Introducción
Ley ineluctable de la vida, la reciente muerte de Claude Zilberberg (1938-2018) nos dejó profundamente tristes. Ley ineludible del lenguaje, la concesión —un concepto central en su teoría— hace que la lamentable pérdida del hombre empiece a significar hoy una gran ganancia para la teoría que nos legó, a saber, el creciente interés y reconocimiento del punto de vista tensivo que él, con obstinación y persistencia a lo largo de más de tres decenios, construyó y mejoró en el ámbito de la teoría semiótica general. Poco importa si en el futuro el régimen tensivo de la semiótica sea descrito en los propios términos del autor o en los de otros teóricos, pues lo relevante es que la tensividad ha dejado las márgenes de la teoría y hoy en día navega por su lecho principal. Varios indicios, reunidos aquí y allá, nos llevan a creer que de ahora en adelante la teoría semiótica será tensiva, o no será.
La semiótica tensiva reclama una cierta “corrección de rumbo” de la semiótica greimasiana que procura traer de la periferia al centro las profundas y sutiles cuestiones de tensión, de fuerza, afecto, evento, movimiento; hace que lo sensible prevalezca sobre lo inteligible; el afecto, sobre la cognición; y lo tímico, sobre lo pragmático y lo cognitivo. A una semiótica categorial, de lo discontinuo, ella añade las micro-modulaciones de lo continuo, una granulación más fina y dinámica para las articulaciones semánticas del cuadrado semiótico, sustituyéndolas por células tensivas para hacerlas formar juntas un vasto elenco de gradientes tensivos, una vasta y hermosa tabla foremática que se propone más ajustada y adecuada a la realidad del modo de presencia y funcionamiento de las dependencias que caracterizan el lenguaje, cuando, y sobre todo porque, se activan en el discurso, única forma de su manifestación eficiente y razón de su existencia. En resumen, el conjunto de estas innovaciones parece llevar a la semiótica tensiva a inaugurar un nuevo paradigma semiótico, que viene, si no a destronar, al menos sí a servir de contrapeso al paradigma semántico-categorial de los primeros veinte años de existencia de la semiótica greimasiana, así como al paradigma fenomenológico, que ha atraído a muchos investigadores en los últimos veinte años.
La semiótica tensiva de Zilberberg provoca todo tipo de curiosidad, fascinación, expectación, e incluso sobresaltos repulsivos, pero no indiferencia. Por el punto de vista adoptado, por los objetos destacados dentro del campo semiótico y por el metalenguaje conceptual de extrema novedad y singularidad, Zilberberg se torna en este momento, un maître à penser y su creatividad un pensamiento por descifrar y por ser explorado en sus minucias; constituye pues, un desafío para la comunidad de investigadores dedicados a esta área del conocimiento.
Son notables las virtudes que marcan el establecimiento de la semiótica tensiva:
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la modestia de sus ambiciones: frente al título de teoría, ella prefiere presentarse, más bien, como una hipótesis tensiva. No viene a remplazar la semiótica anterior, sino a hacerla avanzar, explorando simetrías insuficientemente tratadas por el volumen de las investigaciones ya realizadas: “la hipótesis tensiva no constituye ni un descubrimiento ni una invención, dado que consiste en un desplazamiento de las magnitudes atestiguadas” (Zilberberg, 2011, p. 2);
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la audacia de fundar el fenómeno tensivo desde las profundidades del lenguaje, oscurecido por la fuerza del rasgo diferencial; la audacia de elevar el concepto de tensión a un nivel de paridad con el de diferencia: “no hay diferencia sin la emoción de una tensión, no hay tensión sin el dictado de una diferencia” (Zilberberg, 1981, p. vii), de acuerdo con la formulación lapidaria que nuestro homenajeado toma prestada de G. Deleuze: “La intensidad de la diferencia es la razón de lo sensible” (citado en Zilberberg, 2011, p. 7);
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la prudencia para evitar la confrontación entre lo continuo y lo discontinuo: “una vez que la ‘casa del sentido’ es lo suficientemente grande para acoger tanto a lo continuo como a lo discontinuo, sobre todo porque ni lo continuo ni lo discontinuo tienen sentido por sí mismos, sino sólo por su cooperación” (Zilberberg, 2006, p. 12);
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la persistencia en no descuidar el valor heurístico de un metalenguaje en continua expansión, recriminado algunas veces como delirio o vértigo, pero cuyo objetivo se ha mantenido y se mantiene en el linaje directo de la orientación hjelmsleviana, que lo expande al extremo, y de la orientación greimasiana, más contenida. Todo esto en la convicción, con Greimas, de que la semiótica se establece como una disciplina de la intuición que nos impide decir “cualquier cosa” sobre el sentido. En otras palabras, su conceptualización, aparentemente complicada y prolija (para una mirada no comprometida), tiene como objetivo evitar que la teoría caiga bajo el régimen de “comentarios piadosos y exégesis respetuosas” y, en lugar de eso, hacerla progresar bajo el régimen de un “saber de qué estamos hablando” (Zilberberg, 1981, p. x).
