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Afectividad desde la facticidad. Los temples de ánimo en la fenomenología hermenéutica

 

Con la publicación en 1927 del tratado de Martin Heidegger titulado Ser y tiempo, la filosofía europea de aquella época experimentó una profunda y radical transformación desde sus cimientos, cuyos efectos perviven en nuestros días. Esta transformación abrió nuevos ámbitos de investigación, impulsó el desarrollo de orientaciones sólidas y modas superficiales, así como sepultó algunas tendencias que contaban con gran repercusión en ese momento y, en general, no dejó indiferente a ninguna rama o línea de la filosofía europea continental de principios del siglo anterior. En definitiva, Ser y tiempo propició una revolución inimaginable, cuya trayectoria y alcance aún no han sido divisados con la suficiente nitidez.

Modificando el sentido de una idea sostenida por Hannah Arendt, es posible decir que el cambio radical del entorno que propició la obra de Heidegger no está insuflado por “aires modernos” o “contemporáneos”; su eco y su efecto son similares, mutatis mutandis, a la profunda reconfiguración que propició el advenimiento de Platón para la filosofía antigua. Eso, dicho de otra manera, es el efecto eminente de un clásico. Como toda gran transformación que no deja indiferente a nadie, la recepción de una obra como ésta se hizo de las maneras más insospechadas posibles. Y es que en un fenómeno de esta singularidad, rara vez los efectos se adecúan correctamente a la óptica del historiador imparcial o a las pretensiones del investigador especializado. Entre las posibles aproximaciones fructíferas no está el intentar canalizar o neutralizar la fuerza de su singularidad (algo que excede a todas luces todo propósito de la investigación especializada), sino jugar con las posibilidades de sentido. Ahora bien, cuando una obra de este calibre viene a reconfigurar de esta manera el estado de cosas de aquellas investigaciones que se encontraban en pleno apogeo es natural que, con el tiempo, su eco genere sospechas, celos y reproches, surgidos desde la falta y la ausencia en aquello que fue afectado. Si hoy se sigue cuestionando la justicia o injusticia con la que Ser y tiempo realzó o hundió a determinadas tendencias filosóficas es porque la cuestión en la que dicho proyecto se erigió sigue siendo candente.

Ahora bien, de manera similar a la que un optómetra juega con lentes de diversas graduaciones para enfocar o desenfocar una imagen, en aras de ganar nitidez, en la recepción temprana de una obra como Ser y tiempo hubo aproximaciones que enfocaron los abordajes ahí presentados, tanto de manera clara como de manera borrosa. Tal vez el fenómeno que por excelencia fue visto con las graduaciones más variadas posibles fue, precisamente, el de la afectividad. Y es que en Ser y tiempo aparecen desarrollos en torno a la idea de la afectividad que, en general, fueron asumidos tempranamente desde dos caminos: i) desde el camino de la consideración de que lo ahí expuesto era la versión total de la afectividad que estaba implicada en la aproximación de Heidegger y ii) desde el camino de la consideración de que lo ahí expuesto abría caminos alternativos para enfoques originales y novedosos en torno a la afectividad. Por supuesto, el segundo camino siempre tuvo ventajas a la hora de comprender la intención filosófica de Heidegger, pero fue el primero el que más se popularizó, dando lugar a una comprensión de la intención mencionada que no hizo justicia a toda su dimensión y a toda su riqueza.

En general, la tematización de la afectividad que aparece en dicha obra se encuentra caracterizada por poseer un “tono” que, posteriormente, fue considerado como existencialista y, en gran medida, esto es totalmente adecuado con la influencia que ejerció la lectura de Kierkegaard en el periodo filosófico de formación de Ser y tiempo. Si a ese tono existencialista se le agrega el “tono” que desprende su conocidísima reflexión en torno a la nada, en el texto de 1929 “¿Qué es metafísica?”, la imagen de un Heidegger que proporcionaban el tono y el acento para el posterior existencialismo francés de entreguerra estaba totalmente asegurada en sus fundamentos textuales.

