1. El hacer-parecer-verdadero
La verdad que la teoría de base greimasiana investiga no está en el mundo objetivo esperando ser descubierta, sino que se construye y se pacta cada vez que enunciador y enunciatario entran en contacto en la enunciación. En lugar de buscar una verdad ontológica en los discursos, la semiótica francesa eligió estudiar y sistematizar los efectos de verdad, las veridicciones. Esta elección, hecha todavía en los fundamentos que dan sustento a la teoría, podría beneficiarse de una relectura desde el momento en que avanzan los estudios de la complejidad, de la dimensión pasional y de los intentos de aprehender la dimensión sensible implicada en la enunciación como estrategia de persuasión de una verdad.
La veridicción que la semiótica se propone estudiar parte del texto y, por lo tanto, su diversidad no finaliza mientras no se agoten las diversas posibilidades de contratos entre enunciador y enunciatario, lo que no se espera que suceda. Debido a su tradición saussureana, la semiótica dio a la inmanencia la posición de cimiento de su estructura analítica, rechazando referentes externos que no estuvieran basados en la lógica interna del discurso y de sus efectos de sentido. Esta elección produjo lo que Greimas y Courtés (1982) resumen en un pasaje contundente: “la teoría saussureana obligó a la semiótica a inscribir entre sus preocupaciones no ya el problema de la verdad, sino el de decir-verdad: el de la veridicción” (p. 432). En la página siguiente, los autores señalan una conclusión decisiva para la teoría:
El enunciador ya no es considerado productor de discursos verdaderos, sino de discursos que producen un efecto de sentido “verdad”: desde este punto de vista, la producción de la verdad corresponde al ejercicio de un hacer cognoscitivo particular, el hacer parecer verdad, que puede ser denominado, sin ningún matiz peyorativo, hacer persuasivo (Greimas y Courtés, 1982, p. 433).
La función del discurso se desplaza, entonces, del decir verdadero al parecer verdadero, que solo puede ser exitoso si cumple con determinadas expectativas. En sus proyecciones, los enunciadores recurren a marcas culturalmente cristalizadas y compartidas con sus enunciatarios, quienes se amoldan a este efecto de sentido de verdad. Esta construcción intenta cumplir con las expectativas que el enunciador cree que son las del enunciatario, ya que la intención es el hacer persuasivo, el convencimiento. Las estrategias están ancladas en el propio contexto cultural de lo que es la verosimilitud, e identificarlas es pensar también en las marcas que revelan la cosmovisión de los grupos sociales.
Greimas señala que el concepto de verosimilitud en una sociedad es revelador de su propio contexto cultural, ya que sus marcas se adquieren como parte del aprendizaje para convertirse en adulto, aun cuando sea a través de la adquisición de un sentido común que “da acceso a la realidad”, o al menos a una realidad del mundo que se funda sobre una racionalidad y no sobre otras. Esta capacidad adquirida impone resistencias que limitan las interpretaciones posibles de un texto y los juicios admisibles sobre él, lo que “sólo se explica si se acepta que el propio texto posee sus propias marcas de isotopías de lectura (y, en el caso que nos preocupa, sus marcas de veridicción) que limitan sus posibilidades” (Greimas, 1989, p. 123).
2. El parecer solicita
Lo más importante acerca de esa reflexión para que podamos iniciar con los cuestionamientos de este trabajo es que hay una solicitud del parecer, que el enunciador dirige al enunciatario para que él tome una decisión sobre el ser. El juego de la verdad, como dice Greimas, tiene lugar en la relación de la manifestación, que proyecta un parecer o un no parecer, con la inmanencia, que lo juzga como un ser o un no ser. Según Barros (2011), se parte de uno para construir o inferir el otro. El enunciatario es llamado a tomar una posición, a sancionar ese contrato de veridicción:
Um estado é considerado verdadeiro quando um sujeito, diferente do sujeito modalizado, o diz verdadeiro. Parte-se do parecer ou do não-parecer da manifestação e se constrói ou se infere o ser ou não ser da imanência (p. 46).
