El primer número de Tópicos del Seminario hizo su aparición en abril de 1999. En la presentación de ese volumen inaugural, Raúl Dorra (1937-2019) anunciaba que esta revista nacía para sumar una voz al “concierto de consonancias y disonancias” que trataban sobre el inagotable problema de la significación. Auguraba entonces el comienzo de una “dichosa y atareada aventura” para el Seminario de Estudios de la Significación (SeS) de la Universidad Autónoma de Puebla, en México, país al que emigró desde su Argentina natal y donde estableció su residencia. Desde ese año y hasta su muerte, nuestro maestro coordinó al notable equipo de investigación del SeS que, semestre a semestre, invita a sumarse a esta publicación a todos aquellos que compartan el interés por enriquecer las investigaciones y debates de la semiótica contemporánea.
Transcurridos largos años desde aquel primer número, en una entrevista realizada en 2017 con motivo de haber recibido la medalla Francisco Javier Clavijero, máxima distinción académica que otorga la BUAP, su casa docente e intelectual durante cuatro décadas, Dorra repasaba satisfecho la trayectoria de Tópicos, que por su calidad, coherencia y permanencia se había consolidado como un referente del más alto nivel sobre el conocimiento del estado actual de la semiótica y su relación con disciplinas afines.
Esta nueva entrega, convocada en memoria de Raúl Dorra, suma 51 números al repertorio de la revista, que cumple 25 años de publicaciones ininterrumpidas. Todo un logro que merece ser celebrado recordando con agradecimiento la vida y obra del entrañable maestro y fundador del SeS. Por supuesto, no puede faltar el reconocimiento al equipo entusiasta de editores, investigadores, trabajadores y colaboradores que hacen posible esta importante publicación.
Nuestro deseo es volver sobre uno de los temas fundamentales del pensamiento de Raúl Dorra: la relación entre oralidad y escritura. A lo largo de su obra, las explica y analiza como dos órdenes diferentes para la inscripción del sentido. Por supuesto, reconoce que, entre ambos, hay zonas de intercambio, combinación y confrontación. Sobre este último punto, no dejó de observar que nuestra imagen de la oralidad y la posibilidad de su estudio dependen de la escritura, por lo que su relación es una fuente de “incesantes paradojas” (Dorra, 2014, p. 189).
La reflexión en torno a las paradojas que subyacen a la relación entre la voz y la letra recorre los escritos del maestro en derivas cada vez más amplias, pero al mismo tiempo más incisivas. Si bien somos hablantes antes que escribientes —señala Dorra parafraseando a Saussure—, nos hallamos dominados por la idea del prestigio de la escritura sobre el habla. Si la escritura se nos presenta desde la lógica cartesiana, como un “suplemento prescindible” y un invento tardío, no obstante, es impensable la forma de organización social de Occidente sin la lengua escrita.
Si la palabra resulta una invención de la escritura, —como señala David Olson (1998)— entonces, la propia noción de oralidad no puede ser pensada fuera de sus dominios; y bajo ese mismo criterio, el conflictivo concepto de literatura oral resulta un contrasentido, pues entraña un oxímoron insalvable, aunque en definitiva haya sido consagrado por el uso. Estos temas, examinados con minucia en varios lugares a lo largo de los trabajos de Raúl Dorra, se van entramando con otros en donde su mirada de semiotista se detiene a escrutar los lugares de cruce, desplazamiento y combinación entre oralidad y escritura, movido por un interés que no es exclusivamente intelectual, sino que horada los bordes de lo sensible para dar cuenta de lo humano en toda su dimensión corpórea y pasional.
En tanto “procesos de formación de mensajes verbales” (Dorra, 1997, p. 29), los universos de lo oral y lo escrito buscan poner de manifiesto una voz. Ya sea mediante el ejercicio de la pura vocalidad humana o a través de la letra inscripta en la página, la voz —señala el maestro— nos coloca en presencia de un sujeto que emerge como entidad psíquica y como una conciencia (1997, p. 19). Las huellas sensibles de la subjetividad, reveladas en la materialidad de la voz proferida, de la voz que alienta la escritura o de la que se muestra en el trazo de la letra, han sido objeto de sutiles reflexiones volcadas en trabajos finamente semióticos que se leen con un tono próximo a lo poético. Es oportuno señalar en este punto, que la confluencia entre el rigor del pensamiento y el registro lírico es una de las marcas más personales de los escritos de Raúl Dorra.