1. Un cuadrado semiótico tensivo
Son necesarias dos precauciones en el desarrollo e interpretación de las exploraciones que haré aquí sobre la figura geométrica de la catenaria. La primera proviene de la advertencia de F. Edeline de que una imagen carece de fuerza demostrativa, aunque sea capaz de convencer. Tal fragilidad viene compensada con una interesante concesión, admitida por el mismo Edeline (2011) al final de sus fuertes reflexiones en ese artículo, que es la de que “el uso cada vez más universal de la imagen, sin embargo, da testimonio elocuente de sus ventajas”, dado que “el ojo puede funcionar de acuerdo con la linealidad del código lingüístico, así como de acuerdo con la espacialidad de los códigos visuales”. Hacer ver es, por lo tanto, la mayor fuerza persuasiva de una representación visual.
Con respecto a la primera teorización anunciada en el resumen de este artículo, exploro una idea guardada en la memoria durante mucho tiempo, desde el fuerte impacto que me afectó tras las primeras lecturas del libro Essais sur les modalités tensives (Zilberberg, 1981). Vuelvo a la idea hoy, cuando ya han sido divulgados sus gráficos o gradientes tensivos y constatado sus repercusiones en el campo semiótico. Surgió a partir de una propuesta del autor, según la cual “lo categórico presupone lo gradual que lo funda”, es decir, “lo categórico se obtiene mediante la suspensión de los términos catenarios y la conservación de los términos extremos” (Zilberberg, 1981, p. 10).2
El término catenaria, del latín catena [cadena], designa, según el diccionario, la curva formada por un cable suspendido por sus extremos y sometido a su propio peso. Así, bajo el único efecto de su peso, un cable eléctrico suspendido entre dos postes forma una curva desde los polos hacia el centro (Figura 1):
La figura geométrica de la catenaria permite a la imaginación montar “en espejo” el gráfico que “hace ver” el gradiente de la tensividad. Consideremos la ensambladura en dos tiempos (Figura 2):
Este gráfico, ya suficientemente explorado por Zilberberg en numerosos textos, así como por otros investigadores, responde a la tonicidad (en la verticalidad intensiva) y a la atonicidad (en horizontalidad extensiva) de la magnitud en cuestión (fuerte/débil; grande/pequeño...). La línea curva representa visualmente los movimientos ascendentes y descendentes, es decir, un tránsito entre los dos ejes, intensivo y extensivo. Mi sugerencia hipotética es aplicar este momento del gráfico tensivo al cuadrado semiótico, pero teniendo en cuenta sólo la caracterización tensiva del término S1, además, en una escala de atenuación (Figura 3):
Por otro lado, ninguna objeción geométrica importante impide que este gráfico se invierta (Figura 4):
Este nuevo gráfico, invertido, sería el encargado de responder por la tonicidad (intensidad, en la vertical) y la atonicidad (extensidad, en la horizontal) de la segunda magnitud del cuadrado semiótico (S2) (Figura 5):
Mediante la ensambladura en espejo de los dos gráficos, el gradiente de tensividad se duplica para acomodar los dos polos categóricos del cuadrado semiótico (S1 y S2) con sus respectivos contradictorios (Figura 6):
Como el gráfico hace ver, la duplicación en espejo es capaz de albergar un inmenso espacio conceptual para acoger las numerosas modulaciones tensivas, es decir, todo el rango de los matices aspectuales de la intensidad (que va desde lo más impactante hasta lo más débil) y de la extensidad (desde lo más concentrado hasta lo más difuso), así como sus vectores ascendentes y descendentes, según sea el caso de las magnitudes por examinar. Para el caso de términos contradictorios (nS1 y nS2), la curva catenaria es todavía más prometedora.
