En su visita a Brasil en el año de 1973, Algirdas Julien Greimas escribió, a solicitud de los profesores que lo habían invitado, un artículo especial sobre enunciación, en el cual hizo explícitas las dificultades inherentes al tema, si bien no dejó de señalar algunas direcciones de investigación en el marco de la entonces incipiente teoría semiótica.1 De ese texto provienen nociones como “contrato enunciativo”, “enunciación enunciada” y “enunciación presupuesta”, así como algunas otras que, más tarde, fueron desarrolladas por importantes semiotistas.
Lo que nos llama la atención en el artículo mencionado, no obstante, es un pequeño detalle que hoy parece tener más sentido que hace cincuenta años. Entre las marcas de tiempo y espacio (ahora, entonces, aquí, allá, en otra parte, etcétera) que se ponen de manifiesto en el enunciado y nos orientan sobre las circunstancias de enunciación vividas por el emisor, Greimas destacaba la presencia frecuente de una “calificación”, proveniente del propio sujeto de la enunciación, que deja traslucir una especie de “sistema de estimación, de evaluación”, subyacente al enunciado. En el ejemplo dado por el autor, cuando alguien dice “esta carretera es amplia”, aunque tengamos la impresión de estar ante un enunciado objetivo, nada es “amplio” por sí mismo, sin que haya un parámetro de medición o un término de comparación con elementos de la misma naturaleza. Dicho enunciado contiene, por lo tanto, un “fenómeno de estimación subjetiva” cuya eficacia depende del “contrato enunciativo” sostenido entre enunciador y enunciatario (ambos, representación del sujeto de enunciación) con respecto a lo que caracteriza la amplitud de una determinada carretera (Greimas, 1996, pp. 18-19).
Greimas pensaba probablemente en la mejor manera de incluir la enunciación presupuesta en el análisis de un enunciado concreto; sin embargo, al identificar en este último una “estimación subjetiva”, hizo visible no solamente el cálculo oscilante de la amplitud de la carretera, sino también la relación de ese cálculo con aspectos afectivos, reveladores de la instancia de enunciación. A final de cuentas, la estimación —y todavía más tratándose de una estimación “subjetiva”— es también un acto de estimar, de gustar, de tener afecto por alguien o por algo. Enseguida, el semiotista hace extensivas estas consideraciones a la evaluación corriente que hacemos acerca de la veracidad de los enunciados. Incluso cuando la expresión “es verdad que…” no se manifieste textualmente, su presencia está sobreentendida en gran parte de los enunciados. Corresponde entonces a los enunciadores, de acuerdo con el semiotista, hacer la “estimación del carácter más o menos verídico” del contenido en cuestión (Greimas, 1996, p. 19, cursivas nuestras). Además de los valores cognitivos, este proceso presupone confianza entre los sujetos implicados en la enunciación. La subjetivación de los contenidos surge, por lo tanto, en la forma de una medida afectiva —más o menos intensa— prácticamente en todos los casos de enunciación, incluso en aquellos que tienen como finalidad estimar el grado de verdad contenido en los hechos.
Si destacamos estos aspectos del artículo seminal de Greimas es porque ellos nos conducen a otra esfera de indagación. Al considerar el carácter verídico de un texto bajo la óptica de la oscilación entre los llamados “incrementos” (más y menos), el autor lituano ya estaba articulando los criterios prosódicos que hoy nos parecen fundamentales para la metodología semiótica. Desde luego que no era esa su intención, pero es común que sus textos emblemáticos contengan ideas embrionarias que sólo serán debidamente aprovechadas algunos años más tarde. En este caso, en lugar de los semas greimasianos (sememas, clasemas, etcétera), el artículo contiene las cuantificaciones subjetivas elementales que dieron origen a los acentos y modulaciones sugeridas posteriormente por Claude Zilberberg en las obras que dedicó a la instauración del punto de vista tensivo en la teoría semiótica.
Zilberberg nunca se ocupó especialmente de las operaciones enunciativas (desembrague y embrague), ni de la función mediadora que ellas ejercen o ejercerían en el tránsito del sistema semiótico al discurso manifestado. En compensación, la presencia del sujeto de la enunciación (enunciador y enunciatario) en el discurso, que dosifica intensidades (tonicidad y tempo) y modula extensidades (concentración y difusión), se convirtió en materia esencial para el abordaje prosódico emprendido por el semiotista francés.
Su dispositivo conceptual de referencia es el acento de contenido, el cual está inspirado en la idea de “acentuación de la existencia” que, para el filósofo Ernst Cassirer (1998, p. 112), expresa la riqueza de las formas mitológicas de vida no solamente en la composición del mundo sagrado, sino también en su expansión a otros ámbitos de la consciencia humana en el interior de la comunidad. Incluso reconociendo esta deuda con el filósofo alemán, Zilberberg no deja de considerar que el acento es sobre todo un prosodema que se articula con la modulación en el plano de la expresión del lenguaje. En este aspecto, tuvo como precursor a Louis Hjelmslev, con quien siempre compartió la convicción de que conocer el funcionamiento de ese plano es la gran ventaja teórica de los lingüistas y semiotistas que aspiran a concebir un modelo de análisis adecuado al plano del contenido. Y ambos, en diferentes momentos, evitaron crear un falso isomorfismo conceptual entre fonología y semántica, como era común hasta finales de la década de 1960, llevando la discusión a otro plano de pertinencia.