[Un estado se considera verdadero cuando un sujeto, diferente del sujeto modalizado, dice que es verdadero. Se parte del parecer o del no parecer de la manifestación y se construye o infiere el ser o no ser de la inmanencia (p. 46)].1
El hacer persuasivo es el centro de la relación entre las instancias de la enunciación en la teoría semiótica: un enunciador pretende hacer que un enunciatario entre en conjunción con los valores construidos en un texto. Así se forma el sujeto presupuesto y, para la teoría, esa es la finalidad de la enunciación misma. De este modo, la preocupación por lo que es verdadero en el texto, es decir, por lo que el enunciador proyecta como verdadero en su esquema de valores atravesado por una narratividad, se constituye como objeto esencial de análisis.
Esa veridicción es “negociada” entre enunciador y enunciatario en un intento persuasivo que hace que la creencia en uno se construya en los valores del otro, de modo que la intención de uno penetre y modalice la existencia del otro. Esta negociación está formada por dos polos: “La verdad designa al término complejo compuesto por los términos ser y parecer situados en el interior del cuadro semiótico de las modalidades veridictorias, en el eje de los contrarios” (Greimas y Courtés, 1982, p. 432). Los ejes, sin embargo, no tienen la misma posición aquí, ya que:
El buen funcionamiento de este contrato [de veridicción] depende, en definitiva, de la instancia del enunciatario para quien todo mensaje recibido —sea cual fuere su modo veridictorio— se presenta como una manifestación [parecer - no parecer], a partir de la cual le otorga tal o cual estatuto a nivel de la inmanencia (estatuyéndolo sobre su ser o su no-ser) (Greimas y Courtés, 1982, p. 432).
Al continuar la discusión en la entrada sobre las modalidades veridictorias, los autores vuelven a considerar, si no jerárquicamente, al menos sintagmáticamente, la relación entre los dos ejes: primero el parecer y, a partir de este, el ser.
La categoría de la veridicción está constituida por la puesta en correlación de dos esquemas: el esquema parecer / no-parecer es llamado manifestación, y el de ser / no-ser, inmanencia. Entre estas dos dimensiones de la existencia se cumple el “juego de la verdad”: inferir la existencia de la inmanencia a partir de la manifestación es estatuir sobre el ser del ser [forma desembragada del saber ser] (Greimas y Courtés, 1982, p. 434).
Esta posición del enunciatario puede dar como resultado cuatro combinaciones diferentes basadas en la convergencia o en la divergencia entre lo que fue solicitado y lo que se respondió. Tenemos la verdad cuando el enunciador proyecta un parecer y el enunciatario, en cierto modo, está de acuerdo y le atribuye un ser; la falsedad, cuando ocurre todo lo contrario: el enunciador proyecta un no parecer en relación con algo, y el enunciatario está de acuerdo en que no es. El secreto y la mentira son el resultado de divergencias entre la solicitud inicial del enunciador y la conclusión del enunciatario. Para el secreto, el enunciador proyecta algo que no parece, pero el enunciatario concluye que, de hecho, es, revelando un saber que estaba oculto. Para la mentira, el enunciador proyecta un parecer que, para el enunciatario, no es, desenmascarando una pista engañosa. Y donde se lee enunciador y enunciatario debe entenderse destinador y destinatario, si el análisis se efectúa en el ámbito del nivel narrativo.
El discurso es ese lugar frágil donde se inscriben y se leen la verdad y la falsedad, la mentira y el secreto; estos modos de veridicción resultan de la doble contribución del enunciador y del enunciatario; sus diferentes posiciones no se fijan sino en forma de un equilibrio más o menos estable procedente de un acuerdo implícito entre los dos actantes de la estructura de la comunicación. Este acuerdo tácito es lo que se designa con el nombre de contrato de veridicción (Greimas, 1989, p. 122).
Retomando lo que dice el Diccionario sobre la manifestación y la inmanencia en la composición de la veridicción como un complejo, la manifestación convoca al sujeto y la inmanencia es decidida por él a partir de la solicitud del parecer (Greimas y Courtés, 1982, p. 432). El mismo punto de vista se encuentra en Baldan (1988):
O contrato de veridicção insere-se, implícita ou explicitamente, no enunciado, mas se reinterpreta na instância do enunciatário, para quem toda mensagem recebida, seja qual for seu estatuto veridictório, apresenta-se em nível de manifestação afetado pelo sinal do parecer. É a partir desse parecer que o enunciatário terá de interpretar o ser/não-ser inscritos no nível de imanência. O enunciatário é chamado a sancionar o contrato de veridicção, a modalizar, portanto, aquele parecer/não-parecer, sobredeterminando-o por um ser/não-ser (Baldan, 1988, p. 50).
