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Entrevista con Raúl Bueno Chávez: Vigencia del legado semiótico y pedagógico de Desiderio Blanco

 

 

 

El libro Metodología del análisis semiótico (Lima, 1980), escrito en coautoría por Desiderio Blanco y Raúl Bueno cayó en mis manos en el año 2007, cuando Raúl Bueno1 vino a la Universidad de Sonora como conferencista invitado al Coloquio Internacional de Literatura Mexicana e Hispanoamericana. Me declaro uno de los muchos académicos que ingresaron al mundo de la semiótica a través de esa puerta. Posteriormente, las magníficas traducciones de semiotistas imprescindibles como J. Fontanille y C. Zilberberg hechas por Desiderio Blanco (1929-1922), y libros de su autoría como Vigencia de la semiótica (2009), darían viabilidad a la pasión por la semiótica que iniciara con aquel libro. Con motivo del homenaje que a un año de su fallecimiento prepara Tópicos del Seminario, pensé que tal vez Raúl Bueno, que lo trató tan de cerca, podría compartirnos un testimonio valioso sobre Desiderio y sus circunstancias. Generoso, como siempre, aceptó la propuesta, e inmediatamente le hice llegar por correo electrónico una serie de preguntas agrupadas en racimos. He aquí sus cálidas, finas y espléndidas respuestas.

Fortino Corral: El punto de partida de esta entrevista es el hecho de que usted y Desiderio Blanco escribieron en coautoría el libro Metodología del análisis semiótico, publicado por la Universidad de Lima en 1980. ¿Podría hablarnos un poco de su relación personal e intelectual con Desiderio y de las circunstancias que condujeron a la realización de este trabajo?

Raúl Bueno: Tendríamos que iniciar diciendo que el libro Metodología del análisis semiótico le debe tanto a Evelyne Dejardin de Blanco como a quienes lo escribimos. Evelyne fue la esposa de Desiderio. Y desde que nos vio trabajar juntos, allá por 1977, en el estudio semiótico del poema de Eguren “La niña de la lámpara azul”, publicado en Hispamérica 20 en 1978, sentenció que teníamos que escribir un libro donde volcáramos nuestros conocimientos y habilidades, así como nuestras abundantes conversaciones sobre el campo. En efecto, Desiderio, sumamente teórico, y yo, más que nada analítico, nos complementábamos maravillosamente al discutir las distintas posibilidades hermenéuticas del vigoroso, pero para muchos intrincado, método de lectura que unos años antes habíamos profundizado en París.

Nos habíamos conocido en Lima, en 1971, a poco de haberme mudado de Arequipa. Entonces otro amigo arequipeño, Enrique Ballón Aguirre, que en París había seguido estudios de posgrado en semiología, entre otras disciplinas, nos convocó a algunos de quienes hacíamos teoría literaria y crítica textual para introducirnos en la semiótica greimasiana. Ya circulaba en el Perú, en traducción al español, la Semántica Estructural de A. J. Greimas. Yo estaba encantado, pero algo inseguro en el manejo de tan sofisticado instrumental. A fines de 1972 le pedí a Desiderio que le echara una mirada a mi lectura “semiológica” del poema “Cazador” de García Lorca, que presentaría luego en Arequipa como ponencia al XVII Congreso Anual de la Asociación Internacional de Lingüística. Me dio cita para dos o tres días después en su casa. Me abrió la puerta una joven señora que, sin más, me dijo con su ligero acento francés: “Raúl Bueno, por tu culpa mi esposo ha chocado el auto, pues olvidó tu trabajo en la universidad y tuvo que volver a recogerlo”. Así fue como conocí a Evelyne, mujer tan resuelta como bella, a la que luego mi esposa y yo, como los amigos cercanos, aprenderíamos a querer entrañablemente.

FC: ¿Qué impacto tuvo en ustedes la estancia que ambos realizaron en París en la década de 1970? ¿Fueron los dos el mismo año? ¿Con qué semiotistas tuvieron contacto?

