El lenguaje es mi esfuerzo humano. Por destino debo ir a buscar y por destino regreso con las manos vacías. Pero vuelvo con lo indecible. Lo indecible solo me puede ser dado a través del fracaso de mi lenguaje. Solo cuando falla la construcción es cuando obtengo lo que ella no consiguió.
Introducción
Frecuentemente evocada por diversos géneros discursivos (el discurso religioso, el poético, el testimonial, etc.), la noción general de indecible está, bajo una perspectiva estrictamente semiótica, inextricablemente relacionada con la noción central de evento, que ha sido laboriosamente teorizada por Claude Zilberberg a lo largo de toda su obra. De acuerdo con este semiotista francés, “el evento significa literalmente la negación del decir, la negación del discurso”, “el evento es, ante todo, un no-se-qué que deja al sujeto ‘sin voz’, esto es, sin su voz” (Zilberberg, 2011, p. 189).2 Una de las principales características del evento es el hecho de que interrumpe una construcción implicativo-discursiva que se proyecta en una progresión lógica o causal. Como obedeciendo a un imperativo de equilibrio discursivo, tal suspensión exige un contraprograma en respuesta. En otras palabras, el evento desencadena un proceso de resolución, que puede realizarse ya sea como un intento de encuadre implicativo del propio evento, o como un intento de “enunciación evenimencial” del impacto generado por él —es precisamente en este punto que lo indecible tiende a manifestarse, como negación del lenguaje o como aseveración de su “fracaso” frente a una realidad hipotéticamente exterior al discurso.
Siguiendo el camino abierto por Zilberberg con su gramática tensiva, procuraremos demostrar que lo indecible es la expresión de un rebasamiento aspectual (Zilberberg, 2011, p. 285) —un proceso inmanente de expansión paradigmática desencadenada por un evento de gran impacto.
1. Evento y resolución
Comencemos entonces por la definición semiótica de evento. Además de un inconfundible ajuste de valencias tensivas —esto es, de un paroxismo de intensidad proyectado sobre una extensidad drásticamente reducida—, un evento puede ser identificado también por los modos semióticos que lo distinguen del ejercicio y por su modo de presencia en el espacio tensivo. En lo que respecta a los modos semióticos, el evento se encuentra marcado por el sobrevenir (modo de eficiencia), por la captación (modo de existencia) y por la concesión (modo de junción). El sobrevenir, en oposición al llegar a de los acontecimientos cotidianos, señala la emergencia repentina del evento en el campo de presencia de un sujeto. La captación, que se opone a la mira protensiva de la búsqueda de un objeto de valor, confirma la inversión intempestiva de los papeles actanciales: es el objeto-evento el que “capta al sujeto, o, para ser más exactos, el que lo desliga de sus competencias modales, transformándolo en sujeto del padecer” (Zilberberg, 2011, p. 24).3 Y, finalmente, la concesión se dirige a una interrupción brusca de un flujo implicativo. De este modo, si la implicación es el encadenamiento lógico o causal de los hechos en una secuencia discursiva (si x…, entonces y), la concesión es la suspensión de ese encadenamiento (aunque x…, y) por la fuerza de una contingencia. El llegar a, la mira y la implicación caracterizan la orientación discursiva del ejercicio, correlato átono, no marcado, del evento.
En lo que respecta a la presencia, el evento solo existe como realización, de ahí su carácter marcadamente inesperado: el evento “surge de la nada” —no hay actualización—, lo que significa que no conlleva una fase de producción previamente identificable, es decir, que no posee una anterioridad que lo justifique:
L’ordre de l’événement et l’ordre du discours sont mal assortis l’un à l’autre. L’événement surgit et rompt avec la temporalité ambiante : dans l’ordre de l’événement il n’y a pas d’antériorité. C’est l’ordre du discours qui invente, imagine une antériorité qu’il juge raisonnable ; c’est le discours qui transpose l’événement dans l’ordre qui est le sien (Zilberberg, 2012, p. 7).