Pero ha sido con la publicación de los textos de las lecciones universitarias de Heidegger, a finales de la primera década y a lo largo de la segunda década del siglo XX, la que ha ofrecido una imagen más completa de la idea de afectividad que está desarrollada en dichos años. Esto ha sido mérito del gran proyecto que es la publicación de la Obra integral (Gesamtausgabe) de Heidegger. Y, en este mismo sentido, ha sido en la investigación especializada reciente donde se ha abierto un espacio de diálogo fructífero en torno a esta temática. Para poner un ejemplo meramente sumario, si miramos solamente algunos de los fenómenos afectivos que aparecen tematizados en esta época, podemos encontrar varios análisis en torno a la angustia y la culpa (como es remarcado en Ser y tiempo y en el texto de 1929, ya mencionado), pero también en torno a la responsabilidad (en el mismo Ser y tiempo), el amor erótico y el amor platónico, la admiración o el asombro, la soledad, el aburrimiento, el desasosiego, la esperanza de carácter escatológico (el instante), entre otros. Es llamativo que Heidegger no incorpora los términos tradicionales tales como “sentimiento” o “emoción”, sino que habla de “estado de ánimo” o “temple de ánimo” (Stimmung), y además habla de un existenciario fundamental que es la “disposición afectiva” o, como sugiere la genial, pero injustamente despreciada versión de J. Gaos, el “encontrarse” (Befindlichkeit). En general, la idea de la afectividad articulada por Heidegger en estos años trata de poner de relieve la co-originariedad de este fenómeno, en el marco de la estructura fundamental de la analítica existencial del Dasein. Se trata de entender que la afectividad es un fenómeno que articula la aperturidad (Erschlossenheit), que es propia del Dasein y que caracteriza la manera (wie) en que el Dasein está en el mundo (en la que es un ser-en-el-mundo): en la tensión entre la irremediable facticidad en la que habita y la existencialidad a la que corresponde. En esta tensión, la afectividad (la “disposición afectiva” [Befindlichkeit], dicho de una manera más precisa), es un fenómeno fundamental co-originario que explica el estar en el mundo y las condiciones y modalidades en las que se da ese estar (por ejemplo, la afectividad es un fenómeno fundamental que explicita esa resolución [Entschlossenheit] a la que el Dasein se encuentra llamado). Con base en ese “encuadre” fáctico-existencial de la facticidad, el enfoque de la fenomenología hermenéutica de Heidegger ha puesto un cimiento indispensable sobre el que se han explorado aspectos significativos de la afectividad. La idea que ha explorado la psiquiatría y la psicología, y que ha rozado a una formulación existencial de dichas áreas (por ejemplo, en la llamada escuela del Daseinsanalyse), ha servido para abrir una discusión en torno al alcance de la comprensión de algunas enfermedades psiquiátricas. La posterior exploración que en años tardíos Heidegger hizo en los llamados Zollikoner Seminare expresa muy bien la posibilidad de una aproximación fructífera en dichos contextos.

El segundo volumen de El giro afectivo en la fenomenología agrupa seis estudios centrados en diversos aspectos del análisis de la afectividad en el marco de la fenomenología hermenéutica de Heidegger. Como se mencionó en la presentación del primer volumen, sobre la específica actualidad que la fenomenología posee en su tratamiento de la afectividad, cabe decir que cada vez más hay posibilidades de un diálogo fructífero con enfoques interdisciplinares. En esta ocasión, la psiquiatría y la medicina, pero también algunos aspectos pertenecientes a la teoría política y la filosofía social aparecen de forma reiterada en los diversos trabajos. En torno al sentido y el contexto en el que es empleada la expresión “giro afectivo”, véanse las consideraciones presentadas en el texto de presentación del primer número de este volumen, titulado “La afectividad situada y encarnada. Una invitación a la fenomenología”.

Abre este número el trabajo de Rocío Garcés Ferrer, titulado “El giro afectivo en la filosofía del joven Heidegger”. En este texto, la autora procura mostrar que en la filosofía temprana de Heidegger se dio un giro en torno a la afectividad, que pasó desapercibido, tanto para sus coetáneos, como para la bibliografía especializada posterior. Las bases de este giro silente al interior de la temprana filosofía de Heidegger son, entre múltiples elementos, la transformación preteorética de la concepción de la intencionalidad y la comprensión de la afectividad desde la noción de trascendencia (o lo que es lo mismo, desde la noción de existencialidad, tal como viene desarrollada en Ser y tiempo). Con base en el abordaje de dichos elementos, la autora muestra cómo en los años tempranos de su actividad docente, Heidegger desarrolló una tematización fenomenológica del amor, la cual pasó desapercibida para la crítica filosófica en general.

En el texto titulado “Heidegger y el miedo. La presencia del COVID-19”, Enrique Muñoz Pérez conecta, de manera muy interesante, un conjunto de reflexiones que versan, por un lado, en torno a la tematización de los problemas afectivos que han estado presentes alrededor de la pandemia mundial producida por el virus SARS-CoV-2, y su enfermedad: COVID-19. Este tema, de una innegable actualidad, exige un análisis desde diversas aristas, y en su texto Muñoz lleva a cabo una aplicación de la fenomenología hermenéutica de Heidegger para vislumbrar el problema del miedo (Furcht) y su base fenomenológica. En este sentido, el examen fenomenológico de esta disposición fundamental saca a la luz toda una serie de aspectos afectivos que pueden ser útiles para una comprensión iluminadora de algunos problemas que se han afrontado con la pandemia.

El tercer artículo de este número es, también, un excelente análisis de aplicación de la fenomenología hermenéutica. En este caso, en el trabajo de Marcelo Vieira, “Sobre la distinción entre Stimmung y sentimientos existenciales: la relevancia de los casos psiquiátricos”, el autor lleva a cabo un minucioso abordaje en el que contextualiza la noción de Stimmung de Heidegger, junto con la noción de emoción existencial de Ratcliffe. Con tal acercamiento, el autor pone en diálogo a la interpretación de los afectos por parte de la fenomenología hermenéutica de Heidegger con múltiples abordajes actuales de líneas de investigación tan fecundas como las de la psicología, la filosofía de la mente y las ciencias cognitivas. Y es que la noción de Stimmung, tal como es desarrollada en el contexto de la ontología fundamental, parece adecuarse coherentemente con diversos tratamientos, en tanto que permite aclarar la relación pre-intencional en la que el agente se encuentra en el mundo. Como señala el mismo autor en su texto, su enfoque procura, en ese sentido, clarificar la relación entre las diferentes categorías empleadas en este contexto (sentimiento, Stimmung, emoción existencial), apelando a las descripciones de los trastornos psiquiátricos. Con ello, el autor presenta un conjunto de razones metodológicas, taxonómicas y conceptuales para distinguir Stimmung de las emociones existenciales.

