuten la necesidad de existencia de un significante “Nombre de padre” /NdP), aunque este significante no sea necesariamente el nombre del padre. El término de síntoma, dice Erik Porge (2012), “incluye la existencia de un Nombre del padre, y toma su sentido al ser puesto en relación con la cuestión del sexo” (p. 42). La puesta en relación entre sexo, sentido y Nombre del Padre inaugura un proceso que Lacan llamó “irreversible”. La irreversibilidad, esta imposibilidad de detener el movimiento, el torbellino, no sólo se da en el discurso analítico, sino también en textos literarios, como por ejemplo en el texto de Maurice Blanchot, Le dernier homme (1957). Este texto puede ser considerado una formulación literaria del más allá del Edipo, que coincide con la lectura lacaniana de la terceridad. En Blanchot, las instancias de la voz narrativa son progresivamente eliminadas y sólo queda el deíctico de tercera persona. Esta pronominalización y anonimización deja vacío el nombre, lo deja en estado de mero significante. El texto opera un proceso de abstracción que produce en el lector un sentimiento de extrañeza que deriva del mismo punto sensible que la errancia de la voz que ya mencionamos. La terceridad se presenta como un afuera que apenas logra calmar esta errancia.

Para el psicoanálisis formulamos el más allá del Edipo como un más allá del Nombre del padre. La pregunta acerca del efecto del más allá del Edipo sería ingenua en vista de la cantidad de investigaciones que, lejos de responder, producen nuevas interrogaciones. Pero ¿se habría puesto en entredicho, en suspensión, el NdP, o sea de la metáfora paterna? Y respecto a los afectos, ¿cómo proceder si sostenemos que se puede amar, odiar, respetar, humillar (lo dijo Claudel) al padre, pero es posible también no hacerlo o dejar de hacerlo? En 1970 (seminario “L’envers de la psychanalyse”), Lacan propone definir la “function Pere dans l’analyse”, con la frase “es posible no ‘s’en foutre’ [‘no valerle madre’], sino ‘s’en passer’ [‘prescindir de él’], pero con una condición: servirse de él”. Multicitado, pero no por ello transparente, ya que de todos modos insiste, respecto a esta función, un elemento oscuro que Bousseyroux (2016, p. 267) llama el “elemento maldito” de la función Padre: “La maldición viene del padre, de la falta del padre” [se refiere a Laios y el tema de la culpa del padre que se recupera con la versión del Edipo a través de la figura de Hamlet, HS]: en el cruce de los tres caminos [RSI], Edipo se encuentra con Laios; éste le aplasta el pie y Edipo lo hace trizas; “revolcando a su padre da la tortícolis a la verdad” (“en renversant son pere il donne la torticolis a la vérité”), dice el autor. El Edipo es una volcadura (“renversement”) en la función Padre, cuyo efecto es que el nombre del padre opere la separación entre verdad y saber. Pero bajo su régimen puede también instalarse esa “demasiada certeza” de la que habla Safouan (2020) respecto a una analizante: “Este ‘demasiado’ no representaba otra cosa que el paso, que solo se franquea en la locura, entre certeza y saber. La analizante no estaba solamente ‘segura’ de lo que sostenía, incluso ‘totalmente segura’, expresión que no había utilizado nunca hasta ahora, sino que además ‘sabía’ que su destino era ser engañada, traicionada” (p. 21).

Bousseyroux (2016, p. 269) dice que, mientras Freud analizaba desde el Edipo de Sófocles, Lacan abrió la vía del más allá del Edipo en 1970. En Freud, hay pensamiento normativo de la ley. Pone el fin del análisis en relación con la feminización, la actitud pasiva respecto al padre; esa es la roca de la castración en Freud. Respecto al pensamiento no normativo, evocamos una anécdota que cuenta Safouan (2020): le preguntó a Lacan acerca del destino del padre al final del análisis. Respuesta: “Entonces me dijo una cosa por el estilo de ‘se desvanece’, o ‘se evapora’” (p. 29).

Según Bousseyroux (2016), el más allá del Edipo abre las siguientes perspectivas: analizar con el Nombre del Padre; analizar más allá del Edipo; analizar sin servir el Nombre del Padre, pero no sin servirse de él; analizar a partir del fantasma; analizar a partir del síntoma. Ahora bien, si lo que más determina la deixis que opera en la función Padre son las variantes del asesinato del padre, me atrevo a decir que el asesinato del padre es el “hueso” del significante del Nombre del Padre. Para explorar esta tesis, hagamos una breve lectura de una serie de tres estudios sobre el tema “Escrituras del asesinato de padre”.

