Similar al giro lingüístico (Linguistic Turn) con el que Gustav Bergmann (1953) y Richard Rorty (1967) caracterizaron las diferentes vertientes de la investigación filosófica de mediados del siglo pasado en su apuesta decidida en torno a la comprensión del fenómeno del lenguaje, actualmente se habla de un giro afectivo (Affective Turn) o de un giro al afecto (Turn to Affect), cuyo tema central tiene que ver con el estudio y la profundización de todo aquello que ha sido entendido por una larga tradición como traducción del término griego páthos (πάθος): los afectos, las pasiones, las emociones, los temples de ánimo, los sentimientos, etc.
Pero, a diferencia del primer giro —que surgió en el ámbito de las intersecciones entre la filosofía analítica de corte pragmatista (en especial, a partir de la conocida “escuela” de análisis del lenguaje ordinario de Oxford, con sus raíces en el segundo Wittgenstein), la filosofía continental de corte hermenéutico (Heidegger, Gadamer) y los estudios semióticos y literarios— este particular giro no pareciese haber surgido en el ámbito de la filosofía, al menos en la forma en que ha sido reconstruido de forma historiográfica en los últimos años. Parece, más bien, que la filosofía recientemente ha arribado a este nuevo campo, edificado de manera interdisciplinar.
Desde los relatos generales que se han construido en torno a la génesis de dicho giro, a menudo se habla de que, desde mediados de la década de 1990, se ha dado un nacimiento o un florecimiento del campo de la investigación en torno al rol de los afectos en la comprensión de las distintas maneras de expresión de la vida pública. Este fenómeno, típicamente anglosajón, ha tenido tal impacto que, en el contexto de los estudios sociales, las personas que han realizado aportes y contribuciones dedicadas a tal cuestión reciben un rótulo especial y novedoso: affect theorists. El giro afectivo, descrito desde estos relatos, sería algo así como el surgimiento de un área de investigación y de estudios interdisciplinarios —Wetherell (2012) habla de “una nueva ciencia social”— que toma como impulso algunas concepciones epistemológicas que plantean una superación tradicional del esquema opositor entre razón y emoción.
Algunas de las propuestas sobre las que se basa dicho giro, en opinión de Maíz (2020), son las recientes teorías de la subjetividad, las teorías en torno al cuerpo, la teoría feminista, y el psicoanálisis lacaniano vinculado a los estudios de teoría política; aunque también se puede deber, siguiendo a Leys (2011, p. 434), a la influencia de la neurociencia contemporánea en las ciencias sociales y al papel de destacada importancia de las emociones en distintas contribuciones recientes de la historia, la teoría política, la geografía humana, los estudios urbanos y ambientales, la arquitectura, los estudios literarios, la crítica y la historia del arte, la teoría de medios y los estudios culturales. Se trata, por lo tanto, de un umbrella term en el que se enmarca todo un paisaje variopinto de perspectivas que están presentes en la cultura teorética y en el que han descollado algunas contribuciones como las de Massumi (1995, 2002, 2015), Ahmed (2004), Ticineto y Halley (2007), Gregg y Seigworth (2010), Sedgwick y Frank (2003), y Barbalet (2001), entre otros. Las obras de Nussbaum (2001) y Damasio (1995) se mueven con total autonomía frente a dichas tendencias, pero han influido en diversas concepciones de este núcleo de trabajo, en general, debido a la influencia y el esfuerzo de Massumi (quien es traductor al inglés de Mille Plateaux de Deleuze y Guattari). Ha sido notable, para tal giro, la importancia de las teorías filosóficas del afecto y la emoción en filósofos como Spinoza, Bergson, y Deleuze y Guattari.
