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¿Ha dicho usted “narratividad”?1

 

Resumen

En el actual panorama atravesado por la narratología, el storytelling y el uso generalizado del relato en la comunicación, se intentará restaurar el concepto de narratividad, que se debe a las investigaciones de Greimas y su Escuela, que tienen más de medio siglo de antigüedad. Es la narratividad la que nos ha permitido establecer la psicosemiótica y la etosémiotica, teniendo como objeto el comportamiento humano normal y patológico. La confrontación de la psicosémiotica con la etología humana abre una comprensión renovada e interdisciplinaria de la génesis temprana del sujeto, cuando los aportes psicoanalíticos permiten la construcción etosémiotica de modelos efectivos en la interpretación y prevención de comportamientos adolescentes peligrosos o incluso fatales. Así comienza a perfilarse el proyecto de Greimas: la semiótica sería el metalenguaje común a las ciencias humanas.

Palabras clave: A. J. Greimas, narratividad, narratología, relato, storytelling, semiótica, psicosemiótica, etosémiotica, etología humana

 

Abstract

In the current landscape traversed by narratology, storytelling, the widespread use of the story in communication, we will try to restore the concept of narrativity, due to the research of Greimas and his School, for more than half a century. It is narrativity that has allowed us to found psycho- and etosemiotics, the object of which is normal and pathological human behavior. The confrontation of psychosemiotics with human ethology opens up a renewed and interdisciplinary understanding of the subject's early genesis when the resources of psychoanalytic contributions allow the ethosemiotic edification of effective models in the reading and prevention of dangerous and even fatal adolescent behavior. Thus begins to profile Greimas' project: semiotics would be the metalanguage common to the human sciences.

Keywords: A. J. Greimas, narrativity, narratology, story, storytelling, semiotics, psychosemiotics, ethosemiotics, human ethology

 

Résumé

Dans le paysage actuel traversé par la narratologie, le storytelling, l’utilisation généralisée du récit en communication, on tentera de restaurer le concept de narrativité, dû aux recherches de Greimas et de son École, depuis plus d’un demi-siècle. C’est bien la narrativité qui nous a permis de fonder la psycho- puis l’éthosémiotique prenant pour objet le comportement humain normal et pathologique. La confrontation de la psychosémiotique avec l’éthologie humaine ouvre sur une compréhension renouvelée, interdisiplinaire de la genèse précoce du sujet quand les ressources des apports psychanalytiques permettent l’édification éthosémiotique de modèles efficaces dans la lecture et la prévention de conduites adolescentes dangereuses voire fatales. Commence ainsi à se profiler le projet de Greimas : la sémiotique constituerait le métalangage commun aux sciences humaines.

Mots-clés : A. J. Greimas, narrativité, narratologie, récit, storytelling, sémiotique, psychosémiotique, éthosémiotique, éthologie humaine

 


En homenaje y agradecimiento a Desiderio Blanco

Vivimos en un periodo en el cual el paisaje tanto mediático como conceptual en el campo de las ciencias humanas y sociales está atravesado por todos lados por los términos de: relato, narratividad, narratología; sin olvidar el famoso storytelling2 que ha conmocionado la comunicación publicitaria y política. En el campo que nos preocupa y nos toca de cerca, el médico, constatamos el potente advenimiento de la medicina narrativa que toma lugar hoy día en la formación de médicos. Así, la Universidad París V—Descartes fue pionera debido a la invitación realizada por Rita Chanron3 que estuvo en el origen de este gusto inédito por los relatos de los pacientes. Denis Bertrand toma nota de esta ola narrativa citando a Christian Salmon, el importador del storytelling:

Así, Christian Salmon4 observa que el desarrollo del paradigma narrativo reemplaza el razonamiento racional en todos los dominios sociales, económicos y políticos. Toma nota del triunfo de este paradigma en el seno de un debate que se remonta a los años 1970, que ya agitaba el ámbito de las ciencias del lenguaje: oponía, como dos modelos concurrentes susceptibles de fundar la inteligibilidad y la eficacia del discurso, de un lado el modelo argumentativo resultante de la retórica y relanzado por el trabajo que va desde Perelman hasta la obra del Centro de investigaciones semiológicas de Neuchâtel (en torno a J.-B. Grize) y, de otro lado, el modelo narrativo resultado esencialmente de la semiótica greimasiana (Bertrand, 2019, section 2).

Al constatar este dominio del ilusionismo narrativo, como semiotistas y discípulos de A. J. Greimas5 que somos, reconocemos este entusiasmo con cautela, ya que el fundador de la semiótica de la Escuela de París ubicó la narratividad en el centro de su teoría, de sus investigaciones, y también del trabajo de los investigadores que se reconocen como parte de su escuela. Y su obra se desligó rápidamente de la narratología que, además de fundar el storytelling, da lugar a grandes congresos internacionales dedicados al relato,6 donde la programación muestra ignorancia total de los logros de la semiótica narrativa greimasiana.

En su obra fundamental publicada en 1966, Sémantique structurale, Greimas emprendió, entre otras cosas, la reconsideración del análisis pionero del cuento (Propp, V., 1970, Morphologie du conte, originalmente publicado en Leningrado en 1928) y comenzó a elaborar una gramática narrativa general (mucho más allá del corpus de los cuentos) desarrollando, así, una hipótesis fundamental: las estructuras narrativas serían subyacentes a todos los discursos humanos, tanto verbales (literatura oral y escrita, discurso científico, histórico, filosófico, jurídico, etc.), así como no verbales (pintura, escultura, arquitectura, música, etc.). Preocupado por modelar la generación de significado en estos discursos, diseñó un modelo generativo en el cual la capa de estructuras narrativas es crucial, transmitiendo las estructuras semánticas profundas hacia la superficie del discurso, producto último del trabajo enunciativo. Y, en general, hemos conservado su modelo inicial que reconoce en cualquier unidad narrativa un número muy limitado de roles, los actantes: sujeto, objeto, destinador, destinatario, oponente y ayudante (estos dos últimos abandonados más tarde en una reducción final del modelo).

Esta notable gramática narrativa ha adquirido a lo largo de las décadas una gran complejidad y poder de descripción y análisis, y múltiples trabajos han demostrado su gran eficacia. Aunque, a menudo, requiere un verdadero esfuerzo para comprenderla y asimilarla.

Señalemos, pues, de entrada, que es precisamente esta elección de la narratividad, de la dimensión sintagmática del discurso, la que distinguió radicalmente el enfoque de Greimas y lo llevó progresivamente a separarse de Claude Lévi-Strauss, que favorecía, como sabemos, la dimensión paradigmática, para él, la fuente de significación global del mito.7

Señalábamos al principio que la moda de las referencias narrativas ha invadido los medios de comunicación y el periodista busca primero si existe o no una historia para retratar a un determinado político, el análisis de su carrera, porque la existencia de una historia es una condición que se ha convertido en una condición sine qua non para la atracción y comprensión del público, para el éxito del relato.8 Y, sobre todo, si esta historia conduce a la feliz creación de un mito.9

Ahora, para limitarnos a este único ejemplo de anexión, el semiotista solo puede considerar con una mirada crítica la medicina narrativa que se define como una competencia que permite reconocer, absorber (y ser conmovido) e interpretar las historias de las enfermedades de los pacientes. Si el hecho de dejar que el paciente despliegue el relato de sus males parece un progreso (¡cuando sabemos que en promedio el paciente solo puede hablar un poco más de un minuto antes de ser interrumpido!), es lamentable la total falta de conocimiento e incluso de interés por la gramática narrativa, la estructuración que genera el sentido en el relato. Recibir empáticamente lo contado, ser conmovido por ello, está bien, pero la interpretación, para escapar a una total subjetividad, debe basarse en marcas formales (morfológicas, sintácticas, semánticas) del relato; identificar los roles actanciales presentes y ausentes, las modalizaciones, los actores, las elecciones enunciativas, etc. Es muy extraño que la medicina, tan exigente y meticulosa cuando se trata de descubrir e interpretar los signos de disfunción de un órgano, se conforme con un enfoque perfectamente no científico, puramente intuitivo, del objeto relato, el cual, como veremos más adelante, resulta, después del análisis, contener signos muy valiosos sobre la patología del paciente y, sobre todo, orientar hacia la pertinencia de un proyecto terapéutico.

A principios de la década de 1980, nos propusimos concretar un “deseo piadoso” de Greimas (Greimas y Courtés, 1979, pp. 301-303), el de erigir una psicosemiótica centrada en la narratividad10 que se convirtió, unos diez años después, gracias a una ampliación de su objeto, en etosemiótica, es decir, la semiótica del comportamiento normal y patológico del ser humano, privilegiando tanto al niño muy pequeño (0-3 años) como al adolescente. Todo ello marcando un gran interés por la etología humana, especialmente la que invierte el psiquiatra infantil Daniel Stern. Daremos una visión general de estos dos aspectos complementarios de nuestras investigaciones.