Escritura 1: Brigitte Lemérer, Los dos Moisés de Freud (1914, 1939)

La Verleugnung [desmentida] produce sin duda las desgracias y los malos encuentros de una cultura allí donde la significación desmentida la habita con sus retornos maléficos. En Moisés y la religión monoteísta, Freud desarrolló de forma más particular los efectos producidos por el desmentido del asesinato del padre. Su trabajo nos invita a interrogar aquello que hace a las desgracias de nuestra época, intentando aprehender que el desmentido constitutivo de la cultura occidental moderna está operando en ella y retorna en los pasajes al acto y la violencia asesina que no cesan de frecuentar a este desgraciado siglo [se refiere al siglo 20, el texto fue publicado en 1996] (p. 95).

Con “retornos maléficos”, la autora no se refiere al retorno de lo reprimido, sino al “retorno” de lo denegado, renegado; se trata de una vuelta con vuelco de lo que no simplemente fue reprimido, verdraengt, y ahora produciría síntoma; de lo que tampoco fue verworfen, ‘forcluído’, y que produciría ahora delirio. Se trata en cambio de lo que es remitido al reino de la mentira.

Escritura 2: François Balmès, El nombre, la ley, la voz (1997)

El autor destaca lo que considera una “dificultad particular”: a saber, el papel de la voz como objeto. Lo que hace al carácter imperioso del imperativo no es el contenido sino la voz. Como se trata de la voz interior, no está basada en la sonoridad, como se puede observar en ciertas afirmaciones de pacientes psicóticos: “Los enfermos que dicen tener este tipo de voces ya no las oyen por la oreja por medio de la ayuda de las imágenes auditivas de la palabra [du mot], sino que las perciben con la ayuda de las imágenes motrices de articulación” (Séglas, 1892, p. 126). La voz imperativa, puesta en el afuera en las psicosis, deviene insoportable.

Escritura 3: Solal Rabinovitch, Escrituras del asesinato (1996)

La autora afirma que lo que se escribe es el vacío del padre que “hace pasar lo imposible de decir a lo dicho de la prohibición. Ni imagen ni mito, el padre es el extranjero, la parte real, irrepresentable, del corazón de lo simbólico; esa parte que se oye en lo que se dice y que se lee en lo que se escribe” (p. 84). Mentira, voz imperativa, vacío, tales son ahora los dominios conceptuales que nos quedan para poder analizar el efecto de la función Padre en la enunciación.

Los temas principales alrededor de los cuales se tejen los conflictos entre padre e hijos son la mentira y la promesa. Si un padre le dice a su hijo: “No confíes en nadie, nunca y por ningún motivo”, mete al hijo en un aprieto; hay un jaloneo en el nudo de los tres “caminos”. Si la frase es validada por el hijo, no podrá ya tener confianza ni en el padre. Y si no es validada, habrá rechazado a ese padre en su función de garante de la palabra. Lo que dice ese padre obliga al hijo a darle crédito a cualquiera si quiere hacer el don del encuentro. No le queda más que la entrega a las demandas de cualquiera (como en el cuento de los Hermanos Grimm, “Hans im Glück”) y no a ese padre, el padre que dice, que habla, y cuya incidencia en el hijo confirma su estado de excepción. Así, el lugar de excepción del padre se ve anulado precisamente en el sometimiento a este imperativo, a esta “recomendación”. Más allá de la paradoja pragmática, se trata de captar la producción de esta “recomendación” como resultado de una lógica de la enunciación en el coinçage del sujeto.