Como suele suceder en casos como estos, que poseen una amplitud enorme y desbordada, a veces las fuentes de las reconstrucciones filosóficas no son precisas y se articulan a través de esbozos puramente esquemáticos. En especial, gracias al carácter fuertemente interdisciplinar de estos estudios, en diversas presentaciones de este género la función que desempeña la filosofía y su importancia para la fundamentación específica del tratamiento de lo afectivo ha sido caracterizada de una manera puramente sumaria. Ordinariamente, algunos fenómenos estudiados desde una perspectiva empírica son reconstruidos en sus “antecedentes teóricos” a partir de ciertas alusiones a filósofos que “teorizaron” en el pasado en torno a dichos fenómenos. Sin embargo, de manera regular la forma en que esa “teorización” es elaborada no pasa de ser un recuento sumario de afirmaciones extremadamente amplias, leídas desde fuentes de segunda o tercera mano y con el propósito de destacar que el fenómeno que será objeto de tematización experimental y conceptualización científica fue objeto de especulación o reflexión por parte de algún filósofo venerable.
Aunque los anteriores son casos de extrema simplificación, la tendencia a emplear caracterizaciones imprecisas que desconocen la riqueza de la argumentación metódica y conceptual de las discusiones filosóficas es una práctica difundida en estos enfoques. Por ejemplo, de una manera puramente ilustrativa, en algunos estudios interdisciplinarios que destacan el rol cognitivo de la emoción como tema clave que apunta a una renovación de nuestra comprensión de determinados fenómenos sociales, a veces se plantea una oposición en gran medida general entre razón y afecto o sentido y afecto que, además, es presentada de forma sobresimplificada en el nivel histórico, a partir de una oposición entre modernos y contemporáneos: los modernos priorizaron la razón sobre el afecto al declarar a este último como “irracional”; por su parte, los contemporáneos o posmodernos quieren destacar el papel del afecto más allá de la visión tradicional. Siguiendo este ejemplo, si bien es cierto que en la modernidad se desarrollaron concepciones filosóficas que subrayaron el rol central de la razón como facultad distintiva de lo humano, la alusión a la oposición entre razón y afecto tiende a ensombrecer el amplio y rico material teórico que diversos filósofos modernos hicieron en torno al tema de la afectividad y las emociones (el caso es todavía más contrastante en los filósofos antiguos y medievales). Aún es necesaria la tarea, complicada y titánica por demás, de escribir una historia de la filosofía que tenga como hilo conductor el tratamiento de las emociones. Una historia de este tipo ayudaría a enriquecer y desambiguar la preconcepción que se tiene acerca del modo en que procede la filosofía.
Es posible argumentar que el tema de la afectividad ha desempeñado en los últimos años un papel destacado en un conjunto amplio de investigaciones de la filosofía contemporánea. Así, se ha manifestado un creciente interés por la comprensión de los afectos y las emociones. Sin embargo, tal papel y tal interés no debe ser entendido como si se tratase de un tema que está en boga (o de moda) en alguna de las tantas ramas del trabajo de investigación contemporáneo de la filosofía. Ciertamente, el interés de la filosofía por dicho tema es tan antiguo que, en buena medida, ha acompañado a las grandes exploraciones filosóficas que se aproximan al fenómeno de lo humano desde los tiempos de Parménides y Heráclito. El interés reciente de la filosofía del siglo XX, que estuvo caracterizada por la división en dos áreas bastante diferenciadas, la analítica y la continental, debe ser visto como parte de una larga tradición. Ante esta división de la filosofía contemporánea, el estudio de la afectividad ha sido uno de esos temas que ha permeado el muro que divide ambas tradiciones y que ha contribuido a la superación de sus diferencias y a la búsqueda de un marco común de trabajo filosófico, como ha sido usual en los temas clásicos de la philosophia perennis.