[El orden del evento y el orden del discurso se adecuan mal el uno al otro. El evento surge e interrumpe la temporalidad predominante: en el orden del evento no hay anterioridad. Es el orden del discurso el que inventa, el que imagina una anterioridad que juzga razonable; es el discurso el que reubica al evento dentro de su orden (Zilberberg, 2012, p. 7).]4
Este movimiento de transposición, que desplaza el evento hacia el interior del orden discursivo, recibe la denominación general de resolución y asume, en los casos en los que una anterioridad se construye retroactivamente, los rasgos de un proceso de recontextualización: “el evento sacude la trama, la contextualidad, la continuidad del discurso, de tal modo que la sumación se presenta como una descontextualización, y la resolución, como una recontextualización marcada por la progresividad” (Zilberberg, 2011, p. 194).5 Tal proceso consiste en la selección, a posteriori, de un cierto número de “antecedentes plausibles” para el evento entre la gama de hechos y circunstancias que lo antecedieron. La cadena causal o indicial así constituida —siempre de acuerdo con el juicio de un enunciador específico— provee un marco implicativo para el impacto a través de su inserción en una lógica de causa y efecto. Mediante esa operación, lo que antes era evento —el punto inicial de un proceso descendente— pasa a ser interpretado como clímax —el punto final de una ascendencia (Zilberberg, 2011, p. 28)—, un “punto de llegada cuyo origen no es inmediatamente identificable”, pero que el discurso, tarde o temprano, se encarga de detectar:
Desde el punto de vista teórico, la relación estructural entre discurso y evento procede de la catálisis. […] La narratividad, que el evento virtualizó, hace valer sus derechos, en comprensión o en explicación, de acuerdo con el estilo persuasivo vigente. ¿De qué modo? Considerando el evento como punto de llegada cuyo origen no es inmediatamente identificable (Zilberberg, 2011, p. 190).6
Si consideramos, por lo tanto, que existe un choque entre los dos objetos —el objeto-evento, por un lado, y el objeto-discurso, por otro— podemos afirmar, aún en términos de presencia, que a la actualización del discurso (su producción) corresponde la potencialización del evento (su conversión en memoria).
No siempre se trata, sin embargo, de la construcción de una anterioridad: el núcleo de la resolución puede consistir “solamente” en la recuperación —o elaboración— discursiva del propio evento y no de las causas que propiciaron su emergencia. Tal proceso buscaría, de ese modo, reproducir discursivamente, y en la medida de lo posible, el impacto original del evento en cuestión. De esta manera, si la recontextualización se materializa en un discurso cuya orientación es la del ejercicio —orientación caracterizada, como dijimos, por el llegar a, por la mira y por la implicación— y cuyo ejemplo canónico es el discurso de la Historia, ese otro tipo de resolución, que llamaremos “reconstitución figural”, se materializa en un discurso cuya orientación es la del propio evento —caracterizada por el sobrevenir, la captación y la concesión—, y cuyo ejemplo canónico es el discurso mítico: un discurso más afecto a la manifestación del impacto que a la presentación inteligible de una secuencia factual (Zilberberg, 2007).
Es importante subrayar que la recontextualización y la reconstitución figural no son polos estáticos y mutuamente excluyentes del proceso de discursivización de un evento: al contrario, el discurso se construye mediante la prevalencia (y no mediante la exclusividad) de una u otra de las dos formas posibles.
2. El rebasamiento aspectual
Acabamos de ver que el evento interrumpe el discurso y que su reanudación se encuentra intrínsecamente relacionada con un proceso de elaboración discursiva, cuyo producto puede ser “más implicativo” o “más concesivo” según el foco en el cual ese proceso recaiga, respectivamente, sobre la supuesta anterioridad del evento (recontextualización) o sobre el evento en sí (reconstitución figural). No es raro, en este segundo caso, que la noción general de indecible sea evocada para resolver textualmente (y, por lo tanto, de manera paradójica, pues todo texto dice algo) la aparente imposibilidad de convertir el paroxismo en palabras. En este sentido, es importante señalar desde un principio que todo evento, como vivencia brutal del afecto, parece poseer algo de indecible de un modo inherente:
[...] les affects se constatent, s'expliquent a posteriori pour autant qu'une explication de ce type vaille quelque chose, mais le vécu instantané, immanent de l'affect, le ‘feu’, le ‘ravage’ de l'émotion est avoué comme indicible, insaisissable (Zilberberg, 2002, p. 11).