Mentira y promesa: la pregunta es ¿cuándo un acto de prometer (o falta de acto) puede ser considerado mentira?, o sea, ¿cuáles son los criterios para distinguir, por ejemplo, entre promesa sincera y promesa engañosa? Se llega por esta vía a un límite que nos lleva al abordaje de este problema por Nietzsche: se trata, dice en La genealogía de la moral, de “crear un animal capaz de prometer” (“Ein Thier heranzüchten, das versprechen darf”). La primera parte de esta frase habla de la crianza del animal domesticable como proceso, como devenir; la segunda, introduce la potencia de la promesa bajo la modalidad del dürfen, lo cual produce un aire de paradoja. El verbo modal dürfen (‘tener permiso de’) tiene especial importancia aquí, pues plantea el acto de prometer como competencia a la que se accede a través del Otro simbólico. También me parece importante tomar en cuenta que la promesa tiene ya inherente en su gramática el lapsus, la falla. El verbo alemán versprechen, usado en voz refleja, sich versprechen, designa justo esto. Hay amalgama entre promesa, mentira y lapsus. Los actos de mentir y de prometer son fundamentales: cuando un sujeto promete miente y cuando miente (se) (com)promete. Constatamos una compleja intrincación de los dos actos a través de la modalidad del dürfen: no hay permiso de mentir y hay en cambio orden de prometer.

En el caso de la mentira, podemos construir una extensión del acto de habla en dirección de múltiples efectos perlocutivos. Así sucede, por ejemplo, con el fenómeno llamado Lebenslüge (‘mentira de vida’), tal como se plantea en los dramas de Ibsen, donde todas las figuras están implicadas en alguna mentira que sostiene su vida. Safranski (2015, p. 214) dice que estas figuras no están a la altura de su propia historia. Por su gran interés en vista de una expansión de nuestro entendimiento del síntoma, mencionemos que, según Nietzsche, tarde o temprano, cada uno se inventa un pasado del cual quisiera venir.

4. El jaloneo en el nudo, movimiento del objeto y dificultad del sujeto

El concepto de travesía del fantasma7 es la llave capaz de abrir nuestro horizonte a la problemática de la diacronía, es decir, a lo que puede dar pie para pensar la transformación de la enunciación en la diacronía del sujeto. En sus Des fondements de la clinique psychanalytique (2008), Erik Porge propuso incluir el tiempo definiéndolo como “instants de tiraillement” (‘momentos de jaloneo’) en el nudo borromeo. El sujeto, en estos instantes, es coincé, es lo atrapado, fijado, arrinconado, encaminado a la angustia. En el vocabulario que puso Erik Porge al final de su libro, la palabra coinçage se traduce con “To jam, Verklemmung (Ecke)” (Porge, 2008, p. 149). Lo cual nos evoca de inmediato el cuadro “Fettecke” de Buys, una escultura conformada por un bloque de grasa, usualmente colocado en el ángulo que forman dos paredes, lo cual nos da idea de estar arrinconado. Además, se puede decir jemanden in die Klemme nehmen (‘acalambrar a alguien’); es algo angustiante. El ángulo interior del coin, de la esquina, es un punto de atrapamiento. El coinçage en el nudo produce el punto, y el punto es definido por el movimiento del tiraillement. El tiempo como experiencia es así considerado sucesión de “instants de tiraillement”, y el lugar del sujeto es definido por la modalidad de su coinçage, que podría traducirse por arrinconamiento.

Creemos poder leer en el texto Tropismos (2022),8 de Nathalie Sarraute, la presentificación de estos instantes de jaloneo que permiten ubicar al sujeto del inconsciente, el parlêtre, por medio de la acción de orientación, de movimiento causado por agentes pulsionales, es decir, por el efecto de la articulación entre los objetos parciales y la función fálica. Dice la autora en el prefacio a la edición del año 2022: “llamé tropismos a los movimientos interiores que nos atraviesan sutilmente en las fronteras de la conciencia bajo la forma de sensaciones indefinibles, extremadamente rápidas […] a causa de su naturaleza instintiva, irresistible, espontánea, similar a la de los movimientos realizados por ciertos organismos vivientes bajo la influencia de estímulos exteriores, como la luz o el calor” (pp. 14-15).

Tratemos ahora de hacer accesible la noción propuesta mediante una breve consideración de los términos de epifanía y de anagnórisis. Sigo al pie de la letra el Diccionario de Retórica y Poética de Helena Beristain (1985).