1. La edificación de una psicosemiótica

1.1. El análisis de la relación terapéutica

La sala que acoge la práctica de terapia psicomotriz se reveló rápidamente como un laboratorio ideal, un espacio cerrado y controlado, para filmar y analizar las interacciones terapeuta/paciente. Desde el principio, fue el lugar de una intuición deslumbrante que continúa alimentando nuestro enfoque del comportamiento, considerando que las interacciones observadas podrían abordarse mediante los modelos utilizados en semiótica en el análisis del discurso verbal, tal como el propio Greimas había predicho.

Greimas confirma la pertinencia de esta visión original del objeto comportamental,11 y hemos procedido a la implementación de una metodología de segmentación y análisis del flujo comportamental. La hipótesis debía precisarse: el comportamiento podría aparecer como generable a partir de las estructuras semio-narrativas, escalando los niveles del modelo generativo greimasiano hacia la discursivización mediante el investimiento en actores, espacios y tiempos. Resultó crucial, para evitar caer en los surcos de la kinésica estadounidense, no perderse en los significantes múltiples que constituyen el comportamiento en la superficie observable (lenguaje, vocalización, mímicas, gestualidad, posturas, proxémica, etc.), sino construir desde el principio el nivel profundo de la narratividad para luego ascender hacia los diversos sistemas semióticos movilizados sincréticamente para dar origen al comportamiento.

El análisis de numerosas sesiones de terapia psicomotriz confirma de manera convincente la pertinencia de esta hipótesis, arrojando resultados que iluminan la práctica terapéutica: la existencia de una narrato-patología que afecta a los pacientes y la definición de estrategias de tratamiento para estos trastornos. La aplicación del esquema narrativo y del modelo actancial resultaría reveladora de acumulaciones actanciales problemáticas, de bloqueos que conducen a la falta de finalización de la trama narrativa que subyace al comportamiento. Sin embargo, obligados por la naturaleza sincrética de los discursos analizados a realizar un giro metodológico (cortocircuito de la descripción del significante y construcción directa de las estructuras semio-narrativas a partir de las marcas disyuntivas de superficie), descubrimos que los resultados del análisis semiótico de los comportamientos en terapia tenían un valor diagnóstico original que fue sometido con éxito a la evaluación de los profesionales.

Fue entonces la época de la edificación de una narrato-patología,12 concebida no solo como una descripción nosográfica más, sino como un análisis que abre estrategias y actos terapéuticos redefinidos y renovados: los sujetos inhibido, agresivo, temperamental o productor de metáforas desviadas (pre-psicóticos) eran ejemplos de hechos de desorganización que afectaban uno de los niveles del recorrido generativo, como por ejemplo, la construcción de los actantes, o el propio proceso generativo (como la conversión directa de las estructuras profundas en las estructuras discursivas). Esta comprensión de la localización de la desorganización dentro del recorrido generativo reveló operadores de cambio verbales y/o no verbales movilizables por el terapeuta.13

El análisis también revelaba la pertinencia del esquema narrativo14 de Greimas (1970) para comprender y tratar las compulsiones repetitivas, por ejemplo las producciones discursivas condenadas a quedarse inconclusas.15

Además, el enfoque psicosemiótico permitía participar en un proyecto de evaluación de los posibles avances en la terapia, analizando las transformaciones de las estructuras actanciales y discursivas que aparecen, por ejemplo, en los textos producidos de sesión en sesión.16

En cuanto a la primera etapa de nuestra investigación (de 1975 a 1984),17 dedicada principalmente al análisis de terapias psicomotrices, nuestro objetivo era establecer, casi filológicamente, el “texto” mismo de la sesión (a partir de grabaciones en video), construir su análisis semiótico nivel por nivel y luego transmitir los resultados, para su validación, a los agentes de la interpretación, los diagnosticadores clínicos y los terapeutas.

Así, nuestra psicosemiótica pretendía ocupar un terreno nuevo, virgen, escapando de las estériles rivalidades con las disciplinas que tradicionalmente tratan el comportamiento y/o el psiquismo humano (etología, psicología, psiquiatría, psicoanálisis).

Esta actitud, que queríamos clara, excluyendo tanto el imperialismo como la utópica fusión interdisciplinaria, nos permitió mantener un diálogo permanente y muy fructífero con las disciplinas mencionadas, hasta llegar finalmente (en los años 90) a la definición de un conjunto teórico-práctico original —bautizado, por iniciativa de Jean-Pierre Klein, como “psiquiatría de la elipse”— que se basa, entre otras cosas, en las elaboraciones teóricas de nuestra psicosemiótica.

Nuestro análisis de la terapia psicomotriz como producción discursiva permitió mostrar la pertinencia del modelo generativo greimasiano y respaldar la tesis de que un modelo semiótico único podría dar cuenta de manifestaciones discursivas diversas, incluso de naturaleza no verbal. Esta tesis sigue siendo hoy en día muy relevante y continúa caracterizando, entre otras cosas, la identidad de la semiótica de la Escuela de París.

1.2. El análisis semiótico de los trabajos de los etólogos

Es obvio que el semiótico interesado en abordar el objeto del comportamiento debe comenzar imperativamente por familiarizarse con las descripciones y análisis de los etólogos, privilegiando, como fue nuestra elección, los hechos comportamentales que han permanecido problemáticos, escapando así a las capacidades de resolución y comprensión implementadas, según las afirmaciones mismas de los autores de la investigación etológica.

1.2.1. El comportamiento maternal

El comportamiento materno en la relación con el bebé resultó ser ejemplar, ya que se benefició de descripciones etológicas detalladas, aunque demostró ser problemático al intentar proponer su significado. Consideraremos sucesivamente el sorprendente diálogo que surge en esta diada donde el bebé aún es afásico, luego las expresiones faciales que la madre dirige al bebé y que, para el semiótico en busca de estructura, forman un sistema, para, finalmente, intentar proponer una hipótesis sobre el sentido global del comportamiento materno.

Expondremos brevemente los comportamientos mismos tal como los presenta la etología, principalmente a partir de los trabajos de Daniel Stern (1985): esta es la primera etapa. La segunda consistirá en proponer un análisis semiótico de estos comportamientos. La tercera etapa estaría marcada, como indicamos, por los resultados del diálogo emprendido con los etólogos, es decir, la apropiación común de un metalenguaje.

1.2.1.1. El diálogo madre-bebé

Un fenómeno muy notable es que el bebé, aún incapaz de enunciación verbal, se inserta precozmente en la estructura del diálogo, en la diada preverbal /Yo/-/Tú/ (Stern, 1981, 28-30. Fig. 1). 18

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Duración promedio de una vocalización y la pausa que le sigue en el “diálogo” imaginario entre una madre y un lactante silencioso

Analizando, incluso estadísticamente, los diálogos madre-bebé durante el primer semestre, Stern señala la existencia de una pausa anormalmente larga (ver arriba en 4 el “diálogo” imaginario) en el siguiente diálogo tipo durante una situación común de alimentación con biberón; el bebé acaba de rechazar el chupete:

  • Madre: ¿Ya no tienes hambre? ¿No quieres más?

  • Pausa larga: (0.60 + 0.43 + 0.60)

  • Madre: ¡Podrías haberlo dicho antes! ¡Mamá habría ahorrado tiempo!

Iniciar un diálogo con un bebé no verbal mediante una pregunta merece ya un comentario, considerando que la espera de una respuesta es obviamente aún imposible. Pero es el significado de la pausa anormalmente larga que sigue a esta pregunta lo que requiere análisis. De hecho, este significado es proporcionado por la intervención materna que cierra el diálogo: ¡la madre actúa como si el bebé hubiera respondido verbalmente! La larga pausa observada por ella es el tiempo, el espacio para la futura respuesta verbal del bebé, aún por llegar. Esta futura respuesta, aún inexistente, es reconocida de antemano. Hablaremos aquí, desde el punto de vista semiótico, de una sanción paradójica de un rendimiento virtual.

La sanción tiene lugar en el esquema narrativo de Greimas, siendo la etapa final que sigue a la primera, en la cual se construye la competencia del héroe, y la segunda, que incluye la realización de la performance central del relato. Se observa que la madre sanciona tanto mediante la negación de la realidad, la existencia de la performance, como la de la competencia.

Este acto de sanción paradójica nos parece esencial, en términos generales, para que las performancias posteriores del bebé puedan realizarse. Esto es evidente, por ejemplo, con la sonrisa que, inicialmente (desde las primeras semanas, incluso los primeros días) se produce de manera endógena, sin ser en absoluto un acto de contacto social. Sin embargo, es reconocido inmediatamente como tal por los padres.