RB: Ambos fuimos a París en 1974 becados por el gobierno francés para seguir estudios en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales. Él por sus méritos de sagaz crítico cinematográfico y docente de las universidades de San Marcos y de Lima, y yo, joven profesor de San Marcos, por mediación de Enrique Ballón y mi Decano de Letras en San Marcos. Ambos logramos inscribirnos como candidatos al doctorado del Tercer Ciclo, pero por razones de familia y docencia, sólo pudimos completar un año académico. Los dos seguimos puntualmente el seminario de semiótica de Algirdas Julien Greimas, donde hallamos la colaboración de, entre otros latinoamericanos participantes, el peruano Roque Carrión Wam, que hacía semiótica del lenguaje jurídico, y la argentina Perla Petrich, que hacía semiótica narrativa y despuntaba su habilidad crítica sobre textos orales mayas. Yo, además, asistí sucesivamente a los talleres de semiótica narrativa y textual de Joseph Courtés y Jean-Claude Coquet. Desiderio estaba también inscrito en el curso de semiótica cinematográfica de Christian Metz y, cuando le era posible, asistía a las clases de Julia Kristeva sobre psicosemiótica y lenguaje poético. A veces, robándole tiempo a los talleres, yo era oyente de las clases de sociología de la literatura de Jacques Leenhardt. Era obvio que compartiendo intereses y limitaciones de tiempo nos repartiéramos la asistencia e intercambiáramos apuntes e impresiones. Nos reuníamos con frecuencia en su apartamento de la Rue de Marseille (No. 11) o en los ambientes de la Escuela en la Rue de Tournon. A él le interesaba saber cómo Courtés y Coquet ponían a funcionar analíticamente los conceptos greimasianos -para muchos todavía duros-. Yo quería saber, entre otros asuntos, si iban por buen camino mis aplicaciones semionarrativas sobre los avatares de Kuniraya en Dioses y hombres de Huarochirí de F. de Ávila (1598). Para mi propio uso, yo llevaba un glosario en que ponía en explicaciones y ejemplos ilustrativos las categorías de la disciplina. Ese cuaderno en cierto modo fue, modestamente, uno de los embriones de Metodología del análisis semiótico.

FC: ¿Cuánto tiempo les llevó la escritura de este libro y cuál fue su dinámica de trabajo? ¿Enfrentaron de manera especial alguna dificultad?

RB: De vuelta en Lima nos reuníamos con frecuencia en nuestras casas y en las de otros amigos a especular sobre la política y la cultura de entonces. Era el gobierno del General Morales Bermúdez, que buscaba enmendar a tientos la política nacionalista-reformista de izquierda del derrocado General J. Velasco Alvarado. Sustrayéndonos a las pasiones del momento, Desiderio y yo nos hallábamos con frecuencia deliberando sobre las posibles respuestas de la semiótica ante varios textos y discursos, reales o virtuales. El artículo sobre “La niña…” surgió así, más por placer que por deber, en una colegialidad festiva y liberadora. Pero fue ganando en seriedad y quedamos en escribirlo en lanzadera: le envié un texto con mis notas, me lo devolvió con las suyas, y así hasta que pudimos considerarlo completo. Nos lo había pedido el editor Saúl Sosnowski de Hispamérica, quien elogió el didactismo y la profundidad del análisis, que a su criterio daban mérito a un trabajo de mayor amplitud. Ahí fue que entró a hincarnos Evelyne con sus demandas de completar un libro. Intelectualmente no teníamos dificultades, pues, como dije, ambos nos complementábamos muy bien. Desiderio, que para entonces daba cursos de semiótica cinematográfica y de comunicación, poseía un conocimiento vasto del campo teórico que le permitía integrar y explicar sin fisuras, o casi, en un continuum liderado por la semiótica, disciplinas tan variadas como la filosofía del lenguaje, las teorías de la comunicación y de la significación, la producción del sentido, la productividad discursiva o el psicoanálisis. Yo, que me empeñaba en mis cursos de teoría literaria y análisis textual, me sentía más cómodo en el trato con textos concretos, elucidando programas narrativos, cuadrados semióticos y sistemas de veracidad (como las revelaciones de lo secreto en los cuentos de Borges). Las dificultades de escritura venían de la falta de tiempo y lugar de trabajo. Entonces Evelyne nos facilitó tiempo y espacio en su apartamento de Miraflores y hasta se ofreció a mecanografiar nuestros apuntes y pasar en limpio las notas de nuestras conversaciones. Así pudimos completar la Metodología entre, si bien recuerdo, agosto de 1978 y junio de 1979.

FC: Hablar de los años en que ustedes escriben este libro es asomarse a la época en que ocurre la aclimatación de los estudios semióticos en la comunidad académica limeña. Por favor, háblenos del ambiente intelectual de ese momento. ¿Cómo se vivió en el medio académico el rigor metodológico que presupone la semiótica estructural frente a los modos convencionales de llevar a cabo los estudios literarios?

