Introducción
Completamente dedicada a la fundación y al desarrollo de la semiótica tensiva durante cerca de cuarenta años, la obra de Claude Zilberberg ofrece una notable coherencia: los elementos fundadores se encontraban ya en Essai sur les modalités tensives (1981) [Ensayos sobre semiótica tensiva, 2000] y sus enriquecimientos sucesivos se desplegaron en particular en Éléments de grammaire tensive (2006) [Elementos de gramática tensiva (2006)], La structure tensive (2012) [La estructura tensiva, 2015] y en Des forms de vie aux valeurs (2011) [De las formas de vida a los valores (2016)]. Una de las dimensiones de esta coherencia a menudo pasó inadvertida: es la que consiste precisamente en la motivación y la progresión del recorrido realizado. En efecto, dicho recorrido está marcado por una serie de confrontaciones con las principales problemáticas greimasianas, en el siguiente orden —y tal vez me olvide de algunas etapas: las estructuras elementales de la significación, las modalidades narrativas, la dimensión pasional, el aspecto, los modos de existencia, la forma y la tipología de las junciones y de los procesos discursivos, y las formas de vida.
La continuidad y el detalle de este recorrido muestra al menos una cosa: al mismo tiempo que elaboraba sus propias problemáticas, Claude Zilberberg no sólo se preocupaba sino que tenía la voluntad deliberada de anclarlas lo más cercanamente posible a las de Greimas, con seguridad para diferenciarse mejor de éstas pero sin dejar de tomarlas como referencia. Es decir, conserva la arquitectura general de la catedral intelectual, y la reconstruye en otro estilo de pensamiento, lo cual explicaría tal vez su fascinación por el frente a frente estético entre lo clásico y lo barroco.
Otras corrientes de la semiótica pos-greimasiana, como las desarrolladas por Jean-Claude Coquet o Eric Landowski, también se refieren a esta arquitectura greimasiana, pero presentando sus propias propuestas como alternativas, estrictamente articuladas en oposición a tal o cual punto de las proposiciones de Greimas: para Coquet, se trata de la oposición epistemológica entre el acercamiento “objetal” y el acercamiento “subjetal”, la que funda en particular la divergencia entre una topología estratificada y a-centrada de la teoría (la del recorrido generativo) y una topología centrada y concéntrica (la de las instancias enunciantes); para Landowski, la oposición se concentra en algunas categorías, como por ejemplo [acción/interacción], o [programación/ajuste], en argumentaciones que desembocan en un englobamiento de las posiciones greimasianas en el interior mismo de los modelos socio-semióticos. Pero Claude Zilberberg es el único que explora sistemáticamente la casi totalidad de los temas teóricos propios de Greimas.
Esta observación guiará nuestro acercamiento a la semiótica tensiva de Claude Zilberberg: en efecto, decretar que se trata de uno de los “paradigmas” alternativos de la semiótica greimasiana no haría justicia a este esfuerzo de confrontación, justamente porque la anterior perspectiva invitaría a un examen por separado, en una suerte de soledad ilusoria, si no es que de solipsismo injustificado. El propio Zilberberg insistía (volvió en varias ocasiones a este punto) en presentar la semiótica tensiva como un punto de vista complementario, y precisamente quisiéramos examinar varios aspectos de este punto de vista, así como de su carácter complementario en las líneas que siguen.
1. En búsqueda de la discontinuidad: de la tensión a la disimetría
¿Pueden las expresiones de la diferencia reducirse a las de la oposición? Tan solo esta pregunta distinguía, o más bien dividía, a los estudiosos de la semántica y a los lexicólogos en tiempos del movimiento estructuralista en lingüística. Los tratados de lexicología y de semántica lexical, en especial los de Bernard Pottier, hacían entonces el inventario de los distintos tipos de diferencias, mucho más numerosas que las que sintetiza el cuadrado semiótico, sin siempre precisar si éstas correspondían a la misma cantidad de tipos de oposición. Mientras que Greimas, por ejemplo, trabajaba específicamente sobre las oposiciones discretas (contrariedades y contradicciones) para construir su cuadrado semiótico en colaboración con Rastier (Greimas y Rastier, 1973, p. 153), Pottier (1981, p. 18) se interesaba en las diferencias de grado: lo caliente, lo tibio y lo hirviente, o también por lo “facultativo”, lo “recomendado” y lo “desaconsejado”, así como por lo “obligatorio” y lo “prohibido”, como por ejemplo, en su artículo sobre el cuadrado semiótico y el ciclo.
Sin volver al detalle de los debates tan nutridos que se dieron en esta etapa fundadora, sin embargo, nos parece necesario recordar su existencia, pues es en este contexto intelectual que nace el proyecto de Zilberberg. La posibilidad de considerar las diferencias graduales parecía ser únicamente una alternativa a las oposiciones entre entidades “discretas”. La solución del ciclo (una línea ondulante continua que atraviesa en varias ocasiones el mismo eje medio horizontal) era presentada por Pottier, por ejemplo, como otra alternativa para hacerse cargo tanto de las mismas relaciones como del cuadrado semiótico, así como de varias otras.