[[…] los afectos se constatan, se explican a posteriori, en la medida en que una explicación de ese tipo tenga algún valor, pero la vivencia instantánea, inmanente, del afecto, el “fuego”, la “catástrofe” de la emoción se admite como indecible, como inaprehensible (Zilberberg, 2002, p. 11).]
Sin embargo, si es verdad que todo evento es indecible en el momento de su irrupción, de acuerdo con lo señalado más arriba, también es verdad que solo algunos eventos conservan esa propiedad a lo largo del tiempo: nuestras vivencias de impacto son, en general, o por lo menos en alguna medida, susceptibles de discursivización; los afectos son generalmente “constatados o explicados a posteriori”. Nuestra propuesta es que la prolongación de esa condición solo puede ser explicada a partir de una operación de manutención del rebasamiento aspectual.
De manera muy general, Zilberberg propone la existencia de una estructura elemental de significación constituida como matriz aspectual. Esta matriz opone dos intervalos de naturaleza desigual: el intervalo mayor [S1 ↔ S4] constituye una contrariedad fuerte, que opone límites (o super-contrarios); el intervalo menor [S2 ↔ S3] corresponde, a su vez, a una contrariedad débil, que sitúa umbrales (o subcontrarios: grados de una escala cualquiera) en oposición. El carácter aspectual de la estructura reside en el hecho de que “los límites [S1] y [S4] son interrupciones simétricas e inversas entre sí: en [S1], algo, un no-sé-qué comienza; en [S4] algo termina”7 (Zilberberg, 2012, p. 55). En cuanto a “los términos [S2] y [S3] son simples pausas”8 (Zilberberg, 2012, p. 56). Dicho de otro modo, los super-contrarios son responsables de la incoatividad y de la terminatividad de un proceso, mientras que la duratividad del mismo queda a cargo de los subcontrarios.
Veamos una posibilidad de gradación espacial construida de acuerdo con ese modelo (Tabla 1):
Tabla 1
A1 | a1 | a2 | A2 |
↓ | ↓ | ↓ | ↓ |
demasiado abierto | abierto | cerrado | hermético |
[i] Fuente: Adaptado y traducido de Zilberberg (2012, p. 62).
Los límites están representados por las letras mayúsculas (A1, A2) —“demasiado abierto”, por un lado, y “hermético”, por otro—, mientras que los umbrales están representados por las letras minúsculas (a1, a2) —“abierto” y “cerrado”. A pesar de la sencillez del ejemplo presentado, es posible afirmar que cualquier magnitud inserta en una estructura así organizada estará continuamente subordinada a una serie potencialmente infinita de modulaciones aspectuales efectuadas mediante operadores sintácticos intensivos, extensivos y juntivos: la sintaxis intensiva operará por medio de aumentos y disminuciones, y la sintaxis extensiva, mediante selecciones y mezclas; en cuanto a la sintaxis juntiva, ella será la encargada de la distribución de los productos sintácticos, intensivos y extensivos, en una escala de mayor o menor grado de implicación o concesión. Esa sintaxis de naturaleza tensivo-aspectual será la responsable de la proyección de una semántica analizable también bajo las tres perspectivas citadas. De este modo, el componente semántico del discurso se organiza de la siguiente manera (Tabla 2):
Tabla 2
[A1] | [a1] | [a2] | [A2] | |
Semántica Intensiva | Nulo | Débil | Fuerte | Supremo |
Semántica Extensiva | Universal | Común | Raro | Exclusivo |
Semántica Juntiva | Necesario | Esperado | Inesperado | Estupefactivo |
[i] Fuente: Adaptado de Zilberberg (2012, p. 76).