En Hjelmslev (1971), el acento representa una fuerza de concentración que destaca los elementos locales, como las acentuaciones silábicas, que algunas veces son útiles para determinar el sentido de una palabra. La modulación (equivalente a la entonación lingüística) representa una fuerza de expansión que puede recaer sobre un enunciado entero o sobre segmentos todavía mayores en el interior del texto. Las inflexiones ascendentes y descendentes que solemos alternar en el lenguaje oral ilustran bien esta tendencia expansiva. El acento y la modulación configuran respectivamente las dimensiones intensa y extensa del plano de la expresión. Son las mismas dimensiones que el lingüista danés identifica en el plano del contenido cuando opone la fuerza de concentración del sustantivo (género, caso, complementos adnominales) y su influencia local en el texto a la fuerza de expansión del verbo (tiempo, modo, complementos adverbiales), que tiende a afectar el enunciado o el texto en su conjunto. Sustantivo y verbo expresan también, respectivamente, las dimensiones intensa y extensa, esta vez en el plano del contenido.
En Zilberberg (2000), el isomorfismo entre los planos hace posible cierta economía conceptual: “el acento es la forma ejemplar de la intensidad”,2 así como “la modulación es la forma ejemplar de la extensidad”3 (p. 104) en ambos planos del lenguaje. En el plano de la expresión, y tomando como ejemplo el lenguaje oral, el acento responde por la unicidad y el énfasis de una sílaba frente a las demás, tomando en cuenta algunos parámetros sensoriales como el volumen, la altura y la duración de esos elementos. Las entonaciones que acompañan el habla coloquial son modulaciones sonoras, ascendentes y descendentes, cuya función es producir conexiones melódicas entre los puntos acentuados de nuestro discurso oral. En el plano del contenido, el acento delimita la singularidad de un acontecimiento asociada a la fuerte densidad e intensidad de su presencia en un determinado espacio tensivo. En otras palabras, el acento suele combinar la selección de un contenido con su alta tonicidad hasta el punto de tornar apenas visibles los otros contenidos a su alrededor. Este es el caso del impacto causado por el acontecimiento inesperado.
Aunque propuso reformulaciones importantes para el esquema del recorrido generativo greimasiano, especialmente en la década de 1980,4 Zilberberg fue alejándose gradualmente de la centralidad de ese modelo y conservó únicamente el concepto de presuposición entre las categorías que generan el sentido (actores presuponen actantes, que presuponen modalidades, que presuponen aspectualidad, etcétera). No había razón, por lo tanto, para que el semiotista adoptara la enunciación como práctica de convocación de los datos sistémicos y narrativos para la composición del discurso final. Su teoría recoge las etapas que componen los modos de existencia del sentido (virtualización, actualización, realización y potencialización), pero es la enunciación la que las introduce, sin que exista un énfasis especial en las operaciones enunciativas por sí mismas.
Zilberberg tampoco acepta la expansión de la narración de origen proppiano como criterio de análisis para cualquier tipo de texto; sin embargo, adopta la categoría de junción, típicamente narrativa, para estudiar las relaciones entre, por un lado, intensidad y extensidad y, por otro, implicación y concesión, intentando aproximarse así a la noción de dependencia (Hjelmslev) y no tanto a las relaciones entre sujeto y objeto (Greimas). Ahora bien, necesitamos admitir que, en Greimas, la junción tiene ya un fuerte vínculo con el concepto de dependencia, y todavía más cuando se analizan los niveles de existencia semiótica: “Es la junción la condición necesaria para la existencia tanto de los sujetos como de los objetos”5 (Greimas y Courtés, 1979, p. 139). Y podemos agregar que tal existencia no se da únicamente en las fases de actualización y realización, cuando sujeto y objeto están en contacto sintagmático (y… y…), sino también en las etapas de potencialización y virtualización, en las cuales esos actantes y sus valores se encuentran en oposición paradigmática (o… o…). Para utilizar expresiones familiares a la lingüística y a la semiótica, tenemos, en el primer caso, existencia in praesentia, y, en el segundo caso, existencia in absentia (Greimas y Courtés, 1979, p. 291).
Tan pronto como produce la actualización y la realización del discurso, la enunciación ofrece también los elementos para la reconstitución descriptiva de su potencialización y virtualización. Y tal como vimos en el ejemplo del enunciado “Esta carretera es amplia”, el sujeto de la enunciación nunca emite mensajes puros, exentos de apreciación subjetiva o incluso afectiva. Éstos se expresan ya bajo el poder de acción de un acento que indica el grado de evaluación e implicación de los actantes enunciativos en todas las fases de la existencia semiótica.