Si, por ejemplo, tomamos la serie “facultativo, recomendado, desaconsejado”, nos daremos cuenta de que la modalidad deóntica, posicionada en el “no deber hacer”, la cual puede coincidir, en otra versión potestiva, con un “poder no hacer”, es interpretada como la apertura de los posibles y de las elecciones. Es entonces la elección misma la que recibe una modalización complementaria, ya sea positiva (lo recomendado), ya sea negativa (lo desaconsejado). Un análisis más profundo puede incluso detectar la superposición de dos instancias de mandato deóntico: el que plantea en primer lugar el “deber hacer / no deber hacer” y el que luego incita, gracias a sus consejos, a elegir tal o cual opción (recomendada o desaconsejada) en el interior de los posibles abiertos por el “no deber hacer”. Pareciera así que la presentación de esta serie modal bajo la forma de graduación es de algún modo engañosa, pues al tiempo que introduce implícitamente una complejización sintagmática, y en especial una influencia extrínseca (la que introduce las elecciones), la neutraliza al situar todas estas posiciones en una progresión lineal.
De la misma manera, Claude Zilberberg, desde los inicios de su reflexión sobre las relaciones tensivas hasta fechas recientes, contempla la estructura tensiva como una alternativa metodológica al cuadrado semiótico, pero como el resultado de otro punto de vista sobre las diferencias, compatible con el de las oposiciones discretas, y sobre todo sin introducción implícita de factores extrínsecos. Como lo precisa a su vez Sémir Badir (2014):
El pensamiento teórico de Zilberberg tiene por ambición la de resolver todos los tipos de oposición en una sola oposición gradual, llamada “tensiva”, determinada por cuatro posiciones numeradas de S1 a S4. El espacio tensivo acoge de esta manera, por una parte, los contrarios que son desplegados en super-contrarios y sub-contrarios […]. (p. 13).2
Pero, como lo podemos ver, dicha graduación no es pensada ni presentada como un aplanamiento y un simple alineamiento de los grados de la diferencia. Para desarrollar este punto, debemos regresar a la noción de discontinuidad.
La dificultad crucial no reside, en primer lugar, en la posibilidad o la imposibilidad de una cohabitación armoniosa entre las diferencias graduales y las oposiciones discretas: el problema subyacente es aquel de la discontinuidad semántica. Jean Petitot insistía en el carácter indefinible de la discontinuidad, “una primera intuición inencontrable” que se convirtió en un “obstáculo epistemológico” (Petitot, 2017, p. 8). Petitot propone, para rebasar este obstáculo, soluciones matemáticas. Zilberberg elige, por su parte, el análisis tensivo.
En efecto, la discontinuidad es la condición para que una diferencia sea perceptible y se la pueda asir como tal. Y, más precisamente, sólo se percibe una discontinuidad si estamos en condición, bajo este principio, de construir una diferencia. Además, una discontinuidad no implica necesariamente una oposición discreta, ya que a partir de una misma discontinuidad podemos construir todo tipo de diferencias. Por ejemplo, una diferencia gradual implica a la vez una dirección, una orientación y un umbral, lo cual ya es una discontinuidad. La discontinuidad es una condición para la percepción de lo que se puede convertir en una diferencia, pero el problema reside en el hecho de que dicha condición es imperceptible en ausencia de una diferencia consecutiva. Para intentar resolver esta aporía, habría pues que procurar a la discontinuidad un potencial de manifestación. Este es el primer campo de las investigaciones de Claude Zilberberg en la elaboración de la semiótica tensiva.
En Essai sur les modalités tensives (Zilberberg, 1981), al inicio del capítulo « Sous les sèmes y a quoi? »,3 confronta dos enunciados greimasianos: 1) el sema es una unidad mínima, y 2) el sema es una entidad construida, y hace la pregunta capciosa: “¿construida con qué?” de la que extrapola “si el sema es construido y el elemento constituyente ‘subsémico’ está identificado, resulta que el sema se ve privado de su carácter mínimo en beneficio de este elemento subsémico…” (Zilberberg, 1981, p. 2). En otras palabras, la unidad semántica pertinente no puede ser a la vez “construida” y “elemental”. Tal como los físicos del átomo, Zilberberg emprende, entonces, una búsqueda de las sub-partículas y de las sub-fuerzas que constituyen las partículas llamadas “elementales”.
Continúa en su Essai afirmando que si el sema “forma parte de una diferencia”, también él mismo está “constituido por una diferencia” (Zilberberg, 1981, p. 6), lo que detona la búsqueda de una “discontinuidad subsémica” que no pondría en duda la unidad, la continuidad y la integridad del sema (1981, p. 6). Después de un largo pasaje donde trata la diferencia entre las dimensiones articulatorias y acústicas de la fonología de Jakobson, extrae la dualidad acústica “elevado vs. reducido” y la generaliza en “tensión vs. laxitud” (Zilberberg, 1981, p. 7): dicha relación establece a la vez una diferencia discontinua y una interdependencia continua, la solución está cerca.
Al final de este razonamiento puede afirmarse: “Un sema aparece más bien como una masa sémica que varía entre dos estados, a uno de los cuales se le llamaría laxo y al otro, tenso; la interdependencia de estos dos estados define un eje de continuidad” (Zilberberg, 1981, p. 7). Se puede entonces cruzar este eje de continuidad (la interdependencia) con un eje de discontinuidad (la diferencia tensiva). Y a partir de ahí, ya esboza lo que se convertiría, diez años más tarde, en una estructura tensiva, contemplando correlaciones entre aumentos y disminuciones: “a la posición tensión + corresponde una laxitud -, tal como a una laxitud + corresponde una tensión -” (Zilberberg, 1981, p. 8). Esta dinámica de aumento y de disminución permite entonces la generación de un recorrido laxo: [tenso ⟶ extensivo], y un recorrido tensivo: [laxo ⟶ intensivo].
Los elementos fundadores de la semiótica tensiva ya están, pues, en su lugar: disimetría e interdependencia, tensión y laxitud, extensivo e intensivo, y resultan precisamente de la exploración sistemática de la paradójica continuidad-discontinuidad del sema que permite volver a pensar la oposición como basándose en las dependencias. Pero luego intenta “encuadrar” estos resultados, lo que atrasará el establecimiento de la estructura tensiva.