El rebasamiento aspectual al que nos hemos referido antes sería el momento inicial y provisorio de expansión paradigmática de una matriz aspectual, por medio de la transformación, en la escala propuesta, de un límite en un umbral (Zilberberg, 2011, p. 202; Zilberberg, 2002, p. 14). Para entender ese proceso, retomemos la matriz representativa de la espacialidad (Tabla 1) e imaginemos que uno de los límites —por ejemplo, aquel que ha sido reconocido como “hermético”, que ya es, por sí mismo, producto de un agravamiento— es negado en favor de un agravamiento adicional, esto es, de algo que es “todavía más cerrado que lo hermético”. La negación del límite preestablecido lo transformará en umbral9 (A2 → a3), pero la afirmación del nuevo límite (digamos, “x”), es decir, su consolidación, dependerá de una estabilización en el tiempo (Tabla 3).
Tabla 3
A1 | a1 | a2 | a3 | A2 |
---|---|---|---|---|
( A 2 →a 3) | REBASAMIENTO | |||
↓ | ↓ | ↓ | ↓ | ↓ |
demasiado abierto | abierto | cerrado | hermético | X |
Erigida a partir de la gradación semántico-aspectual propuesta por Zilberberg (Tabla 2) y de la posibilidad de transformación, también enunciada por él, de los límites en umbrales, con el surgimiento de nuevos límites que ello conlleva y la consecuente expansión del paradigma identificado, nuestra propuesta es que, durante un intervalo de tiempo, que puede ser mayor o menor, el nuevo límite (A2), todavía no consolidado y, por tanto, no denominado (“x”), llevará consigo una carga semántica negativa: en términos intensivos, será considerado inconmensurable (“más que supremo”); en términos extensivos, será reconocido como sin precedentes (“más que exclusivo”); y en términos juntivos, será tomado por inconcebible (“más que estupefactivo”) (Tabla 4).10
Tabla 4
El carácter negativo de esos parámetros (evidenciado por el prefijo “in-” y por la preposición “sin”) señala la naturaleza inestable y provisoria del rebasamiento —tan pronto como el límite recién creado alcance un nivel de estabilización, la novedad cederá al hábito y dejaremos de ver ahí cualquier indicio de exceso o sobrepujamiento. El rebasamiento dejará de existir y “el nuevo límite” pasará a ser solo el “límite” —supremo, pero no inconmensurable; exclusivo, pero no sin precedentes; estupefactivo, pero no inconcebible (Tabla 5):
Lo que hay que retener aquí es que la configuración semántico-aspectual del rebasamiento tendrá en lo indecible —el conjunto de recursos lingüísticos empleados para “decir sin decir”— su correlato expresivo más próximo. Siendo así, lo indecible puede ser finalmente definido como la expresión de un contenido aspectual, y más específicamente, como la expresión de los parámetros semántico-aspectuales de un rebasamiento. La expansión impulsada por esa operación es, en sí misma, un evento, y equivale a una especie de desbordamiento de nuestro universo de discurso —de nuestro universo cognitivo de referencia, entendido como conjunto de “formas semióticas ya asumidas” (Greimas, 2014, p. 145), culturalmente reconocibles y socialmente productivas, que determinan, en última instancia, aquello que entendemos como realidad.
Podríamos incluso trazar, en este punto, un paralelo entre la inestabilidad inherente al subcontrario del cuadrado semiótico greimasiano —producto, como se sabe, de la negación de un contrario— y la labilidad característica del proceso de rebasamiento que, en otro nivel de análisis —el nivel tensivo—, niega un super-contrario (límite) —transformándolo, como vimos, en subcontrario aspectual (umbral)— en favor de una expansión paradigmática. Dice Greimas:
Hasta ahora no se ha prestado mucha atención al papel “creativo” de la contradicción. Casi siempre concebidos como términos cuyo eje semántico carecería de contenido, los subcontrarios aparecen solamente como etapas lógicamente necesarias que conducen de un contrario a otro, etapas con frecuencia difícilmente investidas semánticamente, inestables por ser transitorias. Pero es justamente la inestabilidad lo que les confiere valor. La negación de S1 es abertura, emergencia de nuevas posibilidades, invención o creación de otros mundos; es solo en S2 que los mundos abiertos en S112 van a estabilizarse bajo la forma de un nuevo universo semántico, articulado y determinado (Greimas y Fontanille, 2014, p. 25).13
Esto significa que, al preservar la inestabilidad del subcontrario, aplazando indefinidamente la afirmación de S2 —que delimitaría un nuevo universo semántico al circunscribir un referente específico—, lo indecible realiza en su manifestación el mantenimiento de los valores —negativos, aunque fecundos— de aquello que (todavía) no es mensurable, no es concebible y no tiene precedentes.