[El contrato de veridicción se inserta, implícita o explícitamente, en el enunciado, pero se reinterpreta en la instancia del enunciatario, para quien cada mensaje recibido, sea cual sea su estatuto veridictorio, se presenta en el nivel de la manifestación afectado por la señal del “parecer”. Es a partir de este parecer que el enunciatario tendrá que interpretar el ser / no-ser inscrito en el nivel de la inmanencia. El enunciatario es convocado a sancionar el contrato de veridicción, a modalizar, por lo tanto, ese parecer / no parecer, sobredeterminándolo como un ser / no-ser (Baldan, 1988, p. 50)].2
La teoría se sitúa, entonces, ante otro complejo basado en la oposición entre padecer y actuar, de donde se destaca que el actuar se da a partir del padecer: el sujeto padece un parecer y actúa decidiendo un ser. Del mismo modo, la semiótica tensiva establece que el sobrevenir causa un padecer y llama al sujeto a reorganizarse y (re)actuar, con lo cual se suceden momentos en los que la capacidad de acción de este sujeto se ve reducida por el asombro y luego revitalizada por la aprehensión del mismo a través de sus capacidades inteligibles.
¿No decimos en el lenguaje familiar de un sujeto estupefacto que hay que esperar a que “vuelva en sí”? De suerte que la decadencia y la ascendencia se presentan como las dos esferas disjuntas de la existencia semiótica inmediata; lo vivido, es decir, el ir y venir incesante entre esas dos esferas, constituye una prueba para el sujeto (Zilberberg, 2016, p. 36).
3. Los modos de existencia de la veridicción
Podríamos llegar a creer que “el ser respeta el parecer”, que lo obedece, lo que ni de lejos es necesariamente el caso. En una consulta al capítulo de Hjelmslev (1971) sobre las funciones como “dependencias que cumplen las condiciones del análisis”, el término funtivo se utiliza para designar las entidades que mantienen relaciones de dependencia con otras entidades, funcionando de determinada manera y ocupando “una ‘posición definida’ en la cadena” (p. 56). Es posible verificar que existe una diferenciación bien circunscrita entre los tipos de dependencia según conceptos considerados “indefinibles” por Hjelmslev: presencia, necesidad y condición. Nos interesa uno de estos tipos: aquel que prevé dos constantes, que no son más que dos funtivos que necesariamente deben estar presentes: la interdependencia. Si tratamos el término veridicción como un complejo entre el ser y el parecer, es una condición que ambos (S1 y S2) estén presentes, o nuestro término volvería a la “simplicidad”.
La interdependencia entre el ser y el parecer se da en un proceso, en una contigüidad que prevé la anterioridad del parecer en relación con el ser. Posicionando los dos funtivos de acuerdo con los modos de existencia, a fin de considerar a un sujeto que aprehende el parecer y lo juzga, este es del orden de lo actualizado, de la apropiación en relación con el repertorio virtual para una percepción inicial, que es, entonces, realizada en el ser, con el punto de vista del sujeto.
La semiótica narrativa se ha visto obligada a sustituir la pareja tradicional virtual / actual por la articulación ternaria virtual / actual / realizado, para poder explicar mejor las organizaciones narrativas. Así es como los sujetos y los objetos, antes de su junción, están en posición virtual; su actualización y su realización se operan teniendo en cuenta los dos tipos de relaciones característicos de la función: la disjunción actualiza sujetos y objetos, la conjunción los realiza (Greimas y Courtés, 1982, p. 29).
La actualización del parecer, por lo tanto, hace que el sujeto sea solicitado en su posición virtual y entre en disjunción con la veridicción, pues el parecer sólo parece, es una aprehensión que carece de validación. Es necesario decidir si es o no es para la realización. “Se entenderá entonces por realización la transformación que, a partir de una disjunción anterior, establece la conjunción entre el sujeto y el objeto” (Greimas y Courtés, 1982, p. 331). La disjunción anterior, esto es, la actualización del parecer, se dirige hacia la realización del ser en la conjunción entre sujeto y objeto en un juicio veridictorio.