Poco después del Essai sur les modalités tensives, tomando nuevamente como base la concepción hjelmsleviana de la diferencia, es decir apoyándose en una dependencia, Claude Zilberberg concibe las tensiones semánticas como resultado de las disimetrías dentro de la estructura, en particular en las relaciones llamadas “participativas”:
Según el punto de vista glosemático, un sistema no tiene como vocación poner en simetría las magnitudes que capta, sino, por el contrario, establecer la disimetría natural que es la culminación, quisiéramos decir figural, de un principio de participación (Zilberberg, 1985, p. 22).
La disimetría es otra formulación con el aura hjelmsleviana, del mismo principio paradójico de “discontinuidad continua”, el irreductible entrelazamiento entre una interdependencia (el “principio de participación”) que permite concebir la disimetría y una diferencia (la “disimetría” como tal). Al adoptar esta nueva formulación, Zilberberg, además, hace eco a otras hipótesis semióticas teóricas que también recurren a la disimetría: evoquemos, por ejemplo, el papel de la disimetría en Lotman (2018), quien hace de ella el punto de partida de la semiósfera, con la disimetría entre un dominio interior y un dominio exterior, entre “nosotros” y “ellos”, el resorte mismo de la circulación, el aumento, la disminución o la explosión de la información entre el interior y el exterior de la semiósfera (Lotman, 2018). Nos damos cuenta, por lo tanto, de que la reformulación en términos de disimetría implica un polo de referencia, de movimientos a partir de ese polo, y de umbrales que van al encuentro de estos movimientos: se dibuja una topología centrada y disimétrica. Claude Zilberberg no aprovechó este desarrollo potencial, lo cual no es una razón para no tomarlo en cuenta.
La idea central que funda la semiótica tensiva no es más que una diferencia por oposición entre términos que implican siempre diferencias por disimetría en el interior de los términos mismos, y estas “subdiferencias” son graduales y tensivas. Estas categorías subyacentes a las entidades semánticas puestas en oposición, participan en la significación, no de los términos de la diferencia, sino de la diferencia misma. Por ejemplo, si consideramos que fuego y agua están opuestos, puede ser debido a diferencias graduales que caracterizan, en cada uno de estos términos, la interdependencia y la disimetría entre su energía (más o menos intensa) y su capacidad de ocupar la extensión (más o menos amplia). Entre fuego y agua, lo que variaría, en este caso, serían pues las tensiones y los desequilibrios entre la intensidad de la energía y la capacidad de extensión. Es precisamente lo que permite explicar por qué se puede aprehender la discontinuidad: lo que captamos en una percepción inmediata e intuitiva, son las tensiones entre energía y capacidad de extensión, las que podrían entonces ser elaboradas para construir una diferencia por oposición entre dos elementos naturales. De esta manera, Claude Zilberberg descubrió, por así decir, por qué una discontinuidad, condición imperceptible y que escapa a la intuición, puede, sin embargo, ser percibida: porque las tensiones subyacentes lo son, y que éstas abren el camino a una manifestación de la discontinuidad antes de cualquier construcción de una diferencia por oposición. Es así como pasamos de la discontinuidad a la diferencia, al poner de manifiesto, en primer lugar, las propiedades de gradualidad y de disimetría que podemos captar en la manifestación de una discontinuidad.
No hay, pues, contradicción o exclusión epistemológica entre un acercamiento de la diferencia por oposición y un acercamiento por grados, sino únicamente un cambio de nivel o de punto de vista de análisis: en los términos del Essai, el primero se encarga de las relaciones entre las unidades sémicas sin poder tomar en cuenta la composición tensiva de cada sema, mientras que el segundo centra su atención en esta composición, sin poder aún dar cuenta del carácter “discreto” de la oposición entre los semas. Como vemos, se trata de puntos de vista complementarios, en estricto sentido, porque no podemos adoptarlos simultáneamente.
A este respecto, podemos recordar aquí las palabras que introducía en Tensión y significación:
El presente libro […] supone, por tanto, algunos puntos de partida que definirán un punto de vista: punto de vista de la complejidad, de la tensividad, de la afectividad, de la percepción. Con ello no se pretende sustituir a la semiótica clásica, de la que procede, y cuyos “estandartes” son el cuadrado semiótico y el esquema narrativo canónico […]. Lo que tratamos es de situarla, situándonos nosotros mismos al mismo tiempo (Fontanille y Zilberberg, 2004, p. 11).
Casi una década después, Claude Zilberberg (2006) asume, solo esta vez, e incluso con mayor precisión, la misma posición en Semiótica tensiva:
Tales conceptos rectores son tres: (i) la dependencia antes que la oposición, por lo que atañe a la estructura, puesto que la oposición presupone la estructura; (ii) la foria por lo que se refiere a la dirección, en la medida en que los destinos posibles de la foria motivan la dirección, cosa que ya establecía el cuadrado semiótico; (iii) el afecto por lo que respecta al valor, dado que esas dos magnitudes se apoyan mutuamente […]. En nuestra opinión, la semiótica tensiva se contenta con presentar un punto de vista para centralizar magnitudes consideradas menores hasta ahora: las magnitudes afectivas. Al lado de conceptos considerados como ya adquiridos: la diferencia saussuriana, la dependencia hjelmsleviana, este ensayo se esfuerza por otorgar un lugar adecuado a la medida, al valor de los intervalos […] (pp. 21-24).4
¿Sería epistemológico el punto de vista que caracteriza a la semiótica tensiva? Sí, en cierto sentido, ya que participa, como lo recuerda Zilberberg en sus Elementos, en el “giro fenomenológico”, al insertar el análisis de la diferencia en la percepción. Pero este punto de vista es sobre todo metodológico, pues es complementario a otro punto de vista (y recíprocamente). Estamos frente, al igual que en Saussure, a una dualidad conceptual cuyos términos son metodológicamente complementarios. Cuando Saussure (1973) caracteriza las dualidades constitutivas del análisis lingüístico (diacronía/sincronía o lengua/habla), las plantea como distinciones fundamentales para el análisis lingüístico, pero también como puntos de vista complementarios que permiten la descripción de los mismos fenómenos bajo dos ángulos distintos e inseparables. Tampoco Saussure deja, tanto en el Curso (1973) como en los Escritos (2004), de ir y venir entre los dos términos de cada una de las dualidades, con ponderaciones diferentes según se trata de la transcripción de sus cursos o de sus propios escritos.