La madre que guarda un silencio destinado a acoger posteriormente la futura palabra del niño es muy diferente de las madres consideradas sobreestimulantes, que tienden a “bombardear” al niño con estímulos verbales y no verbales sin dejar siquiera al niño el tiempo de recibir y metabolizar esos impactos de comunicación. Un análisis de estos intercambios muestra, en este caso, intentos de retirada por parte del niño, que pueden llegar hasta la apnea.

1.2.1.2. El sistema de mímicas maternales

La madre, especialmente durante el primer semestre, desarrolla un comportamiento específico desencadenado por y dirigido al bebé. La etología nos muestra que los elementos constitutivos de este comportamiento rico y complejo no están vinculados a una área geográfica y cultural específica, sino que se observan, ciertamente con muchas variantes, en todos los lugares. ¿Cuáles son estos elementos? Expresiones del rostro, vocalizaciones, modos de mirar, presentaciones faciales, cierta gestión de la distancia íntima (dimensión proxémica). Pronto se hace evidente que la madre constantemente exagera en la intensidad y la duración, por ejemplo, de las expresiones-tipo del rostro, que son prácticamente las mismas expresiones de emociones universalmente reconocidas:

  • La simulación de sorpresa, que sirve para invitar al bebé a una interacción.

  • La sonrisa y la expresión de interés, que sirven para mantener y modular una interacción en curso y en progreso.

  • El fruncimiento de cejas con el giro de la cabeza, que sirve para indicar el fin, incluso temporal, de la interacción.

  • El rostro neutral (el “still-face”) significa evitar la interacción. 19

Estas cuatro expresiones maternas (rostro neutro, “solicitud”, simulación de sorpresa, sonrisa y fruncimiento de cejas) corresponden exactamente a las diferentes modalidades aspectuales del acto fático,20 un acto de establecimiento de contacto (“evitación, incoación, duración, terminación”). La madre, sin darse cuenta (de hecho, le resulta difícil verse a sí misma ejecutando estas expresiones cuando la filman), desarrolla una “pedagogía” del acto fático, permitiendo que el bebé construya gradualmente su propia competencia.

Así, desde los 6 meses, el bebé ya posee una competencia fática notable, tanto en la recepción como en la producción (más que el léxico de expresiones faciales, que vendrá más adelante, utiliza el abanico de orientaciones de la cabeza), y esto ocurre mucho antes de que aparezca el lenguaje. El sistema de sus posturas de cabeza comprende las siguientes posiciones, cada una acompañada de su sentido fático.

  • Orientación cara a cara (visión foveal):21contacto fático máximo.

  • Orientación oblicua (visión periférica): contacto fático atenuado.

  • Orientación perpendicular (visión interrumpida): contacto fático suspendido.

  • Orientación descendente (cabeza baja: visión interrumpida): contacto fático interrumpido.

Si, durante la alimentación, la madre interpreta la segunda y tercera posición como una invitación a persuadir al bebé de que continúe con su comida (aumentando la seducción), en cambio, la cuarta postura significa claramente un rechazo definitivo que debe ser respetado como tal.

Cabe destacar que la orientación de la cabeza hacia arriba, hacia el techo, si es repetitiva y de larga duración, es uno de los signos de comportamiento en niños autistas, indicando un trastorno grave del contacto.

Con el enfoque de la ontogénesis de las modalidades sensoriales del bebé, observamos no solo el desarrollo de la percepción, sino también el establecimiento del primer vínculo social y, aún más, la construcción de lo que hemos llamado la competencia fática, la base permanente de todos los procesos comunicativos y semióticos posteriores. Notamos que cada modalidad sensorial que se vuelve operativa se corresponde con un nivel bien definido de los componentes del acto fático:

  1. Nivel proto-fático: Percepciones auditivas y olfativas impuestas, no regulables, que permiten la discriminación y reconocimiento del compañero privilegiado (la madre), estableciendo la díada comunicativa (al principio del primer trimestre).

  2. Nivel fático: El afinamiento de la acomodación visual permite el dominio (alrededor de los 6 meses) —tanto en recepción como en producción— de las modalidades aspectuales del acto fático intencional (evitación, inicio, mantenimiento, conclusión). Se añaden a esto las producciones vocales y, posteriormente, las estrategias gestuales y proxémicas. Es importante destacar que el sistema “postura-gesto-mirada” constituye, en la vida diaria, el acto fático del adulto.

  3. Nivel meta-fático: Se distinguen los actos propiamente fáticos que buscan “establecer, prolongar o interrumpir la comunicación” (Jakobson) de aquellos que proponemos llamar “meta-fáticos”, que consisten explícitamente en “verificar si el circuito funciona” (Jakobson). Mientras que los primeros pueden utilizar significados infra- (como los “gruñidos” al teléfono) o no verbales (gestos y expresiones faciales), los segundos deben necesariamente movilizar el lenguaje verbal (“¿Me escuchas? ¿Me oyes?”).

Concluyendo este punto, planteamos la hipótesis de que estos diferentes niveles construidos en la ontogenia coexisten (respaldándose mutuamente) y constituyen, para nosotros, toda la profundidad y complejidad de la interactividad fática humana.

Nota: Irenaüs Eibl-Eibesfeldt, el famoso pionero de la etología humana, había señalado la existencia de universales en las expresiones faciales (como la “expresión facial de bienvenida al visitante extranjero”), que hoy en día podríamos incluir en la categoría de universales fáticos.

1.2.1.3. Hacia el sentido del comportamiento global de la madre

La utilización muy transgresora que hace la madre de la mirada22 (miradas mutuas extremadamente largas) nos remite a la conexión fática propuesta a través de las expresiones faciales. Lo mismo ocurre con las apariciones y desapariciones del rostro en el juego internacional de “Coucou”;23 este juego suele ir acompañado de grandes variaciones proxémicas: la madre se aleja mucho más allá de la distancia íntima, apartando o escondiendo su rostro, luego se precipita hacia el bebé descubriendo su rostro, presentándolo cara a cara; a menudo, ella concluye esta acción con una mordida simulada, para el gran deleite del niño.

Sin embargo, Stern, etólogo y psiquiatra infantil, suele sentirse muy perplejo al interpretar el sentido de estos comportamientos tan transgresores, a pesar de estar descritos de manera muy detallada; es difícil comprender su coherencia y, sin embargo, la madre realiza estos comportamientos, dice él: “en un solo y mismo sistema coordinado” (Stern, 1981, pp. 155-184). Además, es prácticamente imposible obtener de la madre una realización separada de uno u otro comportamiento. La interpretación de cada comportamiento distinguido con fines de análisis es entendida por Stern como un simple aprendizaje social, lo que plantea numerosos problemas no resueltos, especialmente cuando dicho aprendizaje transgrede completamente las reglas que se adquirirán posteriormente. A pesar de esta “pirueta” consistente en afirmar que la madre estaría entrenando al bebé para soportar, sin demasiadas consecuencias perjudiciales, las transgresiones que experimentará posteriormente, por ejemplo, en la dimensión proxémica. Describiendo de manera metafórica el comportamiento relacional de la madre con su hijo, Stern habla de una coreografía, de una danza: los actos de la madre y del niño están vinculados como en un pareja de bailarines a pesar de las distancias y las diferencias de comportamiento. Y, en relación con posibles dificultades, esto evoca los pasos en falso en la danza.

No es del todo casual que J. C. Coquet (1984), al principio de Le Discours et son sujet, tome prestada de Merce Cunningham su hermosa definición del bailarín como “centro que se desplaza a través del espacio”. Esta metáfora permite definir al actante y, más específicamente, al actante-sujeto, que, por su “presencia”, actualiza el predicado verbal o no verbal. Coquet agrega: “El bailarín que aparece en escena o el sujeto que toma forma sobre el papel se afirman como /yo/ y afirman su identidad” (p.10).

Nos parece que una interpretación global y satisfactoria del comportamiento que desencadena la madre dirigido hacia el bebé es posible a la luz de la fenomenología metabolizada por un semiótico como J.-C. Coquet, retomando y amplificando los análisis de Benveniste. Y nos sorprende la adecuación del conocido vocabulario del lingüista al comportamiento materno: posición, movimiento, centro de enunciación, instancia, presencia, etc. Sorprende también el texto que Coquet cita: “El objeto está cerca o lejos de mí o de ti, orientado de cierta manera (delante o detrás de mí, arriba o abajo), visible o invisible, conocido o desconocido, etc. El sistema de coordenadas espaciales se presta así para localizar cualquier objeto en cualquier campo, una vez que quien lo ordena se ha designado a sí mismo como centro y punto de referencia” (Benveniste, 1974, p. 68, citado por Coquet, 1992, pp. 45-46).

