La obra del hispano-peruano Desiderio Blanco ha sido esencial para el desarrollo de la semiótica latinoamericana. Son varias las facetas de sus trabajos, que se ordenan alrededor de tres ejes: la traducción de textos esenciales de la semiótica francesa, específicamente la semiótica tensiva; la elaboración de textos de introducción a esta disciplina para un público universitario; la investigación original tanto en ámbitos estrictamente teóricos como en descripciones textuales. Aquí se busca presentar estas tres vertientes atendiendo a los retos que cada una de ellas presenta, en busca de un principio de unidad que les sea subyacente y que permita dar cuenta de las decisiones y elecciones conceptuales y terminológicas que el autor hizo en distintas obras.
El trabajo se ordena en un recorrido que va desde la traducción hasta la investigación, pasando por los textos de divulgación. Para cada una de estas etapas se busca ilustrar las decisiones tomadas por el autor y señalar las dificultades enfrentadas. En primer lugar, en la traducción se inscribe el acto traductor en una semiótica de la comunicación definida en términos de confrontación de mensajes, más que en términos de transmisión de información: el concepto de sommation sirve para ejemplar esta tarea. En segundo lugar, la presentación de la estrategia didáctica de la semiótica adoptada por el autor es hecha a partir del concepto de esquema tensivo, presentando su origen en una puesta en cuestión del binarismo discontinuo de la estructura elemental de la significación característica de la semiótica estándar e ilustrada a partir de ejemplos lexicográficos. En tercer lugar, se expone brevemente la comprensión de D. Blanco de la interdisciplinariedad como ejemplo de su investigación teórica de D. Blanco. Por último, en la conclusión se adelantan algunos puntos que permiten plantear la unidad de su pensamiento, tarea que debe ser desarrollada en futuros trabajos.
Traducir es atender a dos textos: el texto origen y el texto meta. También es atender a las dos culturas en que se insertan; de esta doble mirada surgen diversos recursos de traslado de un significado de una lengua a otra (Gorlée, 2016, pp. 6-11): calco, adaptación, modulación, sobretraducción, etc. Esta actividad no se realiza en el aire, pues requiere elegir un destinatario al que será dirigido el texto traducido o, mejor dicho, exige construir una imagen de ese destinatario. En términos de Landowski esta elección de hecho es la construcción de un simulacro. De manera que, el traductor se ve obligado a determinar el tipo de traducción que se requiere: una traducción lo más apegada a la letra del original, aunque se corra el riesgo de introducir barbarismos o giros extraños a la lengua meta; una traducción más libre que atienda a las expectativas del destinatario, pero también a sus competencias lingüísticas o, incluso, académicas. Así se abre el abanico de las posibilidades que responden a afanes de fidelidad, didácticos, estilísticos, etc.
La traducción es, pues, un acto intersubjetivo que se realiza mediante la construcción de un texto que responde a los simulacros que el traductor se ha dado del destinador y del destinatario. Es un acto comunicativo en el que un texto pasa al destinatario por la intermediación de otro texto: el texto meta es pues la remediación del texto de origen en el sentido de que el original es recogido y trasladado a un nuevo texto que sirve como nuevo medio que recoge el contenido del primero.
El postulado que sustenta la traducción como remediación es que el mismo contenido pasa de un texto a otro. Sin embargo, la discrepancia entre una lengua y otra y la comprensión tanto del traductor-mediador como del destinatario —y que se plasma en la caracterización de la intersubjetividad como construcción de simulacros— obliga a abandonar la pretensión de igualdad estricta de contenido para adoptar uno que sea de equivalencia parcial. Esta mirada responde a la definición de la intersubjetividad comunicativa no como transmisión, sino como confrontación de mensajes. En esta, el traductor es la escena en donde se produce la confrontación, el terreno en el que se comparan dos lenguas y dos culturas.