El extracto citado más arriba evoca con mucha precisión esta oscilación de la mirada tan importante para Zilberberg: lo que se consideraba como menor, se vuelve central, y viceversa. Claude Zilberberg siempre será fiel a esta posición: la semiótica tensiva no es otra semiótica, sino otro punto de vista sobre los mismos problemas que los de la semiótica estructural clásica. Y, como ya lo hemos señalado, su recorrido de investigaciones y publicaciones lo atestiguan: en el Essai sur les modalités tensives, desarrolla lo que sería el punto de vista tensivo sobre las modalidades del hacer y del ser, y, sobre el recorrido generativo; en Tensión y significación, es la articulación del punto de vista tensivo el que prevalece con los conjuntos conceptuales principales de la semiótica de las pasiones y, posteriormente, en particular en sus dos últimas obras, continuará con la articulación del punto de vista tensivo sobre las formas de vida y sobre la estructura predicativa de la acción y de las prácticas.
2. Las condiciones de la percepción semiótica: de la simultaneidad a la presentación
El punto de vista tensivo no es sólo un complemento del punto de vista estructural clásico, pues explora uno de los temas “impensados” de este último. Ya lo hemos abordado, a propósito de la discontinuidad, pero sin insistir demasiado en esto “impensado”. La cuestión tratada por Zilberberg no apunta directamente a la percepción, sino a la constitución de una diferencia. De hecho, es el propio Greimas quien había puesto el problema en el orden del día en Semántica estructural: ¿cómo y en qué condiciones percibimos las discontinuidades que podrían ser captadas en los universos de sentido? Al proponer “considerar la percepción como el lugar no lingüístico en que se sitúa la aprehensión de la significación” (Greimas, 1987, p. 13), Greimas abre, en efecto, la cuestión de las condiciones de esta percepción; no basta con afirmar que la percepción es un “lugar en que se sitúa la aprehensión” para comprender de qué y cómo procede dicha aprehensión.
Sobre este asunto, Greimas observa que los universos de sentido parecen ser demasiado complejos para ser objeto de un análisis semántico global, justamente a causa de los límites y condiciones de esta “percepción semiótica”. Decide, entonces, segmentar los universos de sentido en “micro-universos semánticos”, que por sí solos reúnen las condiciones para que la captación perceptiva de todos los elementos necesarios para construir una significación respete las reglas de la adecuación (en particular la exhaustividad). El perímetro de los micro-universos de sentido se define por la condición requerida de dicha percepción: la simultaneidad; la captación perceptiva de los micro-universos debe ser sincrónica, escribe Greimas (1987, p. 194). Una percepción sincrónica excluye en particular el barrido de un espacio semántico y la sucesión de fases desplegadas en el tiempo de la percepción.
Los micro-universos semánticos en cuestión resultan pues del “estallido” del universo semántico en general, en vista de una adaptación a los límites de la captación perceptiva, por un lado, y a las restricciones de la puesta en discurso, por el otro. Estos micro-universos se organizan, en general, alrededor de un predicado y de sus actantes. En otros términos, son las condiciones de la aprehensión sensible y de una percepción sincrónica las que deciden el perímetro y la naturaleza de los objetos analizables en donde podemos identificar útil y legítimamente diferencias pertinentes. La percepción sincrónica es también una condición de pertinencia: desde ya, ella selecciona los límites que deben ser asignados a la captación de las discontinuidades pertinentes para la construcción de los micro-universos predicativos, modales y actanciales.
Los fundamentos de la semiótica tensiva satisfacen tales condiciones: el indisoluble vínculo entre la interdependencia y la disimetría, entre la integridad de las entidades semánticas y su composición tensiva, relevan en efecto de una percepción sincrónica. El análisis tensivo puede tratar los antes y los después, incluso las series de lugares teóricos diferenciados, pero son aquellos del análisis, y no aquellos de la percepción requerida para la captación simultánea de la discontinuidad-continuidad.
Así, nos vemos conducidos a postular un campo de presencia sensible único, homogéneo y localizable en donde la percepción de las discontinuidades capta, en primer lugar, las alteraciones sincrónicas de las manifestaciones de la presencia y de la ausencia, de la tensión y de la laxitud, de la intensidad y de la extensión. La construcción predicativa y actancial comienza pues por una presentación. Una presentación que podríamos definir en lo mínimo como la configuración fenomenológica que está producida por una percepción sincrónica dotada de un centro y de profundidades. Como la presencia se manifiesta principalmente por la manera mediante la cual ocupa el campo sensible, los dos componentes principales de una presentación centrada serían (i) la fuerza con la que ella afecta el centro de la percepción, y (ii) la extensión en profundidad de estas alteraciones y las discontinuidades captables. Posteriormente, la teoría tensiva las especificará como intensidad y extensidad.