Estos términos contradictorios han sido explorados hasta hoy más en sus “razones lógicas”, como imperativos de su procedencia aristotélica, que en las oscilaciones de las sutilezas semánticas propias de las lenguas y sus discursos, es decir, en su “razón de lo sensible”, para retomar a Deleuze (ver más arriba). En otras palabras, las magnitudes tensivas de los contradictorios no se fijarían en un solo punto (como en el cuadrado semiótico clásico), sino que se extenderían en las más variadas posiciones, con mayor o menor distancia de los polos, en la curva catenaria (posiciones representadas en el diagrama por las pequeñas esferas del péndulo de la catenaria).
Ese inmenso espacio me parece capaz de crear una modulación tensiva para la estructura general del cuadrado semiótico que, de esa manera, “se tensiviza”. Y cumple uno de los requisitos que Zilberberg defendía contra la categorización sémica del cuadrado semiótico estándar, proveniente del sistema lógico de Aristóteles. La representación tensiva del cuadrado, ilustrada arriba, hace ver que los lugares sémicos son menos “posiciones” (lógicas) que “transferencias, deslizamientos, barridos” (Zilberberg, 1981, p. 7). De todas formas y en todos los casos, no hay un punto de aterrizaje, fijo, en el espacio tensivo, con lo que se respeta así la elasticidad constante del discurso en los abundantes usos de cuantificadores y aspectualizadores de intensidad y extensidad: tempo, tonicidad, temporalidad, espacialidad y tutti quanti.
La segunda precaución se refiere al término catenaria, el cual aparece sólo dos veces en el libro Essais… (Zilberberg, 1981, pp. 8, 10). Salvo insuficiente lectura o atención de mi parte, creo que nunca más fue retomado por Zilberberg en ninguno de sus textos posteriores. Incluso las dos menciones ahí insertadas se hicieron de paso. Es difícil interpretar lo que pudo haber ocurrido en la imaginación teórica de Zilberberg al utilizar ese término, sin propósitos explícitos, en el primer capítulo de dicho libro, titulado ¿Qué hay debajo de los semas? De modo que, frente a la comodidad de su abandono, me parece preferible el riesgo de atribuirle una función conceptual, como un complemento al punto de vista tensivo de nuestro autor.
En el caso de que el modelo especular, catenario, del gradiente tensivo acoplado al cuadrado presentado anteriormente tenga un potencial heurístico en los análisis, algunos de los usos del gradiente efectuados por Zilberberg podrían revisarse. A modo de ilustración, consideremos el siguiente uso (Figura 7):
Zilberberg (2012) analiza aquí un pasaje del texto de Rousseau, Ensueños de un paseante solitario:
Durante mis cortas prosperidades muchas personas recurrieron a mí, y jamás en todos los servicios que pude prestarles ninguno de ellos fue desatendido. Pero de esos primeros favores hechos con afecto y con efusión del corazón fueron naciendo cadenas de compromisos sucesivos que yo no había previsto y de cuyo yugo no podía ya liberarme (citado en Zilberberg, p. 24).
La representación tensiva del gráfico de Zilberberg muestra claramente la tonicidad del “placer” de los primeros beneficios (“hechos con efusión del corazón”) y la progresiva atenuación de ese placer en función de los favores posteriores, variables y perennes. Este análisis revela un placer que se desvanece y un desagrado que perdura en extensión, pero completamente sin tonicidad, sin impulso, como lo requiere la propia estructura, de una sola pierna, por así decirlo, de ese gradiente.