De ahí que el éxito de una traducción sea producto de una relación conflictiva entre actantes sincréticamente subsumidos en la figura del traductor y que están dotados de sendas competencias lingüísticas. Pero, aunque aparentemente se reproduce así un sintagma narrativo de conflicto en donde las pérdidas y las ganancias son correlativas (juegos de suma cero), en realidad la mecánica de la traducción busca minimizar las pérdidas de contenido al pasar de un texto a otro, ya sea por insuficiencia o por exceso, por infra o por sobreinterpretación: se trata de establecer un empate o un equilibrio entre texto origen y texto meta.
La traducción de un texto innovador, altamente original y de un estilo singular, como es la obra de Zilberberg que Blanco traduce, requiere efectuar un máximo de decisiones. Si bien el autor francés no emplea neologismos, como los que caracterizaron en su momento a la semiótica greimasiana, su utilización de un amplio y rico vocabulario con matices ciertamente personales se presenta como un reto al traductor. Sea, por ejemplo, el término sommation que es posible entender fuera de contexto como suma, conminación, convocación e, incluso en algunos contextos como cernimiento o acotación. De esta manera sería posible considerar alternativamente que una categoría es el resultado de una operación que reúne componentes mediante una función que los unifica o como la introducción de esa magnitud semiótica elemental en un campo de presencia o como la imposición del reconocimiento de fronteras dentro de un continuo semiótico.
A pregunta expresa hecha a su acuñador, respondió que prefería considerarla como el emplazamiento de la categoría para que haga acto de presencia. Quedaría, pues, al traductor y al lector la tarea de hacer posible esa lectura. Al traductor, porque es posible utilizar ya sea la palabra conminación o alguno de sus diversos parasinónimos: injunción, ultimátum, convocación, conminación, intimación, mandato, requerimiento, etc.
Sin embargo, fiel a su singular estilo, Zilberberg establece sutiles relaciones semánticas de sus conceptos que expresa sintéticamente mediante un término, por lo que el sentido lato de la palabra propuesta siempre se queda corto frente al uso que de ella hace el semiotista. En este caso no es posible ignorar el hecho de que, para una semiótica de lo continuo, las magnitudes exigen ser acotadas y no simplemente conminadas a aparecer en el campo de presencia.1 Por otra parte, al contrastar la sommation con la résolution, oposición que no está sancionada lexicográficamente, el primer término es remitido a la “tonicidad que tiende a la concentración” y que caracteriza al destello y que se opone a la difusión, que sí son antónimos.2
Al enfrentar esta densidad semántica, Blanco favorece el término de sumación. Pudiera pensarse que se trata de un barbarismo, puesto que los diccionarios del español, aunque sí los del francés, no reconocen una definición del término sinónimo de mandato, pero no dejo de pensar que el traductor, de competencia lingüística fina, contempló diversas posibilidades antes de tomar su decisión. Al optar por la equivalencia de marras, en realidad opta por preservar la complejidad sémica del concepto que se vería quizá mermada si se adoptara una traducción directa como conminación. Es por ello que elige un neologismo, dotado de diversas acepciones que delimitan con cuidado el concepto propuesto. En primer lugar, como suma, pues todo término y, a fortiori, toda categoría es compleja y reúne términos contrarios. En segundo lugar, como momento intenso en la convocación de la categoría, el destello. Y, por último, como la convocación misma que es el sentido central, alrededor del cual giran los demás rasgos semánticos del concepto.
Esto nos conduce a interrogar la existencia del traductor como fiel transvasador de contenidos semánticos o como creador, no de nuevos significados, sino de alternativas de lectura. Habitualmente el traductor no es el autor de lo que traduce, aunque, ciertamente, sí es un enunciador y, por ello, es responsable de su traducción. Si dejamos de lado, los casos en los que un autor se traduce a sí mismo, sólo en la escritura creativa se da el caso en que el traductor, en cierto modo, es autor. Esto sucede con la literatura y, de manera muy especial, en la poesía en la que el traductor debe poseer competencias de escritor. Si en muchos casos no se pide que el traductor comparta la responsabilidad de lo dicho: en poesía esto sí es requerido. Esto se debe a que el traductor debe encontrar esa difícil asociación entre sonoridades y sentido que el texto de origen realiza y eso le obliga a tener dotes de poeta.
