Presentación
En esta entrega de Tópicos del Seminario, nos convoca la memoria del lingüista y semiotista Claude Zilberberg, que como bien ha dicho Jacques Fontanille,1 nos ha heredado muchas ideas sugestivas, material de estudio y una teoría para compartir durante largo tiempo. De esto tenemos prueba en las numerosas investigaciones que han surgido alrededor de él en todo el mundo.
En medio de todos los cursos y conferencias que dio en Latinoamérica, en Puebla impartió dos seminarios, el de especialización “Elementos de semiótica tensiva” (1996), y el de “Ritmo y formas de vida” (1997). De entre sus publicaciones algunas estuvieron dedicadas también a sus lectores poblanos, tal es el caso de “Observaciones a propósito de la profundidad del tiempo”, publicado en la revista Morphé (Zilberberg, 1994-1995); “Semiótica de la suavidad”, en Tópicos del Seminario (1999a), el “Breviario de gramática tensiva”, en Escritos (Zilberberg, 2003); y una obra muy especial pues no existe de ella traducción o una versión al francés; me refiero a Semiótica tensiva y formas de vida (1999b), publicada por el Programa de Semiótica de la Universidad Autónoma de Puebla.
Por mi parte, fui asistente a ese último curso que dio en la ciudad de Puebla y lo escuché un par de veces en diferentes congresos, como en el año 2001 en Quebec en el Congreso de la Asociación Internacional de Semiótica Visual y en el Seminario Intersemiótico de París. Tuve la gran oportunidad de encontrarme con él cuando yo era estudiante del doctorado en Ciencias del Lenguaje —hacia el año 2005— para entrevistarlo y hacerle algunas preguntas de carácter muy general sobre la semiótica tensiva. Conservo aún esa grabación de su voz lenta y clara y de la explicación paciente de sus nociones fundamentales.
El objetivo de las líneas que siguen es simple, pues están encaminadas a describir un poco cómo fue la presencia e influencia de Zilberberg en nuestro Seminario de Estudios de la Significación, y cómo algunos de sus estudiantes de aquí se han “apropiado” de su teoría y de sus propuestas más ricas. Entonces este trabajo no sólo posee un carácter divulgativo, sino también didáctico.
Para esto haré un poco de historia sobre cuál ha sido la recepción de la semiótica tensiva en nuestro medio y me enfocaré al uso que se le ha dado al esquema tensivo. Abordaré pues el carácter heurístico del esquema y su relación con el diagrama en el análisis no solo de unidades mínimas, como los lexemas, sino de oraciones, discursos e incluso formas de vida extensas y abarcadoras. Veremos, finalmente, tres ejemplos de esta apropiación y uso, surgidos a partir de la teoría de Zilberberg y desarrollados en el seno del “Seminario de Puebla”.
1. Un poco de historia
La semiótica tensiva propuesta por Zilberberg, si bien se ha configurado como una nueva forma de hacer semiótica, no se trata de un paradigma extraño a la semiótica de corte estructural, es más bien, un complemento y actualización del análisis estructural diferencial clásico. Zilberberg, desde su procedencia profundamente lingüista —siempre fue reconocido como uno de los más hjelmslevianos— y apegado al objeto de la semiótica —establecer las condiciones de la construcción y aprehensión de la significación—, fue fiel también al principio de empirismo y al análisis de los textos. Bajo un aliento fenomenológico —sin estar al servicio de la fenomenología— dio respuesta a las insinuaciones que Greimas (1987) lanzó desde su Semántica estructural al poner a la percepción como “el lugar no lingüístico en que se sitúa la aprehensión de la significación” (Greimas, 1987, p. 13). Para Greimas, recordemos, “la semántica se reconoce de este modo abiertamente como una tentativa de descripción del mundo de las cualidades sensibles” (Greimas, 1987, p. 13). Así, las cualidades sensibles y la percepción serán el gran presupuesto de la significación y será, justamente el mundo de esas cualidades sensibles, el que más va a interesar a Zilberberg.