3. Lenguaje-evento
En términos figurales, lo indecible se presenta como lenguaje-evento —un tipo de lenguaje concesivo que, en el eje de la extensidad, definida aquí como legibilidad, estaría más próximo al cero que al uno, y que en el eje de la intensidad estaría más próximo al uno que al cero (Zilberberg, 2011, p. 183):
El lenguaje-evento sería, así, el soporte del rebasamiento y funcionaría, por su bajo grado de legibilidad, como una especie de lenguaje negativo, “oblicuo”, que remitiría, de acuerdo con lo dicho anteriormente, más a la negación del límite prestablecido que a la afirmación del límite recién creado.
Es importante recalcar que tanto la idea de un lenguaje-evento como la idea de su contrapunto —el lenguaje-argumento (Figura 1)— son resultado de una extrapolación de la propuesta zilberbergiana de semiotización de los procesos metafóricos según la concesión y la implicación. De acuerdo con Zilberberg (2011), la metáfora-argumento y la metáfora-evento serían los dos polos de un continuum de posibilidades. La metáfora-argumento —metáfora clásica, recomendada por Aristóteles en su Poética— sería elaborada a partir de una analogía perceptible o evidente (y, por tanto, persuasiva y convincente) entre los términos puestos en relación. Se trataría, de ese modo, de una metáfora implicativa construida sobre una aproximación. Ahora bien, la metáfora-evento, más propensa a la imagen poética moderna, no dependería “de un antecedente racional” (Zilberberg, 2011, p. 183), es decir, de una sólida relación analógica basada en una cuadrícula de referencia, y sería construida con la intención de proyectar un impacto (y no un argumento). La metáfora-evento sería, por lo tanto, inesperada, concesiva, acelerada, tónica y, en función de la “ausencia de antecedentes racionales”, muy próxima a lo ininteligible. La propuesta de un “lenguaje-evento” busca evidenciar la presencia generalizada de estos parámetros —el alto grado de concesividad, la aceleración y la tonicidad, asociados a magnitudes intangibles o ininteligibles— en otros tipos de construcción más allá de la metáfora.
A título de ejemplo, vamos a tomar la novela La pasión según G. H., de Clarice Lispector, de la cual hemos extraído el epígrafe con el que abre el presente artículo. En esta obra, el evento asume el carácter de motor de la narración —todo comienza con la disociación del sujeto frente a una vivencia brutal y avasalladora, lo cual se pone de manifiesto ya en las primeras líneas del texto:
[…] estoy buscando, estoy buscando. Estoy tratando de entender. Tratando de darle a alguien lo que viví y no sé a quién, pero no quiero quedarme con lo que viví. No sé qué hacer con lo que viví, tengo miedo de esa desorganización profunda. No confío en lo que me sucedió (Lispector, 2009, p. 9).