En la última etapa de su obra teórica, fascinado con los cambios radicales en la era de las tecnologías de la comunicación, nuestro autor se volcó con insistencia a reflexionar sobre la escritura, a tal punto que se propuso dedicar la tercera entrega de su serie Materiales sensibles del sentido a elaborar un tratado sobre la escritura, entendida no sólo como producción y producto cultural, sino como materia sensible, la cual toma forma en un “movimiento de ida y retorno” entre lo visible y lo audible. Tal proyecto, que se planteó formalizar en un libro intitulado La escritura: entre lo visible y lo audible, fue ensayado a través de varios textos teóricos, aunque nunca se concretó su publicación como un volumen individual.
Como el cuerpo de un caracol, el pensamiento y la escritura de Raúl Dorra avanzaron en espiral, abordando aspectos distintos del problema y volviendo sobre ellos para ampliarlos cada vez. La última vuelta no significa, pues, un cierre definitivo de la reflexión, sino una invitación a abundar sobre un tema que se antoja infinito. Tal vez, el título de su último libro publicado, ¿Leer está de moda? (2014), colocado entre signos interrogativos, sea una muestra más del afán especulativo incesante que animó al maestro, afán que impulsó la elaboración este número de Tópicos del Seminario en su honor y en su memoria.
Los artículos aquí reunidos —escritos por lingüistas, psicolingüistas, estudiosos de la literatura, oralistas y especialistas en estética— abordan diversas preguntas y problemáticas del amplio espectro que abarca la oralidad y la escritura. Optamos por dividirlos en tres grupos y presentarlos al lector en el siguiente orden:
En primer lugar, están los trabajos orientados a examinar el pensamiento teórico de Raúl Dorra, sus proyecciones y su magisterio (Mirande, Ruiz Ramírez, Cárdenas y Angulo Villán).
Después, aparecen aquellos que, desde diferentes perspectivas, dan cuenta del interés por la oralidad y la escritura en ámbitos específicos (Granados Vázquez junto a Cortés Ramírez, en el campo del registro etnográfico, y Navarro, en el área educativa).
Finalmente, completan la nómina dos estudios de casos que ilustran formas diferentes de abordaje de textos en el cruce entre oralidad y escritura (Biglieri y Lienhard).
María Eduarda Mirande ofrece, en “Raúl Dorra y el tema de la escritura”, una guía de la ruta intelectual que, a lo largo de 40 años, trazó nuestro autor para configurar una comprensión original de la escritura como forma visual de la lengua y materia sensible. En un primer momento, ante la influencia del pensamiento de Jaques Derrida, Dorra concibe la escritura como una inscripción originaria y fundante. Incluso la explica en términos de “huella primordial” y “trazo” que rebasa la noción de propiedad y de autor, en sintonía con la crítica literaria que, a partir de los años 60, desmontó tal idea fundamental de la Modernidad.
Sin embargo, el semiotista, quien no deja de lado la influencia de Saussure y Benveniste, apunta que la escritura también es enunciación, por lo que a través de ella el sujeto se constituye y se inscribe en el lenguaje. Desde esta perspectiva —señala Mirande—, nuestro autor hace un primer planteamiento para abordar la lengua oral y la lengua escrita como dos casos de escritura, es decir, dos sistemas de inscripción del sentido. Con base en tal distinción, dedicará trabajos posteriores a estudiar, por ejemplo, las estructuras elementales de la poesía oral, así como la capacidad exclusiva de la escritura para analizar la lengua oral y a sí misma.
A través de sus estudios de la lengua y la literatura, Dorra dilucida que todo sistema de comunicación, oral o escrito, hace presente al sujeto bajo la forma de una voz. Oralidad y escritura son dos universos de inscripción del sentido, dos derivaciones de la huella primordial, sí, pero sus producciones tienden siempre a la formación de una subjetividad, de una voz propia. Volviendo sobre textos fundacionales de la cultura de Occidente, Dorra distingue que ambos universos tienen, en realidad, una relación paradójica tanto en la tradición grecolatina como en la judeocristiana: en la primera, la desconfianza socrática hacia la escritura se confronta con la doctrina platónica de la idea como verdad que se contempla; en la otra, las Sagradas Escrituras enseñan que la palabra del Espíritu, la palabra verdadera plasmada en ellas, se transmite a través de la voz y se capta por el oído.