Cuando examinamos precisamente los razonamientos de la semiótica tensiva, este anclaje perceptivo en una presentación centrada aparece de inmediato, así como el rol de las profundidades que derivan de ellos. En Tensión y significación, por ejemplo, la definición de la valencia descansa sobre la profundidad de la presencia: los “gradientes” de intensidad y de extensidad en donde se forman las valencias, están, en efecto, caracterizados como profundidades, y las tensiones, como tensiones entre profundidades. Dicha reformulación tiene algunas consecuencias, pues coincide con la toma en consideración de los valores (las profundidades son valencias).
Si bien es cierto que la profundidad es una dimensión graduable, es mucho más que un “gradiente”, pues es un gradiente sumergido en un campo de presencia sensible del que una de las extremidades coincide con el centro del campo, la posición de observación, y la otra, con el horizonte del campo de presencia. La atención perceptiva recorre las profundidades reculando o avanzando, o, en otros términos, una profundidad es, para la percepción sincrónica, un movimiento orientado. El siguiente extracto lo confirma:
[…] La intensidad y la extensidad son los funtivos de una función que podríamos identificar como la tonicidad (tónico/átono): la intensidad, en virtud de la “energía” que hace que la percepción sea más o menos viva; la extensidad, gracias a las “morfologías cuantitativas” del mundo sensible, que guían o limitan el flujo de atención del sujeto de la percepción.
En el espacio tensivo que constituye su dominio de elección, esos gradientes son puestos en perspectiva por la mira y por la captación de un sujeto perceptivo. Dicha orientación de los gradientes en relación con un centro deíctico y con un observador, los convierte en profundidades semánticas. Se trata, claro está, de profundidades que articulan un espacio mental más o menos abstracto, el espacio epistemológico de la categorización, isomorfo con el de la percepción y directamente derivado de él […] (Fontanille y Zilberberg, 2004, pp. 23-24).
Dicha posición tiene una consecuencia inmediata: para ser percibidas, vividas y sentidas, las discontinuidades no deben ser únicamente asibles. En una presentación centrada, deben disponer de una capacidad de sensibilización, de una fuerza de captación, de impacto o de impronta, la que a la vez solicita la atención y moviliza la actividad perceptiva de un observador. Es por ello que estas diferencias graduales que manipulan los análisis tensivos no son, como en otras semánticas, escalas orientadas en las que se disponen los grados. Los gradientes son profundidades en las que las alteraciones de la presencia son movimientos que retroceden o que avanzan. No habría, pues, percepción de discontinuidades pertinentes sin estos movimientos en la profundidad de la presentación. Estos movimientos, una vez proyectados en la estructura tensiva, serán particularmente descritos como “ascendencias” y “decadencias” (Zilberberg, 2006, p. 32).
En el análisis de las definiciones lexicales respectivamente del gato y del perro, en Tensión y significación (Fontanille y Zilberberg, 2004, pp. 19-33), por ejemplo, estas profundidades son precisamente las del reconocimiento de funciones y usos, por una parte, y de la proximidad afectiva, por la otra: el análisis pone en evidencia estos movimientos somático-afectivos que suscitan las propiedades respectivas de dos tipos de animales domésticos. La captación de las discontinuidades semióticas es, pues, a la vez sincrónica y dinámica, lo que afecta el cuerpo sensible situado en el centro de la presentación. En resumen: la discontinuidad sería un acontecimiento, algo que adviene, y que es vivido por el centro sensible de la presentación como un movimiento que altera las intensidades y extensidades distribuidas en el campo de la presentación.
Observaremos que, bajo la pluma del propio Zilberberg, todas las categorías de base llevan, por ejemplo, en Semiótica tensiva (Zilberberg, 2006), nombres de operaciones, de movimientos en el seno de las categorías: el incremento y la disminución (Zilberberg, 2006, p. 28), la atenuación y la aminoración (Zilberberg, 2006, p. 46), el repunte y el redoblamiento (Zilberberg, 2006, pp. 48-49), etc. La semiótica tensiva tiene un carácter eminentemente dinámico, de no ser kinestésico, si tomamos en cuenta el afecto (affect) somático suscitado por el movimiento.
Las consecuencias no se hacen esperar: si la diferencia está condicionada por una dependencia, si la dependencia está constituida por disimetrías que son vividas como movimientos de alteraciones, si, para terminar, la discontinuidad es un acontecimiento vivido, entonces la prevalencia de la percepción y de lo vivido en los universos de sentido implica finalmente que el acontecimiento tenga una posición central en los análisis tensivos. En efecto, para que el proceso de construcción de la significación se ponga en marcha, es necesario que algo advenga: un movimiento en una profundidad semántica. Así, una reciente obra colectiva en homenaje a Zilberberg, está enteramente dedicada a su concepción del acontecimiento.5
3. El afecto (affect) fundamental
La dimensión afectiva y pasional es otro punto de origen y un resorte del conjunto de la semiótica tensiva en la cual Zilberberg se inspiró durante los años en los que la semiótica de las pasiones se desarrollaba. Con el enfoque de la diferencia por grados, disimetrías y tensiones, y por su propia dependencia de la percepción sincrónica y la presentación sensible, la captación de las discontinuidades se despliega en un proceso que comienza por un affect: la discontinuidad nos afecta antes de darnos algo que conocer y hacer significar.