Poco importa que se trate “solamente”, como podrá darse cuenta el lector en las siguientes treinta páginas, del encuentro inesperado entre la protagonista, G. H., y una simple cucaracha doméstica: es la magnitud inconcebible de esa vivencia —para ese sujeto específico— lo que desencadena, en función de su paroxismo, el contraprograma discursivo de resolución, es decir, de reconstitución figural, que constituye, a su vez y en gran medida, el cuerpo de la novela. El resultado es un relato que, al buscar dar cuenta de la experiencia vivida, pone de manifiesto incansable y obstinadamente “los problemas de adecuación” entre el evento y el discurso. La singularidad del texto de Clarice Lispector, por lo menos en lo que respecta a los procesos semióticos que hemos estudiado, reside en el hecho de que la vivencia del evento pone en jaque todos los aspectos del universo discursivo del sujeto: es como si la totalidad de las formas semióticas asumidas por él como la regla, la “realidad”, la doxa, etc. —lo que engloba no sólo las leyes y los reglamentos, sino también el lenguaje y, en consecuencia, el sentido— fuera bruscamente sustituida por una especie de concesividad radical que se asemeja a la locura y que exige una resolución discursiva, esto es, una forma que circunscriba el caos:
¿Quién sabe si lo que me ocurrió fue solamente una lenta y gran disolución, si mi lucha contra esa desintegración es esta: la de intentar ahora darle una forma? Una forma circunscribe el caos, una forma da estructura a la sustancia amorfa. La visión de una carne infinita es la visión de los locos, pero si corto la carne en pedazos y los distribuyo de acuerdo con los días y los apetitos, entonces ella no será más la perdición y la locura: será nuevamente la vida humanizada (Lispector, 2009, p. 12).
En ese escenario específico, la superación definitiva de los límites del universo doxal constituye, en sí misma, un rebasamiento aspectual. Y poner en discurso un evento de esa naturaleza implica, necesariamente, situar al mundo en su totalidad bajo la tutela de lo indecible.
¿Tendré que hacer la palabra como si fuera a crear lo que me aconteció? Voy a crear lo que me aconteció. Solo porque vivir no es narrable. Vivir no es vivible. Tendré que crear sobre la vida. Y sin mentir. Crear sí, mentir no. […] Necesitaré traducir con esfuerzo señales de telégrafo —traducir lo desconocido a una lengua que desconozco, y sin siquiera entender para qué sirven las señales. Hablaré ese lenguaje sonámbulo que, si yo estuviera despierta, no sería lenguaje (Lispector, 2009, p. 19).
De ese modo, la configuración tensiva señalada en la Figura 1 —que remite, como ya vimos, a una forma oblicua de representación, a una manera de “decir sin decir”— se manifiesta ampliamente, y mediante el uso de diferentes recursos, a lo largo de toda la novela. A través, por ejemplo, del empleo recurrente del oxímoron, figura retórica que, por medio de la asociación de elementos semánticamente contrapuestos, se propone “aprehender las aporías, las paradojas, las incoherencias de una realidad dada” (Fiorin, 2014, p. 59):
Solo por un inesperado temblor de líneas, solo por una anomalía en la continuidad ininterrumpida de mi civilización es que experimenté, por un instante, la vivificadora muerte. La fina muerte que me hizo manosear el prohibido tejido de la vida (Lispector, 2009, p. 14).14
Incluso pretendiendo delimitar o describir un determinado estado de cosas, el oxímoron “hace inviable el acto definitorio, pues una definición no debe contener contradicciones” (Fiorin, 2013, p. 122). Según el escritor brasileño Affonso Romano de Sant’Anna (2013, p. 159), el oxímoron actúa en el texto de Clarice Lispector como un principio de organización que se disemina más allá de la frase, pues la novela “se construye a partir de una desconstrucción”, se estructura a partir de una catástrofe, y se constituye como obra lingüística a partir de la negación del propio lenguaje. Tal recurso compositivo es así la expresión más acabada de una forma que contradice la propia forma o, como diría Zilberberg (2011) a propósito del rebasamiento, de “una propiedad-posibilidad del sistema a la cual el sujeto puede recurrir en ciertas condiciones para actuar contra el propio sistema” (p. 285).