El modo virtual, en sentido propio, es el de las estructuras de un sistema subyacente, de una competencia formal disponible al momento de la producción del sentido. El modo actualizado es el de las formas que advienen en discurso, y de las condiciones por las que ahí advienen: la actualización de un cromatismo en una imagen, por ejemplo, conlleva el conjunto de tensiones y de contrastes en los cuales entra, por el hecho de su coexistencia con los cromatismos vecinos. El modo realizado es aquel por el que la enunciación hace que las formas del discurso se encuentren con una realidad, realidad material del plano de la expresión, realidad del mundo natural y del mundo sensible en el plano del contenido (Fontanille, 2001. pp. 238-239).
A partir de estos caminos teóricos es posible reconocer que la actualización del parecer es una competencia, un saber que, aprehendido por el sujeto a partir de las formas que provienen del discurso, es realizado en este movimiento de aprehensión, en ese hacer, cuando el sujeto hace uso de su universo virtual para completar una veridicción. Este trayecto puede y debe ser pormenorizado. Para situar la veridicción entre esos modos de existencia, tenemos que:
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En lo virtual, se encuentra el repertorio del sujeto que permite la aprehensión de algo que parece y las categorías que sustentan el juicio de algo que es o no es. Aquí está el creer del sujeto en un contrato que lo modaliza;
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En la actualización, el parecer emerge de esa estructura como “forma innovadora” y solicitante. El sujeto es dotado de un saber y de un poder: él aprehende lo que parece y proviene del discurso, las características que lo hacen parecer;
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En la realización, el sujeto ejecuta el juicio: ¿se basan estas características en el conjunto de valores virtualizado? ¿Cumplen con las categorías necesarias del “ser” compartido? Como dice Fontanille, “la forma es descrita y adquiere estatuto de realidad”;
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La potencialización que vuelve a lo virtualizado es la dilución de este juicio: la veridicción. Ella alimenta el sistema, expandiéndolo o reforzándolo, ampliando o reorganizando la capacidad de juicio del sujeto.
4. Implicación y concesión en las veridicciones
El cuestionamiento que motivó este trabajo puede comenzar desde este punto: si los enunciadores tienen estrategias distintas para atender a las expectativas de los enunciatarios, ¿los resultados de este juego de la verdad no son distintos, incluso cuando, al principio, estamos frente a las mismas combinaciones de parecer y ser? Si cada manifestación es una solicitud al enunciatario, que tiene un perfil específico y hace un esfuerzo de aprehensión para juzgar la inmanencia, ¿no podemos ampliar los posibles resultados de este juego a más de cuatro? ¿Son iguales todas las verdades y falsedades y se confirman con la misma exactitud? ¿Todos los secretos y las mentiras sorprenden de la misma forma? Y si estamos hablando de efectos de sentido diferentes que se construyen en la enunciación, como semiotistas, ¿no deberíamos intentar caracterizarlos? Pero, ¿cómo explicar las infinitas posibilidades de manifestaciones e inmanencias que se cruzan, produciendo resultados diferentes? Para dar cuenta de este gradiente de posibles verdades, mentiras, falsedades y secretos, que surgen de pareceres y seres diferentes, el enfoque tensivo y sus herramientas pueden proponer un abordaje interesante para discutir la complejidad y los intervalos.
Al actualizar los valores pertenecientes a lo virtual, el parecer proyecta una expectativa, una orientación, de cierta forma lógica, que Zilberberg llama implicativa. El parecer clama por ser, ya que no sorprende que sea. Asimismo, el no parecer argumenta a favor de un veredicto por el no ser. Cuando esa expectativa se rompe, hay una concesión.
Las relaciones implicativas son tendencialmente aforísticas y generalizantes, y su aproximación define, en parte, el sistema de creencias y de prácticas de cada sociedad. Correlativamente, las relaciones concesivas intervienen cuando se quiebran las relaciones implicativas (Zilberberg, 2016, p. 113).
Cuando irrumpe en el quiebre de la implicación, la concesión lleva la realización a la potencialización, alterando lo virtualizado, que define las formas previsibles del parecer en el sistema. Zilberberg (2016, p. 235), al diferenciar la implicación de la concesión, dice que “el estilo implicativo es confirmativo y compartido, mientras que el estilo concesivo, inaugural y, por algún tiempo, singular, hace del discurso el vector de lo inédito y de la novedad”. Al rescatar el cuadrado de las modalidades veridictorias y cruzarlo con esta oposición, tenemos que:
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parecer + ser (Verdad) y no parecer + no ser (Falsedad) son implicativas, confirmativas y compartidas por lo virtual;
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parecer + no ser (Mentira) y no parecer + ser (Secreto) son concesivas, inaugurales y singulares.