  • Epifanía: “…proviene de una impresión intensa y sorpresiva, experimentada por un poeta (o lector o personaje literario). La experiencia ve modificada su personalidad porque a través de esa vivencia aprehende nuevos e intrincados secretos, aspectos y matices de la realidad…” (p. 190). Recordemos el día triunfal de Pessoa cuando le salieron las voces de la cofradía de poetas que había “nacido” en él. Joyce también utiliza este término que “no coincide exactamente con anagnórisis, denota otro tipo de revelación”, dice Helena Beristain. No debemos desconsiderar que el pasaje de Joyce fue una epifanía que desembocó en una anagnórisis. Por lo menos eso me parece decir Lacan cuando, respecto a Joyce, pide que no tomemos el término epifanía como una experiencia que ahí se queda, en el mero júbilo. Pero ¿qué revelación, de diferente manera, se denota en la anagnórisis?

  • Anagnórisis: “…una repentina recepción de información origina el súbito reconocimiento de un hecho. La revelación es casual, se le llama también golpe teatral, lo cual presupone la existencia de un secreto, una ignorancia, un error, factores que funcionan como creadores de tensión y de suspenso. El reconocimiento súbito y casual puede ser de un hecho, de un objeto, de la identidad o de la calidad de un personaje, unilateral o recíproco. Provoca un cambio en el curso de la acción y modifica la orientación lógica de las secuencias. Hay modificación del proceso de deterioro: se convierte en proceso de mejoramiento o a la inversa” (pp. 41-42). Lo que se señala a través de estas formulaciones precisas es que el giro puede ser de ambos lados, que hay una bifurcación ahí: “mejoramiento” o “empeoramiento”. Pero esa es, como lo demuestra Maurice Blanchot en La folie du jour (1973), una explicación que no toma en cuenta al sujeto de la enunciación. El personaje de este fascinante texto, al ser llamado a contar su historia, dice: “la historia estaba ya terminada”, momento en que se muestra que se apunta a un más allá de la valoración subjetiva, a un corte significante en el tiempo. Ese más allá, el registro real, es lo que nos inserta en un tiempo, en la vivencia del tiempo.

¿Cuál es entonces la diferencia entre los dos términos respecto a la marca de la experiencia? a) En la epifanía hay encuentro con el objeto-causa de deseo, mientras que en la anagnórisis el objeto ciega al sujeto con exceso, demasiada claridad y luz. b) Una epifanía puede devenir en anagnórisis, pero no al revés. Es un punto que me parece de suma relevancia por nuestro interés en la reversibilidad de las experiencias de coinçage. c) La anagnórisis deja al sujeto atrapado en lo real, por lo real, pegado a lo real, “englué” (‘engrudado’); la revelación es entonces un acto de efracción que arranca el velo del fantasma. Ambas experiencias subjetivas comparten una arquitectura o un principio arquitectónico; en ambas, el sujeto es un mero lugar, no sólo jaloneado sino movido por el jaloneo, sin posición fija. Queda incluso en entredicho la expresión “posición subjetiva”, porque desemboca en la idea de cierta posición fija del sujeto respecto a lo enunciado.

5. El sexo y lo neutro

¿Neutro? ¿Hace falta esta noción? Esta pregunta me hizo Aida Dinerstein9 cuando le comuniqué que me interesaba el concepto. En efecto, eso se trata de aclarar con, en el horizonte, la pregunta de si lo neutro es el punto cero de la deixis o, al contrario, revela mejor su carácter silencioso.

El panorama se presenta así: por un lado, Roland Barthes define la función del neutro como necesaria. Uno de sus argumentos es que sólo gracias a ella “el cuerpo puede ponerse en juego de manera más discreta que el espíritu” (Barthes, 2002, “Lo activo de lo neutro”). Barthes considera que Proust, por ejemplo, es el “sujeto en lo neutro”. Por otro lado, en psicoanálisis partimos de la idea de que la enunciación se despliega con la función fálica. De ahí hay que partir para no ceder a la presión de definir la identidad mediante la atribución de cualidades. La identidad depende desde donde se la considera; es decir que hace falta definir siempre el otro término. Lo imaginario especular participa en su construcción por la vía de la mirada y de la voz del eco.

Si introduzco ahora el concepto de “blasón” es porque me acordé de un artículo de Marc Cheymol en la revista Diagonales (1986), que concluye con la siguiente constatación: la moda poética del “blasonar” en la primera mitad del siglo XVI en Francia, demuestra que estos poetas, escritores eróticos “locos por su lengua”, se diferenciaban del fetichismo, “de modo que si algún fetichismo hay en estos blasones, no se trata tanto de un fetichismo de las partes del cuerpo o del atuendo femeninos —el objeto desaparece a menudo tras la letanía de las palabras— sino de un fetichismo del lenguaje” (p. 122). El fetichismo del lenguaje es lo que permite que el discurso mismo devenga objeto de erotización, no sin “estos silencios que marcan la inhibición de la satisfacción que siente el sujeto con ello” (Lacan, 1964a, p. 301).