Para nosotros, lo que se construye tempranamente, más que el vago sujeto social, son los fundamentos de la inmadura instancia enunciante que constituye el proto-sujeto. Lo que la madre propondría de inmediato a la experiencia del bebé, descrita en todas partes como extremadamente receptiva y ávida de este descubrimiento, es un centro móvil en el espacio y el tiempo, un centro de proliferación discursiva particular de la persona. Centro que aparece y desaparece, generador de presencia; es un cuerpo presente que organiza, “ordena” el mundo, es un sujeto; en otras palabras, es transmitido como la experiencia de un anclaje. La madre escenifica para el bebé, fascinado por estos juegos miméticos y proxémicos, una representación anticipada de lo que será, cuando adquiera la capacidad de caminar y desplazarse en el espacio, convertirse en el centro organizador de su entorno. De hecho, como hemos visto, la madre juega sin cesar con los parámetros de la persona-cuerpo, del tiempo y del espacio, del acto fático y de sus modalidades que establecen la co-presencia como condición sine qua non de toda comunicación.

Como se ha entendido, la madre, mediante la inserción del bebé en el diálogo mucho antes de la aparición del lenguaje, lo introduce de inmediato en la narratividad, reforzando positivamente las performances aún por venir. Esta actitud de aceptación de las producciones del bebé puede extenderse a todas sus expresiones faciales, gestos, movimientos, producciones sonoras y manipulaciones de objetos. Por otro lado, la frecuente gestión lúdica que la madre hace del espacio y la proxémica, con juegos de alejamiento y cercanía,24 de presencia y de ausencia, produce una presentación anticipada y repetida del sujeto en el que se convertirá el bebé, moviéndose en el espacio, siendo el centro de enunciaciones no verbales y luego verbales, organizando su mundo circundante en relación con su anclaje corporal.

2. La clínica semiótica de la narratividad

Si bien hemos lamentado la falta de conocimiento de los trabajos de la semiótica greimasiana por parte de los propulsores de la medicina narrativa y los promotores de la narratología (aunque también se ignoran los trabajos de Barthes, Genette y Todorov), en la fase final de sus investigaciones, Daniel Stern, Bernard Golse25 y Sylvain Missonnier hacen referencia al filósofo Paul Ricœur y a su noción de identidad narrativa. Sabemos cuán cerca estuvo el filósofo de Greimas, manifestándole una gran estima y amistad, a pesar de las diferencias en el enfoque de la narratividad, como se evidencia en los volúmenes de “Temps et récit” (Ricœur, P., 1983; 1985).26

Uno de los primeros en abordar la relación madre-hijo desde una perspectiva etológica Daniel Stern (2011) propuso el concepto muy esclarecedor de “enveloppe narrative” (envoltura narrativa) (pp. 29-46) para caracterizar la operación de segmentación que da cuenta de la experiencia inicial y multisensorial del bebé. Desafortunadamente, este concepto sufre de la falta de una gramática narrativa, ausencia que se debe, como se discutirá más adelante, a su ausencia incluso en Ricœur.

Si bien es evidente que debemos renunciar a cualquier intercambio o proyecto de colaboración con la medicina narrativa, el campo abierto por Daniel Stern y Bernard Golse tiene el potencial de comenzar a realizar, aunque sea parcialmente, el proyecto greimasiano de una semiótica como lenguaje común para las ciencias humanas. Una clínica semiótica de la narratividad comienza a emerger, abriendo esperanza a una federación de las ciencias humanas que comparten el objeto comportamiento.

2. 1. De la identidad narrativa ricœuriana a la envoltura prenarrativa de Stern

Nuestra contribución, que muestra esta apertura interdisciplinaria, se basa especialmente en el examen de las propuestas de investigación común, presentadas por Bernard Golse durante una sesión memorable de nuestro seminario,27 y en su concepción de la clínica de la narratividad del bebé.

Pero lo que justifica para Stern, Golse y los psicoanalistas y psiquiatras infantiles de este grupo de investigación, el atractivo de las propuestas de Paul Ricœur, es específicamente la selección de la dimensión temporal28 y la introducción de la noción de identidad narrativa, rastro de la domesticación del tiempo por parte del ser humano. Ricœur hace del relato el único medio para expresar y compartir la experiencia subjetiva del tiempo. Además, de manera complementaria, sostiene que el relato, mediante la construcción de la intriga, permite superar y sintetizar lo heterogéneo. Lo citamos siguiendo a S. Missonnier: “[El relato] es fuente de discordia en tanto que surge, y fuente de concordia, en tanto que hace avanzar la historia” (Ricœur, 1990, p. 43). Sometido a la construcción de la intriga, el yo como personaje del relato se elabora internamente y se comunica al Otro gracias a su naturaleza narrativa. Por lo tanto, la identidad narrativa se elabora en el flujo temporal, manifestación de nuestra continuidad de existencia y también de nuestra pertenencia a una comunidad. Otro aspecto que merece ser destacado y que explica cierta facilidad en el diálogo con los psiquiatras es que Ricœur también se interesa por las manifestaciones, los síntomas de una psicopatología narrativa: la impotencia para decir, los desastres del contar y la impotencia para valorarse a sí mismo, todos se refieren a una identidad narrativa que sufre o está dañada. En este sentido, vale la pena leer el análisis de S. Missonnier sobre el personaje de Rosemary en la película de R. Polanski, Rosemary's Baby, un buen ejemplo de este sufrimiento por no poder contarse a sí mismo (Golse y Missonnier, 2011, pp.47-66).

Sin embargo, la investigación esencial de Stern es la que busca precisamente comprender las primeras etapas de la génesis de esta identidad narrativa en el bebé, con su proposición central de la envoltura prenarrativa. Ricœur y Stern convergen en la importancia otorgada a la experiencia subjetiva e intersubjetiva del tiempo. De hecho, S. Missonnier considera este encuentro como la fuente de la elaboración del concepto de envoltura prenarrativa: la envoltura prenarrativa del lactante es una unidad básica [hipotética] de la realidad psíquica infantil cuya estructura temporal es la característica principal. La envoltura prenarrativa corresponde, ante todo, al contorno de cambio en el tiempo, describiendo una trayectoria dramática de tensión. Designada como prenarrativa por esta razón, esta unidad aparece mucho antes del lenguaje y tiene sus raíces en “factores innatos”. Además, Stern afirma radicalmente: “La construcción del relato parece ser un fenómeno humano universal que traduce la estructura innata de la mente humana” (Citado por Missonnier, 1960, p. 60).

Intentemos acercarnos más a la noción de envoltura prenarrativa, un punto crucial para el futuro trabajo interdisciplinario que se desarrollará con los semiotistas. Stern propone identificar un marco temporal de prueba que aporta representaciones de motivación y afecto y que estructura globalmente la experiencia: por lo tanto la envoltura proto- o pre-narrativa es la forma representacional fundamental que coordina los esquemas básicos separados en una experiencia global única, emergente y subjetiva. La hipótesis fundamental aquí es que la puesta en juego de una motivación se analiza, durante un tiempo, como una estructura cuasi narrativa. Por lo tanto, todos los momentos de “estar-con-otro-de-cierta-manera” también se representan como envolturas proto-narrativas (Missonnier, 2011, p. 64). Así, una proto-intriga sostiene todo el proceso de representación de la globalidad de la experiencia vivida desde los 3-4 meses de edad.

Sin embargo, no se puede dejar de notar, y aquí se abre un espacio para la colaboración, que en contraste con la sutileza y sofisticación del análisis de la construcción temprana del proto-sujeto, la referencia a la gramática narrativa es bastante elemental, reducida a la co-presencia de un agente, una acción, un objetivo, un fin, un objeto y un contexto. Sin duda alguna, es en este punto, el más débil, donde la contribución semiótica podría ser más pertinente. ¡De ahí la paradoja de una contribución útil aunque inmanentista!

También se plantea el problema que J. C. Coquet nos ha enseñado, de pasar de la captación perceptiva, experiencial del mundo, a la segunda captación capaz de restituir, ciertamente de manera imperfecta, la captación inicial, asegurando en todo caso su coherencia debidamente evaluada; el paso, según su terminología, del estatus de no-sujeto a sujeto.29 Porque aquí es donde se constituye el proto-sujeto. Stern, para teorizar este paso, recurre a Ricœur y su noción de refiguración. La refiguración es el proceso de pasar de la historia a la narración, de un orden seriado fijo a reajustes predeterminados, de un patrón de énfasis y ansiedad por estrés a un nuevo patrón más elaborado, de un evento objetivo en tiempo real a eventos imaginarios en tiempo virtual.