Otro caso, hasta cierto punto similar, es el que sucede con el traductor comprometido con las ideas que el texto de origen transmite. Esa situación apela al traductor, no como alguien desligado del texto, sino que le motiva a encontrar la justa traducción que su compromiso exige. Los textos académicos plantean ese requerimiento, cuando el traductor comulga con lo traducido. En esas circunstancias el traductor traduce, no sólo para ese destinatario virtual que en su mente ha elaborado, sino para sí mismo, para entender y para aprovechar lo traducido.
La presentación de los ejemplos es una tarea que exige adoptar distintas estrategias cuando no es posible una traducción directa. En algunos casos, cuando no es posible la estrategia directa, se opta por una solución poco elegante que consiste en citar el ejemplo en la lengua de origen y adjuntarle una traducción, acompañada eventualmente con una explicación, como en el caso de la aserción si, en francés, que no tiene un equivalente en español y que significa negar una negación previa (Sûrement, tu ne viendras pas avec nous. Mais, si! —Seguramente no vendrás con nosotros. ¡Por supuesto que sí!). En otros casos, se torna necesario proponer un ejemplo propio de la lengua meta como en el ejemplo de ruptura de isotopía que D. Blanco felizmente propone:
—Vecino, lo siento; pero mi gata ha matado a tu perro.
—No puede ser, hermano; mi perro es un doberman.
—Sí, pero mi gata es hidráulica.
Este ejemplo es paralelo al que Greimas (1966) propuso en Sémantique structurale para ilustrar la misma ruptura en el enunciado: Le chien du commissaire aboie (lit. el perro del comisario ladra), ejemplo ambiguo, intraducible al español, en la medida en que la expresión chien du commisaire remite al ayudante del comisario.3
De esta manera establece un lazo perenne con los resultados de su labor. Un traductor así no puede simplemente olvidarse de lo ya traducido y pasar a otra cosa, en cambio sí debe guardar respeto, fidelidad y constancia con respecto a lo que traduce y cómo lo traduce. Estas exigencias adquieren especial relevancia en el caso en que, como la obra de Desiderio Blanco prueba, la labor traductora se prolonga a través de los años con gran regularidad y pulcritud y se concentra en un número restringido de autores que responden a la idea que él se hacía de la semiótica, que en este caso corresponde a la semiótica tensiva.
La labor como divulgador de D. Blanco comienza en 1980 con la publicación, en coautoría con Raúl Bueno, de un texto introductorio a la semiótica greimasiana: Metodología del análisis semiótico. Se trata de una excelente introducción a la semiótica narrativa tal como era concebida en los años 70 y que sigue siendo vigente para quien necesita entender los principios y conceptos básicos de esta escuela de pensamiento: recoge los progresos cruciales del análisis semionarrativo realizados en esa década y que pasaron a constituir la llamada "semiótica estándar" centrada alrededor del análisis modal de la jerarquía de programas narrativos. Es un texto todavía útil para comprender los objetivos y algunos de los procedimientos analíticos de esta disciplina. Al respecto, cabe señalar que, en la actualidad, hay multitud de analistas de la narratividad que desconocen estos procedimientos, pues favorecen al último grito de la moda. Sin embargo, no es posible comprender una estructura narrativa cualquiera sin tener a la mano los principios de análisis propuestos en esa época.
Más adelante, llama poderosamente la atención un largo artículo intitulado “Vigencia de la semiótica”, originalmente publicado en Contratexto en 2006 y recogido en la antología de textos del autor publicada en 2016, en donde D. Blanco emprende la tarea de presentar de manera didáctica los principios de la semiótica tensiva. Se trata de un artículo abarcador en donde recorre algunas de las conceptualizaciones que permiten comprender las tensiones categoriales, hipótesis que le da nombre a esa semiótica.
La tarea del divulgador no es lejana de la del traductor, tratándose de textos de origen provenientes de otra lengua y otra cultura: en ambos casos se trata de tender un puente hacia el texto de origen que sea transitable por el mayor número de personas posible. Para ello, se apoya en algunos de los fundamentos planteados en la semiótica estándar y los articula con la versión opositiva, pero no discontinua, de las categorías tensivas.