Ahora bien, la expresión del texto de Rousseau, “de cuyo yugo no podía ya liberarme”, autoriza a interpretar, por catálisis, que el placer que se desvanece penetra en el espacio tensivo del desagrado, el cual adquiere gradual y progresivamente un aumento de tonicidad, de intensidad. De hecho, el texto original —dont je ne pouvais plus secouer le joug— tiene una figuratividad muy expresiva: “sacudir el yugo” representa los movimientos de cabeza de los toros que desesperadamente intentan deshacerse del yugo.
Es decir, en el texto de Rousseau se trata de una correlación inversa acoplada a una correlación conversa —cuanto más das, menos placer sientes, cuanto más das, más desagrado sientes—, a la que el gráfico anterior no responde satisfactoriamente. La representación y el análisis de Zilberberg muestran un desagrado a largo plazo que siempre es de tonicidad débil, lo que, desde mi punto de vista, no corresponde en absoluto a la catálisis de las expresiones finales del texto examinado.
Representemos ahora el estado de alma de Rousseau de modo catenario (Figura 8):
La representación de la catenaria cumple la función, me parece, de “hacer ver” que la curva representa, en su trayectoria descendente, la disminución del placer en el trayecto extensivo de su movimiento y, en la ascendente, el aumento o tonificación del desagrado, es decir, su intensificación.
Es probable que esta misma revisión sea susceptible de aplicarse a los ejemplos en los que Zilberberg (2012, pp. 27-35) analiza magnitudes como “fuerte/débil” o “grande/pequeño”. Como regla general, las primeras son asignadas al vértice tónico e intenso del gráfico, y las segundas a su base átona, no intensa. Me parece que tal disposición no respeta totalmente los valores semánticos propios y sutiles que impregnan las magnitudes del lenguaje (ya sean entendidas como signos o como semas). La magnitud “fuerte” tiene su tonicidad propia, su contenido y su pregnancia semántica propia, como debe ser. Pero, en igual simetría, la magnitud “débil” debe tener la tonicidad y la pregnancia semántica propias de la debilidad, tanto como la otra magnitud tiene las de la fuerza. Y, en muchas ocurrencias discursivas, es lo débil lo que se vuelve tímicamente más intenso, tonificado, incluso eufórico, como cuando, por ejemplo, apoyamos a un equipo modesto o al luchador de menor estatura. Finalmente, cada magnitud de la lengua tiene su propio valor semántico, tónico en sí mismo. Es sólo en el discurso que esa tonicidad puede transitar en las escalas ascendente o descendente, y aspectualmente, en los ejes intensivo y extensivo. Esa característica fundamental de la lengua es respetada por el modelo catenario examinado aquí.
Salvo errores o demostraciones contrarias en los análisis por efectuar, me parece que el gráfico catenario logra preservar el rasgo oposicional y diferencial de los términos polares en sus respectivas tonicidades y/o intensidades, así como la granularidad y elasticidad de las pequeñas diferencias, o la granularidad diferencial de los términos no polarizados y distribuidos en el tránsito catenario de las curvas descendente y ascendente, es decir, de las correlaciones inversas y conversas.
2. El cuadrado semiótico y sus vicisitudes
Il faut que ces concepts « communiquent » les uns avec les autres, c’est-à-dire qu’ils occupent le même espace.
Greimas multiplicó sus esfuerzos para diferenciar incisivamente el cuadrado semiótico, su semiótica modal, de las lógicas modales derivadas del cuadrado lógico de Aristóteles, en particular con respecto a las propuestas de la modalidad del deber-ser, tomado como “necesario” por los lógicos y como “indispensable” por los semiotistas (Greimas, 1983, p. 97). Sin embargo, la lógica interna del cuadrado (entre contrarios y contradictorios) nunca ha sido superada. Siempre nos hemos visto obligados a pensar y analizar bajo el yugo de los contrarios y de los contradictorios y de sus implicaciones mutuas. La sugerencia del concepto de deixis (positiva y negativa) y de los ejes aglutinantes (S1 + nS2 y S2 + nS1) dio cierta sofisticación al cuadrado de la “segunda generación” —de hecho, un octógono—, pero los semas o términos para cubrir estos lugares aglutinantes nunca fueron totalmente satisfactorios.