RB: Creo que Enrique Ballón Aguirre en “La semiótica en el Perú” (1982, 1990 y 2002) es quien ofrece mayores argumentos para poder responder esta pregunta. En las tres progresivas versiones de ese trabajo él ha representado, con abundante información y perspectiva personal, el ambiente polémico y la pasión con que se vivió —vivimos— ese particular momento. Tuvo, como él dice, dos etapas claramente diferenciadas (después vendría una tercera que escapa a la pregunta): apertura de un espacio curricular para la disciplina entre 1970 y 1975 y “afianzamiento investigatorio” entre 1975 y 1990. En ambas, él fue, sin duda, el mayor protagonista. A su retorno de París en 1969, munido de los paradigmas críticos de R. Barthes, A.-J. Greimas y L. Goldmann, él estaba preparado para instalar la semiótica y la producción del sentido literario en el ámbito universitario limeño y peruano. Y lo hizo a su modo, esto es, batallando para desvirtuar los modelos de análisis tradicionales y polemizando ardorosamente desde el podio de clase, vía interposita persona, con quienes según él representaban “posiciones historicistas taineanas, intuicionistas y estilísticas” (1982, p, 39). No estuve en Lima el año de su prédica semiótica inicial, pero sé de buena fuente que su docencia no recibió la hostilidad que sus informes rezuman. Por el contrario, sé que su persona y lo que académicamente representaba —lo precedía su bien ganada reputación de discípulo destacado de los maestros ya indicados— hicieron que Antonio Cornejo Polar lo recomendara para un puesto en la Universidad Ricardo Palma, que Luis Jaime Cisneros, decano de Humanidades de la Católica, lo llamase para un curso en esa universidad, que Alberto Escobar, vicerrector Académico de San Marcos, le propusiera una cátedra en la suya y que Jorge Puccinelli, decano de Letras de esta universidad, apoyara de buena ley esa nominación. Hoy no me cabe duda de que su estrategia fue entrar con banderas de guerra a un aletargado campo académico. Y resultó efectiva, pues Enrique, con su enorme capacidad para motivar a la juventud con inusual brío y tambores de batalla, hizo que la semiótica entrara con gran ímpetu en la universidad peruana.

Entre 1971 y 1972 varios profesores de San Marcos compartíamos cursos de interpretación de textos, crítica textual o teoría literaria. Como existía la llamada libertad de cátedra, los contenidos para esos nombres podíamos ajustarlos a nuestras especialidades. Enrique había querido listar de entrada su materia semiótica con nombre propio, pero tuvo que acogerse a lo que había. Y entendió como hostilidad lo que era sólo una demanda académica: que los curricula y sus nomenclaturas cambian de manera pausada. Su pasión docente, efervescente personalidad y rechazo a designaciones “encorsetantes” y contenidos que él relegaba al impresionismo, sumados a la presencia de la llamada cátedra paralela, hicieron que desde su bastión él descalificara olímpicamente lo que se daba alrededor. Así, alumnos comunes veían con desconfianza y aun desdén lo que nosotros hacíamos bajo distintas epistemes. Yo me había formado en Arequipa en una corriente crítica influida por la filología alemana, el inmanentismo kayseriano, el new criticism y esa extensión filológica que en el mundo hispánico se llamó estilística. Y había hallado mayor coherencia disciplinaria en la fenomenología crítica desprendida del pensamiento de E. Husserl. En ese momento —hacia 1966— mis maestros arequipeños fueron Antonio Cornejo Polar, que me instruyó en los niveles de existencia fenomenológica de R. Ingarden, y el propio Enrique Ballón Aguirre, apenas tres años mayor que yo, que en memorable ciclo nos ilustró en los modos de correspondencia de las artes según E. Souriau. Así pues, en mis años iniciales en Lima yo no era un desinformado. Sin embargo, un día, caminando por uno de los pasillos de la Facultad de Letras, alcancé a oír la voz tonante de Enrique: “…los Cornejo Polar, los Bueno Chávez, que no hacen sino desinformar a los estudiantes con disparatadas impresiones”. Poco después, la alumna más destacada de uno de mis grupos anunció en público que dejaba el curso porque lo hallaba impresionista y carente de base científica. Había decidido matricularse en semiótica, como otros estudiantes que hallaban en Enrique a un fogoso maestro; oficiante de un culto nuevo. Luego ella y algunos de sus compañeros comenzaron a desarrollar sus tesis confiados en la ayuda atenta y constante de su diligente mentor. En ese contexto, sintiéndome todavía prójimo de los afanes de esos alumnos, decidí olvidar lo oído, conservar la amistad de Enrique —en lo personal él seguía siendo un individuo afable y colaborador— y estudiar a fondo ese campo en lo que estaba a mi alcance: las publicaciones en español de, especialmente, Barthes, Hjelmslev y Greimas. Para afianzar mis avances seguía acudiendo a las tertulias promovidas por Enrique y, como dije, a las oportunas consultas con Desiderio Blanco.