La realización no es solamente la manifestación completa (en el contenido y en la expresión) del estado de conjunción en que se encuentra un sujeto después de conquistar su objeto-valor, o simplemente después de formular sus opiniones, informaciones o argumentaciones discursivas. Todas las formas de realización reciben un coeficiente de tonicidad que la vuelven átona o tónica y, en la mayor parte de los casos, la sitúan entre los dos extremos de apreciación. La conquista del objeto estudiada por Greimas es casi siempre el resultado de una espera meticulosamente construida por el análisis del texto o, incluso, por la lectura que lo antecede. Como consecuencia de las etapas anteriores, la victoria final no sorprende al sujeto narrativo y mucho menos al sujeto de la enunciación (lo que no significa que no los emocione). En esta configuración, un tanto didáctica, el ejemplo traduce lo que denominamos una realización átona, que permanece bajo el control de sus agentes. Por otro lado, tenemos hechos intensificados, generalmente inesperados, que sorprenden al sujeto de la acción, del enunciado, o incluso de la enunciación. No hay preparación y mucho menos espera. El contenido sencillamente irrumpe dejando al sujeto (o sujetos) estupefacto con lo que denominamos evento. Es común que el enunciador o narrador relate los efectos asombrosos de un evento sobre el sujeto de la acción, pero, muchas veces, el mismo enunciador se muestra perplejo y sin condiciones de asimilar el impacto causado por el fenómeno. Percibe la ocurrencia del hecho, pero no logra describirlo de manera satisfactoria ni reaccionar a sus estímulos inmediatos. Finalmente, forma parte de la definición semiótica de evento su aparición repentina y su poder de apropiación del tiempo interno del sujeto, impidiéndole elaborar una actuación menos pasional. A causa de ese impacto, decimos que se trata de una realización tónica desde el punto de vista afectivo.
Independientemente de la intensidad de su acento, la realización de una vivencia empírica o en el discurso tiene como destino la aprehensión de sus valores o parte de ellos en una instancia más abstracta, donde se encuentra, en la esfera individual, la memoria y, en la esfera colectiva, la historia. El modo de existencia de esa etapa es la potencialización que, a nuestro juicio, también puede ser átona o tónica. Hay una tendencia a considerar que sólo memorizamos las realizaciones impactantes. Es probable que éstas sean registradas de un modo más agudo en nuestra memoria, pero eso no significa que el resto de la experiencia o de la comunicación sea automáticamente descartado. Asimilamos, por razones pragmáticas, normas sociales con las cuales no estamos de acuerdo, creencias religiosas con las cuales no tenemos nada que ver, datos cotidianos que apenas llaman nuestra atención, operaciones numéricas rudimentarias, por no hablar del uso automático de las partículas gramaticales que estructuran nuestra lengua, pero que nada significan por sí mismas. Estos elementos también son potencializados inmediatamente después de su realización, aunque no podamos decir que merezcan un énfasis especial en nuestro mundo afectivo (algo así como sería el amor por una tabla de multiplicar o una preposición…). Son parte, por decirlo de algún modo, de nuestra memoria latente: aunque no nos entusiasmen, los aprendimos prácticamente sin advertirlo, a partir de las innumerables realizaciones consumadas a lo largo de nuestra vida, del mismo modo que otros elementos funcionales que forman parte de nuestro sistema semiótico. Pero no podemos negar que potencializamos, con más ardor y mucha menos frecuencia, contenidos provenientes de realizaciones impactantes que, sin que nos demos cuenta, nos transforman en enunciatarios sometidos a acontecimientos inesperados. Epifánicos o aterrorizantes, esos eventos nos llegan con la máxima acentuación y, por lo tanto, con el grado más alto de presencia.
De acuerdo con Zilberberg (2001), “cuando el improbable acento ‘golpea’ la existencia, esta accede a la presencia”6 (p. 55). Cuanto más tónica sea la realización, más viva y sobresaliente será su aprehensión y fijación en la memoria. No hay duda de que tales acentuaciones expresan los niveles de apreciación de los enunciadores, quienes, a su vez, retratan las creencias o incluso los “mitos” (antiguos y contemporáneos) de su comunidad. Fruto de esa apreciación es igualmente lo que Greimas llamó calificación: el sistema que estima los valores contenidos en las manifestaciones empíricas o discursivas. En síntesis, aunque la potencialización represente el tránsito de la existencia in praesentia a la existencia in absentia, su resultante a partir de la enunciación puede ser, por lo que vimos, átona, como memoria latente, o tónica, como memoria sobresaliente, recubriendo así las dos acepciones opuestas de potencialización: potencial equivale a la existencia en estado inactivo, y potencializar equivale a intensificar, a tornar más activo.