A su vez, los debates de finales del siglo XX y principios del XXI sobre la prevalencia de lo continuo sobre lo discontinuo, de lo sensible sobre lo inteligible, parecieron desalentar su uso, que resultó poco frecuente, si no es que casi inexistente, como es fácil de verificar en las publicaciones de ese período.3 ¿El cuadrado semiótico estaba ya obsoleto? ¿Había agotado su poder heurístico? ¿René Thom, a quien menciono de memoria, se había equivocado al haberlo considerado uno de los pocos modelos sostenibles en las ciencias humanas?
Para nuestro contexto de reflexión, es importante registrar lo que significaba este cuadrado “al cuadrado”, es decir, de segunda generación. No parece haber existido otra razón detrás de él sino la de intentar recuperar un poco más de la “granularidad” del significado, para interceptarlo no en los extremos opuestos, sino en los intervalos, en los intermedios, en el dinamismo de las pequeñas diferencias.
Desde entonces, algunas otras propuestas han aparecido en la escena, tratando de explorar alguna vía más dinámica para dar otras potencialidades a los trayectos semánticos internos del cuadrado. Es el caso, por ejemplo, de la propuesta de E. Landowski (2006) de asignar una trayectoria cíclica a las oposiciones polares del cuadrado semiótico, representado a partir de ahora con el símbolo de infinito o, como afirma el autor, con “pequeñas elipses” que le permiten mostrar “mini-recorridos de transformación” (p. 76) (Figura 9):
No me corresponde examinar en detalle o evaluar comparativamente tal propuesta y tales circuitos cíclicos de las magnitudes en juego en relación con el cuadrado estándar. Su mención aquí sólo sirve para dar cuenta de lo insatisfactorio de las representaciones clásicas del cuadrado semiótico.
Por su parte, Fontanille (2008, pp. 285-292) ofrece una docena de aplicaciones que pretenden proyectar el cuadrado semiótico “dentro” del espacio tensivo, lo que, en principio, parece prometedor. Pero se puede objetar dichas aplicaciones. Para este propósito, tomemos una de ellas, en la que Fontanille (2008) se propone representar gráficamente las “tensiones éticas entre objetivo/operador y operador (sic)/horizonte” (p. 289) (Figura 10):
El punto es que, si tenemos que conseguir que los esquemas “se comuniquen” —imperativo número uno de la coherencia teórica—, estamos obligados a reconocer aquí que el cuadrado semiótico ha sido incrustado un poco “en frío”, por así decirlo. La superposición del cuadrado, tal como aparece en el gradiente de tensión, no cumple, a menos que me equivoque, la misión integradora. En el caso que nos ocupa, las condiciones del gráfico tensivo, a saber, la esquizia inaugural de la tensividad (Zilberberg, 2006, p. 55), bifurcada en intensidad y extensidad, tendrían que imponer que el “objetivo irrealista” y el “objetivo adecuado” fueran siempre intensos, mientras que el “objetivo realista” y nuevamente el “objetivo adecuado” serían siempre extensos. A su vez, el “objetivo de compromiso” debería interpretarse como no intenso y no extenso. Ahora bien, la simple intuición hace que todo esto sea difícil de aceptar. Y el mismo reproche se puede hacer también a las otras aplicaciones presentadas por Fontanille en el libro en cuestión.
En otras palabras, la proyección del cuadrado semiótico en el gradiente de tensividad, o viceversa, debe respetar las coerciones semánticas de ambos modelos, es decir, las oposiciones contrarias, sub-contrarias y contradictorias del cuadrado y, al mismo tiempo, las curvas de intensidad y extensidad del gráfico tensivo, frente a las magnitudes acogidas por el nuevo modelo superpuesto. Solo así habrá una efectiva “comunicación” entre los modelos y conceptos.