En En torno al sentido (Greimas, 1973) y Del sentido II (Greimas, 1989), una vez que la semiótica ya había probado su eficacia analítica y se había construido un edificio teórico bastante consistente para dar cuenta de la dimensión inteligible de la significación mediante principios —como el de narratividad— y modelos operatorios —como el recorrido generativo— y en el que el objeto focalizado fue la acción y la transformación, Greimas (en el tomo II) reconoce una “falla” o carencia metodológica que consiste en “la ausencia de instrumentos de análisis, cuando se trata de abordar sentimientos y pasiones ʻde papelʼ” (Greimas, 1989, p. 17), pues si bien el recorrido generativo probó su valor heurístico hacia abajo en el análisis concreto de objetos significantes y lo hizo también hacia arriba hacia las instancias ab quo, no había ido más allá, hacia las condiciones de la significación, de lo discontinuo analizable hacia la continuidad, es decir, más allá del cuadrado semiótico o del establecimiento de los valores.
Y en ese movimiento de lo inteligible hacia lo sensible y de lo discontinuo a lo continuo, Greimas y Fontanille (1994) dieron un gran paso en Semiótica de las pasiones, al retornar a aquellas primeras insinuaciones de Greimas (1987) en Semántica estructural. Sin embargo, lo sensible aparece aquí aún ligado a la acción, como una condición y potencialidad del hacer, pues a partir de los estados de ánimo se transforma el estado de cosas. En esta obra, no obstante, se señala ya la importancia de la mediación somática del cuerpo, la percepción y la foria. De esta manera, se establecen las precondiciones de la significación a partir del paso de lo discontinuo (el hacer y el valor) hacia la continuidad y las pasiones y, de ahí, finalmente, hacia las modulaciones, la afectividad y las valencias, pues los primeros discernimientos de la significación solo pueden ser pensados como afectos medibles en tanto modulaciones y como un estado previo o virtual al discernimiento.
Ahora bien, estas consideraciones conllevan un riesgo: establecer una especie de horizonte óntico de carácter especulativo. La precaución sería estar alerta, en constante interrogación sobre esta problemática. La solución es ir al simulacro de esas precondiciones de la significación, es decir, anclarse en los textos: “¡fuera del texto no hay salvación!”
A partir de todo esto, surgió en su momento la gran pregunta: ¿con qué aparato metodológico, bajo qué noción o mediante qué modelo operatorio es apropiado describir y analizar las precondiciones de la significación, las modulaciones sensibles, los afectos y los primeros discernimientos? Fue Claude Zilberberg quien se dio a la tarea de ir respondiendo estas preguntas a partir de tres grandes consideraciones: la preminencia de lo sensible y su relación tensiva con lo inteligible, las variaciones de la intensidad sensible y la modalización y la aspectualidad y, como él mismo lo señala: “La hipótesis tensiva no constituye ni un descubrimiento ni una invención, sino […] la proyección de un nuevo punto de vista sobre lo ya conocido” (Zilberberg, 2016, p. 16). Zilberberg se refiere y reconoce sus antecedentes lingüísticos, semióticos y literarios.
Zilberberg nos ha heredado, entonces, una teoría lograda, sistemática y rigurosa, rica en sugerencias para abordar los “movimientos subterráneos”2 de la significación, un número suficiente de nociones complejas y un modelo operatorio que conocemos como esquema tensivo, que es sobre el cual girarán las notas que siguen.
2. Entre el esquema y el diagrama
Usualmente se hace un uso indistinto de las palabras esquema y diagrama. Los diccionarios de uso nos indican que el esquema es una representación gráfica de algo atendiendo a sus caracteres más significativos o esenciales, mientras que el diagrama es una representación gráfica de una sucesión de hechos u operaciones. Podemos observar de entrada que al menos el diagrama puede ser considerado más como el despliegue de varias operaciones y que el esquema es más simple. Dentro de la semiótica en general y en la tensiva en particular, tanto el esquema como el diagrama poseen su propia definición y uso bien diferenciado, así nos lo hace saber Ruiz Moreno (2019, pp. 79-112).
Además, sabemos que muchas de las fuentes en el pensamiento de Zilberberg no fueron explícitas. La noción de esquema en Kant se liga a la de Zilberberg en tanto pone en relación lo sensible y lo inteligible. La esquematización es el procedimiento que permite procurar a un concepto su imagen. Para Hjelmslev, el esquema se encuentra entre la forma y la sustancia, es relacionante. Para la semiótica estándar el esquema es la “representación de un objeto semiótico reducido a sus propiedades esenciales” (Greimas y Courtés, 1982).