Esta refiguración producida dentro de la envoltura pre-narrativa logra una “integración de la experiencia... un movimiento hacia la coherencia en fases sucesivas a menudo pasajeras de múltiples bosquejos..., una sincronicidad de elementos invariables conectados entre sí en el tiempo” (Ricoeur, 1990, p. 65). Estas son las condiciones para la aparición de un escenario. Se reconocerá en este término el núcleo freudiano del fantasma, el cual, si bien es de una originalidad esencial destacable, es secundario con respecto a la experiencia y no primario. Para ilustrar la constitución de la envoltura narrativa, Stern (2011) da el siguiente ejemplo:

Por la mañana, el bebé tiene hambre y llama a su madre. La madre se levanta y entra en la habitación del niño. Parece adormilada, con el cabello alborotado, etc. (rostro núm. 1). Luego, sale de la habitación, va a preparar un biberón o a arreglarse, se peina y se asea. Vuelve a aparecer (rostro núm. 2) para alimentar al niño. Después de la comida, se retira, se viste, se pone lápiz labial y aretes y se vuelve a peinar. Luego, regresa a la habitación para jugar un rato (rostro núm. 3). Después, se va de nuevo, se pone un sombrero y una bufanda alrededor del cuello. Vuelve a aparecer (rostro núm. 4) para despedirse antes de irse a trabajar (...) ¿Ha encontrado el niño subjetivamente cuatro rostros diferentes y cuatro madres diferentes? No. Identifica los rasgos invariables del rostro que permanecen constantes a lo largo de los diferentes cambios... (p. 37).

Si en este ejemplo Stern aísla una serie de percepciones visuales del bebé, insiste en que el lactante se ve obligado a administrar toda una constelación de elementos invariables pertenecientes a modalidades sensoriales distintas relacionadas con la audición, el olfato, el tacto, etc. Es esta constelación la que forma una unidad de experiencia subjetiva vivida, constitutiva de la envoltura narrativa. La formación de tal envoltura pre-narrativa presupone, punto importante, una forma temprana de abstracción y representación.

2.2. El bebe imita sus relatos

Esta habilidad tan temprana e inesperada se confirma con el descubrimiento de las capacidades narrativas no verbales realizadas por la psicoanalista Geneviève Haag, ya desde el segundo semestre de vida del bebé. Ella demuestra que el bebé está compuesto por dos “hemicuerpos” que utiliza para contar y evaluar un intercambio muy reciente. Aquí está la impresionante presentación que hizo B. Golse durante su intervención, ya mencionada, en nuestro seminario de semiótica en París:

Cuando el bebé y su madre acaban de tener una interacción muy armoniosa, feliz, intensa, emocionalmente exitosa, justo después, con un desfase temporal, pero sin desfase espacial (todavía está en brazos de su madre), se ve al bebé iniciar un gesto (luego perfeccionado) con su mano que parte de su cabeza, se dirige hacia el otro, como si fuera a tocarlo, y regresa. Un bucle que vuelve después de encontrar un punto de rebote en el otro. El gesto parte de la cabeza como si el bebé sintiera que es una parte del cuerpo no del todo igual a las demás. Mantendremos este gesto toda nuestra vida, por ejemplo, cuando hablamos, aunque esto depende de las culturas y las personas. La interpretación profesional de Geneviève Haag es afirmar que justo después de un momento interactivo muy exitoso, el bebé quiere contarnos algo: lo representa en su pequeño teatro corporal, contándonos lo que acaba de suceder. G. Haag incluso añade que quiere demostrarnos algo que empieza a entender: el circuito del intercambio. Algo salió de él, tocó al otro y regresó. Y lo que circula primero entre la madre y el bebé son las emociones. Y en esa misma palabra, hay un sentido de un movimiento que se envía, que toca el psiquismo del otro y que vuelve utilizable y modificable para el bebé (un circuito que probablemente escapa al autista). Y la pregunta es cuál es aquí el grado de simbolización: cuando el bebé hace esto, ciertamente está contando, pero prolonga en identidad de percepción, al seguir viviendo sensorialmente lo que vivió anteriormente. Muestra pero sigue viviendo. Aquí tienes un ejemplo de narratividad casi inmediata sin desfase espacial y un ligero desfase temporal (Cf. nota 25).

Esta puesta en escena muy teatral, por parte del bebé, de una interacción que acaba de ocurrir requiere un análisis semiótico complementario, en relación con el famoso artículo de Geneviève Haag (1985, pp. 107-114). “Puesta en escena”, porque esta producción narrativa no verbal está separada de la interacción en sí misma, aunque se debe cuestionar la naturaleza exacta de esta separación: el niño sigue en brazos de su madre y Bernard Golse habla de una identidad de percepción, como si la experiencia polisensorial inmediatamente anterior a ésta gozara de una suerte de remanencia que superara el ligero desplazamiento temporal. Queda por evaluar el grado de simbolización de esta narratividad casi inmediata, estrechamente relacionada con el registro sensorial aún presente.

Sin embargo, narrativamente, cada “hemi-cuerpo” es la base corporal que encarna a un actante de esta narración, el hemi-cuerpo derecho mostrando un desembrague claro, ya que representa con mayor frecuencia el “ella” de la madre, y el izquierdo el “yo” del bebé. Por otro lado, la interacción de los brazos y las manos es capaz de imitar tanto la interacción efectiva como lo que es crucial destacar, su ausencia, su fracaso. Porque la puesta en escena de esta ausencia, de este fallo, nos aleja evidentemente de la identidad de percepción para introducir una identidad de sentimiento, un estado apasionado que sanciona el fracaso del intercambio.

Para el etosemiótico, la descripción y el análisis de estas secuencias de comportamiento excepcionales nos llevan a proponer un modelo gradual del paso de la experiencia sensorial, de la captura a la recaptura narrativizada y evaluativa, en la medida en que la reanudación a través del lenguaje verbal aún es imposible. Pero, ¿no indicaba Benveniste que el proceso de enunciación verbal volvía a producir la “realidad”?

Esta secuencia, como muchas otras, muestra la existencia en el bebé de dos instancias que participan conjuntamente en la constitución del proto-sujeto: una instancia de percepción directa del entorno, multisensorial (que lo convierte en una especie de proto-no-sujeto, según la terminología de Coquet) y, ya, una instancia de recaptura juzgadora, evaluadora de esta experiencia (que lo constituye en una forma de proto-sujeto). Solo la hipótesis de la convivencia de estas dos instancias permite dar cuenta, entre otras cosas, de la progresión lógica de la experimentación con objetos. Aquí es donde nos encontramos, pero semióticamente, con la problemática ya mencionada, de la refiguración introducida por Ricœur y explotada por Stern.

3. La teoría de la elipse, el arte-terapia, la adolescencia

Durante la segunda etapa (después de 1984) de la construcción de la psicosemiótica convertida en etosemiótica, se produjo un triple cambio: primero, el tipo de terapia objeto de nuestros análisis, es decir, la psicoterapia basada en el arteterapia que reemplazó a la terapia psicomotriz, corporal; segundo, nuestra implicación directa en la psicoterapia30 y, luego, el desarrollo de la teoría de la elipse con Jean-Pierre Klein. Sin embargo, este encuentro con un nuevo universo terapéutico puso bruscamente de relieve ciertas limitaciones del modelo greimasiano, que hasta entonces había sido una referencia teórica casi única, aunque preservando la pertinencia intacta de la dimensión narrativa, que también debía alimentar la teoría de la elipse. Nuestras referencias epistemológicas fueron las de la fenomenología, tal como las desarrolló Coquet en su teoría de las instancias enunciantes.

En efecto, la teoría de la elipse se basa en la necesidad de ofrecer al paciente un desplazamiento de su enunciación, desde un foco de dicción (fundado en el yo/aquí/ahora) hasta un foco de ficción (fundado en un él/allí/entonces), un lugar de creación marcado por la narratividad verbal y no verbal.

Así se construyó una teoría del cambio humano en psicoterapia, teniendo en cuenta los obstáculos de esta transformación deseada, sea de la prevalencia de los síntomas, tanto como de las defensas y de las resistencias al cambio. La opción arteterapéutica inducía una estrategia de desvío (evitar el ataque directo a los síntomas) al proponer al paciente un trabajo creativo en un espacio disponible, no sintomático y no defensivo.

Aquí solo podemos mencionar un descubrimiento importante: los síntomas aparecieron, en su repetición irreprimible, como estructuras narrativas compactas, bloqueadas, sincréticas que el trabajo en el foco de ficción finalmente permitió desincronizar y desplegar en narrativas.31

Este período prolongado de ejercicio de la psicoterapia y elaboración de la Teoría de la Elipse fue el lugar de descubrimiento de una integración deseable, en los modelos etosemióticos propuestos, de aportes conceptuales provenientes del psicoanálisis, específicamente de Freud.