La fenomenología del siglo XX, determinada principalmente por los aportes teóricos de Edmund Husserl, pero también por los de notables filósofos como Martin Heidegger, Edith Stein, Max Scheler, Emmanuel Levinas, Maurice Merleau-Ponty, Jan Patočka, Ludwig Landgrebe, José Ortega y Gasset, Jean-Paul Sartre, Eugen Fink, Paul Ricoeur, Marc Richir, Bernhard Waldenfels y Klaus Held, entre otros, ha sido una de las áreas de investigación en la filosofía contemporánea que con mayor ahínco ha estudiado el tema de la afectividad. Desde luego, si tomamos, a modo de ejemplo, a dos de las aproximaciones más importantes en el sentido de la Wirkungsgeschichte que han ocasionado, en los casos de Husserl y Heidegger, podemos rápidamente constatar la presencia de una actitud metódica fuertemente resignificadora, que intenta articular de una manera renovada y crítica diferentes aspectos de la concepción del ser humano, del mundo y del complejo ámbito de situaciones humanas en donde nos relacionamos con nuestro entorno, con los otros y con los fenómenos naturales y sociales que constituyen nuestro habitar en el mundo. Por supuesto, la idea de racionalidad que sirve de base para pensar nuestra relación con el mundo también cambia. De forma meramente indicativa, por ejemplo, en la tematización de la llamada fenomenología genética de Husserl, la concepción que es defendida del yo como sustrato de habitualidades (Substrat von Habitualitäten) da paso a una serie de análisis en torno a la conciencia intencional y no intencional y, en sentido específico, a la pasividad primaria y secundaria, en la que se desarrolla un análisis complejo sobre las asociaciones temporales en las cuales se inserta el fenómeno de la afección. Este fenómeno está enmarcado en un contexto en el que se relaciona genéticamente con diversos ámbitos de la habitualidad (los sedimentos biológicos y animales y el desarrollo temporal de la subjetividad, el estudio de la niñez y la infancia, el problema de los instintos, etc.), en un sinnúmero de conexiones significativas que devienen en un tratamiento extremadamente articulado por parte de Husserl, a tal punto de que se introduce una serie de temas que generalmente son vistos de una manera puramente fragmentaria y tangencial, tanto en perspectivas antiguas como en perspectivas más recientes.1 En el caso de Heidegger, a partir de una orientación que se aproxima al espíritu de la comprensión aristotélica de las πάθη en el libro II de la Retórica, se desarrolla una conexión entre temple de ánimo (Stimmung) y mundo, la cual proporciona un marco de relaciones ontológicas en el que se provee una orientación en torno a la condición o disposición anímica (Befindlichkeit) que caracteriza siempre el estar en el mundo (in-der-Welt-sein) del ser humano.2 Con esta caracterización de la disposición anímica en la ontología fundamental de Heidegger, la fenomenología de inspiración heideggeriana abre un campo de posibilidades para pensar cómo los afectos configuran de manera anímica nuestra relación con nuestro mundo-entorno. A partir de estas influyentes aproximaciones de Husserl y Heidegger se ha abierto una posibilidad para pensar la riqueza de la afectividad como un fenómeno encarnado, situado y determinante en nuestra relación fáctica con el entorno.
Es interesante constatar lo estrechamente apegada que estuvo la fenomenología desde sus orígenes al problema de la afectividad. En este punto cabe destacar que el alto nivel de precisión descriptiva y conceptual a la que apunta la fenomenología facilitó el rápido desarrollo de todo un repertorio de investigaciones que tuvo como propósito realizar minuciosas exploraciones descriptivas a la esfera de la vida afectiva concreta. A manera de ejemplo, recientemente en sus páginas de redes sociales, los miembros del Husserl Archives Leuven compartieron un listado de las disertaciones realizadas por varios de los alumnos del prestigioso filósofo y psicólogo Theodor Lipps (1851-1914) y que posteriormente permanecen ligados con el desarrollo de Husserl de su primera fenomenología. Como se ve en los siguientes nombres, la dedicación a la problemática de los afectos y de los sentimientos era considerable en el diálogo que existía entre la fenomenología, que en ese momento estaba en estado de incubación, y la psicología. Sus exponentes más notables son Rudolf Weinmann, con su obra Die Lehre von den spezifischen Sinnesempfindungen (1895), Alexander Pfänder, creador de Das Bewusstsein des Wollens (1897) y Phänomenologie des Wollens (1900), Moritz Geiger, autor de Bemerkungen zur Psychologie der Gefühlselemente und Gefühlsverbindungen (1904), y Margarete Calinich, quien escribió en 1910 su disertación Versuch einer Analyse des Stimmungswertes der Farbenerlebnisse. Si a esto le sumamos, por ejemplo, los interesantes trabajos de Max Scheler dedicados al examen fenomenológico de los sentimientos (resentimiento, amor, culpa) en su desarrollo de la ética, tendremos una primera mirada, bastante general, que ya habla de una influyente posición de este tema. El diálogo que Husserl realizara, por ejemplo, con Geiger y Reinach sería trascendente para revisar el trabajo en torno a la afectividad en el contexto de la llamada primera o temprana fenomenología.3 La propia obra de Husserl, a veces tipificada de una manera en la que no se le hace justicia a su amplísima trayectoria vocacional, contiene importantes trabajos que demuestran esta íntima afinidad a los problemas afectivos. El volumen XLII de Husserliana, titulado Grenzprobleme der Phänomenologie. Analysen des Unbewusstseins und der Instinkte, contiene, por ejemplo, unos interesantes análisis de la afectividad en relación con la vigilia y el sueño (que en buena medida recuerdan a algunas de los análisis biológicos de Aristóteles). Los materiales sobre este tema son abundantes y merecen una sistematización y una comprensión globalizada que los contextualice en aras de hacer accesibles sus méritos más relevantes.