Casi ajeno a todo ese menudeo y a las controversias de la hora, antes de su viaje a Francia, Desiderio avanzaba por cuenta propia su formación estructuralista y semiótica siguiendo en Communications y Tel Quel, sin dejar de lado sus admirados Cahiers du Cinema, a sus autores favoritos, entre ellos Metz, Barthes, Sollers, Kristeva y Eco. La Semántica estructural de Greimas le resultaba nueva, pero la comprendía y comunicaba con una claridad que a mí me parecía envidiable. La calidad de su magisterio en la Universidad de Lima, así como el caudal de sus discípulos se harían más evidentes a partir de su retorno al Perú en 1975.

FC: Además de Enrique Ballón Aguirre y ustedes dos ¿qué otros semiotistas dominaban la escena? ¿Hubo contacto con centros de estudio de otros países hispanoamericanos como Argentina, Chile, México?

RB: No éramos muchos los que asistíamos a la tertulia semiótica oficiada por Enrique en esos años fundacionales. Entre los más motivados estábamos Guillermo Dañino, que hacía análisis del poemario como unidad discursiva y semiótica de la cultura; Enrique Carrión Wam, que se dedicaba a la semiótica jurídica desde la pragmática (la producción del discurso legal); Hermis Campodónico, que hacía semiótica del relato oral y daba ambiente a muchas de nuestras reuniones en su amplia vivienda familiar; Desiderio, que entonces estaba empeñado en las condiciones de producción del discurso cinematográfico, y yo. Enrique Ballón era, obviamente, el más activo. Para entonces ya había publicado su provocador Vallejo como paradigma: Un caso especial de escritura (1974) y, entre otros artículos, ensayos sobre la literatura étnica en el Perú. Dirigía las tesis de no pocos estudiantes y discípulos, entre ellos Eduardo Huarag, Ana María Gazzolo, Anne Salazar, Antonio González y Santiago López, hoy destacados docentes e investigadores universitarios. Había organizado la Sociedad Peruana de Semiótica que, en 1975, afilió en París a la Asociación Internacional de Semiótica. Y el mismo año en que fuera publicado el espléndido volumen Semiotique. Dictionaire raisonné de la theorie du langage de A. J. Greimas y J. Courtés (1979), iniciaba junto a H. Campodónico la cuidadosa tarea de traducirlo al castellano (versión publicada luego por Gredos en 1982).

En paradigmas semióticos no del todo ajenos a nuestros intereses se hallaban los profesores de teoría literaria y lingüística de la Universidad Católica. No recuerdo bien si estaban oficialmente vinculados a nuestra Asociación, pero sus nombres y trabajos, y a veces sus personas, acudían a nuestras tertulias. Hablo de Susana Reisz (de Rivarola), que profundizaba en la poética y la ficción literaria desde la pragmática; José Luis Rivarola, que investigaba casos de polisemia y homonimia desde el análisis sémico, y Mario Montalbetti, que iniciaba la cátedra de gramática generativa. Otro es el caso de la Universidad de Lima a partir de 1975, año del retorno de Desiderio a la docencia en esa institución.

Contactos internacionales los hubo, en especial sostenidos por las figuras mayores de nuestra Sociedad. Entre ellos y los autores franceses y europeos que frecuentaban y a quienes, en no pocos casos, traían —y aún traen— para clases magistrales en América Latina, pero también entre ellos y las figuras destacadas de la semiótica en países como México, Brasil y Argentina con quienes organizaban visitas, eventos y publicaciones. Entre los nombres que acuden a mi incompleta memoria están José Pascual Buxó, Raúl Dorra, Adrián Gimate-Welsch, César González, Monica Rector, Maria Lucia Braga, Edward Lopes, Eliseo Verón, Walter Mignolo, Juan Magariños de Morentín. Porque salí muy temprano de mi país no estuve cerca de esos contactos, pero sí pude asistir, con buen provecho, a las clases que en la Universidad de Lima dieron Herman Parret y Eric Landowski alrededor de 1988. La traducción directa del francés al castellano la hacía Desiderio, debo decir que con mucha propiedad y gusto.