En una última vuelta de su pensamiento, la dilucidación de la paradójica relación entre voz y letra, entre audición y visibilidad, permitió a Dorra pensar la escritura como materia sensible. En este sentido, la escritura no se limita a la tecnología de los alfabetos, sino que se entiende como trazo que transforma la materia en sustancia y la convierte en significante sensible. Desde este sugerente punto de vista, nuestro autor —apunta Mirande— explica que la voz que se encuentra en cada texto construye ritmos que ponen en marcha el proceso de significación, es decir, el paso de lo sensible al sentido. Así, por última vez, la mirada de Dorra vuelve sobre poemas entrañables —de César Vallejo, Federico García Lorca, Gloria Gervitz y el Martín Fierro, de José Hernández— y avizora las posibilidades —nunca los supuestos peligros o desgracias tan denunciados por otros— de la lectura en tablero que imponen los nuevos dispositivos tecnológicos.
El artículo “Materiales sensibles del sentido: el cuerpo entre respiración y enunciación”, de Víctor Alejandro Ruiz Ramírez, recorre los estudios de Raúl Dorra centrados en el proceso de significación que va de lo sensible al sentido. Esta empresa se prolongó a lo largo de 20 años y tuvo su forma más acabada en la trilogía de tratados Materiales sensibles del sentido. Aunque, como hemos mencionado, la tercera entrega de esta serie no se publicó, el autor expone los fundamentos de la particular concepción de Dorra sobre la escritura como un movimiento entre lo audible y lo visible.
Así, explica que, para nuestro semiotista, el tránsito entre el dominio de lo sensible y el del sentido está mediado por el cuerpo propio. Esta instancia fundamental organiza la materia sensible del mundo a través del ritmo de la respiración y, a la vez, pone en funcionamiento el sistema de la lengua mediante la enunciación, lo cual constituye el punto de origen de la subjetividad. Incluso Ruiz Ramírez señala que, en la percepción del cuerpo propio, acto que precede a la apropiación de la lengua, emergen formas encarnadas de la enunciación.
Ahora bien, la respiración y la enunciación, entendidas como ritmo y apropiación de la lengua, respectivamente, construyen la voz que Dorra planteó entender como una forma que emana del cuerpo y proyecta la subjetividad. Ruiz Ramírez señala que la voz convierte a la oralidad y la escritura, más allá de ser dos regímenes de apropiación de la lengua, en materia sensible. Se posibilita así el tránsito de lo sensible al sentido: el trazo de la escritura da representación visual a las formas orales de la lengua, mientras que la actividad lectora, que es otro trazo sobre lo escrito, penetra las grafías para hallar el sentido en la forma sonora, la voz, que reside en el texto.
En “Posibilidades constitutivas de la escritura”, Viviana Cárdenas reflexiona en torno a la pregunta sobre los procesos mediante los cuales la escritura pasa de ser una materia sensible a instituirse como la forma de existencia visual de la lengua. Para avanzar hacia una respuesta, opta por explorarlas posibilidades que constituyen a la escritura en tanto forma visual. Y es que, desde un principio, advierte que, pese a la continuidad histórica de estos procedimientos, ellos también se desplazan y cambian su direccionalidad, de tal suerte que sólo parcialmente se pueden definir como procesos.
Según su relación con las lenguas naturales, Cárdenas distingue tres tipos de posibilidades constitutivas de la escritura: semasiográficas, las cuales se ubican en el límite entre el símbolo y el signo, por lo que sus trazos comunican con independencia de la lengua; glotográficas, que segmentan la lengua en unidades discretas, por lo que sus grafemas se corresponden, por ejemplo, con fonemas, morfemas o sílabas; por último, las vinculadas a la legibilidad, es decir, a las convenciones que determinan la organización e interpretación de lo escrito.