Se trata de un proceso de traducción de la propuesta hecha en francés algunos años antes, de una presentación clara y ágil de sus postulados y de una explicación didáctica de sus conceptos con ayuda de ejemplos claros y sucintos que le permiten ilustrar el esquematismo tensivo. Así, parte de un ejemplo ampliamente difundido de categorización semántica, la oposición masculino/femenino, desplegada en el cuadrado semiótico discontinuo, para mostrar el tránsito gradual que permite colmar el hiato entre la oposición polar y reconocer la existencia de un eje gradual en donde se sitúan los términos intermedios como los que representan la variedad de formas de sexualidad tan discutidas actualmente. Un ejemplo manido del contraste entre términos polares se encuentra en la oposición frío/caliente que es posible describir polarmente como un contraste discontinuo. Es posible ilustrar esta propiedad semántica de los términos categoriales mediante otro ejemplo sencillo y muy manido, aunque, sin duda, menos polémico: la clásica oposición entre grados de temperatura, que opone categorialmente frío y caliente, admite un tercer lexema: el tibio. La introducción de este tercer término en una oposición binaria discontinua plantea problemas, pues admite dos lecturas: una, neutralizante, que define a tibio como ni frío ni caliente; otra, complejizante, frío y caliente a la vez, sin que sea posible dirimir entre ellas. La semiótica tensiva opta por una solución radical: invierte los términos del problema. En lugar de que el contraste discontinuo sea primero, es el eje gradual el originario: la gradualidad es primera y la polaridad, segunda.
Sin embargo, y para abundar en la vena didáctica de Desiderio Blanco, un punto que no es explícitamente abordado es el de la memoria que los términos categoriales conservan de los demás términos estructurados y que permiten el tránsito de uno de ellos al otro. Se trata de una característica que Greimas en su momento presentó a través de la oposición en francés entre afirmación y negación, oui y non, que admite un tercer término memorioso, el si, que sólo se emplea de modo adversativo cuando contrarresta una negación anterior: —Je suis sur que tu n'iras pas au cinéma avec moi. —Mais, si, j'irai (Estoy seguro de que no irás al cine conmigo. Por supuesto que iré). Trasladado al ejemplo de la temperatura, diremos que la aparente irrupción del término intermedio en el contraste entre extremos socava la elegante sencillez del binarismo, pero esto no es inevitable desde una perspectiva gradual: es posible partir del término tibio pero con un contexto mínimo —la restricción a la unidad léxica es lo que da origen a la dificultad—: no es lo mismo sopa tibia que cerveza tibia, pues una proviene del polo caliente y la otra del polo frío. He aquí un ejemplo de tránsito gradual de un término polar a su contrario que torna necesario considerar la direccionalidad categorial.
Este mismo procedimiento permite ilustrar una propiedad singular de algunas categorías tensivas que admiten plantear la diferencia entre gradualidad y tensión. La oposición certeza/duda parece simétrica. Sin embargo, si bien la negación de la certeza es la duda, en cambio la negación de la duda no instituye una certeza. Observemos esto con más detalle al contraponer cuatro aseveraciones en contraste:
No creo en dios: rechazo tajante.
Dudo de la existencia de dios: negación no categórica.
Tengo la certeza de que dios existe: afirmación tajante.
No tengo la certeza de que dios exista: afirmación dubitativa.
Al examinar los cuatro enunciados queda claro que basta un mínimo de duda para negar una certeza, pero, en cambio, no basta un mínimo de duda para llegar a la certeza. La razón epistemológica reside en la noción popperiana de falsación en la que la acumulación de pruebas no acredita una teoría, mientras que la falsación se contenta de una única prueba a contrario. Los polos de una categoría tensa no se sitúan en un único eje: el eje de la certeza es polar, pero el de la duda es gradual; la tensión se establece, pues, al confrontar estos dos ejes.
Para quien no conoce la semiótica o tiene una idea rudimentaria de la diversidad de sus propuestas teóricas, cabe señalar que la hipótesis tensiva surge en los años 90, aunque como toda propuesta de envergadura, se inicia en años anteriores, como una prolongación y reelaboración de la semiótica narrativa y discursiva desarrollada por la Escuela de París, bajo la conducción del pensador franco-lituano, Algirdas Julius Greimas.