Para la semiótica tensiva el esquema será la intersección entre la intensidad y la extensión (lo sensible y lo inteligible). Es el “entredós” de estas dimensiones (Zilberberg, 2000: 205), es un mediador, es decir, es relacionante. Es una imagen visual que nos lleva al entendimiento de una operación esencial. Su imagen visual nos recuerda a los esquemas matemáticos en los que se relaciona una ordenada y una abscisa que delimita un espacio (cartesiano) y que es atravesado por un vector.
Así, el esquema tensivo (Figura 1), como bien sabemos, se conforma de dos ejes, uno horizontal que se refiere a la extensión inteligible y uno vertical que hace referencia a la intensidad sensible. Estos dos ejes pueden ser asimilados también a la dimensión conceptual y la dimensión afectiva, al estado de cosas y al estado de ánimo. Recordemos que el vector será la intensidad, es decir, lo sensible, los estados de ánimo. El espacio que se abre y al mismo tiempo se delimita entre esos dos ejes es el espacio tensivo, y el vector que va indicando los puntos de intersección entre un eje y otro es la dirección que toma la foria —carga afectiva—, que además ocupará un intervalo y se moverá con cierto ímpetu.
La relación entre un eje y otro puede ser inversa o conversa, a mayor inteligibilidad menor intensidad y viceversa, a mayor inteligibilidad también mayor intensidad; y el movimiento de la foria puede ser ascendente o descendente. Las dimensiones que representa cada eje poseen también subdimensiones; para la intensidad está el tempo y la tonicidad; y para la extensión, la temporalidad y la espacialidad.
Así, a partir de las diversas posibilidades de relación y movimientos de la foria, surgen cuatro esquemas de base: relación inversa ascendente, una inversa decadente (o descendente), una relación conversa ascendente y una conversa decadente. A continuación, presentamos estos esquemas (Figura 2).
Estos cuatro esquemas nos permiten visualizar cuatro surgimientos de valores, sobre todo a partir de las relaciones conversas (los dos primeros esquemas): los valores de destello y los valores de universo. En los valores de destello —absolutos— estaría, por ejemplo, el éxtasis místico, mientras que en los valores de universo estarían los actos de todo hombre práctico.
Ahora bien, las relaciones conversas nos resultan muy interesantes pues están en los límites del sentido, producirían tal vez una especie de repliegue o destello del esquema mismo. Ahí podríamos encontrar tal vez la melancolía, que a veces lleva a la muerte y el eureka, que lleva a la locura (como el Aleph borgiano).
Resulta curioso que, en el desarrollo de su pensamiento, Zilberberg presente estos esquemas y así lo señale, pero que en los glosarios que aparecen al final de algunas de sus obras aparezca solo el diagrama.
La noción de diagrama, por su parte, ha sido propuesta por otros autores antes que Zilberberg. Uno de estos antecedentes es G. Deleuze, para quien el diagrama no funciona jamás como representante de algo concreto, un mundo objetivado, por el contrario, el diagrama organiza un nuevo tipo de realidad pues responde, precisamente, a una necesidad constructiva que produce algo abstracto pero real. Al ser el objetivo del diagrama la organización, tiene este un carácter sintáctico y evidentemente es complejo.
Zilberberg (2006) define el diagrama como “la representación gráfica convencional del espacio tensivo” (p. 207) pero ya provisto de un mínimo de contenido. Ahí mismo, él hace referencia a los esquemas posibles (inversos o conversos) y a su función de correlación entre la intensidad y la extensión. Así, el esquema sería un medio para visualizar la relación y la posibilidad y el diagrama ya estaría “semantizado” pues indicaría el surgimiento del valor a partir de valencias específicas. Para Ruiz Moreno (2019), un esquema complejo o la suma de varios da como resultado un diagrama (Figura 3).
Finalmente, debemos decir que tanto el esquema como el diagrama son imágenes visuales de carácter mostrativo, que no representan nada, sino que muestran, no son representativos, sino presentativos, no es una ilustración que apunta hacia algo y no son solo un modo de expresión o una simple inventiva artificiosa, sino que es la producción misma de un pensamiento que se encuentra contextualizado dentro de una episteme.