No es inútil recordar que Greimas (1966), en la elaboración inicial de su modelo actancial (pp. 187-191), lo hizo en compañía de las propuestas de Freud, consideradas muy cercanas. En una carta escrita un año antes de su muerte, Greimas reveló que la obra de Freud lo obsesionó durante mucho tiempo (especialmente la Traumdeutung), que le enseñó la profundidad del discurso (pensamos, por ejemplo, en los niveles latente y manifiesto del sueño) y reveló la existencia de lo que más tarde llamaría isotopía. Freud fue considerado por Greimas, claramente, como un pre-semiotista. Y el famoso modelo generativo de Greimas debe más a Freud que a Chomsky.

3.1. Un problema lacerante

Nuestra deuda con el psicoanálisis se incrementó considerablemente durante el estudio y modelización de los discursos y comportamientos adolescentes, ya que nos enfrentamos a la difícil cuestión, filosóficamente antigua, de las relaciones entre el cuerpo y lo que Freud llamó “espacio psíquico”, fundando así el psicoanálisis, en una ruptura tanto con la medicina como con la psicología de su época.32 Si nuestra investigación sobre la génesis temprana del sujeto otorgaba gran importancia a la génesis sensorial del bebé, era necesario reconocer la importancia crucial del cuerpo en los cambios de la pubertad. Sin embargo, nos encontramos ante la imposibilidad de definir semióticamente la relación entre este cuerpo y el espacio psíquico del adolescente.

Freud nos ofreció la solución al plantear la hipótesis, a menudo confirmada en su experiencia clínica, de que un evento corporal (mutilación, lesión, etc.) provoca el despertar de fantasías “dormidas” en el espacio psíquico. La alianza del evento corporal/fantasía puede generar una neurosis latente hasta ese momento o, paradójicamente, poner fin a una neurosis que resistía al tratamiento psicoanalítico.

Aquí está el descubrimiento de Freud, notablemente destacado por Paul-Laurent Assoun en su obra Corps et symptôme:

Sucede con mucha frecuencia que, en personas con disposición a la neurosis, sin sufrir específicamente de una neurosis declarada, una transformación corporal enfermiza (Körperveranderung) [cambio corporal] —por inflamación o lesión— despierta el trabajo del síntoma, de tal manera que este síntoma, provisto por la realidad, se convierte rápidamente en el representante de todas esas fantasías inconscientes que solo esperan la ocasión de apropiarse de un medio de expresión (Freud, 1917, p. 406).

Si las fantasías, como sugiere Freud, son realmente similares a perros que solo duermen con un ojo y si las fantasías son despertadas por un evento corporal (lesión, trauma, “problema de salud”),33 entonces se puede considerar que la fantasía de auto-engendramiento se activa, suscitada por la revolución corporal vivida en la adolescencia. Recordemos que este período es efectivamente el de un triple duelo producido por una múltiple castración: primero, la del cuerpo del niño, tan estable y confortable; la del par parental que dio origen a ese cuerpo; y, finalmente, la del nuevo cuerpo, el ideal que uno soñaba y que no llegará. El/la adolescente, fantasiosamente, se coloca en una posición de ubicuidad: ocupar simultáneamente su propia posición y la de un demiurgo capaz de engendrar y controlar este nuevo cuerpo. Se ilumina así la relación entre el cuerpo en mutación y la psique en transformación. Relación, unión semiótica entre una entidad de significado, un contenido, el guion fantasmático de auto-engendramiento y un significante disponible, una forma para aprehender la transformación pubertaria.

Por lo tanto, nuestra hipótesis era que un evento corporal importante, la pubertad, despierta esta fantasía al proporcionarle lo que le falta, un medio de expresión, para constituir una entidad semiótica completa: la fantasía de auto-engendramiento se activa con la aparición de un nuevo cuerpo que escapa a la iniciativa de los padres y también a la del sujeto adolescente, convirtiéndose así, como veremos, en la fuente de las conductas de riesgo.

3.2. La integración del fantasma del auto-engendramiento

Para comprender mejor la originalidad de este escenario fantasmático, recordemos un fantasma infantil muy común en la que el sujeto imagina que sus progenitores no son en absoluto sus padres, sino que fue adoptado, incluso comprado a sus verdaderos padres (un amigo, un escritor conocido, imaginaba haber sido vendido por gitanos y buscaba con ojos llorosos a su verdadera familia cada vez que se instalaban caravanas en su pueblo: aquí nos remontamos a alguna novela del siglo XVIII, expansión literaria del fantasma).

El fantasma adolescente despertado por la pubertad es muy diferente: el adolescente imagina la posibilidad de ocupar su lugar y el de sus padres, realizando un acto de auto-engendramiento. Es, por lo tanto, un cuestionamiento radical de la única transmisión incuestionable, la de la causa de su nacimiento y la transmisión de un genoma que produce un cuerpo sexuado, sin olvidar que la psique misma es el resultado de la historia generacional y de las interacciones familiares.

Este fantasma activado en la adolescencia, vinculado al cuerpo en mutación, permite entender la generación de comportamientos, conductas típicamente adolescentes, ya sean conductas consideradas de riesgo o producciones simbólicas que emergen en este período, incluyendo las prácticas de escritura.34

El análisis de los comportamientos adolescentes (Darrault-Harris, 1994; 1999; 2004) se elige por su valiosa ejemplaridad; la transformación espectacular del cuerpo durante la pubertad, un episodio único en la vida del individuo, como se puede observar fácilmente, genera modificaciones profundas en las producciones semióticas del sujeto en todas las esferas de significación disponibles: lenguaje, gestualidad, apariencia vestimentaria y física (piercings, tatuajes, etc.), conductas típicas (como las consideradas “de riesgo”). De hecho, los adolescentes (en Europa y Occidente) tienden a multiplicar conductas que ponen en peligro su salud e incluso su vida (consumo excesivo de alcohol —atracones de alcohol o binge-drinking— o drogas; tomar riesgos en la conducción de vehículos; intentos de suicidio, etc.). Esto a pesar de los programas de prevención de estas conductas, que suelen resultar ineficaces en nuestra opinión debido a la falta de comprensión del motor somato-psíquico profundo detrás de estas conductas.

Veamos de nuevo la pertinencia de integrar los conceptos de espacio psíquico, fantasma y trabajo con síntomas en un modelo de comportamiento etosemiótico.

¿Cuáles son las condiciones para lograr una integración exitosa de un concepto perteneciente a una disciplina distinta, en este caso, el psicoanálisis? ¿Cómo evitar el peligro del eclecticismo conceptual?

  1. La primera condición es, evidentemente, la existencia de una carencia conceptual irresoluble dentro del cuerpo de conceptos semióticos.

  2. La segunda condición es la existencia, en la disciplina extranjera solicitada, de un concepto que presente rasgos semióticos que auguren una posible integración en un modelo semiótico y que sea susceptible de satisfacer la carencia en cuestión.

En relación con la primera condición, el análisis etosemiótico del comportamiento de riesgo adolescente se enfrenta a una carencia, una doble elipsis narrativa: poner en peligro la salud, e incluso la vida misma es un acto privado con causas claras y consecuencias buscadas. Un acto insensato desde el punto de vista de la lógica narrativa, que aparece como completamente fortuito, incluso si suele ir acompañado de una sensación paradójica de euforia. Como se puede ver, tal acto solo puede generar reacciones disléxicas.

La emergencia, en las producciones semióticas de los adolescentes (prácticas de doma, e incluso de martirización del cuerpo, prácticas discursivas), de un fantasma recurrente cumple con la segunda condición. De hecho, el fantasma, según la definición de Laplanche y Pontalis, es “un escenario imaginario donde el sujeto está presente y que representa, de manera más o menos deformada por los procesos defensivos, el cumplimiento de un deseo y, en última instancia, de un deseo inconsciente” (Laplanche y Pontalis, 2002, p. 152). De naturaleza esencialmente narrativa, este concepto está predeterminado para poder integrarse en una modelización semiótica.

3.3. Un ejemplo de conducta de riesgo grupal

Pero, ¿cómo justificar la aparición y la fuerza de tal fantasma en la adolescencia? Un fantasma cuya estructura narrativa es, cuanto menos, sorprendente: el sujeto se imagina tomando el lugar de la pareja parental y engendrándose a sí mismo, colocándose en el origen de su propia existencia. Este escenario se presenta como una solución a todas las dificultades relacionadas con la ardua búsqueda de identidad.

Para continuar justificando esta hipótesis, tomemos un ejemplo de conducta de riesgo colectiva que ocurrió recientemente en mi ciudad: un grupo de adolescentes decide cruzar arrastrándose una autopista de noche. El riesgo de muerte es muy real: un adolescente resulta muerto.

Aquí tenemos el relato completo de una prueba colectiva (que Greimas habría calificado como cualificante): cada participante está llamado a justificar su competencia, a realizar para ello una actuación y, en última instancia, a recibir una sanción positiva.