Volviendo al posible ordenamiento del concepto de identidad respecto a otro término, consideremos la propuesta de Luis Izcovich (2015) como ejemplo, que llega a la siguiente serie: identidad y gran Otro, identidad y fantasma, identidad y cura, identidad y carácter, identidad y síntoma (pp. 165-177). Lo que salta a la vista en esta enumeración es que en todas estas posibles perspectivas sobre la identidad, se llega a un punto de imposible, de nunca alcanzado, y “la” identidad implacablemente migra hacia lo que le es denegado al sujeto.

Versagt: el verbo versagen, “sagen” (‘decir’) con el prefijo “ver-” (‘des-‘) viene a nuestro encuentro: “jemandem etwas versagen” es privarlo de algo, negarle la obtención de algo. Pero existe otro sentido de versagen: fracasar. Ein Versager es un fracasado y no un privador. Y tal vez lo más notable es que es posible la fórmula “es ist mir versagt”; en ella está la marca del proceso en el cual coinciden la privación y el “fracaso” respecto al objeto, ahí en esta acción que lleva la marca de lo impersonal, igual que el verso de Verlaine: “il pleure dans mon coeur / comme il pleut sur la ville”. En el “il pleure”, pero también en el “es ist (mir) versagt”, se hace sentir una fuerza que merece el calificativo de “transgramatical”, una fuerza que tuerce la gramática para alcanzar una vectorización hacia lo que del sentir es impersonal. Es la fuerza que lleva al poeta a la nominación de la carencia mediante la confrontación con la identidad puesta en posición de falta.

Para que el discurso pueda acceder al sexo concebido como blasón respecto a la diferencia sexual y la lucha de los cuerpos, se requiere de una zona neutra o de un punto cero. Este punto aparece, en primer lugar, como un campo que trasciende el orden fálico. Es la enunciación misma. En efecto, la enunciación no se da abasto en ningún sentido con lo fálico, lo trasciende. “¿Qué otra cosa podría ser esto que no se alcanza con lo fálico, sino la enunciación, ese excedente del significante articulado, el del decir, que “no se puede reconducir a lo fálico”? (Widmer, 2022, p. 102).

Y ¿qué decir de la afirmación de Lacan que el hombre no tiene otra “mujer” que el falo, que está casado/a con el falo? (Lacan, 2006). No estar casado con el falo significa no contentarse con lo enunciado, con lo que se sabrá al final, sino situarse en el plano del sujeto de la enunciación. ¿Qué vemos entonces? Vemos “caer” algo del sujeto que ya no estará en el enunciado, pero, como dicen con precisión Safouan y Frérot (2020), “hay algo que cae (chute), no en el enunciado… pero uno lo encuentra después” (p. 86). “¿Qué cosa cae y de qué modo la encontramos, después? ¿Qué sucede con ese “resto”? “Si no toda la libido es monopolizada por la imagen del cuerpo, es porque la imagen del cuerpo deja cosas a las cuales no responde. Puedo decir ‘es bello’ pero eso no me dice ‘quién soy’. Entonces es este resto que Lacan ha definido como menos phi (-φ). Y es este menos phi que moviliza al sujeto” (Safouan y Frérot, 2020, p. 27). Lo que del sujeto de la enunciación “cae” fuera del enunciado es lo que moviliza al sujeto, y lo marca en el modo de enunciar.

La categoría de lo neutro respecto al sexo no es el resultado de la neutralización/supresión de la oposición distintiva; no es la liberación de una opresión. En cambio, hay en todas las culturas un anhelo de neutro que colinda con lo sagrado e inquietante. Lo neutro es lo que surge del y construye el encuentro. La famosa frase de Maurice Blanchot (1969): “Toute rencontre … est déjà marquée, frangée de neutre” (p. 450) (‘Todo encuentro está ya marcado, franjado de neutro’) nos permite un acceso a este tema. “Deja marque” indica que se trata de un hecho de estructura (encuentro: franjado). ¿De neutro? Me recuerda lo que alguna vez dijo Philippe Sollers de Finnegans Wake: que era una sola pero inmensa palabra en estado de lapsus. El lapsus es la franja.