3. De la palabra al texto… y más allá
El uso y resultado del esquema tensivo es evidente. Veamos ahora sus diversos usos. Zilberberg (2016) dice que “la estructura lingüística más próxima es la del acento rítmico” (p. 44), así podemos analizar la unidad mínima de la lengua, el lexema, para vislumbrar su configuración como un valor y de ahí al enunciado, al discurso, al bloque de discursos (Zilberberg, 1999b, p. 15). La propuesta de Zilberberg, que sigue aquí a Mallarmé, es ir de “el motivo preponderante coextensivo al poema”, es decir, ir de unidades mínimas a unidades cada vez más extensas, de “gran envergadura”, propias de formas de vida o de estilos semióticos sociales (Zilberberg, 1999b, p. 12).3
Y si el valor heurístico del esquema tensivo va pasando ya la prueba del tiempo, para vislumbrar desde ahí la conformación de valores semánticos, frases, discursos y formas de vida, el surgimiento de diagramas complejos va dando sus primeros frutos. En el seno del Seminario de Estudios de la Significación, donde hemos trabajado la semiótica tensiva a partir de los cursos dictados por Zilberberg en Puebla, se dio respuesta al planteamiento mismo de él, “saber si es posible combinar un esquema con otro” (1999b, p. 9) y dar cuenta de la reversibilidad de los esquemas tensivos, de los múltiples movimientos de la foria ya en una estructura temporal extensa.
Hacia el año 2002, Ingrid Geist —miembro de nuestro seminario y antropóloga de la ENAH— expuso en una sesión los avances sustanciales de la investigación que realizaba sobre las prácticas rituales de los cora y los huicholes en Semana Santa. A partir de los postulados de V. Turner sobre el ritual y enfocándose en los diferentes movimientos afectivos dentro de éste (separación-estado liminar-reincorporación), ella ofreció una reformulación desde la semiótica tensiva,4 desplegando el esquema y dando vuelta a una de sus partes. Así, en lugar de usar dos esquemas inversos, utiliza un solo esquema (¿diagrama?) (Figura 4) abarcador que da cuenta de la extensión, las “subidas” y “bajadas” de la intensidad y un espacio intermedio, una especie de frontera-hueco que visualiza el momento liminar del ritual, instante transformador del estado de cosas.
Así, el ritual, tal como lo vio Geist, es una sintagmática de tres secuencias, cada una con su propia temporalidad, movimiento fórico y relación entre la intensidad y la extensión. De la lentitud de la etapa de separación social a la rapidez y detención en la etapa liminar y de ahí a la progresiva y cada vez más lenta etapa de reincorporación.
Por su parte y casi a la par, Luisa Ruiz Moreno (2014) fue desarrollando un trabajo a partir de una reflexión sobre el cuerpo del actante (Fontanille, 2004) y de un análisis concienzudo sobre un poema de G. Baldovin, en el que un estado —la soledad— adquiere progresivamente su figurativización (Figura 5) hasta llegar a ser un sujeto y poseer un cuerpo. Cópula constitutiva de soma como principio de resistencia y pulsión, sustento sensible y sema, sustrato inteligible.
Esta complejización del diagrama —y la pertinencia del término mismo— fue trabajado por Ruiz Moreno (2019) en “Diagrama del sujeto”. Ella propone considerar que el diagrama —al contrario de la función representativa o simplificadora— tendría una función epistemológica, la cual daría cuenta de la complejidad del sujeto con sus diversos grados de figurativización, para centrarse en el sujeto humano y vislumbrar sus relaciones de intersubjetividad, lo cual daría como resultado la posibilidad del engarzamiento de múltiples diagramas de doble esquema tensivo.
A la vez, en mi estudio sobre el discurso místico español del siglo XVI (Solís Zepeda, 2016) consideré la vida de los místicos como un gran relato (descrito en los textos que analicé) y como un proceso estructurado, en el que es posible estimar que cada parte de la estructura presenta una relación singular entre una dimensión sensible y magnitudes inteligibles. Desde este punto de vista es posible postular el camino espiritual que siguen los místicos como un proceso de gran extensión y esquematizarlo, provisionalmente, y de manera muy general, de la siguiente manera (Figura 6):
La etapa uno la podemos llamar, genéricamente, etapa de negación (relación inversa ascendente entre la extensión y la intensidad), la segunda es posible denominarla etapa de estados afectivos (relación inversa descendente) y la tercera como etapa de reincorporación (relación conversa entre extensión e intensidad). Los puntos marcados como A y A’,5 corresponden a un intersticio y una intersección que describiremos más adelante. En el eje vertical tenemos los valores de absoluto, que apuntan a “lo uno” por medio de una operación de selección y concentración de la intensidad, se trata, dentro del ámbito religioso de valores espirituales, caracterizados por la presencia única e intensa de Dios y que corresponde a lo que se conoce como “otra vida”. En el eje horizontal tenemos los valores de universo que se caracterizan por la multiplicidad, la expansión y la difusión de la intensidad, que dentro del ámbito religioso corresponden a la ausencia o lejanía de Dios, la presencia del mundo contingente, se trata, en fin, de valores temporales, a lo que conocemos como “esta vida”, el mundo, el siglo.