Más allá del oxímoron, podemos señalar todavía la negación pura y simple como una instancia del lenguaje-evento en la novela. La predicación negativa —que delimita un objeto al enunciar precisamente aquello que no es y las características que no posee—, la profusión de atributos negativos (“insulso”, “insípido”, “desconocido”, “inconsciente”, “invisible”, “inaudible”, etc.) y la multiplicidad de “figuras de ausencia”,15 acompañadas o no de un adjetivo intensificador (“indiferencia extremadamente enérgica”, “atonal exasperado”, “una nada vibrante”, etc.) son todas formas que contribuyen a la construcción concesiva y tónica de una realidad intangible:
Hará falta coraje para hacer lo que voy a hacer: decir. Y arriesgarme a la enorme sorpresa que sentiré ante la pobreza de lo dicho. Lo diré mal y tendré que agregar: ¡no es eso, no es eso! (Lispector, 2009, p. 18).16
El sonido inaudible del cuarto era como el de una aguja pasando sobre el disco cuando la música ya ha terminado. Un chillido neutro de cosa era lo que formaba la materia de mi silencio (Lispector, 2009, p. 42).17
La hora de vivir es tan infernalmente inexpresiva que es la nada. Aquello que yo llamaba “nada” estaba sin embargo tan pegado a mí que era… ¿yo?, y por eso se volvía invisible, tal como yo lo era para mí misma, y se convertía en la nada (Lispector, 2009, p. 78).18
El inventario de construcciones y ejemplos podría ser, sin duda, mucho más amplio, tanto en lo que concierne al lenguaje-evento, de un modo general, como en lo que se refiere al empleo de ese tipo de lenguaje en la novela de Lispector, en particular. De cualquier forma, creemos que hemos logrado evidenciar a través de estas reflexiones el hecho de que lo indecible, como expresión de un rebasamiento aspectual, puede presentarse de formas muy diferentes, pero siempre con el propósito de reproducir una configuración tensiva que se caracteriza por privilegiar el quantum de afecto presente en las vivencias de significación, sobre todo en aquellas que, por su impacto, niegan y superan los límites de un universo discursivo previamente estabilizado.
Conclusión
Vimos, en suma, que el evento es la contingencia que suspende una permanencia implicativa. Su naturaleza paroxística desencadena su propia atenuación por medio de un proceso denominado resolución, que puede asumir la forma de una recontextualización —operación que actualiza retroactivamente el evento—, o de una reconstitución figural —operación que transforma el propio impacto en materia de discurso. Habrá rebasamiento siempre que un evento desborde, local o globalmente, los límites del universo discursivo de un sujeto; y lo indecible será la expresión de ese rebasamiento.
Se trata, a decir verdad, de una denominación general —la de indecible— que abarca un conjunto de recursos lingüísticos que aluden al objeto por definir (o nombrar) sin demarcarlo totalmente, esto es, sin hacerlo palpable o completamente legible. Es importante recordar que, una vez estabilizado, el rebasamiento deja de serlo a consecuencia de la atenuación de su carga semántico-aspectual: hay, en términos de intensidad, un retorno de lo /inconmensurable/ a lo /supremo/; en términos de extensidad, de lo /sin precedentes/ a lo /exclusivo/; y en términos juntivos, de lo /inconcebible/ a lo /estupefactivo/. Al propiciar una especie de negación del discurso por medio de un lenguaje al mismo tiempo intenso e inextensivo, lo indecible termina por no permitir que eso acontezca: el rebasamiento no se estabiliza y la fuerza del evento se reactualiza insistentemente en discurso. De este modo, lo indecible puede definirse también como la reiteración elocuente del “excedente de sentido” producido por el evento.
Para finalizar, retomemos ahora la cita del epígrafe: solo cuando falla la construcción es cuando obtengo lo que ella no consiguió. Pues bien, lo que falla aquí, de hecho, es la construcción implicativa cuya manifestación es el lenguaje-argumento, el cual transmite sin obstáculos, hace-saber sin rodeos y da a conocer de manera razonablemente objetiva y categórica un determinado “estado de cosas”. Cuando esa construcción falla para favorecer los “estados de alma” y la expresión de algo que excede las posibilidades vigentes, lo que se obtiene es la experiencia de lo innombrable, la vivencia directa, concreta —extática o terrible—, de la ausencia total de cualquier límite.