El presente volumen de la revista Tópicos del Seminario versa sobre “El giro afectivo de la fenomenología”. La determinación del papel que desempeña la afectividad en la fenomenología es digna de una aclaración en torno a la idea del mencionado giro. Con el título referido no se intenta expresar que la fenomenología se ha adaptado a la tendencia reciente.4 La historia de la fenomenología puede plantear algunas sugestivas consideraciones que exigirían revisitar la solidez del relato generalizado en torno al giro reciente y, también, su propia línea de actualidad. La idea del giro afectivo de la fenomenología que se intenta proclamar aquí no apunta a mostrar un cambio de orientación dentro del desarrollo temático de la fenomenología —aquí el énfasis apuntaría a que el giro (Wende, Turn) sería de la fenomenología—; en un sentido más preciso, la idea del título quiere remarcar, más bien, aquello que la fenomenología ha propiciado en torno a la noción de la afectividad y que puede ser caracterizado como un giro frente a ciertas representaciones habituales de la afectividad —aquí el énfasis del giro recae en lo afectivo, que es sometido a un cambio radical por parte de la forma de proceder de la fenomenología. Ahora bien, en lo que atañe a la específica actualidad que la fenomenología posee en su tratamiento de la afectividad, cabe señalar que cada vez más hay más posibilidades de un diálogo fructífero con los enfoques de la ciencia cognitiva en una perspectiva interdisciplinar basada en un trabajo riguroso (al respecto, las actividades del Center for Subjectivity Research, dirigido por Dan Zahavi, son un claro ejemplo de esto). La fenomenología, sin duda, se encuentra frente a un panorama alentador; y es llamativo que, en el centro de este panorama, los diversos problemas relativos al nexo entre racionalidad y afectividad desempeñen un papel ineludible.
El propósito de este volumen consiste en extender, tanto al público en general como al lector especializado, una invitación a la fenomenología a través de la tematización de la esfera de la vida afectiva. La intención específica de tal invitación consiste en ofrecer una muestra persuasiva del trabajo conceptual de esta particular dirección metodológica. El primer número, que aquí introducimos, está compuesto por ocho textos que, en su mayoría, parten de aspectos vinculados con el desarrollo de la fenomenología trascendental husserliana. El segundo número, que será publicado en el periodo de enero-junio de 2023, estará compuesto por trabajos que partirán, sobre todo, de asuntos afines con el desarrollo de la fenomenología hermenéutica de Heidegger.
Abre este volumen el breve texto titulado “En torno a la afectividad en la fenomenología (Saludo postal)”, escrito por Alexander Schnell (profesor titular de la Bergische Universität Wuppertal y uno de los destacados especialistas de la filosofía fenomenológica contemporánea). A modo de inspiración en el breve texto que el filósofo francés, recientemente fallecido, Jean-Luc Nancy, escribió para esta misma revista en el número de Semiótica y posmemoria II, editado por Verónica Estay Stange, el texto de Alexander Schnell sirve como presentación de este número y del siguiente, a partir de una breve explicación introductoria acerca de la función de la afectividad en la fenomenología. Schnell destaca, en su estimulante presentación, que las aproximaciones que la fenomenología elabora en torno a la afectividad dependen de determinadas orientaciones concretas acerca de la idea de subjetividad y las maneras específicas en que ésta se relaciona con la aperturidad del mundo. En ese sentido, tras realizar un breve recorrido a través de diferentes concepciones (Schnell menciona a Husserl, Heidegger, Merleau-Ponty, Richir, Henry, Maldiney), el autor resalta la capacidad descriptiva de la fenomenología a la hora de hacer frente a los fenómenos afectivos.