De manera muy general y sin pretender de algún modo presentar todos sus aspectos, la hipótesis tensiva se apoya en una reflexión crítica acerca del carácter discreto de las categorías semióticas. Uno de sus fundadores, Claude Zilberberg, inicia su revisión preguntándose acerca de lo que subyace a los rasgos elementales de sentido. Esa pregunta da lugar a un texto en el que cuestiona el carácter discontinuo de los términos que conforman cualquier categoría semiótica opositiva y aventura la idea de que, detrás de los contrastes y las oposiciones, subyace un continuo gradual que va de un contrario al otro y de un término asertado (postulado como un término positivo) a uno postulado por vía negativa y viceversa.
Es también una semiótica de la complejidad, pues, al considerar que todo término categorial se inscribe en un eje continuo, la consecuencia es que todo término es el resultado de una mezcla entre los valores representados por los extremos. De esto surge una segunda consecuencia que consiste en el hecho de que los extremos no son, propiamente dicho, términos de la categoría, pues, entonces, poseerían un contenido simple, sino que son simplemente fronteras del eje gradual. Una tercera consecuencia, que rescata el principio relacional caro a Saussure y a Greimas, es que el eje es primero y los extremos segundos. Finalmente, esta definición relacional y gradual lleva a concluir que, incluso, los extremos no son absolutamente finales, sino que es posible rebasarlos, como lo indica el adjetivo demasiado: esto supone que las fronteras son arbitrarias y establecidas mediante una convención, por lo que, cualquier par de puntos en el eje gradual es susceptible de servir de frontera para caracterizar la ubicación de un término.4 O, como señala Zilberberg (2006), una cuestión de “estilo”.5 Así, se produce un efecto recursivo y fractal, en el que el exceso y la insuficiencia son siempre relativos a una frontera lexicalizada o instituida por el hábito o una frontera provisional y casuística. Por ejemplo, se torna posible entender expresiones como demasiado poco, que en una visión rígida de la estructura resultarían enigmáticas. Esta propiedad se torna evidente en el caso de los valores aspectuales, específicamente las fases de suceso, en donde se presentan contenidos tales como acabar de empezar.
Como se aprecia, ya desde sus postulados más básicos, la semiótica tensiva representa una reformulación de la noción de estructura que, sin paradoja alguna, conserva el principio relacional que subyace a la empresa greimasiana: en suma, conservación dentro de la revolución.
Blanco abona a esta concepción de la semiótica no sólo al adoptar principios, nociones y métodos, sino también al introducir temáticas que son caras a su pensamiento. Por una parte, la atención dirigida a los fenómenos comunicativos en ámbitos tales como el cine, la publicidad y el periodismo. Por la otra, el desarrollo de una semiótica de la comunicación social derivada de la semiótica greimasiana y zilberberiana de la significación que atienda a la interdisciplinariedad.
La significación es un fenómeno translingüístico; está hecha con el lenguaje, pero no se reduce al lenguaje; su materia es la vida entera, la experiencia vital transformada en la producción discursiva (Blanco, 2016, p. 252).
La semiótica propuesta opera un tránsito del texto, entendido como objeto de un análisis en su inmanencia, al discurso, entendido como el producto y la manifestación de las relaciones intersubjetivas de comunicación. Ese discurso es específico a un tipo de interacción y se define a partir de las dos orientaciones que emergen de la relación entre un sujeto y el mundo: la mira intensa hecha de “tensión, fuerza, rigor, calidad” (Blanco, 2016, p. 273) y la captación extensa, que “circunscribe ‘el dominio de pertinencia’”. Dicho de otro modo, la mira es el ámbito del sema, magnitud intensa, y la captación es el de la isotopía, magnitud extensa.
De esta manera, no sólo las disciplinas confluyen para reconocer las distintas magnitudes isotópicas pertinentes en un discurso o práctica (ver el concepto de praxis en semiótica), sino que también los propios discursos y las prácticas responden a la articulación de la mira con la captación. Esta postura es muy sugerente e invita a desarrollar más ampliamente la mirada interdisciplinaria propuesta por Blanco.