FC: Hablemos ahora del impacto que tuvo el libro. Su reedición en 1983 y en 1989 indica que corrió con buena aceptación. Por sus virtudes didácticas y por la amplitud de sus aplicaciones (poesía, relato oral, anuncio publicitario, nota periodística) supongo que trascendió el ámbito de los estudios literarios. ¿Es así?

RB: En efecto, el libro tuvo buena aceptación. Aunque me resulta inmodesto hablar de ello, debo decir que a menudo encuentro personas en distintas partes del Mundo Hispánico, de las que hicieron sus estudios entre 1980 y 2005, que afirman que Metodología del análisis semiótico fue parte de su formación profesional o académica. Incluso personas que pasaron por algunas universidades norteamericanas, como es el caso del Centro de Estudios Graduados de CUNY. Más credibilidad, por no ser testimonio de parte interesada, tiene el comentario del destacado semiotista Óscar Quezada Macchiavello. Me dijo algo concurrente: que no hay lugar de los que ha visitado en América Latina donde no hayan expresado un reconocimiento “al aporte teórico y práctico de ese paradigmático libro que puso al alcance de quienes investigaban en ciencias humanas y de la comunicación el modelo de Greimas y Courtés”. Piensa que es un libro que marcó época, abrió camino y lo sigue haciendo, cumpliendo el sueño de Desiderio, su mentor, de dotar al estudiante de una conciencia semiótica frente al universo de sentidos que caracteriza al mundo de hoy. Por otro lado, una manera impersonal de tomarle el pulso a la difusión de las propuestas del libro consistiría en abrir en internet el repositorio “Academia.edu” y anotar el título de la obra. Se verá aparecer decenas —sino un centenar— de títulos de artículos, monografías y volúmenes de distinta índole —dentro de las humanidades, las ciencias sociales, las políticas y las de la comunicación— que lo incluyen no sólo como referencia, sino como material para la investigación.

FC: Un dato que resalta en la vida de Desiderio Blanco es que originalmente fue sacerdote católico y en algún momento dejó de serlo. Usted trató el tema en un estudio que hizo sobre su poesía con base en el libro Oh, dulces prendas (1996 y 2019). Me refiero al texto “La salvación por el cuerpo: sentido de la poesía de Desiderio Blanco” que cierra el libro Fronteras de la semiótica. Homenaje a Desiderio Blanco (1999), editado por Óscar Quezada Macchiavello. ¿Podría abundar un poco más acerca de los hechos que produjeron este cambio de paradigmas a fin de comprender mejor la biografía afectiva e intelectual de Desiderio?

RB: La pregunta toca una dimensión de la vida de Desiderio Blanco que fui conociendo de a poco. Primero con curiosidad, luego con admiración y, finalmente, con deslumbramiento. Se trata de una historia que convoca comprensión, solidaridad y profundo respeto. Hasta los 35 años de edad Desiderio fue, en efecto, un sacerdote agustino que llegó a prior de su congregación en el Perú. Fue un religioso dedicado y honesto, dotado de mucha humanidad, que nunca cuestionó su vocación porque, simplemente, ésta nunca le fue dada a elegir. Había entrado a los 11 años de edad al colegio-seminario de los padres agustinos en la ciudad de Valencia de Don Juan, León, España, de donde pasó luego, creo que sin alternativas, al Seminario Agustiniano de Valladolid. El país estaba sumido en la crisis provocada por la Guerra Civil. La falta de recursos se agudizaba en Santa María de la Vega, el pueblo natal de Desiderio en Zamora, Castilla y León, y las familias tenían que imaginar recursos de emergencia. Así fue como Desiderio pasó a la vida conventual a tan tierna edad. El ambiente religioso le solucionaba problemas materiales y, muy importante para su vida futura, le abría espacios de cultivo intelectual. Leía mucho. Los clásicos en traducción y, cuando pudo, los latinos en lengua original. También, obviamente, los clásicos castellanos antiguos y modernos. Leía tanto lo requerido como lo permitido, y hasta lo prohibido. Nazarín de Pérez Galdós, por ejemplo, entre los libros de esa última categoría. Me contó que para poder leerlo sin problemas se había agenciado un forro de breviario en que calzaba perfectamente el pequeño volumen. Significativamente, quedó cautivado por Nazario, entrañable cura de arrabales, irregular y alternativo, a la vez amante de los pobres y de la contemplación mística. Así, veo que el seminario y, luego, el sacerdocio le facilitaron el bastidor noológico y la amplitud inquisitiva que sustentaron su interés múltiple por la filosofía del lenguaje, la producción del sentido, los lenguajes figurativos, la narratividad y, finalmente, la semiótica, que articula todo ello y aún más.