En “¿Volver a las cosas?”, Raúl Dorra5 aborda, desde una perspectiva relacionada con el análisis semiótico y la crítica literaria, la idea fenomenológica del retorno descriptivo al problema de la experiencia inmediata. En efecto, el problema del retorno a la experiencia inmediata que se encuentra inserta en la idea de la fenomenología exige, al menos, detenerse a pensar qué significa y cómo se da tal retorno, lo cual también implica detenerse en la mediación del lenguaje en tal intención descriptiva. No es casual que varios fenomenólogos se hayan sentido próximos a la poesía y a la literatura. La idea de una conexión entre lo literario y lo fenomenológico ronda la intención del texto, no sin pasar por alto la adecuada problematización de una conexión ingenua.
Roberto J. Walton, en “Niveles del sentimiento en Edmund Husserl”, desarrolla un minucioso trabajo en torno a la caracterización de Husserl de los diferentes niveles que están presentes en la constitución del sentimiento. Walton habla de distintos niveles o modalidades que son paralelos a los de la constitución del mundo y en los que se encuentran la originariedad, el despertar de prominencias en la indiferenciación, el condicionamiento motivante para la aparición de objetos, la resonancia y la prospectiva. Destacando el aporte de Quepons en torno a la relación entre la intencionalidad de los temples de ánimo y la conciencia de horizonte, Walton se propone continuar con este tipo de investigación en el contexto de la fenomenología genética a partir de las modalidades ya enumeradas.
En “Esbozo de la fenomenología de la afectividad en Merleau-Ponty”, Graciela Ralón efectúa una reconstrucción del tema de la afectividad en la obra de Merleau-Ponty. Como aclara la autora, en la obra del fenomenólogo francés no hay una elaboración sistemática del tema de la afectividad, sin embargo, esto no significa que no existan tratamientos dentro de su obra. En este punto, se trata de sostener que el sentir es un fenómeno que en la obra de Merleau-Ponty abarca la comprensión de la vida humana en sus diferentes modalidades. Al vincular el sentir con lo inconsciente, se abre un espectro de análisis en el que se vincula lo afectivo con la sexualidad. El desarrollo de la estesiología en la obra de Merleau-Ponty pone en escena una serie de elementos (la sexualidad, los sueños, lo erótico, el placer y el dolor) que dan cuenta de la importancia de la afectividad.
Orlando Téllez, en su contribución titulada “Afección y cognición: un boceto husserliano”, aborda la pregunta: “¿Cuál es el papel que juega la afección en el marco más amplio de la cognición (humana) y su aspiración, o bien tendencia, por el conocimiento de lo que es?” Discutiendo la tesis de Wilfrid Sellars acerca de que “lo no-proposicional es epistémicamente ineficaz”, la indagación del autor apunta a entender qué papel desempeñan los afectos en la versión husserliana de la cognición y si puede sostenerse críticamente la perspectiva de Sellars. El autor, de este modo, intenta fundamentar el rol crucial del afecto en la constitución husserliana del sentido; para ello argumenta que sin él no habría objetos y que el afecto forma parte del ser despertado (Gewecktwerden) que, a la vez, conforma el ser consciente que es constituyente de sentido.