Al sorprender y potencializar, rompiendo con las relaciones implicativas, la concesión impone un aumento de la intensidad, y el sujeto que se ve engañado por la mentira o por el secreto puede ser definido según los términos con los cuales Zilberberg (2010, p. 3) ejemplifica la preponderancia de la intensidad:
A intensidade é dominante porque as valências extremas que ela determina reduzem imediatamente a nada as diversas competências que o sujeito crê deter e os controles que ele acredita dispor sobre o seu entorno (Zilberberg, 2010, p. 3).
[La intensidad es dominante porque las valencias extremas que ella determina reducen inmediatamente a nada las diversas competencias que el sujeto cree poseer, así como los controles que cree tener sobre su entorno (Zilberberg, 2010, p. 3)].3
Este sujeto embestido por su propia veridicción puede estar frente a un evento:
El evento se halla en el corazón de ese sistema si se acepta como la “sobrevenida”, como la realización de lo irrealizable; por el contrario, el evento declara la modalidad concesiva, que propone un programa como irrealizable y un contra-programa que “¡no obstante lo ha realizado!” (Zilberberg, 2016, p. 193).
La tensividad puede ser una medida para diferenciar los pareceres y los seres y hacer comprender sus propias articulaciones a través de la adición de más y de menos, y de su posición en la curva tensiva. Siguiendo el razonamiento tensivo, es oportuno extender los contrarios ser y parecer a sus supercontrarios y subcontrarios, a fin de diferenciar las situaciones en las que, de acuerdo con Zilberberg, hay hostilidades decisivas entre ellos, los supercontrarios, de las situaciones en las que hay contrariedades menos hostiles y distantes, los subcontrarios.
La diferencia saussureana ha sido concebida, como si fuera evidente, en términos de contrariedad y de contradicción, aunque no todos los contrarios tienen el mismo valor, pues, según Bachelard en La dialéctica de la duración, “es posible invocar dos tipos de casos en función de si los contrarios se erigen a partir de una hostilidad decisiva o si nos encontramos frente a una contrariedad mínima” (Zilberberg, 2016, p. 93).
Esta idea da a la semiótica la oportunidad de ir más allá de oposiciones primordiales como las de caliente y frío, permitiendo concebir también sus variantes, lo tibio, lo hirviente, lo templado y lo gélido. Para nuestras reflexiones, abre la posibilidad de concebir un parecer mucho que difiere de un parecer poco, y un ser exactamente que difiere de un condescendiente “incluso ser”. De la misma manera, si expandimos sus contradictorios, tenemos un no parecer nada y un casi parecer en la manifestación, y un no ser en absoluto y un casi ser en la inmanencia. De este modo, llegamos a una propuesta de intervalos que sustituyen el binarismo entre ser y no ser, en la inmanencia, y entre parecer y no parecer, en la manifestación.
La intención de establecer estas diferencias entre el ser y el parecer y sus variaciones exacerbadas o minimizadas aspectualmente es dar cuenta de las diferentes verdades, secretos, mentiras y falsedades que pueden ser elaboradas entre estos funtivos ahora aceptados como intervalos y, por esta misma razón, capaces de diferenciarse gradualmente más allá de los pares de correlaciones binarias. Al definir, reconocer y aprovechar los subcontrarios y los supercontrarios del parecer y del ser, la propuesta pretende amplificar los valores comprendidos por las modalidades veridictorias, buscando los dos mundos que describe el autor:
Si un evento se inscribe en un universo que acepta los super-contrarios, la racionalidad imaginada para tratar un universo de sub-contrarios es rechazada en nombre de la desproporción: el mundo del “más o menos” no está calificado para hablar del mundo del “todo o nada”, y recíprocamente (Zilberberg, 2016, p. 458).