3. Salir de Aristóteles
Ante el progresivo abandono del cuadrado semiótico estándar y la creciente incomodidad con respecto a su uso, el modelo de la catenaria, a menos que me equivoque, parece sorprendentemente destinado a abrir una nueva y prometedora puerta teórica y analítica. Zilberberg recordó varias veces en sus textos el consejo de Greimas: es necesario “salir de Propp” (2006, pp. 223; 2016, p. 419). De hecho, la semiótica greimasiana se liberó rápidamente de la narratividad canónica lineal del folklorista ruso para construir verdaderos nichos de investigación del imaginario humano más allá de los cuentos y de las diversas producciones narrativas stricto sensu: “la estructura actancial aparece cada vez más como aquella que da cuenta de la organización del imaginario humano, proyección de los universos tanto colectivos como individuales” (Greimas, 1973, p. 162). Una vez compuesto el esquema narrativo en la forma de tres grandes lugares teóricos de reflexión: acción, manipulación y sanción, seguido de la semiótica de las pasiones, ambos activados por la fuerza heurística de las modalizaciones y las sobremodalizaciones, la tarea de superar e ir más allá de Propp se cumplió adecuadamente. Pero, ¿qué sucede con el cuadrado semiótico, inspirado en el cuadrado lógico de Aristóteles?
Formemos ahora una nueva representación diagramática del modelo catenario, prescindiendo del cuño lógico del modelo aristotélico y preservando sólo la fuerza heurística que representa el espacio tensivo y las deixis que, inauguradas con la implantación del cuadrado semiótico en la investigación greimasiana, pueden servir ahora como línea divisoria de los dos espacios tensivos: la deixis aspectual1 y la deixis aspectual2. Sea el diagrama siguiente (Figura 11):
Esta representación de la catenaria requiere algunos ajustes conceptuales de acuerdo con algunas de las propuestas del propio Zilberberg. En primer lugar, debo discrepar con la proposición de que lo categórico se deduce de la suspensión de los términos catenarios; es decir, en el modelo del cuadrado semiótico, con la proposición de que los contrarios se obtienen por la suspensión de los contradictorios. En segundo lugar, me parece poco juiciosa, en términos de paradigma estructural, la propuesta de establecer, como primera base diferencial y oposicional, los “súper-contrarios opuestos, tónicos y distantes” (Zilberberg, 2006, p. 65) —que señala S1 y S4 como “contrariedad fuerte” (Zilberberg, 2012, p. 56)— y, dentro de esa oposición mayor, la de “sub-contrarios átonos y cercanos” (Zilberberg, 2006, p. 65) —que hace de S2 y S3 una “contrariedad débil”, una oposición menor (Zilberberg, 2012, p. 56).
Para defender su propuesta, Zilberberg retoma una reflexión de G. Bachelard en La dialectique de la durée, según la cual “podemos invocar dos tipos de casos dependiendo de si los opuestos se elevan a una hostilidad decisiva o si estamos tratando con contrarios mínimos” (citado en Zilberberg, 2006, pp. 65; 230). En su defensa, Zilberberg (2006) también critica la diferencia saussureana “como si fuera obvio pensar o repensar en términos contrarios” (pp. 65, 230).
Ahora bien, sin entrar aquí en el terreno de una larga y difícil discusión sobre los conceptos de diferencia en Saussure, y de oposiciones (participativas y privativas) de la fonología jakobsoniana, entiendo que nuestro homenajeado recoge de Bachelard no una oposición paradigmática, sino la realización de una aspectualización superlativa en el discurso sintagmático. El lenguaje no funciona, o más bien no empieza a ser pensado, en la región del espacio tensivo de las hipérboles o paroxismos.
Hay que imaginar la actitud del hablante ingenuo que articula los signos del lenguaje en su entorno y que opone espontáneamente grande/pequeño, frío/caliente, fuerte/débil, rico/pobre, es decir, que recurre a oposiciones molares, y no a magnitudes hiperbólicas como enorme/diminuto, helado/tórrido, fortísimo/debilísimo, millonario/paupérrimo. El imaginario de su percepción, o más bien el imaginario de su semiocepción —tal como he tratado de argumentar sobre el estatus de la aprehensión del mundo por parte del hablante (Beividas, 2017, pp. 171-235)—, comienza con las oposiciones molares, y sólo entonces puede convertirse en paroxismo, hipérbole —el “superlativo concesivo” en la expresión de Zilberberg (2006, p. 53)—, o bien atenuarse en las oposiciones más débiles (carecemos del término hipóbole o infralativo concesivo).