Aparecen tres niveles distintos y complementarios de significación:

  • el primer nivel de análisis es el de la transgresión: está prohibido que los peatones ingresen al espacio de la autopista;

  • el segundo nivel, como el anterior, es de naturaleza sociosemiótica, el establecimiento de un rito de iniciación (en una sociedad en la que casi todos han desaparecido): los adolescentes que superan la prueba son confirmados como pertenecientes al grupo;

  • el tercer nivel, el más profundo y generalmente ignorado, es proporcionado por el análisis etosemiótico, es el de un acto de autoengendramiento, de reinicialización de su existencia gracias a la asunción de riesgos mortales. Más allá del roce con la muerte, comienza una nueva vida para el sujeto, la que acaba de concederse a sí mismo.

El adolescente rechaza lo que no puede ser rechazado, es decir, que es simplemente el resultado de un heteroengendramiento bajo la responsabilidad de la pareja parental. Imagina colocarse en la fuente de su existencia, viendo en ello la solución a todos los problemas relacionados con su difícil búsqueda de identidad. Así, la asunción de riesgos mortales le permite reiniciar la vida, dándose así mismo una nueva vida de la cual es el único autor.

Aunque el acto en cuestión proporciona un intenso júbilo, el resultado sigue siendo efímero. El acto debe repetirse, con un mayor riesgo, lo que eventualmente podría llevar a un desenlace fatal. En este punto, se puede decir que para algunos adolescentes hay una adicción a la conducta de riesgo.

Este análisis de la preeminencia de este fantasma, fuente de conductas de riesgo en el contexto de la mutación corporal, permite iluminar las banales conductas de riesgo comunes en los adolescentes:

  • algunos intentos de suicidio: el sujeto descubre que el autoengendramiento, decididamente, es imposible y decide interrumpir su vida para recuperar el control de su existencia. Desafortunadamente este acto es, en comparación, de gran facilidad. Las adolescentes, afectadas por el rechazo a sus cuerpos porque no se ajustan a los cánones actuales de la belleza femenina, corren un riesgo particular de seguir este temible escenario;

  • algunas patologías graves que, como hemos observado con frecuencia, están relacionadas con la negación del heteroengendramiento, como es el caso de la anorexia nerviosa en adolescentes.

3.4. Una viñeta clínica: Bárbara

Haré referencia a una de las consecuencias más graves del rechazo al heteroengendramiento que conduce con demasiada frecuencia a la muerte: la conducta anoréxica en las adolescentes (que a menudo comienza con una dieta estricta). Lo ilustraré con un caso clínico seguido en nuestro servicio de psiquiatría infanto-juvenil.

Una adolescente anoréxica, Bárbara, estaba en una situación tan preocupante que se encontraba haciendo reposo en el servicio de psiquiatría del hospital. Me decía explícitamente que haber emprendido la búsqueda de un nuevo cuerpo que le convendría, un cuerpo “transparente” (sin relación alguna con el cuerpo femenino materno: al igual que todas las anoréxicas graves, había interrumpido su ciclo menstrual). Quería “darse a luz a sí misma”, intentando así, según nuestra hipótesis, materializar el fantasma de autoengendramiento. Estaba en peligro de muerte (debido a su nivel de potasio en sangre) y los pediatras del servicio querían recurrir a la alimentación forzada por vía intravenosa. Tomé el riesgo, con el acuerdo del jefe de servicio, de oponerme (implicando así una gran responsabilidad), ya que este acto violento ponía fin evidentemente a la psicoterapia.

Se le debían proponer todas las virtudes de la aceptación y la asunción del heteroengendramiento. Pero, ¿cómo?

Una idea cruzó mi mente y fui hacia ella, me senté al borde de su cama (de la clínica, literalmente) y abrí un libro que mostraba bellas reproducciones del techo de la Capilla Sixtina en Roma cubierto con las famosas pinturas de Miguel Ángel. Llamé su atención hacia una escena central, aquella en la que Dios extiende su mano hacia Adán, quien a su vez extiende la suya hacia Dios esperando con tanto deseo ser creado y recibir el aliento divino de la vida (fig. 2).35

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No podría imaginar una representación más espléndida del heteroengendramiento.

Permaneció fascinada durante mucho tiempo con esta reproducción, mientras yo me limitaba a hacer un comentario que, tal vez, ella no escuchó realmente.

El impacto de este encuentro visual con lo que rechazaba en lo más profundo de sí misma desencadenó una fuerte reacción y la salida progresiva, adecuadamente acompañada, del estado de emergencia médica en el que se encontraba. Su comportamiento anoréxico comenzó a ceder y se encaminó, lentamente, hacia la curación.

Conclusión

Greimas (1990) en el artículo “Narratividad” de su Diccionario razonado de teoría del lenguaje, toma una posición radical en cuanto al lugar de las estructuras narrativas en la modelización de la competencia narrativa. Él escribe:

Si se considera que las estructuras discursivas dependen de la instancia de la enunciación y que esta instancia suprema está dominada por el enunciador, productor de los enunciados narrativos, las estructuras semio-narrativas aparecerán, en este caso, subordinadas a las estructuras discursivas, como el producto lo está al proceso productor. Pero puede muy bien pretenderse también lo contrario —y es la actitud que adoptaremos—, viendo en las estructuras narrativas profundas la instancia apta para explicar el surgimiento y la elaboración de toda significación (y no solamente verbal) […] Estas estructuras semióticas […] son, para nosotros, el depósito de las formas significantes fundamentales […] En nuestro proyecto semiótico, la denominada narratividad generalizada —liberada de su sentido restringido que la vinculaba a las formas figurativas de los relatos— se considera como el principio organizador de todo discurso (p. 274).

Es esta notable definición y esta posición de la narratividad en el proceso semiótico verbal y no verbal lo que ha sustentado constantemente nuestra investigación psicosemiótica y etosemiótica.

Desde los primeros minutos de nuestra existencia, somos acogidos en el mundo de la narratividad y nuestra predisposición hacia esta acogida probablemente sea innata. Y siempre es esta dimensión la que preside la organización, la coherencia de nuestras primeras experiencias dentro de las envolturas prenarrativas, de nuestras primeras proto-representaciones de lo vivido.

Más allá de la infancia, es nuevamente el relato utópico, elíptico de la asunción de riesgos adolescentes el que marca la difícil búsqueda de una nueva identidad asociada a la irrupción de un nuevo cuerpo.

Ciertamente se puede ver el relato en todas partes, regocijarse o escandalizarse, o aprovecharlo como un eficaz medio de manipulación de los demás. Pero, ¿no es esencial continuar incesantemente el trabajo de descubrimiento, la comprensión de los misterios de la producción de significación narrativa, que acompaña a toda comunidad humana?

El recordado Ítalo Calvino, el único escritor que compuso un libro36 a partir de una matriz semiótica greimasiana, el cuadrado semiótico (Calvino, 1984), se atrevió a esta provocación: el hombre, antes de pensar, comenzó contando historias.

¿Precedería el homo narrans al homo sapiens?

Heme aquí, entonces, diciendo y repitiendo, incansablemente, “narratividad”.

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Notes

[1] Este texto fue publicado originalmente en francés, en Journal de la psychanalyse de l’enfant, núm.1, vol. 10, 2020.

[2] Consultaremos, para nuestro provecho, la notable presentación y análisis de Bertrand, D. (2019), “De la narratologie à la narrativité, et retour”, Pratiques, 181-182.

[3] Rita Charon (nacida en 1949) es médica, fundadora y directora en la Universidad de Columbia (Nueva York) del Programa de Medicina Narrativa. Citaremos su obra principal: Charon, R. (2006). Narrative Medicine: Honoring the Stories of Illness.

[4] Salmon, C. (2007). Storytelling. La machine à fabriquer des histoires et à formater les esprits.

[5] A. J. Greimas (1917-1992), de origen lituano, se exilió en Francia después de la guerra, enseñó en Alejandría (junto con R. Barthes), en Ankara, Poitiers y fue elegido en 1965, con la ayuda de Lévi-Strauss, en la EPHE (sección VI) que se convirtió en EHESS de París, donde desarrolló toda su carrera y dirigió un seminario internacional de semiótica.

[6] Tal como el congreso “Narrative matters. Récit et savoir”, realizado por la Universidad Americana de París con la Universidad Paris-Diderot, en junio de 2014. Pero también hay quienes organizan regularmente la European Narratology Association o la International Society for the Study of Narrative.

[7] Ver nuestro capítulo: Darrault-Harris, I. (2013) La rencontre Greimas/Lévi-Strauss: une convergence éphémère ?”, en Ana Claudia de Oliveira (ed.) As Interações sensíveis (pp. 107-120).

[8] Es una destacada presentación narrativa la que ha vuelto a poner en el primer plano de la escena política François Fillon. Ver nuestro texto : Darrault-Harris, I. (2019)Plus dure sera la chute... Un discours de victoire de François Fillon, en V. Estay, P. Hachette y R. Horrein (eds), Sens à l’horizon. Hommage à Denis Bertrand.