El encuentro entre la semiótica tensiva y la semiótica de las pasiones, y la colaboración entre Claude Zilberberg y yo mismo, no son el resultado del azar o de una ocasión: es el fruto de una decisión concertada, consecuencia lógica, por un lado, de la primacía acordada al affect en la articulación de las tensiones semióticas, y, por otro lado, del lugar otorgado a la tensividad fórica en la formación de las manifestaciones pasionales. Tensión y significación es el resultado de esta convergencia y de esta decisión. Esta obra es incluso la manifestación de algo reprimido: en la preparación y la redacción de Semiótica de las pasiones, podemos comprender que, por prudencia,6 Greimas se resistía a que la cuestión de la tensividad fuese desarrollada como tal y por sí misma y, de hecho, ocupa poco lugar en dicha obra. Pero Paolo Fabbri y Paul Perron (1993) mencionaron su fuerza estructurante en su prefacio de la versión inglesa: para ellos, la tensividad y la foria están en el corazón de la semiótica de las pasiones, y probablemente la aportación mayor y la más durable de la obra. Paralelamente, nos toca constatar que también son temas centrales de la semiótica desarrollada por Zilberberg, desde el Ensayo sobre las modalidades tensivas, del que un tercio lo compone un capítulo sobre la foria.
Del lado de la semiótica de las pasiones, la dificultad residía en el estatus de la tensividad. En su análisis de la cólera, Greimas (1989) se interroga más precisamente sobre la pasión como secuencia, una secuencia completamente regida por la espera fiduciaria (decepcionada, en el caso de la cólera). La espera fiduciaria implica una tensión que requiere resolución. Siendo así, el recorrido de las fases de la cólera se tensa entre la actualización de la tensión y su resolución: la resolución es aquí una explosión inmediata, la explosión colérica, en perjuicio de la paciencia y del cálculo que impondría una venganza. Pero las tensiones en cuestión son propiedades del proceso y de la manifestación, y ¡no estructuras profundas! En el análisis de los recorridos pasionales, la energía del cuerpo sensible está distribuida en intensidades variables a lo largo de la cadena de las modalizaciones, pero son entonces tensiones superficiales, o, como hubiera podido decir Zilberberg, “manifestadas” y no “manifestantes”. Nos parece haber sido lo suficientemente claros a este respecto: para Zilberberg, las tensiones son “manifestantes”, aseguran la manifestación de la discontinuidad y es la forma de diferencia producida la que es una tensión “manifestada”.
En Semiótica de las pasiones es difícil encontrar una respuesta definitiva a la siguiente pregunta: ¿los fenómenos tensivos son propios de la manifestación discursiva y superficial, o provienen de las condiciones profundas de la manifestación? Incluso podríamos considerar que esta ambigüedad se halla en el origen de varias de las críticas que se le hicieron a esta obra. La respuesta estaría del lado de la semiótica tensiva, con una inflexión decisiva propuesta por Zilberberg.
Intensidad y extensidad, los dos componentes semánticos elementales de la tensividad, son indisociables y se refuerzan o se debilitan recíprocamente: es el principio de la interdependencia y de la disimetría. Pero Claude Zilberberg toma a este respecto una posición decisiva que fija la disimetría: la intensidad dirige la extensidad, y por consiguiente domina la categoría general de la “tensividad”. La preeminencia de la intensidad se funda así: “Para la semiótica tensiva, las magnitudes intensas son del orden del afecto, y con ese título, rigen las magnitudes extensas” (Zilberberg, 2006, p. 22). “Con ese título”, es decir “como afecto”. Falta probar que el afecto (affect) como tal es el que rige.
Esta posición, atractiva por la simplificación que aporta al dispositivo teórico, podría incluso ser consensuada, siendo que coloca lo sensible y el afecto (affect) del lado de las magnitudes regentes (la intensidad es la que rige), y lo inteligible y lo cognitivo del lado de las magnitudes regidas (la extensión es regida). También estaría en concordancia con las propuestas de Landowski cuyo análisis de las interacciones da, de igual manera, la preeminencia a su captación en la experiencia, en lo vivido sensible y afectivo del encuentro, de lo aleatorio y del ajuste.
Pero esta elección epistemológica es, en un sentido estricto, injustificable, una opción que releva de una decisión ontológica. Si interrogamos nuevamente la percepción semiótica, pero esta vez siguiendo a Jean-François Bordron (2011), cualquier decisión a este respecto (¿Quién es primero: lo afectivo o lo cognitivo?) estaría inspirada por una toma de posición de naturaleza ontológica, ya que habría que decidir no entre dos modos de construcción semiótica, sino previamente entre dos modos de aprehensión de las ontologías subyacentes. Decidir, como lo hace Zilberberg, que la intensidad y el afecto (affect) son “regentes” es, pues, una elección de índole ontológica, de la que deriva una semiótica globalmente marcada por dicha elección. La semiótica estructural de Greimas, en los años sesenta, había elegido el otro horizonte ontológico, el de las discontinuidades inteligibles. Para él, la elección de las discontinuidades inteligibles remite al “inventario epistemológico de los postulados no analizados” (Greimas, 1987, p. 28). El autor acompaña esta elección con un comentario cuyo entusiasmo es muy mesurado:
La única manera de abordar, en el momento actual, el problema de la significación consiste en afirmar la existencia de discontinuidades […], y la de separaciones diferenciales […], sin preocuparnos de la naturaleza de las diferencias percibidas (Greimas, 1987, p. 28).7
Así, Zilberberg efectúa la elección inversa cuarenta y cinco años más tarde, haciendo acopio de la autoridad de Cassirer y comenta con lucidez esta elección como un acto fundador y transcendente:
La tensividad, pues, no tiene contenido propio: […] se trata más bien de un protolenguaje, tal como lo deja entender Cassirer: “Sin el hecho de que un sentido se manifieste en algunas vivencias perceptivas, la existencia permanecería muda para nosotros.” Todo pasa como si el enunciado fundador enunciase: “En el principio era el afecto…” (Zilberberg, 2016, pp. 23-24).