En otras palabras, las oposiciones superlativas, así como las oposiciones molares y las oposiciones granulares, dentro de las magnitudes del lenguaje, no son más que el vasto espacio y el camino aspectual que lo gobierna desde sus bases hasta la producción discursiva de la instancia de enunciación. En esta perspectiva, creo que la teoría tensiva de Zilberberg se suma a la semiótica greimasiana para proporcionar precisamente y en detalle todos los matices de la aspectualidad discursiva.
Este mismo razonamiento es adecuado para cuestionar la primera proposición zilberbergiana citada anteriormente, según la cual lo gradual se antepone a lo categórico. En esta nueva línea de razonamiento, lo gradual, ya sea en la vía descendente de las minimizaciones, o en la vía ascendente de las maximizaciones paroxísticas, no es más que los diferentes ejercicios aspectuales de lo categórico de las oposiciones molares del lenguaje. Así pues, el diagrama catenario propuesto más arriba debe leerse, en sus flechas verticales ascendentes, como una muestra de las diversas posibilidades de realización discursiva de los matices de una magnitud: desde el espacio tensivo de las oposiciones débiles (las antiguas oposiciones de los sub-contrarios), hasta el espacio tensivo de las oposiciones superlativas (señaladas como SU) de las magnitudes en cuestión.
La modulación tensiva del semantismo del lenguaje se distribuye así en dos deixis, cada una de las cuales con su espacio tensivo molar (S1 / S2, contrarios), su espacio tensivo molecular (nS1 / nS2, sub-contrarios), y finalmente, su espacio tensivo superlativo (SU, super-contrarios). La representación de la curvatura de la catenaria permite albergar, en los espacios tensivos que contemplan tanto la intensidad como la extensidad, las diversas realizaciones aspectuales de las magnitudes: grande, no tan grande, bastante grande, razonablemente grande, no muy grande, muy grande, demasiado grande, grandísimo, enorme. Lo mismo ocurre con las demás magnitudes (fuerte/débil; abierto/cerrado...).
El esquema de la catenaria instaura, por lo tanto, los umbrales semánticos en toda su granularidad: cuando la pregnancia semántica de “grande” o de “pequeño” —es decir, todo el tono y toda la pregnancia semántica propia que les corresponde en el lenguaje— supera el umbral molar (de los contrarios), la cantidad invade el espacio tensivo del superlativo concesivo (de los super-contrarios); cuando este umbral disminuye, entra en el espacio tensivo de las minimizaciones (de los sub-contrarios).
(In)conclusión
Las dos proposiciones planteadas aquí como sugerencias teóricas —la de un gráfico catenario que tensiviza el cuadrado semiótico y la de un diagrama catenario que prescinde del cuadrado lógico— tuvieron como primer objetivo rendir homenaje a Zilberberg y a la fuerza heurística de su semiótica tensiva. Estas dos sugerencias buscaban al mismo tiempo nuevas formas de poner en “comunicación” las razones categoriales del cuadrado semiótico clásico con las razones tensivas de la teoría semiótica de nuestro homenajeado, en el primer caso, y de “salir” de Aristóteles, es decir, de las restricciones lógicas entre contrarios y contradictorios, en el segundo caso.
La mejor suerte que les puede estar reservada a dichas sugerencias es la de recibir críticas severas que las superen y que conduzcan a proposiciones más acertadas y prometedoras, a otros intentos de hacer dialogar el cuadrado semiótico con el gradiente tensivo, lo categórico con lo gradual, lo continuo con lo descontinuo, o a otros intentos por “salir” de Aristóteles. De lo contrario, lo que podemos esperar es que estas propuestas sufran, como dice el propio Zilberberg (2011), el destino general de las “desafortunadas ciencias humanas”, para las cuales “las conquistas definitivas son raras y la mayoría de los conceptos propuestos desaparecen no bajo los golpes de una refutación rigurosa, sino simplemente por indiferencia” (p. 7).