Con respecto a la segunda orientación semiótica, cabe señalar, a modo de ejemplo, que, en los últimos años, se ha puesto gran atención a la llamada “agentividad de los objetos” (Latour, Ingold, Dobres). El concepto es vago y problemático, pues no queda claro en qué sentido un objeto “actúa” e influye en un sujeto para condicionar la relación entre ambos. Al ubicar el concepto de captación en la praxis (semiótica, enunciativa, discursiva) se indica una vía para superar las dificultades que plantea ese condicionamiento, sin atribuir ninguna clase de animacidad6 a los objetos. Dos sentidos confluyen en la palabra captación: uno subjetivo en donde captar significa asir cognitivamente algo; uno objetivista en donde significa atraer la atención de alguien. Sólo el segundo da lugar a la sobreinterpretación animista, la que cae en el error de suponer que esa atracción es una cualidad inmanente al objeto (texto de análisis), siendo que en realidad la atracción reside en las condiciones del entorno (incluido el objeto) que condicionan la captación subjetiva. No hay, pues, una captación propiamente objetivista. Dicho de otro modo, en el ámbito de la interdisciplina, los fenómenos sociales no traen consigo de manera autárquica y exclusiva las condiciones de su captación por parte de una disciplina determinada, son las condiciones de aprehensión del fenómeno las que determinan el contenido de la captación.
Si se toma como hipótesis la idea de que un mismo programa narrativo académico se despliega a través de los actos de traducción, en el primer y segundo apartados se ha mostrado que la traducción académica da pie a una tensión constitutiva de todo su desarrollo y que responde a la necesidad de obedecer a dos contratos disímbolos que son la obligación de respetar el texto fuente y la necesidad de atender a la competencia lingüística del destinatario de la traducción. En ocasiones, es posible contentarse con una traducción literal, lo que es más fácil cuanto más cercanas se encuentren las lenguas en cuestión, pero en muchas ocasiones se presentan desavenencias que es preciso conciliar. La necesidad de ajustar la traducción a ambos mandatos es más acuciosa en el caso de textos académicos de gran dificultad o muy innovadores, pues el destinatario carece de puntos de referencia que permitan resolver, por él mismo, las desavenencias y las singularidades de las lenguas en conflicto. Aquí se ha propuesto un modelo comunicativo centrado en la confrontación de textos —la fuente y la meta— para comprender las características de las divergencias.
La traducción se ve así obligada a convertirse en un texto de divulgación. No se trata de dos programas narrativos ajenos el uno al otro, sino de dos estrategias discursivas tendientes a variar las maneras de enfrentar los problemas de comprensión. De manera que, el traductor es en principio un divulgador que busca maximizar la captación del sentido de un texto.
Divulgar significa, de alguna manera, traducir en la medida en que se traslada un discurso académico a uno introductorio. La divulgación oscila entre la reproducción del lenguaje en el texto fuente con el fin de familiarizar al novicio en esa disciplina, o la simplificación que busca incrementar la comprensión, pero que, arma de dos filos, puede llegar a inhibir la comprensión sutil de argumentos y definiciones: el exceso en la divulgación cae en la estéril vulgarización. También exige la multiplicación de ejemplos claros y sencillos en la lengua del destinatario; esos ejemplos ilustran un principio o un concepto, pero siguiendo estrategias variadas, como la multiplicación de ellos, el uso de contraejemplos. De este modo se establece una tensión entre la fidelidad a las dificultades del texto fuente o la minimización de ellas; en el entendido de que minimización no siempre es correlativo a la maximización de la comprensión: claro ejemplo de una categoría que no es simplemente gradual, sino tensiva.