Desde el punto de vista narrativo (o juntivo), la potencialización mantiene la memoria de la conjunción entre sujeto y objeto, ya sea que haya sido construida gradualmente a lo largo de la enunciación o, al contrario, que haya surgido inesperadamente, omitiendo el tiempo de la actualización, como veremos enseguida. Pero la conjunción propiamente dicha deja de existir tan pronto nos alejamos del modo de la realización. De acuerdo con la apreciación de los enunciadores, los contenidos menos enfatizados deben ingresar en el modo de la virtualización como valores relativamente inacentuados (diferentes entre sí, pero sin relieves significativos), mientras que los más enfatizados ingresan en el modo de la virtualización como valores diferenciados, por no decir que como “diferencias diferenciadas”. Aquellos contenidos que poseen existencia átona son útiles para mantener el sistema en funcionamiento, pero no llegan a adquirir presencia expresiva en el interior del ser semiótico. Zilberberg (2001) menciona un estado de “subsistencia” poco propicio para la implicación afectiva (p. 54). Los valores debidamente acentuados (tónicos) son los que tocan el mundo pasional de los sujetos implicados en la enunciación o en la narración. Se trata aquí del “acento de sentido”7 que Cassirer (1973, p. 113) identifica tanto en el mito (lo sagrado) como en el lenguaje, y que se refiere a los contenidos de cuño antropológico y cultural inscritos en formas concentradas, pero que tienen la fuerza para representar el todo.
En semiótica, es común decir que el modo de la virtualización contiene valores paradigmáticos (in absentia) y que, desde el punto de vista narrativo, los sujetos permanecen en disjunción con sus objetos, pero ese no es un estado incoativo ni terminativo de los modos de existencia. La enunciación genera simultáneamente los cuatro modos, todos regidos por acentos afectivos y con relaciones de interdependencia. La memoria del sujeto, estimulada durante la potencialización, se extiende a la virtualización en la forma de vínculos temporales entre actantes disjuntos. En otras palabras, las disjunciones y las diferencias paradigmáticas son efectivas en el espacio y en un determinado recorte de la operación enunciativa, pero no en el tiempo comprensivo que reviste todos los modos de existencia: el recuerdo de los otros modos, en los cuales había conexiones conjuntivas (apegos), y la esperanza de renovarlos en momentos futuros aseguran una identidad parcial entre los actantes y sus valores virtualizados. Y precisamente por ser parcial, tal identidad no satisface al sujeto, movilizándolo en busca de la parte que le falta para complementar su ser semiótico.
Greimas y Courtés consideran que esa identidad confirma el “principio de permanencia que permite al individuo permanecer el ‘mismo’, ‘persistir en su ser’ a lo largo de su existencia narrativa […] a pesar de las transformaciones de sus modos de existencia”8 (1979, pp. 178-179). Añadimos a esto que la identidad del sujeto depende también de otros valores que se encuentran en objetos todavía no adquiridos, pero que ya han sido vivenciados en los ciclos ininterrumpidos de los modos de existencia en cuestión. Basta recordar que la realización, cuando se da en forma de evento; trae a la vida del sujeto objetos insólitos que no siempre son inmediatamente asimilables y que suscitan sentimientos de carencia con su poder de atracción inolvidable. Son objetos que representan “otros” valores (no pertenecientes todavía al ser semiótico), cuya ausencia puede causar incompletud en la configuración de la identidad del sujeto. Se trata, en general, de la alteridad tónica que genera la antes llamada diferencia diferenciada en plena virtualización y que contribuye al movimiento del actante en dirección hacia nuevas actualizaciones.
Para el modo de la actualización recurrimos a la oposición empleada por Zilberberg para explicar el modo de eficiencia (concepto igualmente inspirado por Cassirer) en la medida en que ambos modos tienen que ver con la manera en la que una magnitud ingresa en el campo de presencia analizado por la semiótica. Cuando la actualización es construida gradualmente, nos encontramos bajo el punto de vista del llegar a.9 Su ejemplo más explorado es el procedimiento narrativo, especialmente su progreso regular de búsqueda del objeto mirado por el sujeto. Si la actualización es repentina hasta el punto de sorprender al sujeto de la acción, o incluso hasta confundir al sujeto de la enunciación, estamos dentro de la esfera del sobrevenir. El ejemplo habitual es la irrupción del evento. La actualización mediante el llegar a es átona por ser generalmente de naturaleza implicativa y expandirse en secuencias bien planificadas hasta alcanzar su meta final (narrativa o argumentativa). Con un tempo lento y gradual, el llegar a moviliza tanto valores inacentuados (propios del deber, o resultantes de la regularidad y de los usos cotidianos) como valores diferenciados (propios del querer o resultantes de eventos anteriores) para avanzar en su búsqueda del objeto. En este nivel, la teoría narrativa tiende a acentuar sus programas de manera diferente. Los programas narrativos de base, con sus valores diferenciados, son más tónicos que los programas narrativos de uso, con sus valores inacentuados. Pero ambos pierden gran parte de su tonicidad cuando son comparados con el impacto causado por el evento, que se impone al sujeto por la vía del sobrevenir. La pasivización de este último actante hace que la actualización simplemente desaparezca de los modos que componen la existencia semiótica. Las consecuencias enunciativas de ese salto han sido bien definidas por Zilberberg:
Desde el punto de vista enunciativo, el sobrevenir suspende el objetivo vivido por el sujeto sin anunciarse. El evento tiene como resolución una realización que no fue deseada, ni preparada, ni madurada mediante una minuciosa actualización previa. Desde el punto de vista enuncivo, el evento proyecta un predicado en el campo de presencia sin vincularlo con un sujeto (Zilberberg, 2011, p. 3).10
O como dice el mismo autor en otro pasaje:
[El sobrevenir] detiene el tiempo y posiblemente incluso hasta lo invierte en el sentido de que el sujeto se empeña en reconstituir el tiempo de la actualización, el tiempo de las preparaciones y de los cálculos que el sobrevenir precisamente anuló; el tiempo se interrumpe porque el sujeto se esfuerza en restaurar a posteriori ese “tiempo anterior” del que se encuentra carente en gran medida (Zilberberg, 2006, p. 233).11
El sentido de esta parada o desaceleración del tiempo para reconstituir la actualización es recuperar las sucesiones implicativas y, con ellas, la identidad subjetiva que fue sacudida por el salto concesivo de la virtualización a la realización, omitiendo la etapa de la actualización. Mientras el pensamiento implicativo sigue generalmente una secuencia programada para alcanzar un determinado fin, el concesivo tiende, por alguna razón, a saltarse fases que estaban previstas o, si lo preferimos, a subvertir las expectativas típicas de la construcción lógica del sentido. De acuerdo con Zilberberg, la conjunción “porque” está implícita en la conducción implicativa, así como la conjunción “aunque” asegura lingüísticamente los pasajes bruscos de una fase (circunstancial, modal o pasional) a otra. Desde el punto de vista del sujeto (enuncivo o enunciativo), ambas conjunciones pueden introducir contenidos que le son relevantes, pero, sin lugar a duda, lo que las distingue son sus respectivas marcas de tempo: ralentizado, en el paso a paso del “porque” (“le fue bien porque estudió mucho”); rápido, en los saltos ocasionados por el “aunque” (“le fue bien, aunque no haya estudiado”).
El salto concesivo hace que el sujeto se confronte con valores desconocidos o, al menos, poco esperados en el contexto en el que surgen. Es este carácter sorprendente el que exige del actante no sólo la recuperación de las etapas suprimidas por la velocidad del evento, sino, sobre todo, la recomposición de la integridad de su ser, que se tornó temporalmente incompleto con la desaparición de esas fases. Es decir que, incluso al conquistar la conjunción con los objetos deseados, el sujeto puede echar de menos las etapas subjetivas de las que fue despojado durante el recorrido, pues finalmente son ellas las que aseguran su confianza en la plenitud de la propia identidad y en la condición de sujeto activo.
Podemos presentar esquemáticamente los cuatro modos de presencia con sus respectivas acentuaciones de la siguiente manera (Tabla 1):
Los valores diferenciados (V) tienden a sobrevenir (A) en nuestro campo de presencia bajo la forma de eventos que son capturados por la memoria como contenido sobresaliente (P) y convertidos nuevamente en valores listos para ser reactualizados. Paralelamente a esto, con mucha más frecuencia convivimos con valores inacentuados (V) que ingresan —llegan a (A)— al campo de presencia al ritmo gradual de las narraciones y las argumentaciones y se instalan en nuestra memoria como contenido latente (P), o como usos automáticos y regularidades de las cuales somos poco conscientes.
Al escribir el texto precursor comentado al inicio de este artículo y sugerir que incluso el carácter verídico de un enunciado es objeto de una evaluación afectiva (diríamos nosotros) de los enunciadores, la cual sería confirmada por el uso recurrente del término ambiguo “estimación”, Greimas abrió una línea de investigación que, muy probablemente, él mismo no habría podido reconocer en medio de los rigurosos principios epistemológicos adoptados entonces por la semiótica. Incluso, la medida subjetiva que se sustenta en las nociones de más y menos, hoy fundamentales en la metodología tensiva, ya representaba el carácter oscilatorio de la apreciación inherente a toda enunciación.
Si en aquella fase de la investigación la realización era considerada el modo por excelencia de la conjunción del sujeto con su objeto de valor, figurativizado por conquistas diversas (de otros individuos, de magnitudes valiosas, de obras artísticas, de estados de vida, de símbolos míticos o religiosos, etcétera), en la actualidad tendemos a destacar, además de la conjunción con el objeto, la celebración de ese encuentro. Esto significa que todas las conquistas son debidamente apreciadas por el sujeto de la enunciación de manera directa o por medio de sus actantes desembragados en el discurso. Es como si la función de destinador juez consagrada por el esquema narrativo se extendiera, de modo explícito o implícito, a todos los agentes enunciativos responsables de la construcción del sentido. En suma, nos parece difícil concebir el sentido sin tomar en cuenta la apreciación humana.