[9] Este es el caso del destacado cocinero Thierry Marx. Ver nuestra participación en el dossier que le fue consagrado por el Nouvel Observateur, núm. 2855, pp. 19-21.

[10] A Greimas, el fundador de la Escuela Semiótica de París, se le atribuye el mérito de haber tenido la audacia de utilizar modelos semióticos narrativos recién elaborados desde la Semántica Estructural para dar cuenta de las interacciones dentro de una práctica de psicodrama analítico, con la ayuda de Moustapha Safouan.

[11] Después de haber tomado conocimiento de nuestro artículo principal (Darrault-Harris, I., 1979), Greimas, en una carta del 13 de enero de 1980, expresó su satisfacción y nos alentó vivamente a continuar en esta dirección. Escribió: “Permítame felicitarlo por su análisis psicomotor, que es excelente en claridad y apertura a un nuevo campo de ejercicio. Su propuesta de cortocircuitar la descripción exhaustiva del significante permite salir del callejón sin salida”. Esta aprobación tan positiva por parte de Greimas fue decisiva en el desarrollo de nuestras investigaciones. El término “court-circuit” (cortocircuito) pertenece a Greimas, quien nos apoyó en este acto de inversión metodológica que consiste, después de identificar disyunciones en la superficie del discurso-comportamiento, en construir directamente las estructuras semio-narrativas, sin dispersarse en el análisis de las semióticas movilizadas por un discurso de naturaleza sincrética. Se planteó la hipótesis de una coherencia entre el comportamiento y el discurso, conferida precisamente por la armadura semio-narrativa profunda.

[12] Los elementos de esta narratopatología se desarrollan en nuestro libro en colaboración Darrault-Harris, I., Aucouturier, B. y Empinet, J. L., 1984, pp. 107-135). También se puede consultar nuestro análisis del sujeto limítrofe (border-line) en Darrault-Harris, I. (1995).

[13] Esto es, la técnica de acogida y tratamiento de las metáforas patológicas. Un niño declara durante una sesión: “El balón es un hongo mortal”. El contenido semántico profundo de “muerte” se inyecta directamente en un objeto en la superficie del discurso (Ver Darrault-Harris, I., Aucouturier, B. y Empinet, J. L., 1984, pp. 215-227).

[14] Elemento central de la gramática narrativa de Greimas, el esquema narrativo analiza las tres fases sucesivas del relato tradicional: construcción de la competencia del sujeto-héroe, realización de la performancia central, sanción de esta performancia.

[15] Aquí, nos referimos al caso de Kathryn presentado en un capítulo de nuestra obra (Darrault-Harris, I., 2010) Psychiatrie de l’Ellipse, pp. 85-126. [Versión en español: Psiquiatría de la elipse, pp. 85-125].

[16] Aquí se trata del análisis semiótico “a ciegas” (sin información sobre el niño autor) de pequeños relatos escritos durante sesiones de logopedia. A partir de la evolución de las estructuras actanciales y discursivas, pudimos identificar la problemática del niño y la dinámica positiva del tratamiento: “El cuento escrito en la sesión”, Eidôlon, 30 (1986), Université de Bordeaux III, 135-146.

[17] Este reconocimiento, fruto del diálogo, se manifestó primero con la propuesta de un puesto a tiempo parcial en el entorno hospitalario, luego con nuestra elección como vicepresidente del Colegio Nacional de Psiquiatría Francés y, finalmente, con nuestra integración en un proyecto de investigación del INSERM sobre la evaluación de las psicoterapias y el método de casos únicos.

[18] Traducción de la figura que indica los segmentos de vocalización y pausa alternadamente: 2 Vocalizaciones de una madre a su bebé; 3 Vocalizaciones de un bebé a su madre; 4 “Diálogo” imaginario entre una madre y un bebé silencioso [N. del T.].

[19] Esta mímica suele ser la de la madre que, durante la alimentación, no quiere que se interrumpa, ya que el bebé siempre prefiere la comunicación a la alimentación.

[20] El término fático (comunión fática) fue propuesto por el etnólogo B. Malinowski, para designar el descubrimiento, en el seno de las reuniones indígenas, de intercambios verbales que tienen sobre todo una función de contacto y no de transmisión de información. Esta noción fue retomada por Jakobson (modelo de las funciones del lenguaje) y suscitó el interés del propio Benveniste.

[21] La fóvea es la parte de la retina que garantiza una percepción de calidad óptima.

[22] Observamos que la duración sostenida de la mirada, entre personas desconocidas, adquiere un significado social muy fuerte (de ahí que se evite este exceso).

[23] El juego de “coucou” aquí referido no es conocido en el mundo hispano bajo esta denominación. Quizá “ahora me ves-ahora no”. Una popular película, La Era de Hielo (Chris Wedge, 2002), en su versión de doblaje latinoamericano hizo muy extendido “On ta bebé” ―por ¿dónde está el bebé?― mientras el enunciador se tapa la cara ocultándose de aquel a quien se desea sorprender [N. del T.].

[24] No podemos en modo alguno no evocar aquí el juego de su nieto observado por Freud, el cual lanza un carrete sujeto por un hilo y luego lo trae hacia él, recitando estos dos movimientos con “Fort, da!”, “¡Por ​​allá, por aquí! ”. El bebé, aquí, simboliza su anhelado dominio de la alternancia presencia/ausencia de la madre.

[25] Bernard Golse es psiquiatra y psicoanalista infantil, ex jefe del departamento de psiquiatría infantil del hospital Necker de Enfermedades Infantiles de París y profesor de psiquiatría infantil y adolescente en la Universidad de París V-Descartes. Después de numerosas reuniones, lo invitamos a nuestro seminario internacional de semiótica, en París, el 20 marzo de 2013.

[26] La transcripción del amistoso y apasionante enfrentamiento entre Greimas y Ricoeur, en París, se puede encontrar al final del libro de Hénault, A. (1994).

[27] Es posible consultar en línea la transcripción de la intervención en el Seminario Internacional de Semiótica de París (20 de marzo de 2013): http://epublications.unilim.fr/revues/as/5650

[28] Los semióticos de la Escuela de París, sin embargo, han trabajado mucho en la cuestión de la temporalidad: J.C. Coquet (1997); Bertrand, D. y Fontanille, J. (eds.) (2006).

[29] Sobre la distinción de no-sujeto/sujeto ver Coquet, J. C. (2007), pp. 23 y siguientes.

[30] A tiempo parcial, durante 11 años, en el servicio de psiquiatría infantil y juvenil del hospital de Blois, donde el psiquiatra Jean-Pierre Klein, promotor del Arteterapia en Francia, era el jefe de servicio.

[31] El caso de Beatriz, ilustra este descubrimiento. Cf. Darrault-Harris, I. y Klein, J. P. (2010), pp. 141-194.

[32] Este acto fundacional tuvo lugar a fines del siglo XIX, cuando él acababa de completar una pasantía en el hospital de la Salpêtrière con Charcot, en París.

[33] Reconozcamos en este punto nuestra deuda con el notable libro de P. L. Assoun (1997)Corps et symptôme, Tomo 1: Clinique du corps; y con su participación en nuestro seminario.

[34] Es importante destacar que el discurso autobiográfico (como en los blogs), tan popular entre los adolescentes, se basa en la realización simbólica del auto-engendramiento, ya que el sujeto escritor proyecta en la narrativa ficticia un nuevo “yo”.

[35] Esta audaz representación de un Adán deseando ser creado, compartiendo ese deseo con Dios, como iguales, le valió críticas a Miguel Ángel.

[36] Se trata de Si par une nuit d’hiver un voyageur (Calvino, I., 1981).

 

Acerca del autor

Ivan Darrault-Harris es Profesor Emérito de la Universidad de Limoges. Sus principales líneas de investigación son la etosemiótica del cambio del sujeto y de los comportamientos riesgosos en adolescentes, la semiótica cognitiva y la ontogénesis normal y patológica del sujeto de la enunciación verbal y no verbal. De sus principales publicaciones, podemos destacar: Les âges de la vie. Sémiotique de la culture et du temps, en colaboración con Jacques Fontanille, en 2008 ; Identité et représentation. La création plastique des adolescents guarani et kadiwéo du Brésil, en colaboración con S. Grubits, en homenaje a Lévi-Strauss con motivo de su centenario, en 2009; “La sémiotique du comportement” en Hénault, A. (Ed.), Questions de sémiotique, en 2002 y “Plus dure sera la chute… Un discours de victoire de François Fillon”, en Sens à l’horizon ! Hommage à Denis Bertrand (V. Estay Stange, P. Hachette y R. Horrein, eds.), en 2019.