Cuando decimos que el parecer activa una expectativa implicativa a partir de un direccionamiento, estamos señalando también que el parecer mucho crea un direccionamiento más tónico, una expectativa más alta que el casi parecer. De la misma manera, cuando la confirmación del ser exactamente se produce, esta es más precisa, más exacta que la del incluso ser, casi resignada. Si consideramos que la divergencia entre el parecer y el no ser es concesiva, podemos decir entonces que ninguna mentira puede ser más intensa que la supuesta por el encuentro del parecer mucho con el no ser en absoluto, cuando la alta expectativa se quiebra en la revelación de una mentira incontestable. Lo mismo ocurre con el secreto que es revelado cuando algo que no parecía en absoluto, al final, resulta que era exactamente. Pensando en la verdad y en la falsedad, estas evolucionan en su poder implicativo en la medida en que la alta expectativa se confirma con el juicio perfecto, con el parecía demasiado y era exactamente (verdad), y el no parecía nada y no era en absoluto (falsedad).
Estas cuatro posibilidades superlativas son las valencias plena y nula, los puntos máximos de la intensidad y de la extensidad. Abajo de ellas tendríamos un número mayor de posibilidades si cruzáramos cada manifestación con cada inmanencia. Sin embargo, la idea de este trabajo no es proponer un número fijo de posibilidades, sino una formulación que contenga un intervalo entre ellas, mediado por grados gracias a la adición y sustracción de más y menos que permita infinitos decimales entre los números que parecen enteros. Podríamos llegar así a diferenciar entre un parecer en el cual el enunciador emprende un esfuerzo sensible mayor para que parezca mucho, y uno más átono, en el que hay menos trabajo y precisión en ese sentido. Así, cuando se produjera el juicio del ser, estaríamos en mejores condiciones para describir cómo este se instaura en el campo de presencia, modulando la experiencia sensible, que, para la semiótica tensiva, rige la inteligible (Figura 1).
En una semiótica que ya ha encontrado el lugar del evento y que acogió lo sensible como regente de lo inteligible, los efectos de sentido producidos por la veridicción pueden ir más allá de las cuatro combinaciones de funtivos. Comprender este gradiente abre el camino para examinar más minuciosamente el impacto de la veridicción en el campo de presencia del sujeto, midiendo la potencialización producida por las concesiones o por las implicaciones.
La noción de intervalo sigue siendo subestimada, a nuestro parecer. Con todas las precauciones del caso, podríamos decir que si el punto de vista tensivo resulta consistente, la noción de intervalo podría convertirse en su “bandera”, así como el término de “diferencia” resume la empresa saussureana, el de “dependencia” la empresa hjelmsleviana, y el de “oposición” la empresa greimasiana (Zilberberg, 2016, p. 457).
5. Parecía tanto que no podía ser
Con el análisis de un texto de Stendhal sobre su llegada a Florencia, Zilberberg (2016) propone una gradación de la intensidad sobre los conceptos hjemslevianos de adherencia e inherencia para trabajar la conexión entre el sujeto y el objeto en la experiencia sensible del evento. La adherencia se refiere a la oposición contacto/no contacto, y la inherencia, a la interioridad/exterioridad. El evento hace que la experiencia sensible siga un gradiente que también depende de la anticipación o no del sujeto:
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En la intensidad más baja, no hay contacto en la adherencia ni interioridad en la inherencia. El sujeto ve el objeto [ver].
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Un peldaño más arriba, el sujeto establece contacto, toca el objeto, pero este permanece exterior al sujeto [tocar].
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Una intensidad aún mayor se produce cuando un sujeto en posición pasiva sufre un contacto en el ámbito de la adherencia, pero permanece externo en el de la inherencia [ser tocado].
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Finalmente, el evento ocurre cuando el sujeto del padecer tiene contacto en la adherencia, mientras que en la inherencia su interior es alcanzado. Este sujeto no solo fue tocado, sino penetrado por el sentido [ser penetrado] (p. 168).
Como actualización que requiere ser interpretada para realizarse en un juicio veridictorio, el parecer exige que el sujeto eche mano de sus habilidades cognitivas para definir si es o no es. El juicio, después de todo, es una decisión. La intensidad, mientras tanto, según lo propuesto por Zilberberg, progresa a medida que el sujeto se vuelve más pasivo y es anulado en su capacidad de respuesta inmediata. Esta adición de más tiene un límite, un punto de inflexión que inviabiliza la continuidad del aumento. Al alcanzarse, lo demasiado ya significa el retorno, la atenuación, pormenorizada con la operación cada vez menos más.