De ahí la importancia que atribuimos al acento de contenido en la evaluación de los modos de existencia semiótica. Cada uno de esos modos contiene un coeficiente de intensidad que, en ascenso, va de la atonización (vacuidad, extenuación, etcétera) a la máxima tonificación (plenitud, saturación, etcétera), y, en descenso, sigue la orientación contraria. Los incrementos más y menos —mencionados involuntariamente por Greimas y definidos conscientemente después por Zilberberg (2006)— constituyen “las unidades últimas de la progresividad y de la degresividad”12 (p. 45), principalmente cuando son especificadas como sólo más y sólo menos. Entre ellas, esos dispositivos acentuales (prosódicos, en consecuencia) permiten combinaciones sugerentes entre sí que describen algunas fases de nuestra infalible apreciación. Podemos mostrarnos indiferentes ante un determinado contenido al punto de ni siquiera percibir su presencia en nuestra cotidianidad. Es este un caso típico de sólo menos. Pero podemos también disminuir un poco la dosis de menos al dedicar cierta atención a aquello que antes no nos interesaba. Esta nueva condición es expuesta por la combinación reflexiva menos de menos (inicio del restablecimiento de algo totalmente depreciado). Cuando esta continuidad alcanza un nivel realmente positivo, la combinación opera con dos elementos que, juntos, promueven un expresivo aumento de la intensidad: más de más (consolidación y recrudecimiento de la progresión intensiva).
Ese “sistema de estimación” general, que Greimas (1996) ya situaba en la instancia del sujeto de la enunciación (p. 19), puede llegar al nivel del sólo más como plenitud (sujeto en conjunción con el objeto), pero puede igualmente saturar ese nivel, poniendo de manifiesto la sobreestimación de un contenido que, como tal, pide una resolución atenuada mediante la cual se retire del más una dosis de su exceso en busca de un menos de más. Si la fuerza del más se mantiene como regresiva, pronto entraremos de nueva cuenta en un intervalo negativo caracterizado por la reintroducción del menos o de la combinación más de menos, pasando así de la atenuación a la minimización apreciativa.
Examinemos ahora un ejemplo. En una de sus columnas para el diario O Estado de São Paulo, el antropólogo brasileño Roberto DaMatta describe dos de sus visitas al grupo indígena apinayé en el poblado de San José, próximo al río Tocantins, en Brasil. En su primera investigación de campo llevada a cabo en 1970, el antropólogo pasó cuatro meses fotografiando a los habitantes del lugar con un propósito muy claro: “estudiar lo más exactamente posible el sistema de relaciones sociales de esa sociedad” (DaMatta, 2023, p. C5). El autor tenía ya una hipótesis que necesitaba comprobar a partir de esas fotos: creía que era probable que los matrimonios locales tuvieran la función de conciliar las divisiones internas del sistema social analizado. Al final, constató que el funcionamiento comunitario de la aldea no era tan simple. El sistema se mostraba mucho más flexible de lo que había imaginado. DaMatta refutó entonces su hipótesis inicial y escribió un artículo (no publicado en Brasil) donde analizó y expuso con detalle sus conclusiones sobre los apinayés.
De la descripción hecha por el antropólogo a lo largo de su crónica, podemos inferir que su trabajo entre los indígenas siguió los procedimientos habituales de una investigación académica en esa área: planteó una hipótesis, desarrolló una investigación de campo, verificó la existencia de otros componentes responsables de la armonización de las divisiones sociales en el grupo estudiado y, finalmente, escribió un artículo donde expuso sus hallazgos. El enfrentamiento y la resolución de las dificultades inherentes a toda investigación probablemente representó para el trabajo del profesor lo que conocemos como progreso de la investigación. Después de todo, desde el punto de vista narrativo, las acciones del antisujeto, que ocasionan la detención en la trayectoria del sujeto, suelen resaltar la detención de la detención —la continuidad— propia de la secuencia. Es de esa manera, superando cada etapa de resistencia de su tema de investigación, que el columnista da cuenta en pocas palabras de la actualización gradual de su descripción antropológica.
Nada indica en ese breve relato de DaMatta que el artículo que escribió hace más de 40 años haya tenido una especial relevancia en su larga carrera de investigador. Sabemos únicamente que el texto fue publicado en el extranjero y que, por esa razón, el investigador consideró que había cumplido con su misión en esa visita inicial a los apinayés, a la manera de un sujeto narrativo que conquista su objeto; sin embargo, el lector habitual de su columna no siente que esa conquista haya sido debidamente celebrada y consagrada con un gesto de acentuación particular. En ningún momento el enunciador del texto periodístico nos transmite alguna implicación afectiva con la realización de ese trabajo académico que tenía como propósito “el esclarecimiento objetivo de un sistema desconocido de relaciones sociales” (DaMatta, 2023, p. C5). Sólo nos informa que su propósito fue efectivamente alcanzado. De ese modo, al excluir los contratiempos y hacer prevalecer la evolución del proyecto, nos hace creer que la actualización de la investigación siguió las etapas esperadas del llegar a. No es difícil deducir que, dentro del conjunto de las obras publicadas por el antropólogo, este artículo tuvo una realización átona que, como tal, fue potencializada en la condición de memoria latente y, simultáneamente, virtualizada con sus valores inacentuados. Desde un punto de vista apreciativo, tomando como referencia la evaluación actual del investigador expuesta en la crónica, tal perspectiva átona sitúa su antiguo trabajo en un intervalo de menos de menos, lo que significa que únicamente fue recuperado para tener un término de comparación que permitiera evaluar la siguiente visita, motivo real de la crónica.