El paso de Desiderio de un estado religioso a una condición civil no fue producto de una decisión atolondrada, como podría sugerir una lectura apresurada de su biografía, sino la culminación de un proceso que tiene raíces, como hemos visto, en su niñez zamorana que acrecienta durante su primera juventud y cuaja en su vida adulta. Tiene un catalizador que, dicho en corto, es el amor por Evelyne. Desiderio nos ha dejado un hermoso documento de esa transición y su desenlace. Es el libro de poemas Oh dulces prendas, publicado inicialmente en 1996. En sus dos secciones, “Ascética” y “Corporalia”, Desiderio enfrenta la milenaria dualidad de cuerpo y alma, pero no como entidades enemigas y en contienda (el cuerpo como cárcel del alma y ésta en afán de liberación), sino como complementos de una unidad que tiende a la salvación. Por la práctica ascética, primero, en la sección escrita por el joven sacerdote entre 1950 y 1955, en que se lee sublimar los sentidos y el deseo, sin denostarlos, reconociendo su extensión y peso (“Y el aire de la estancia, transido de rubores,/ se agarra a las paredes con uñas de pasión”). Y mediante la práctica —algo scheleriana— del amor terreno, en la sección debida a la persona civil que la escribe entre 1965 y 1970, donde el cuerpo es lugar de abnegada entrega (“materia que el amor consume”) y de solidaridad con el mundo y su continuidad (“porque el cuerpo/ es el espejo donde los hijos se miran”). Es decir, el libro da cuenta de un proceso en que los sentidos del cuerpo se orientan hacia contenidos positivos, casi una nueva devoción ligada a la más alta condición humana.

En algún momento, durante 1965, las terribles gastritis del prior Desiderio se agudizan y éste tiene que someterse a una operación de cuidado. Le recomiendan una casa de recuperación situada cerca del Colegio Santa Rosa de Chosica, del cual era director. Aunque regentado por monjas, la casa incluía en la administración a un matrimonio de origen francés. La joven hija, Evelyne, pronto captó el interés de Desiderio, que quería practicar su francés y, de paso, compartir sus aficiones por la música clásica. Desi —como lo llamábamos sus amigos— contaba que cuando el interés creció guardaba trozos de carne de su ración diaria para atraer al pequeño perro de la señorita y, así, atraerla finalmente a ella. Contaba que cuando esta distracción pasó a conocimiento de sus superiores, en España, Desiderio fue removido del cargo y sacado del país. Los meses que pasó en Bogotá, con pena y sin resignación, le sirvieron para ahorrar tanto como pudo. Viajó a España para visitar a la familia y allá, aconsejado por su hermano menor, decidió cambiar su vuelo de retorno: entonces su destino final fue Lima. Contaba Evelyne que ella trabajaba en la zona internacional del aeropuerto y que cuando vio aparecer a Desi desprendiéndose del alzacuellos de sacerdote, entendió bien a qué venía. Vio entonces su futuro. Se casaron en 1966, con dispensa papal que hacía cuenta de la temprana edad en que Desiderio había entrado en el ámbito religioso. Tuvieron tres hijos, Desiderio, Marianne y Dominique, y fueron a toda vista muy felices hasta enero del 2000, año del fallecimiento de Evelyne.2

FC: Por último, me gustaría conocer la opinión que usted tiene sobre Desiderio en diferentes campos: como maestro, como gestor institucional, como traductor… En fin, ¿qué valoración hace de Desiderio Blanco como investigador y como persona?