La alusión a la génesis (En el principio era el Verbo) suena como una confesión, la de una opción ontológica y trascendente. Y comprendemos, desde el Ensayo sobre las modalidades tensivas, cuál es la razón profunda de esta elección: para Zilberberg, la foria, que es un componente central de la tensividad, es la marca de lo viviente. En su capítulo sobre la foria, afirma: “La tensión es una propiedad de lo viviente, o más exactamente del encuentro de lo viviente con lo no viviente…” (Zilberberg, 1981, p. 71) y regresará sobre el trasfondo “vital” de la foria, y sobre la articulación entre lo “viviente” y lo “significativo” en la continuación del capítulo (Zilberberg, 1981, pp. 83-85).
Mediante este gesto fundador, Zilberberg ancla decididamente su elección epistemológica en una opción ontológica de una magnitud considerable, la cual no tendrá consecuencias directas durante treinta años, pero que permite entender por qué, hoy en día, los continuadores de la semiótica greimasiana pueden, sin mayor ruptura, interesarse en lo viviente y contribuir (¡por fin!) a las investigaciones biosemióticas y ethosemióticas.
4. De la complejidad como principio de la agrupación alótopa
Claude Zilberberg afirma también, lo hemos visto (Fontanille y Zilberberg, 2004, p. 5), que la semiótica tensiva adoptaba el punto de vista de la complejidad. Al inicio, hay la complejidad, el entramado de las tensiones de todo tipo, el rumor confuso de un universo figurativo en el que pululan discontinuidades por captar y por elaborar como posibles diferencias pertinentes.
Recordemos que, en Elementos, Zilberberg insiste largamente sobre su apuesta por la complejidad y distingue “cuatro ‘especies’ de complejidades”:
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La complejidad discursiva, que tiene que ver con la diversidad y la intrincación de las relaciones que los discursos instalan entre las figuras que manipulan.
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La complejidad de composición, que deriva directamente del principio estructural según el cual cualquier objeto de análisis es una red de relaciones diferenciales.
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La complejidad de constitución, que apunta a las asociaciones y combinaciones entre los términos de la estructura elemental (los metatérminos).
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La complejidad de desarrollo, que resulta de la interacción entre magnitudes que se ponen en contacto.
En el comentario de estos tipos de complejidades, Zilberberg precisa en especial la diferencia entre la complejidad de composición (inherente al método estructural en general) y la complejidad de desarrollo (la que retiene la semiótica tensiva):
La diferencia entre las dos especies de complejidad: en el caso de la complejidad de composición, sólo existe yuxtposición de las dimensiones, mientras que en el caso de la complejidad de desarrollo, una compenetración, una interacción de las dimensiones (Zilberberg, 2006, p. 48).
Habría que agregar aquí que la complejidad de constitución sigue siendo isótopa, mientras que la complejidad de desarrollo produce agrupaciones alótopas: en el transcurso de la percepción de las discontinuidades cualitativas, en el discurso o en el mundo natural, se producen agrupaciones, se constituyen asociaciones de propiedades semánticas, se vinculan dominios semánticos entre sí, no por superposición, intersección o conexión, sino por una solidaridad del devenir, una interdependencia entre sus variaciones: el devenir (es decir el movimiento) de cada una depende del devenir de las demás y recíprocamente. Resumamos:
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el conjunto significante sometido a la percepción semiótica está reconfigurado por agrupaciones distintas;
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cada agrupación es una forma dinámica, ella misma compleja, porque las dimensiones que reúne son solidarias: las “complejidades solidarias” que resultan son movimientos combinados en varias “profundidades”;
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por comodidad metodológica, estas agrupaciones están asociadas de dos en dos y sus co-variaciones dan lugar a una estructura tensiva.
Esta concepción de la complejidad tiene un alcance esencialmente metodológico y es muy original. La semiótica estructural, en efecto, eligió otra orientación metodológica, desde los años sesenta del siglo pasado: el establecimiento de la isotopía. La localización de las isotopías (así como la de cualquier tipo de “clases” de la misma índole, clases lexicales o clases semánticas) fue el parangón de la semántica textual, hasta fechas recientes. La isotopía resulta de agrupaciones de los mismos, y no de los otros: procede, en efecto, a partir de la localización de las recurrencias semánticas, de semas idénticos a sí mismos pero en diferentes contextos sucesivos. Las agrupaciones tensivas son, por el contrario, asociaciones alótopas, en un principio de alteridad. El examen de las estructuras tensivas establecidas por Zilberberg da testimonio precisamente de lo anterior.
En Semiótica tensiva, caracteriza el “evento” (Zilberberg, 2006, p. 185) a partir de dos profundidades, la afectividad y la legibilidad, de las que lo menos que podemos decir, es que no son isótopos: es así como el evento conjuga lo máximo de afectividad y el mínimo de legibilidad, mientras que el estado asocia una fuerte legibilidad a una afectividad débil. En De las formas de vida a los valores, redefine el evento a partir de otras dos profundidades: el afecto (affect), nuevamente, pero esta vez asociado con el “modo de eficiencia” (Zilberberg, 2016, p. 79); de manera complementaria, sugiere incluso que el afecto podría en sí mismo estar controlado por dimensiones de tempo, de tonicidad, e incluso de excitación.