Cuatro décadas más tarde, se produjo el segundo encuentro con los apinayés. El enunciador relata que llevó todas las fotografías que utilizó en la investigación anterior y las distribuyó entre los habitantes del lugar. Ese gesto se convirtió en un verdadero evento que resultó impactante para los indígenas y, más todavía, para el investigador:
Viví uno de los momentos más elocuentes de mi vida atestiguando la forma en que hombres y mujeres, hoy ancianos, recordaban entre lágrimas el aspecto que habían tenido de jóvenes y lloraban por aquellos que habían partido (DaMatta, 2023, p. 05).
Para el cronista, la reacción de los indígenas fue obra de la “casualidad”, pues las fotografías formaban parte de un programa antropológico objetivo ya realizado en el pasado y en ningún momento habían tenido la función de despertar emociones entre los integrantes del corpus de análisis ni, mucho menos, en el científico, que pretendía llevar a cabo su trabajo con toda imparcialidad. Lo que el autor llama casualidad constituye un evento que lo sorprendió ya en la fase de realización (bajo la esfera del sobrevenir, por lo tanto) sin los preparativos característicos del modo de la actualización. Sólo el pensamiento concesivo podría dar cuenta de su formulación: aunque el material fotográfico sirviera a propósitos objetivos, su principal efecto en la comunidad fue de naturaleza puramente subjetiva. Es lo que puede suponerse a partir de las palabras finales del columnista:
Pero ahora aquel conjunto de fotografías era objeto del amor y de la añoranza —ya no pertenecían al investigador, sino a sus sujetos de derecho y ya no de “hechos”. Las fotografías eran pruebas vivas del paso del tiempo y, con esto, de las lágrimas de los fotografiados y del investigador (DaMatta, 2023, p. 05).
Todo indica que el carácter extraordinario de ese último evento fue potencializado por el enunciador como memoria sobresaliente y virtualizado en un paradigma de relaciones diferenciadas con una fuerte tendencia a la reactualización. No hay duda de que la tonificación afectiva se manifestó en todos los modos de existencia de esa segunda visita, lo cual, además, motivó la escritura de la columna analizada. La primera visita también estuvo presente en el texto, pero como programa de uso —inacentuado— cuyo papel era el de atribuir una relevancia máxima al programa de base descrito en la segunda. Es interesante observar que, para incluirse en el ámbito de la conmoción de los habitantes de la aldea (el antropólogo puede rendirse finalmente a la expresión emotiva de los seres humanos estudiados), el enunciador de la crónica describe su capitulación a través de un embrague actorial típico (refiriéndose a sí mismo en tercera persona), como si para admitir el contagio del afecto fuera necesario establecer un mínimo de distancia discursiva.
Operaciones enunciativas como esa refuerzan aspectos de la enunciación subjetiva, pero están lejos de definir el grado de compromiso afectivo del sujeto de la enunciación con sus enunciados. Si esto ocurrió en nuestro ejemplo, fue debido a la alta tonificación de los cuatro modos de existencia del reencuentro estimulada por la distribución de las fotografías y por la reacción emocional inesperada de los sujetos (enuncivo y enunciativo). Tal evento verificado en la realización se expandió a través de los modos hasta el punto de intensificar (más de más) el acento sobre la escena y elevarla a la plenitud (sólo más).
Hemos venido repitiendo que los modos de existencia semiótica se presentan de forma concomitante en el momento de la enunciación, si bien permiten cierta cronologización didáctica que, en el fondo, tiene que ver con la relación de presuposición entre ellos. La potencialización presupone la realización que, a su vez, presupone la actualización, que presupone la virtualización, y así sucesivamente. Las direcciones pueden ser decrecientes (de la realización a la virtualización) o crecientes (de la virtualización a la realización), dando cuenta así de nuestra aptitud para abstraer (primer caso) y para concretar (segundo caso). Incluso teniendo una configuración cíclica y dinámica, esos modos pueden ser identificados y estudiados por separado para obtener sus coeficientes acentuales más constantes.