El encuentro lo que hace posible es la voz narrativa, que es la base pulsional para poder integrar lo ficticio, lo ficcionado y la polifonía. Las frases de Blanchot retumban en mí: “Le neutre toujours séparé du neutre par le neutre, loin de…” (‘Lo neutro siempre separado de lo neutro por lo neutro, lejos de…’). ¿No se escucha en estas palabras el intento de alcanzar la voz objeto-causa de deseo, la voz como último punto del grafo de los niveles objetales? Pienso en Ferenczi, en cuya demanda de análisis con Freud, “debo contarle todo” (“Ich muss Ihnen alles erzaehlen!”), aparece en el enunciado un “muss” que excede en mucho los niveles de la obligación moral y social, es el deber ético mismo.

La voz narrativa es el lugar en el cual diferentes posiciones y matices en las otras voces, voces de otros, pueden mezclarse, gracias a la transmisión de las palabras de otros. Es el problema de la reproducción de discursos, repetición, podríamos decir, que puede ser directa, indirecta y, sobre todo, indirecta “libre”, lo cual señala que la voz narrativa es una voz nómada. Las voces así organizadas por la escritura se sobreponen unas a otras y se mueven de lugar, lo cual se manifestará en ciertas perturbaciones de la deixis pronominal, en un uso transgramatical de la voz.

Con el término blanchotiano “frangé de neutro” vamos a la definición de una zona de contacto o de franja. Claro que no existe una posición subjetiva neutra respecto a los implicados y los contenidos en disputa. Se refiere, de ahí su interés, a la sexualidad, a la sexuación. ¿Qué descubrimos ahí? Que si Lacan siempre vinculó la enunciación al sexo, lo hizo de una manera nueva, distinta de la de Freud, mediante sus fórmulas de la sexuación, en las cuales la función fálica se moduliza. Son los cuantificadores, convertidos en deícticos: no todos, no toda, no todo. La lectura de la deixis mediante la combinación de las cuatro fórmulas es la única vía de acceso al $ <> a. Es decir que es a través del (no)todos, no toda y del (no)hay, vinculados a la función fálica, como se estructura el inconsciente. Aquí estamos en el sin tiempo, en el tiempo del infinitivo. En lo neutro como infinitivo.

Referencias

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Notes

[1] Todos los textos citados que aparecen originalmente en la bibliografía en francés y alemán son traducción propia.

[2] El objet petit a es lo que pone en movimiento el deseo, y su traducción subjetiva es la angustia, por lo cual es al mismo tiempo el objeto de este “afecto”, y el resto producido por la introducción de lo simbólico a lo real.

[3] Schiller, en su drama, le hace decir esta frase al libertador: “Durch diese hohle Gasse muss er kommen” (‘Por este hueco camino debe venir’).

[4] Lacan emplea el verbo endurer, un término de la medicina cuya significación es endurecer; se dice de un tejido orgánico.

[5] Lacan hablaba de un faisceau; el Petit Robert registra “un faisceau d’ habitudes, un faisceau de preuves”, lo cual da ya una idea de la densidad de componentes o de las diferentes cuerdas que se trenzan en estos “haces”.

[6] Séglas (1892) menciona que en muchos amputados el “mognon” funciona como “fantöme” del miembro amputado.

[7] Dice Safouan: “… [según Ferenczi] el análisis tiene un ‘fin natural’, del cual es testimonio el ‘Miento’, donde el sujeto le toma de alguna manera la medida al carácter engañador de su fantasma —lo que Lacan considera como ‘travesía’ (‘traversée’) de este último” (Safouan y Hoffmann, 2015, p. 44).

[8] El término es tomado de la biología y remite a una orientación o a un movimiento causado por un factor no materializable, aunque medible en los experimentos, por una inversión repentina.

[9] Psicoanalista argentina de Buenos Aires.

 

Acerca del autor

Hans R. Saettele Zund es director académico de Dimensión Psicoanalítica, A. C. y fue profesor de Psicología Social en la UAM, plantel Xochimilco, de 1990 a 2020. Entre sus publicaciones, destacan: Palabra y silencio en psicoanálisis, 2005, UAM; y Bordes del lenguaje. Discurso y lazo, 2020, UAM.