RB: Yo lo tengo muy alto, como intelectual y como persona. Era hombre claro y derecho, tanto en sus ideas como en sus valores. Fue un amigo-Amigo, si cabe la expresión. Sin reservas ni intereses ocultos ni expresiones engañosas. Su valía como intelectual es enorme en todas sus facetas: crítico, ensayista, docente, mentor, administrador universitario, traductor… Es decir, como semiotista ante todo y en suma. Y aunque la vida nos llevó por distintos caminos (dejé de frecuentarlo a partir de 1979 porque salí para docencia en Venezuela y luego en los EE. UU., donde todavía me hallo) pude estar al tanto de sus logros y seguir con alegría sus múltiples reconocimientos nacionales e internacionales. Pude también aprovechar cuanta ocasión me brindaban mis retornos a la patria para compartir con él una mesa, una copa de vino (“¡el mejor vino blanco es el tinto!”) y para disfrutar de una conversación en la que él lograba encapsular en frases redondas meses y eventos, libros y discursos. Para mí, en esos días, sus mejores momentos salían a relucir cuando estaban sus pares, gente de la talla de Antonio Cornejo Polar y José Ignacio López Soria, que eran rectores de las universidades de San Marcos e Ingeniería, respectivamente, cuando Desiderio era vicerrector de la de Lima. De ahí que alguna vez en 1985, entre risas y cierta ironía, dijeran que gracias a sus amicales discusiones nuestras reuniones parecían una sana extensión del Consejo Nacional de Rectores.

Como es sabido, su labor en la Universidad de Lima fue destacadísima. Ingresó allí como docente en 1972 y pronto integró el grupo de fundadores de la Facultad de Comunicación, de la que fue su primer decano. Después de casi tres lustros en el cargo pasó a vicerrector de la universidad y luego, en 1989, a rector. A fin de ejercer este puesto hasta 1994, esto es, pasados los 70 años de edad requeridos por la ley universitaria, la institución le consiguió una inusual dispensa. Digo que su labor allí fue brillante no sólo por la facultad (la escuela) que formó, sino también por los discípulos que alentó, entre ellos el distinguido semiotista y ahora rector Quezada Macchiavello, los libros de su autoría que publicó, la variedad de profesores visitantes y conferencistas que trajo al claustro, casi todos miembros de la llamada Escuela Semiótica de París, la inusual cantidad de libros de semiótica —de Parret, Landowski, Fontanille, Zilberberg y Coquet, entre otros— que tradujo del francés, literalmente a pulso y robándole serias horas al sueño,3 y, last but not least, el grueso de publicaciones especializadas que consiguió que publicara esa universidad, que siendo propiamente profesionista se había constituido en un importante centro de la actividad semiótica en América Latina.

En cuanto a la fecunda labor de Desiderio como mentor de varias generaciones de estudiosos, que a mi entender fue labor más persuasiva que preceptiva, y más de amor a la disciplina que un deber académico, Óscar Quezada Macchiavello, que la conoce bien porque la vivió directamente, me cuenta —en un mensaje personal que paso a glosar y luego citar— que Desiderio tenía la habilidad de abrir a discusión los alcances de la epistemología semiótica a fin de que sus discípulos pudieran alimentar sus particulares objetivos metodológicos. Así fue como él pudo “orientarse a la literatura (narrativas y poéticas) y a los discursos mitológico y político, Raúl Bendezú a las estrategias de marketing y de comunicación corporativa, José Carlos Cabrejo, siguiendo los pasos del Maestro, a la pasión por el cine, José David García a la dinámica persuasiva de las prácticas educativas, Elder Cuevas Calderón a la etnosemiótica y las prácticas políticas de las formas de vida urbanas, Lilian Kanashiro a las fiestas populares y a las estrategias electorales, Eduardo Yalán a la revisión de los fundamentos materialistas de la semiótica (…)” Véase que la palabra que destella en esta cita es “Maestro”. Así, con mayúscula. Sin un posesivo que la ate exclusivamente al sentir del profesor Cabrejo se vuelve un sentir común a todos los referidos y, obviamente, se instala como un especial sentido para el autor material de ese texto con todas las connotaciones que van del reconocimiento a la lealtad y a la gratitud dulcemente entrañadas.