En “Disposiciones afectivas y horizontes prácticos: contextos del problema de los temples de ánimo en Ludwig Landgrebe y Edmund Husserl”, Ignacio Quepons Ramírez realiza una reconstrucción de la concepción fenomenológica de la afectividad en el pensamiento de Ludwig Landgrebe, en especial en su obra Der Begriff des Erlebens. Para elaborar esta reconstrucción, el artículo se propone, en primera medida, proveer una sistematización de la temática de los temples en la obra de Landgrebe, en relación con el panorama proveniente del desarrollo de la fenomenología trascendental de Husserl; por otra parte, también se propone emprender una revisión de esta temática en el propio Husserl y sugiere puntos de proximidad entre Husserl y Landgrebe. Como el texto muestra, aun cuando en un principio pareciera haber desacuerdos en torno a la adscripción del estatus de los temples en el desarrollo de cada visión individual de la fenomenología, es posible encontrar importantes puntos en común entre el Husserl de los manuscritos tardíos y Landgrebe, en su obra Der Begriff des Erlebens.
En el trabajo “La dimensión afectiva en la fenomenología de José Ortega y Gasset. Notas para un estudio sistemático a partir de Manuel Granell”, Noé Expósito Ropero presenta un aporte valioso para la reconstrucción del estudio de la afectividad en la obra del filósofo español. Como muestra el texto, a partir de una discusión crítica con algunas posturas como las de Rodríguez Huéscar o Cerezo, se intenta defender que los análisis orteguianos de la afectividad se formulan y legitiman fenomenológicamente, es decir, que pueden ser entendidos como desarrollos circunscritos en el panorama de la filosofía fenomenológica de Husserl. Para dar cuenta de este intento de vinculación, Expósito Ropero toma como base los estudios de Javier San Martín y de Manuel Granell, quien fue un discípulo de Ortega exiliado en Caracas a partir de 1950.
Cierra este volumen el trabajo de Stefano Santasilia, “La cuestión de la afectividad entre Michel Henry y Jean Luc Marion”. En este texto se procura mostrar la influencia recíproca entre las reflexiones elaboradas por Michel Henry y por Jean-Luc Marion, con respecto al tema de la afectividad. En este sentido, el texto elabora una reflexión en la que se reconstruye, a grandes rasgos, la reflexión de Michel Henry en torno a la dimensión afectiva y la propuesta de Jean-Luc Marion acerca de este mismo punto; de tal manera que, al final, se presentan las asonancias y diferencias entre ambos autores.
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Manifestamos un agradecimiento muy especial a todos los autores, por el envío de sus contribuciones y por la paciencia con la que han acometido las tareas editoriales surgidas en el proceso de conformación de este volumen. Un especial reconocimiento va para María Isabel Filinich, por la aceptación de esta propuesta y por su continuo asesoramiento; y desde luego, a Dominique Bertolotti Thiodat, por todo el acompañamiento y el profesionalismo desempeñado durante las distintas facetas de la gestación y la composición de este volumen en general. Los editores encargados del presente volumen queremos dedicar este número particular a la memoria de Raúl Dorra, entrañable amigo y maestro, fallecido en septiembre de 2019. En conmemoración de nuestros últimos encuentros personales, que se produjeron entre mayo y agosto de 2019, deseamos recordar la sincera alegría que nos embargó al verlo asistir puntualmente a las reuniones programadas del módulo “Pathos, afectividad y deseo: los temples de ánimo en la fenomenología hermenéutica”, que coordinamos en el Seminario de Estudios de la Significación (SeS-BUAP). Tras una larga ausencia que lo había tenido alejado de la que fue su segunda casa, Raúl Dorra volvió a hacer presencia en esa ocasión para comentar con la sagacidad propia de su amor por el lenguaje cada una de las intervenciones realizadas. En el inicio de la segunda sesión, y sin previo aviso, leyó una intervención titulada “¿Volver a las cosas?”, que posiblemente fue uno de sus últimos escritos, si no el último, de su vasta trayectoria intelectual. En ese breve texto, Raúl Dorra comentó, con la agudeza que lo caracterizaba, las no pocas dificultades de la aproximación fenomenológica a las cosas mismas y las diferentes complicaciones lingüísticas que trae consigo el intento de descripción de la esfera de la experiencia inmediata, en la que hace presencia el problema de la afectividad. A Luisa Ruiz Moreno va también nuestra gratitud por su generosa autorización concedida para la inclusión de ese texto en el presente número.