Ahora bien, la autora observa que tales posibilidades no sólo deben ser abordadas desde una perspectiva diacrónica —como el paso de una a otra en épocas diversas—, pues es posible que coexistan en el seno de una cultura letrada determinada. Un análisis sincrónico, entonces, da cuenta de que las posibilidades semasiográficas persisten en los sistemas glotográficos. Así, por ejemplo, la caligrafía china mantiene una ética y una estética del trazo que despierta asociaciones con la dimensión figurativa, pese a que la correspondencia de los grafemas con los morfemas de la lengua ha desplazado la relación originalmente motivada con el referente. Las escrituras alfabéticas, por su parte, tampoco dejan de servirse de las posibilidades semasiográficas para reforzar la inscripción de la subjetividad, como ocurre en los juegos gráficos de los adolescentes y en la publicidad.
En cuanto a la legibilidad, Cárdenas destaca la potencia de la noción de trazo desarrollada por Dorra, quien no la limita a ser una mera inscripción de signos, sino que la extiende a su efecto de transformar en materia sensible el espacio donde se plasma. En este sentido, la autora señala, concordando con nuestro semiotista, que la organización del discurso en textos, donde interactúan el alfabeto y lo que ella llama la zona visuográfica (la puntuación propiamente dicha), está marcada, en un primer nivel de lectura, por la predominancia de la capacidad sígnica de la lengua sobre el potencial simbólico del lenguaje.
Sin embargo, al entrar al terreno de la interpretación, se activa un segundo nivel de lectura que no está determinado por la lengua, sino por convenciones simbólicas que tienden hacia la búsqueda de las huellas del sujeto en la escritura. Aquí juega un papel clave la amplia gama de recursos de la puesta en página, los cuales han diversificado las tipografías, colores, tamaños, volúmenes y texturas de la producción escrita. Cárdenas enfatiza que la escritura debe ser estudiada, ante todo, en su existencia sensorial, donde no se ha perdido la exploración y producción de sus materiales, incluso en la dimensión de la virtualidad y los dispositivos electrónicos.
“De quirquinchos tejedores. Panorama sobre los estudios de oralidad en la provincia de Jujuy”, de Florencia Angulo Villán, es un aporte para el conocimiento de los estudios de oralidad en Jujuy, provincia natal de Raúl Dorra, donde el maestro ejerció un extenso magisterio iniciado hacia 1995.
La investigadora despliega un breve panorama histórico que comienza con el invaluable antecedente del Cancionero Popular de Jujuy, de Juan Alfonso Carrizo (2009), que incluye el aporte de pioneros como Andrés Fidalgo, Herminia Terrón de Bellomo y Néstor Groppa, y se centra en el interés que los estudios de la oralidad despertaron en el ámbito académico hacia mediados de los 80. Ese impulso dio origen a las primeras recopilaciones de relatos orales y a una toma de conciencia sobre el valor de la “literatura anónima” que circulaba en Jujuy, provincia fronteriza con innegables raíces andinas. En el panorama esbozado, el regreso de Raúl Dorra para sus estancias anuales en la Universidad de Jujuy resulta de vital importancia, pues los estudios de oralidad se vieron enriquecidos por el giro semiótico inspirado en las lecciones del maestro, quien actuó como un agente “religador” fundamental.
En torno suyo logró reunir un verdadero “círculo dorriano” de discípulos, unidos por lazos intelectuales y afectivos, que trascendió las fronteras nacionales y dio origen a numerosos intercambios y diversas publicaciones que la autora rastrea con detalle. Se destacan los aportes realizados, entre otros, por Herminia Terrón de Bellomo, María Eduarda Mirande, Elena Bossi, María Luisa Rubinelli y Flora Guzmán, quienes —en palabras de Angulo Villán— posibilitaron la apertura de un campo especulativo cuya vigencia se reconoce en los estudios que continúan realizándose. Finalmente, la investigadora aporta consideraciones sobre el trabajo de campo, la conformación de corpus y las indagaciones sobre el sentido de los materiales orales, que necesariamente transitan entre oralidad y escritura, entre testimonio y ficción, y apelan a distintas lógicas culturales.