Sin embargo, el estudio de la obra de D. Blanco no se agota en estas temáticas aquí planteadas. Una que requiere un desarrollo posterior es el de la comunicación, derivada de su afincamiento institucional, y su relación con la interdisciplina. El primero de ellos pudiera entenderse por el hecho de que su adscripción institucional fue en una escuela de comunicación. Pero ello le quitaría el alcance de su pensamiento en torno a la transmisión del significado. Es cierto que, la mayor presencia de la semiótica en los currículos universitarios se da en las carreras de comunicación y que, en toda Latinoamérica, se tiende a pensar esa disciplina como una teoría de la comunicación más que de la significación. Sin embargo, también es cierto que el dilema entre comunicación y significación se encuentra tanto en los orígenes de la semiótica como en desarrollos más recientes (cf. Prieto, 1975, pp. 125-142 y Brandt, 2003). Al respecto, el debate ya no se sitúa en torno al dilema funcional/estructural, sino construyendo una categoría compleja que busca el lugar de la comunicación en las estructuras semióticas. Este mismo afán de conciliación teórica y conjunción de esfuerzos se encuentra en la reciente atención a los fenómenos de la praxis significativa y de la semiótica de las interacciones (Fontanille, 2008; Landowski, 2017: autores traducidos por D. Blanco). La atención al entorno enunciativo es actualmente una de las cuestiones más candentes en la semiótica, cuyo tratamiento ha conducido a D. Blanco y a otros autores a adentrarse en las serias dificultades de la interdisciplina.
[1] “La ‘sobrevenida’ del hecho corresponde, desde el punto de vista discursivo, al momento de la ‘sumación’, a la prevalencia de la discontinuidad” (Zilberberg, 2006, p. 260).
[2] “Desde el punto de vista paradigmático, la intensidad tiene como categorías de primer orden el estallido y la debilidad; desde el punto de vista morfológico, la tonicidad tiende hacia la concentración y su morfología es entonces, en el plano de la expresión, acentual, y según la convención terminológica propuesta por J. Fontanille y por nosotros mismos, sumativa en el plano del contenido”, (Zilberberg, 2006, p. 35).
[3] La traducción de ejemplos literarios presenta sus propias dificultades que exigen un tratamiento más amplio que en estas páginas. Para entender sus particularidades es preciso tener presente que el uso de ejemplos literarios para ilustrar un argumento equivale implícitamente a un análisis semántico de la cita en cuestión. En algunos casos, el texto fuente presenta una cita de un autor como ilustración en un sentido distinto a las traducciones vigentes o presenta un giro lingüístico idiosincrático que no es posible rendir en la lengua fuente. En esos casos, la estrategia de traducción oscila entre tratamientos literales, adaptaciones o adjunción de comentarios a la traducción elegida (Hongjuan Li, 2016).
[4] “Añadamos, desde el punto de vista terminológico, que la proyección de una dirección tensiva cualquiera sobre una extensión abierta define un estilo tensivo que conduce y controla la marcha discursiva de las significaciones locales, concepción que concuerda con la de Merleau-Ponty en La prosa del mundo: ‘El estilo es lo que hace posible toda significación’” (Zilberberg, 2006, p. 34).
[5] “En relación con la intensidad, la lingüística y la poética defienden puntos de vista inversos entre sí: la lingüística refiere el comparativo y el superlativo al grado ‘normal’, mientras que la poética hace del superlativo el pivote, y luego, por repunte primero, por redoblamiento después, lleva el grado ‘normal’ a la altura del superlativo, como recomienda Michaux” (Zilberberg, 2006, p. 103).
[6] Los científicos sociales, sobre todo en el ámbito de habla inglesa utilizan el término agency. Por su parte, la lingüística ha empleado tradicionalmente el término agentividad, que tiene la virtud de construirse del mismo modo que el metatérmino de factitividad. Por otro lado, en antropología y semiótica se habla frecuentemente de la atribución del rasgo animado que no es exclusivo de los seres vivos, una vez más, la lingüística emplea el sustantivo derivado del adjetivo animacidad para designar esa cualidad.
Acerca del autor
Roberto Flores es investigador del Instituto Nacional de Antropología e Historia, México. Sus investigaciones giran alrededor de las relaciones entre semiótica y las ciencias antropológicas. Es autor de El amor de las razones (1991), Sucesos y relato (2015), Magia publicitaria (2022), Archéosémiotique (coordinador, 2022), 8 ensayos de arqueosemiótica (coordinador, en prensa).