Al ser proyectado en el campo de presencia del sujeto, y actualizado para tener una respuesta, el parecer argumenta a favor de un ser. En la búsqueda del convencimiento, el argumento crece en su embestida cuanto más se hace parecer o no parecer para que el sujeto crea que, de hecho, es o no es. Este argumento que se instaura, si se cruza con los peldaños de intensidad en relación con la adherencia y la inherencia, crece a medida que el contacto del sujeto con ese parecer se lleva a cabo de una manera más interiorizada, hasta el punto en que es penetrado por el parecer para que juzgue que es, o lo contrario.
Tenemos así, en un extremo, un parecer que solo es visible y con el cual el sujeto no entra en contacto, y, en el otro, un parecer que invade y penetra al sujeto, prácticamente “forzándolo para ser”. Esta penetración aumenta aún más hasta alcanzar el punto de inflexión que establece la teoría. Es en este punto que se instaura el “parecer demasiado”, en el punto más alto del “parecer mucho”, el punto máximo del parecer donde comienza la descendencia. Del mismo modo, el no parecer se maximiza hasta el punto del “no parecer demasiado”, el punto máximo del “no parecer nada”, en el que la superlatividad de la minimización da paso al restablecimiento.
¿Cómo es posible interpretar esta experiencia del parecer demasiado y del no parecer demasiado, en la que el énfasis en la semejanza o en la distinción es tan grande que comienza a disminuir? Quizás el vocabulario popular ya haya expresado este sentimiento con uno de sus refranes más repetidos: “Cuando la limosna es grande, hasta el santo desconfía”. Al alcanzar esta barrera infranqueable y retroceder, la proyección de la manifestación suscita dudas en el sujeto. La inversión en el parecer es tan alta que solo puede tener la intención de ocultar algo que no es.
Otra forma de concebir los límites del parecer como un gradiente es pensar en los operadores del eje de la extensidad, las mezclas y selecciones que hacen que la comprensión sea más concentrada o difusa. Cuando la semiótica trata una oposición tan bien establecida como parecer/no parecer, ella de inicio confronta solo dos valores de absoluto, en sus hemisferios claramente delimitados, pero lo que esta formulación propone es mapear, o al menos plantear las preguntas para que sea posible dar cuenta de los diferentes efectos de sentido que la gradación de dos polos puede generar.
Cuanto más parecer o no parecer, mayor es el esfuerzo para que de la virtualización surja una actualización concentrada e impactante, única y pura desde el punto de vista de la selección. Si la diferenciación entre parecer y no parecer fuera tan obvia y potente, ¿por qué sería necesario invertir más en determinados momentos para lograr que el argumento se vuelva más convincente? ¿No sería suficiente con proyectar un parecer estándar para cada efecto deseado, con lo cual se resolvería el direccionamiento veridictorio? Esa pregunta, que puede parecer retórica, está en la raíz de lo que propone este trabajo, y su respuesta es: porque el parecer sirve a una intencionalidad. Cuando cada enunciador regula su manipulación sobre las expectativas que atribuye al enunciatario, planifica los tonos que tendrá este parecer para que resulte en el juicio deseado. De esta manera, desplaza el parecer o no parecer hacia los gradientes propuestos por este trabajo. Este desplazamiento es, además de una adición de más y menos, una operación de selecciones y mezclas. Lo que importa en esta discusión, como lo define Zilberberg (2016), “no es la significación en sí de ambos órdenes, sino lo que cada uno representa ‘a los ojos’ del otro” (p. 104).
De este modo, como en la perspectiva de los valores de universo, los valores de absoluto son intensos, pero tienen “el grave defecto” de ser concentrados. Desde la perspectiva del parecer poco, el parecer mucho también tiene este defecto: concentra su fuerza en una expectativa inequívoca, pero que, paradójicamente, puede equivocarse y causar el impacto del evento. Por otro lado, el parecer poco, desde la perspectiva del parecer mucho, es difuso y, en cierto modo, insuficiente en la argumentación de lo que parece, dando espacio a otras hipótesis con menos sorpresa. Los límites del parecer mucho, al alcanzar el parecer demasiado, o los del no parecer nada al llegar al no parecer demasiado son, por lo tanto, propios de la división de la selección, que, como la ciencia, en algún momento encuentra la partícula indivisible, al menos según las lentes microscópicas de su tiempo. Por otro lado, los límites del parecer poco y del casi parecer presentan la problemática contraria: se dividen y se dispersan, disolviéndose en una solución que termina por volverlos invisibles. Pero antes de llegar a ese punto, también generan desconfianza: ¿por qué son tan poco aparentes incluso cuando es posible percibirlos?