En la mayoría de los casos, las dos “profundidades” asociadas no pertenecen a una misma categoría o a un mismo dominio semántico. Esta opción metodológica puede parecer desconcertante, cuando no insuficientemente limitante. Pero la ventaja heurística es sin embargo considerable y aparece claramente en el análisis de los regímenes políticos que conduce Zilberberg en el capítulo “Tocqueville y el valor del valor” de su obra De las formas de vida a los valores (Zilberberg, 2016, pp. 39-64). Identifica un “motivo” dominante en Tocqueville, que es la relación que las distintas partes de una población mantienen con la perfección. Ubica, pues, grados de compromiso en la perfección (entre los que sólo apuntan a la perfección y los que son menos exigentes, incluso satisfechos con la imperfección y la mediocridad), e intenta asociarlos a otra variante, el tamaño de las poblaciones referidas (desde algunos a casi todos). Es entonces la agrupación de estas dos profundidades (la relación con la perfección y el tamaño de los grupos sociales concernidos) la que va a desencadenar a la vez el análisis del texto de Tocqueville y la modelización de las relaciones entre el régimen aristocrático y el régimen democrático.
La semiótica tensiva, debido a su posición en pro de la complejidad, es pues, una elección metodológica basada en la interacción entre, por un lado, las proposiciones potenciales de agrupaciones posibles que emanan de un conjunto significante, y, por otro lado, las decisiones de agrupaciones tomadas por el analista: estas decisiones constituyen entonces la hipótesis de trabajo para el análisis. Las estructuras significantes ya no se depositan en los objetos de análisis, sino en las conexiones neuronales de los analistas: emergen de la colaboración entre las instrucciones o proposiciones de los unos y las decisiones de los otros, y es precisamente lo que toma en cuenta la semiótica tensiva.
Desde este punto de vista, la gran división entre intensidad y extensidad, así como su asociación sistemática, aparece como una solución razonable de control y de regulación del encuentro entre las ofertas de agrupaciones que emanan del objeto de análisis y las elecciones operadas por el analista. Dicha distinción funciona, de alguna manera, como un filtro y una protección metodológica: en efecto, la oferta textual y las elecciones de análisis deben acordarse en una repartición aceptable de las profundidades contenidas entre dos dimensiones, la intensidad y la extensidad. No la intensidad y la extensidad en sí, sino una con relación a la otra. Por ejemplo, es necesario, en cuanto a la relación con la perfección, que el compromiso y el tamaño de las poblaciones concernidas puedan ser, aquí y ahora, en tal conjunto significante, respectivamente intenso y extenso el uno para con el otro. Pero no se excluye que el compromiso en la perfección pueda convertirse en una dimensión extensa, en su asociación con una tercera dimensión que sería diferente.
Así, volvemos a encontrarnos con las observaciones de Saussure (2004) en cuanto a la labilidad de las relaciones entre significante y significado, así como a la inestabilidad del signo: los conjuntos significantes, textos u otras semióticas objetos, se presentan como nubes movedizas de figuras, dentro de los cuales en primer lugar se identifican asociaciones entre expresiones y contenidos, relativamente estabilizados por convención o esquematización. Pero estos depósitos del uso dejan lugar a una gran cantidad de otras posibles agrupaciones que sobrepasan por mucho la de las significaciones estabilizadas. La búsqueda directa de las oposiciones discretas omite, a este respecto, las condiciones elementales (y fenomenológicas) de la percepción semiótica y a menudo conduce al analista a recurrir a oposiciones previamente establecidas y fijadas, reduciendo así de manera considerable la multitud de las agrupaciones posibles y disponibles para la interpretación.
Conclusiones
¿Tenemos que concluir? La semiótica tensiva es más que una corriente teórica dentro de la semiótica post-greimasiana. Por un lado, es la obra de una vida: durante cuarenta años, Claude Zilberberg dedicó todos sus esfuerzos intelectuales exclusivamente al desarrollo de esta hipótesis teórica y sus consecuencias metodológicas. Por otro lado, fue una potente palanca para la evolución de la semiótica en general, aun en el contexto internacional, como lo atestigua esta entrega de Tópicos del Seminario.
Durante la publicación de Tensión y significación hemos experimentado una gran frustración, pues el editor nos pidió sacrificar una tercera parte del manuscrito (para abaratar los costos de edición, como suele ser…). La maqueta de redacción que habíamos establecido nos obligaba a concebir y a redactar los mismos tipos de desarrollos, en los mismos tipos de sección, para todos los capítulos, a pesar de que cada uno se destinaba a un concepto. En lugar de debilitar las secciones principales, decidimos, entonces, sacrificar, en todos los capítulos, las secciones dedicadas a las “prolongaciones” y a las “confrontaciones”, así como suprimir uno de los capítulos, el que estaba dedicado al aspecto.8 Sin embargo, esta frustración fue saludable y, sobre todo, para Claude Zilberberg fue fructífera y fecunda: de todas las secciones eliminadas nacieron sus posteriores obras, de las que conocemos su importancia y originalidad.
Colaborar con Zilberberg fue una ocasión excepcional para la reflexión y el cuestionamiento, incluso diría, para los aprendizajes imprevistos. Una parte muy importante de la actividad de investigación, ya sea con jóvenes investigadores en formación, ya sea con los colegas y autores más antiguos, consiste en penetrar los motivos y las tendencias profundas del pensamiento ajeno, para alimentarse de ellos y/o elaborar recursos útiles, críticos o reconfigurados. Con Zilberberg, era una apuesta, debido a lo muy original de su pensamiento y a su expresión poco académica, a menudo desconcertante, pero una vez aceptado el reto, reconozco con sumo agrado que navegar en el interior de este pensamiento fue una fuente de rara satisfacción.