En su artículo “El Repositorio Nacional de Materiales Orales: discusiones teórico-prácticas sobre fenómenos de oralidad y sistemas de información”, Santiago Cortés Hernández y Berenice Araceli Granados Vázquez ofrecen información muy valiosa sobre el actual Repositorio Nacional de Materiales Orales, que funciona en la sede de la Escuela Nacional de Estudios Superiores de la UNAM, en la ciudad mexicana de Morelia. Este repositorio alberga una gran variedad de materiales orales documentados, en formato de audio y video, procesados y almacenados por categorías y etiquetas, que ha permitido crear una base de datos flexible y relacional que facilita a los usuarios formas de consulta diversas, accesibles e intuitivas. Los formatos y protocolos de almacenamiento permiten, además, el intercambio de información con otros archivos internacionales en línea.
Con esta iniciativa del Laboratorio Nacional de Materiales Orales (LANMO), se allanan varios de los obstáculos que enfrenta el investigador de la oralidad, cuyo objeto de estudio, de naturaleza efímera, involucra la voz, el cuerpo y la memoria de los hablantes en un contexto sociocultural específico. Además, cambia el foco del protagonismo, pues —como señalan los autores— los documentadores pierden centralidad para dar lugar al hablante, quien, con su voz y sus gestos, su nombre y su historia de vida, pasa a ser la unidad fundamental que da cuerpo al repositorio. De esta manera, se da el crédito que corresponde a cada uno de los involucrados.
La importancia de este moderno repositorio es que ofrece una herramienta de investigación fundamental para repensar la relación escritura y oralidad a partir de la forma tridimensional de los mensajes (orales, visuales y auditivos) en las nuevas tecnologías de la comunicación y ayuda a entender fenómenos de muy distinta índole que pueden ser abordados desde varias disciplinas.
Paula Cecilia Navarro, investigadora que estudia la oralidad y su mediación didáctica en las culturas letradas, en su artículo “Oralidad: avatares de su conceptualización científica y didáctica”, construye su objeto de estudio situándose en dos niveles de análisis: por un lado, indaga en las diferencias conceptuales de la oralidad en relación con la escritura en el campo de los estudios del lenguaje y, por otro, examina las concepciones en torno a la oralidad que operan en la praxis de un grupo de docentes de la escuela media argentina.
Su interés específico gira en torno a la noción de oralidad “calculada” propuesta por Blanche-Benveniste (2005). Se trata de un tipo de oralidad controlada que es objeto de enseñanza en la escolaridad obligatoria en las culturas letradas y que, por lo tanto, requiere de mediación pedagógica. Para conocer el estado actual de la enseñanza de los géneros orales institucionalizados en el nivel secundario, la investigadora emplea el marco metodológico del interaccionismo socio-discursivo.
A partir de entrevistas a un grupo seleccionado de docentes, examina qué géneros orales prescritos como objetos de enseñanza efectivamente se enseñan, cómo y desde qué marcos de referencia. Los resultados muestran un abordaje insuficiente y un parcial desconocimiento de la oralidad como campo didáctico específico. Frente a este panorama, Navarro insta a tomar conciencia sobre la necesidad de intervenir en la formación de la oralidad calculada, formal y pública dentro de los marcos institucionales educativos, a través de un ejercicio consciente y sistemático que la coloque en paridad con la enseñanza de la escritura, con la que necesariamente interactúa.
“‘En Calatañazor…’: microrrelato, oralidad y escritura”, el medievalista Aníbal A. Biglieri emprende un minucioso análisis de un antiquísimo villancico con un abordaje que entrecruza aspectos filológicos, históricos, textuales y contextuales. Se trata de “En Calatañazor Almanzor perdió el tambor”, versión modernizada del texto que aparece en Chronicon Mundi de Lucas de Tuy, retomado posteriormente por Alfonso X en su Estoria de Espanna.
El autor interroga al texto desde diferentes ángulos: aborda su genericidad en el cruce entre el microrrelato y el poema, examina su carácter histórico y sus elementos ficcionales, conjetura sobre su origen oral y los posibles cambios acaecidos en el pasaje de la oralidad a la escritura. Las respuestas que va construyendo para cada interrogante le permiten proponer varias líneas interpretativas siguiendo cuatro tipos de recontextualización: intratextual, metatextual, intertextual y extratextual. Su trabajo resulta así un ejercicio de crítica filológica literaria que saca a la luz novedosos sentidos de un breve texto tradicional largamente citado.