Cuando la tonificación prevalece, es común que el sujeto de la enunciación no disponga inmediatamente de la comprensión necesaria para ejercer su control sobre el contenido tratado. De la misma forma, el sujeto enuncivo, delegado por el primero, casi siempre tarda un tiempo en reconocer que el objeto acentuado es su objeto, el mismo que lo define como sujeto. Lo primero que llega es la fuerza de atracción (la alta tonicidad) del objeto, fenómeno que además lo hace inolvidable.13 Solamente en seguida o más tarde se configura su posibilidad de comprensión, que no siempre deshace el impacto inicial. La movilización de este modelo queda a cargo del recuerdo y de la esperanza, que, en la versión tónica de los modos, aportan el vigor necesario para desencadenar respectivamente sus direcciones decreciente y creciente. La realización se dirige necesariamente a la potencialización, y ésta, a la virtualización. Esto significa que la conjunción entre los actantes en la realización se mantiene como memoria sobresaliente en la potencialización y todavía permanece como indicios alusivos al vínculo en el ámbito de las diferencias paradigmáticas de la virtualización. De la misma manera, como ya dijimos, la fuerza de atracción del sujeto activa el movimiento creciente que lleva a la actualización y, finalmente, a la realización. Lo que tiene lugar en escena, en este caso, es la esperanza de revivir el vínculo en todo su esplendor. Al crear simultáneamente los cuatro modos de existencia, sus grados de acentuación, junto con el recuerdo y la esperanza de los encuentros objetuales ya realizados, la enunciación continúa siendo la principal actividad humana de reconocimiento de los valores adquiridos (base de la narración) y de asombro ante los valores recién descubiertos (base del evento). Es ella la responsable de la constante estimación y acentuación, ambas subjetivas, de los contenidos en los que se encuentra inmersa nuestra vida.
[1] Se trata del texto “L’énonciation (une posture épistémologique)”, que fue publicado en el primer número de Significação. Revista Brasileira de Semiótica, agosto, 1974, pp. 9-25. Los profesores que le propusieron el tema a Greimas fueron Edward Lopes e Ignácio Assis Silva. [Una traducción en español de este artículo, hecha por L. Adela Rojas Ramírez, Gonzalo Hernández Martínez y Luisa Ruiz Moreno, fue publicada por la Universidad Autónoma de Puebla y el Consejo Estatal de Ciencia y Tecnología de Puebla en 1996. A esa traducción me he remitido para las citas que aparecen en este artículo. N. de la T.]
[2] L’accent est la forme exemplaire de l’intensité.
[3] La modulation est la forme exemplaire de l’extensité.
[4] C. Zilberberg participó activamente en la preparación del segundo volumen del diccionario de semiótica (Greimas y Courtés, 1986), para el cual redactó, entre algunas otras, las entradas “Géneratif” [Generativo], “Transvaluation” [Transvaluación], “Aspectualisation” [Aspectualización], “Temporalisation” [Temporalización] y “Spatialisation” [Espacialización]. Todas tienen que ver de algún modo con el recorrido generativo.
[5] C’est la jonction qui est la condition nécessaire de l’existence des sujets tout aussi bien que de celle des objets.
[6] Lorsque l’improbable accent “frappe” l’existence, celle-ci accède à la présence.
[7] L’accent de la signification.
[8] Principe de permanence qui permet à l’individu de rester le ‘même’, de persister dans son être, tout au long de son existence narrative [...] malgré les transformations de ses modes d’existence.
[9] Expresión española con la que Desiderio Blanco tradujo el concepto de parvenir en Zilberberg.
[10] Du point de vue énonciatif, le survenir suspend sans s’annoncer la visée vécue par le sujet. L’événement a pour résolution une réalisation qui n’a été ni souhaitée, ni préparée, ni mûrie par une actualisation minutieuse préalable. Du point de vue énoncif, l’événement projette un prédicat dans le champ de présence sans le rattacher à un sujet.
[11] Il [le survenir] arrête le temps et peut-être même l’inverse en ce sens que le sujet s’emploie à reconstituer le temps de l’actualisation, le temps des préparations et des calculs que le survenir a justement anéanti; le temps s’arrête parce que le sujet s’efforce de restaurer a posteriori cet « avant-temps » qui lui fait gravement défaut.
[12] Les unités ultimes de la progressivité et de la dégressivité.
[13] Como vimos anteriormente, una tonicidad semejante también puede afectar a objetos disfóricos, aquellos que, en lugar de atraer, despiertan la aversión del sujeto. La fuerza en juego en este caso es el distanciamiento, lo que no impide a esos objetos ser igualmente inolvidables. En este trabajo nos limitamos a los objetos eufóricos.
Acerca del autor
Luiz Tatit es profesor titular de alto nivel del Departamento de Lingüística de la Facultad de Filosofía, Letras y Ciencias Humanas de la Universidad de São Paulo. Es autor de los libros Todos Entoam - Ensaios, Conversas y Lembranças [Todos cantan. Ensayos, conversaciones y recuerdos] (2014), Estimar Canções: Estimativas Íntimas na Formação do Sentido [Estimar canciones: estimaciones íntimas en la formación del sentido] (2016), y Passos da Semiótica Tensiva [Pasos de la semiótica tensiva] (2019). Todos publicados por la editorial Ateliê de São Paulo.