Así pues, este esquema doble con tres movimientos de la foria y dos detenciones (Figura 7) —o un intersticio y una intersección—, da cuenta de manera muy general del proceso denominado camino del misticismo. Si damos cuenta de los valores en juego, en cada etapa del proceso se despliega ahora un diagrama complejo, pero también más preciso.
En síntesis: el sujeto místico —actor de su propio relato de vida que se extiende en una duración temporal— carece de Dios en un estado inicial. Su búsqueda en una primera etapa consiste en “hacerle un lugar” a ese Dios deseado. Para esto va negando desde lo más contingente y abarcador, “todas las cosas”, hasta lo más específico, esferas precisas de la existencia humana, como son la sociedad y la familia y de las cuales el místico se separa. Posteriormente, niega los deseos enfocados a la afectividad y después los ligados a la carne. Finalmente, enfocado ahora en su interioridad, olvida lo que hay en su memoria, en su entendimiento y en su voluntad. De esta manera, el alma se concentra e intensifica en sus competencias en un solo objeto de valor que es Dios. Es solo en este momento de despojo absoluto en que arriba Dios en la forma del éxtasis. Una vez sucedido éste, el místico regresa al mundo invadido por un amor alejado de ese objeto de valor, lo que produce gradualmente una baja de intensidad afectiva pero una especie de repliegue de lo extenso inteligible. Este nuevo estado —que identificamos como melancolía— hace que el sujeto no sienta, no desee y no actúe. Esta “retirada” tanto de la intensidad como de lo inteligible marca una concentración del sujeto hacia el vértice de las coordenadas, hacia el origen o punto cero, en el que más allá de la frontera ya no existe el sentido, ¿la muerte tan deseada en este estado afectivo?
En el discurso místico podemos observar que el estado melancólico no perdura indefinidamente, por el contrario, el místico sale de él, repunta, por medio de los actos. Para los estudiosos del misticismo éste es un nuevo estado llamado teopático, que se caracteriza por los actos “extendidos” al “prójimo” pero que van “cargados” de un entusiasmo muy intenso que sin embargo no nubla el entendimiento.
In-conclusiones
Hasta aquí hemos intentado darle al lector una panorámica de las repercusiones de la teoría de Claude Zilberberg en el ámbito de la semiótica en México y, sobre todo, en y a partir de nuestro Seminario de Estudios de la Significación. Digamos que hemos deseado ofrecer el “estado de cosas” en cuanto al pensamiento zilberbergiano en un dominio muy específico. Nos hemos centrado especialmente en una práctica grupal que ha dado como resultado la apropiación del esquema tensivo. Esta apropiación y utilización que, finalmente, prueba su carácter heurístico, se ha extendido también al carácter creativo del diagrama pues este, por sus propias características abarcadoras y complejizantes, puede producir diversos y hasta novedosos resultados. Como hemos dicho al principio, estas líneas que aquí terminan tienen primordialmente un carácter divulgativo y han mostrado un ejercicio didáctico propio de nuestro seminario.
¿Y qué hay de los estados del alma? De estos damos cuenta en el mismo acto del homenaje a Zilberberg, pues todos nosotros lo recordamos en este número de Tópicos y, al final de cuentas, tal como él mismo nos lo propuso, los estados del alma influyen en la transformación del mundo y, por lo tanto, producen estados de cosas. Que nuestros afectos y deslumbramientos ante la teoría de Zilberberg nos lleven a la indagación y reflexión, que la intensidad sensible nos lleve al acto y a la extensión en el tiempo y el espacio.
Recuerdo, por último, aquel encuentro con Zilberberg en el que él me detuvo en medio de una pregunta que yo le había hecho, a la cual respondió: “espere, deme una hoja”, y dibujó sobre ella el esquema tensivo y continúo la explicación que apenas comenzaba: “vamos a encontrar una distinción entre la intensidad y la extensidad. La extensidad, como sabe, es el tiempo y el espacio. Lo que dura es el tiempo y lo que es profundo es el espacio. El tiempo y el espacio juntos se pueden extender cada vez más lejos, o por el contrario…”