Jorge Luis Quintana, en su trabajo “Acción radical, movilidad y olvido de la afectividad: anotaciones acerca de la reflexión marcuseana de Sein und Zeit”, observa la temática de la afectividad desde las relaciones que se dan entre la fenomenología hermenéutica de Heidegger y la filosofía política y social de Herbert Marcuse. En la recepción que este hace de aquel, sobre todo en los años tempranos de su trayectoria filosófica, entre 1928 y 1929, se lleva a cabo un proceso de asimilación y de reconfiguración de muchos de los elementos presentados en la analítica existencial de Ser y tiempo, en aras de repensar el fenómeno de la acción radical revolucionaria del proletariado. Se trata, por lo tanto, de una lectura crítica de la visión ontológica del Dasein, pero que, no obstante, también rescata diversos aspectos positivos: el cuidado y la movilidad. Sin embargo, como resalta el autor, en la interpretación de Marcuse —y esto sirve para corroborar lo sostenido en el inicio del presente número— se da un olvido de lo afectivo. A juicio del autor, a la apreciación de Marcuse puede complementársele que una adecuada interpretación del problema de la disposición afectiva puede iluminar uno de los intereses marcuseanos: la condición de posibilidad del paso de la impropiedad (capitalismo) a la propiedad de la existencia (comunismo).

En su trabajo “La imposibilidad contemporánea del asombro y el sentido del espanto en Martin Heidegger”, César Alberto Pineda reflexiona en torno al asombro y al espanto, tal como estos aparecen en la interpretación que Heidegger hace de la historia del pensar: como condicionando/posibilitando el llamado primer inicio del pensar (asombro) y el segundo inicio (espanto). Con base en esta interpretación, y si se pone atención a que fenomenológicamente hablando la admiración supone una puesta entre paréntesis y de resignificación de la relación cotidiana con las cosas, el autor propone que es posible pensar en una cierta imposibilidad contemporánea del asombro, en tanto que la configuración del mundo actual supone la existencia de entramados de información con la potencia de embotar toda capacidad de sostener una meditación “asombrada” en torno a la relación que desarrollamos con las cosas. A partir de tal constatación, el autor trata de mostrar que la recurrencia al segundo temple de ánimo, el espanto, puede propiciar una relación alternativa al dominio total de dichos entramados.

Concluye este número el trabajo de Pilar Gilardi, titulado “Apertura y cierre de los temples de ánimo: el caso de la enfermedad psíquica”. En este interesante estudio, la autora lleva a cabo una reconstrucción de la temática de la afectividad en Heidegger y su interés tardío por la psiquiatría. Con base en una exploración en torno a la importancia de los afectos para iluminar la concepción de la existencialidad tal como es presentada en Ser y tiempo, la autora expone, de manera productiva, que la aproximación ontológica a los afectos muestra el tipo de aperturidad que caracteriza a la existencia, pero que en el caso de la enfermedad psiquiátrica, se trata, más que de una apertura, de un tipo particular de cierre. Con ello, se evidencia la productividad que la aproximación existencial a la afectividad tiene para iluminar aspectos de la concepción integral del ser humano y se resalta el papel central que la afectividad tiene para esclarecer nuestro estar-en-el-mundo.

Los editores de El giro afectivo en la fenomenología queremos agradecer a las autoras y los autores de este número por sus valiosas contribuciones, por la paciencia y la amabilidad con la que atendieron cada una de las peticiones surgidas dentro del proceso de dictaminación de las investigaciones presentadas. También va un agradecimiento a aquellas personas que leyeron rigurosamente y dictaminaron los trabajos presentados; sin su aporte, la calidad científica de las contribuciones no sería el mismo. Confiamos que tanto este número como el anterior sean un estímulo para la comunidad filosófica en castellano, de tal manera que se propicie un diálogo en torno a las posibilidades y la importancia de la fenomenología para la tematización de la esfera afectiva. Por supuesto, además del valor que la fenomenología misma pueda tener, también se ha tratado de destacar la importancia que la afectividad posee, en su riqueza y exuberancia, para ser considerada como fenómeno filosófico eminente. Sin la ayuda, la paciencia y la amabilidad de María Isabel Filinich y Dominique Bertolotti Thiodat, todo esto que nos propusimos hacer en este proyecto no hubiera sido posible.

Octubre de 2022, H. Puebla de Zaragoza

Ángel Xolocotzi Yáñez y Jean Orejarena Torres

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Texto publicado en acceso abierto bajo una licencia Creative Commons (CC BY-NC-SA 4.0)

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