Conclusión y limitaciones
Con respecto a la propuesta teórica de actualizar las modalidades veridictorias con el enfoque tensivo y sus nociones de complejidad e intervalo, este trabajo señala por lo pronto que podrían extraerse de esta reflexión posibilidades de problematización de las modalidades más allá de la oposición entre los contrarios y los contradictorios. Con la idea de situar los complejos (mentira, secreto, verdad y falsedad) en un gradiente que expanda los polos contradictorios de cada eje —ser o parecer— en posiciones intermedias, pueden concebirse construcciones con diferente tonicidad y tempo. Estos intervalos permitirían no una adición de articulaciones veridictorias a las cuatro que ya existen, sino el entendimiento de que, en un gradiente de seres y pareceres, es posible un sinnúmero de modalidades diferentes por la adición de más y de menos.
Al pensar en las lógicas implicativas y concesivas para diferenciar, por un lado, la verdad y la falsedad, y, por otro, la mentira y el secreto, la propuesta también busca comprender el impacto tensivo que estas modalidades producen en el sujeto, sorprendiéndolo o confirmando sus expectativas de diferentes formas dentro de esos gradientes. En términos tensivos, el entendimiento implicativo de la verdad y la falsedad contribuye a comprender su cómoda emergencia en el campo de presencia, confirmando los pareceres que son captados por las capacidades que el sujeto posee a causa de compartir los valores virtualizados. La verdad y la falsedad son más lentas en el tempo y más átonas en la tonicidad, al mismo tiempo que expanden el espacio y alargan el tiempo, dando al sujeto la sensación de control sobre la veridicción.
Por otro lado, el secreto y la mentira comprimen la extensidad en sus dimensiones espacial y temporal, de acuerdo con el sujeto que padece y se adapta al tempo que lo rebasa. Dichas veridicciones provocan una solicitud de desaceleración del tempo, un “¡calma!”, y de la tonicidad, que golpea fuerte, haciéndolo implorar con un defensivo “basta”. El secreto y la mentira, al contradecir aquellas capacidades del sujeto basadas en valores virtualizados, potencian nuevos valores en la praxis enunciativa. Mientras el otro par confirma y fortalece los valores vigentes, este los desplaza, los debilita y los pone en jaque. ¿Una sucesiva revelación de secretos sobre algo sólido es capaz de hacer que ese algo se derrita? ¿Una secuencia de desmentidos sobre un dogma puede derribarlo del pedestal? ¿Cuántos y de qué orden intensivo deberían ser estos acontecimientos? Son preguntas que pueden guiar nuevas reflexiones sobre las sorpresas que hay detrás de las veridicciones que ponen el ser y el parecer en conflicto.
Este trabajo se limita a afirmar que una verdad puede responder exactamente al direccionamiento esperado o exigir cierta complacencia para que el ser confirme el parecer. Del mismo modo, una mentira puede ser sorprendente o incontestable, dependiendo de los valores refutados y de su capacidad de potencialización. Si las posibilidades conjeturan efectos de sentido diferentes para estos casos, es relevante para la semiótica poder comprender sus engranajes, incluso cuando investigaciones futuras puedan señalar otros abordajes.
El parecer es calibrado por el enunciador en su diálogo con el enunciatario, que tiene lugar en condiciones singulares y con objetivos específicos. Para alcanzarlos, la dimensión sensible se ve involucrada en la manipulación y la percepción del parecer por parte del sujeto mantiene las marcas del esfuerzo enunciativo de persuasión. Este esfuerzo desemboca en una articulación de sentido que puede tener diferentes fuerzas confirmativas o sorprendentes, y es tarea de la semiótica comprender de qué forma las combinaciones de estas variables producen no solo cuatro pares veridictorios, sino una acuarela completa de diferentes tonos de verdades y mentiras. Este instrumental de cuestionamientos propuesto aquí tiene mucho que indagar en todas aquellas discusiones en las que los maniqueísmos y las posiciones cristalizadas estén en juego.