No quiero concluir sin volver al monumental trabajo de traducción desplegado por Desiderio. Por una buena razón: él no fue del tipo de traductor —en general a sueldo— a quien hay que familiarizar en una teoría, un lenguaje y un método científicos, y a quien hay que responder las múltiples consultas y proponer las enmiendas del caso. Desiderio sabía lo que traducía. Y lo sabía bien. Incluso, si pensamos en las necesidades y demandas de lectores como los nuestros, poco familiarizados con los modelos semióticos que él traduce, lo sabía mejor que los autores a quienes traducía. El ejemplo que tengo más a mano es Semiótica tensiva de Claude Zilberberg (edición digital, 2016). En su “Presentación” escribe Desiderio: “El presente libro no tiene equivalente exacto en francés”. Lo dice porque su versión incluye más de cien páginas de “una aplicación metodológica de las teorías expuestas” a un soneto de Baudelaire, “La muerte de los pobres”, que el autor había aceptado incluir en esta edición. No es fácil leer a Zilberberg, pues su escritura, para decirlo en términos caros a su modelo, es densa e intensa. De ahí que cualquier distracción o simple suposición pierdan al lector. Por eso Desiderio, en su texto, que es modelo de introducción, con su clásico didactismo tiende los caminos para una alertada y productiva lectura de Zilberberg. Es como si en el trasfondo todavía sintiera el traductor la demanda inicial presente en la escritura de nuestra Metodología, de elucidar una teoría, explicar sus procedimientos críticos y demostrar su aplicabilidad. Volviendo al tema, creo que los teóricos franceses a quienes tradujo estaban más que satisfechos del trabajo de nuestro homenajeado. Para prueba un botón: Jacques Fontanille e Ivan Darrault-Harris (2022) escriben que ese fenomenal trabajo de traducción “asegura a la semiótica francesa una influencia excepcional en todos los países de habla hispana (…) cuyos efectos directos se hacen sentir hoy día”. ¡Qué gran trabajo! Cuenta Marianne que al emprender arduas tareas, su padre solía repetir un aforismo de su pueblo: “¡Pa’lante como el alicante!” Y yo, para referirme al notable éxito de sus esfuerzos, quiero repetir otra de sus frases queridas, esta vez de su venerado Virgilio: “Labor omnia vincit” (Geórgicas).

Referencias

1 

Ballón, A. (1982). La semiótica en el Perú. Apuntes, (11), 39-58.

2 

Blanco, D. y Bueno, R. (1980). Metodología del análisis semiótico. Lima. Universidad de Lima.

3 

Fontanille, J., e Ivan Darrault-Harris (2022). Homenaje a Desiderio Blanco. Actes Sémiotiques, (127). Traducción de José García Contto. https://semioticaperuana.wordpress.com/2022/07/22/homenaje-a-desiderio-blanco/

4 

Zilberberg, Claude. (2016). Semiótica tensiva. Trad. de Desiderio Blanco. Universidad de Lima. Edición digital.

Notes

[1] Raúl Bueno Chávez nació en Arequipa, Perú, en 1944. Obtuvo su doctorado en letras en la Universidad Nacional de San Agustín (Arequipa) y cursó una especialización en semiótica en l'École des Hautes Études en Sciences Sociales. Ha sido profesor titular en las universidades de San Agustín y San Marcos e invitado por varias universidades hispanoamericanas. En su trayectoria destacan sus estudios críticos sobre literatura y cultura hispanoamericanas: fue director de la imprescindible Revista de crítica literaria latinoamericana entre 1997 y 2009; es autor de libros notables como Escribir en Hispanoamérica: ensayos sobre teoría y crítica literarias (1991) y Promesa y descontento de la modernidad: estudios literarios y culturales en América Latina (2010). En el campo de la semiótica figuran Metodología del análisis semiótico (1980), en coautoría con Desiderio Blanco, y Poesía hispanoamericana de vanguardia. Procedimientos de interpretación textual (1985). Es, además, poeta; la mayor parte de su producción se encuentra en Ensayo general (poesía reunida 1964-2014), publicado en 2015. Actualmente es profesor emérito de literatura en Dartmouth College (USA). (Nota de F. Corral).

[2] En esta sección debo información adicional y ciertas precisiones a Marianne Blanco Dejardin (Nota de R. Bueno).

[3] Según acredita su hija Marianne (Nota de R. Bueno).

 

Acerca del autor

Fortino Corral Rodríguez es doctor en español con énfasis en literatura hispanoamericana por la Universidad de Arizona. Actualmente es profesor-investigador de tiempo completo en el Departamento de Letras y Lingüística de la Universidad de Sonora (México). Autor del libro Senderos ocultos de la literatura mexicana: la narrativa fantástica del siglo XIX (2011); coordinador, junto con Gloria Vergara y Alejandro Palma, del libro Revisiones críticas de la literatura hispanoamericana: poéticas, identidades y desplazamientos (2020); director de ConNotas. Revista de crítica y teoría literarias. Sus áreas de interés son: la literatura fantástica hispanoamericana y el estudio de la semiótica literaria.