Cierra el volumen el trabajo de Martin Lienhard, quien reflexiona, en “Voz, cuerpo, espacio, tiempo: la performance ‘oral’. San Benito en Gibraltar (Zulia, Venezuela)” sobre la importancia y vigencia de este concepto para los estudios de la oralidad o de la llamada “literatura oral”. Definida por Zumthor en términos de una movilización simultánea de texto, actor y recursos, la performance abarca la totalidad de los hechos y de la cultura, sin reducirse al “contexto” ni a la “circunstancia”. De esta manera puede inscribirse en las categorías de tiempo y espacio. Ello la hace útil para observar las producciones de las culturas orales no sólo como meros actos verbales, sino como espacios donde convergen texto, música, danza, gestos y hasta grafismos, los cuales aseguran la “perpetuidad” de las tradiciones de un pueblo o nación.
Sin duda, el lector notará un posible vínculo entre el espacio que constituye la performance, en la perspectiva de Zumthor, y la concepción que planteó Dorra de la escritura como trazo que funda el sentido y, a la vez, transforma la materia en espacio significante. Vistas así las cosas, el tránsito de lo sensible al sentido puede observarse como una espacialización tanto en el régimen de lo oral como en el de lo escrito. De hecho, Lienhard remarca que pensar la oralidad como performance permite aprehender la especificidad oral-gestual-corporal-espacial que caracteriza, por ejemplo, a rituales arcaicos, no sólo como la puesta en presencia de una voz, sino de un cuerpo y sus movimientos, que lo prolongan en el espacio y en el tiempo histórico político o astronómico que prevalece en el momento de la misma performance.
Para acompañar la lectura de este artículo, Lienhard incluye un enlace al breve documental que realizó sobre la fiesta de San Benito en el pueblo de Gibraltar, ubicado en la provincia venezolana de Zulia. Se trata, por supuesto, de un caso ejemplar de performance en la que, curiosamente, la verbalidad tiene un papel secundario. El relato hagiográfico del santo negro, nacido en Padua, Italia, cede el primer plano al “vasallaje” o fila de danzantes que hacen música con el verdadero protagonista de la celebración: el tambor. Instrumento oriundo de África, el tambor, sus ejecutores y la representación de San Benito conforman el “chimbánguele”. Esta es, según explica Lienhard, una performance que, más allá del rito católico, se ha convertido en un movimiento identitario y una bandera de la lucha por la supervivencia de una comunidad que, en los últimos años, ha sido marcada por la pobreza, la violencia y la migración.
Al finalizar el recorrido por los ocho trabajos de este volumen, nuestro deseo es que el lector tenga un panorama de las ideas esenciales y, sobre todo, de las preguntas que nos legó la obra teórica de Raúl Dorra. Sabemos que, en un campo de estudio tan extenso y complejo como el de la oralidad y la escritura, hay que invertir trabajo y tiempo para obtener algunas certezas. Por ello, no es nuestra intención, como nunca fue la de nuestro maestro, difundir una doctrina al respecto. Más fieles a sus enseñanzas, queremos motivar la reflexión y despertar el ánimo para compartir el conocimiento, discutirlo y, mayormente, continuar con la investigación sobre la voz, el cuerpo, la memoria y las formas tan diversas, como fascinantes, mediante las cuales se inscriben en el discurso.
Sin entretener más al lector, cerramos esta presentación agradeciendo especialmente a María Isabel Filinich, directora de Tópicos del Seminario, por la invitación, la confianza y la ayuda para culminar la publicación de un número tan especial para nosotros. Agradecemos también el trabajo de Dominique Bertolotti y Luisa Ruiz Moreno para concretar este volumen. Y, claro, va un último recuerdo para el maestro que, con generosidad, nos compartió saberes, preguntas y, sobre todo, el amor por la investigación.
María Eduarda Mirande
Luis Alberto Palacios Ríos
Patiño, D. (2017). Entrevista. Raúl Dorra: el rigor y la armonía del lenguaje científico y poético. Ciencia MX. http://www.cienciamx.com/index.php/sociedad/personajes/17701-raul-dorra-lenguaje-cientifico-poetico