Sentí, en la última página, que mi narración era un símbolo del hombre que yo fui, mientras la escribía y que, para redactar esa narración, yo tuve que ser aquel hombre y que, para ser aquel hombre, yo tuve que redactar esa narración, y así hasta lo infinito.
Introducción
En semiótica, el término sujeto engloba conceptos de distinta naturaleza (Fiorin, 2007: 24-31). Cuando se analiza a los sujetos de la enunciación (enunciador y enunciatario; narrador y narratario; interlocutor e interlocutario), entran en juego cuestiones relativas a su anclaje deíctico y, eventualmente, a su organización pasional y temática. Se trata de atributos de la personalidad del sujeto, al ser éste el que detenta formas ya llenadas por sustancias. En “O sujeito na semiótica narrativa e discursiva”, Fiorin (2007: 30) afirma que el narrador de Tom Jones es ingenuo o que su enunciador es irónico, porque esos sujetos de la enunciación tienen características personales, esto es, son sujetos en el sentido de individuos.
Al estudiar a los sujetos del nivel narrativo (destinadores y destinatarios de las etapas comunicativas, sujetos pasionales y sujetos de la acción), la individualidad o personalidad de aquello que también llamamos sujeto desaparece. Esos diferentes puntos de vista sobre el sujeto fueron cotejados en el artículo “L’analyse du récit d’après Freud et Propp”.
Uno de los primeros pasos de Freud en dirección a un establecimiento de las regularidades de la narración se encuentra en su texto escrito entre 1905 y 1906, titulado Personajes psicopáticos en el teatro. De modo diferente de la Morfología de Propp, el texto enfatiza la caracterización del personaje […] Esa opción no es difícil de comprender: al ser su objetivo recuperar rasgos de personalidad, es natural pensar en el personaje (Lopes, 2003: d3).1
Tal diferencia de perspectiva entre los autores parece bastante clara. En cuanto Propp busca la función morfológica de los sujetos en la narración, Freud busca su personalidad en tanto que individuos. No es por azar, pues, que los sujetos del nivel narrativo sean de naturaleza descriptiva, ya que fueron elaborados con base en la morfología de Propp. Cuando hablamos de la naturaleza descriptiva de los sujetos del nivel narrativo, nos referimos a un conjunto de rasgos esenciales, de acuerdo con la cita siguiente:
El Dicionário de usos do português do Brasil (Borba, 2002) presenta, además de la clase gramatical de las entradas, una subclase gramatical que la complementa. Las acepciones de “definición”, allí, se separan en dos subclases gramaticales: los abstractos de acción y los abstractos de estado. La subclase abstracto de acción se atribuye a un nombre abstracto que deriva de un verbo, mientras que la subclase abstracto de estado se refiere a nombres abstractos derivados de un adjetivo. La acepción de “definición” clasificada como un abstracto de acción no interesa aquí, pues trata de definiciones que pueden ser arbitrariamente atribuidas por medio de las selecciones del agente definidor. Lo que interesa son las diferentes acepciones de “definición” en cuanto un abstracto de estado. Tenemos, entonces, la definición entendida en cuanto un conjunto de rasgos esenciales o en la cualidad de explicación; significación (Souza, 2016: 77).2
Las diferentes acepciones de definición arriba señaladas guardan relación con los dos tipos de tratamiento del sujeto que estamos considerando aquí. En tanto que el uso semiótico de los sujetos de la enunciación los define como una “cualidad de explicación; significación”, el empleo semiótico de los sujetos del nivel narrativo los define descriptivamente, como un “conjunto de rasgos esenciales”. En el caso de los sujetos del nivel narrativo, tiene que ver con las formas (“rasgos esenciales”) que están a disposición para que puedan llenarse por sustancias diversas. Desde ese punto de vista, suponemos que los sujetos del nivel narrativo son lo manifestado, en tanto que los sujetos de la enunciación son la manifestación (manifestada + manifestante).3 Se comprende, con esto, que los sujetos del nivel narrativo son los que definen, mientras que los sujetos de la enunciación son los definidos, pues estos dependen de aquellos para ser descritos, por ejemplo, cuando decimos que un narrador está asumiendo la función narrativa de destinador manipulador (sujeto de la etapa comunicativa de la manipulación).
La concepción de sujeto que subyace a los sujetos del nivel narrativo es más restringida. Se llamarán, por tanto, sujetos stricto sensu por oposición a los sujetos de la enunciación, que se identificarán como sujetos lato sensu (Souza, 2016: 77). Así entendido, vale decir que los sujetos lato sensu poseen un correlato en el nivel del enunciado, a saber, los actores:
Distinguir de ese modo los sujetos lato sensu y stricto sensu implica una revisión de la separación entre sujetos de la enunciación y del enunciado. En semiótica, es común considerar que el sujeto del nivel narrativo es al enunciado de la misma manera que el sujeto de la enunciación es a la enunciación. En el fondo, se trata de conceptos muy diferentes, puesto que aquél es un concepto de análisis de lo manifestado y éste, del análisis de las manifestaciones. Parece que sería más acertado considerar que los actores del enunciado, ya investidos de papel temático, pasiones, plano de la expresión, etc., son al enunciado tal como los sujetos de la enunciación son a la enunciación. De ese modo, estaríamos haciendo compatibles análisis de la misma naturaleza: ambos análisis incluyen todos los niveles, incluso la textualización; pues, si ésta es tarea del enunciador, sirve también para constituir el sujeto del enunciado (Souza, 2016: 78).
La distinción hecha entre los sujetos lato y stricto sensu nos lleva a concordar el análisis entre los actores y los sujetos de la enunciación, una vez que esos sujetos lato sensu son todos ellos manifestaciones, son los dos lados de la moneda: forma y sustancia. Podemos definirlos con la ayuda de todos los niveles del análisis semiótico, sea el tensivo, sea el narrativo, sea el discursivo, además de la textualización cuando interesa incluir en el análisis las formas del plano de la expresión. En cuanto a los sujetos stricto sensu, estos cumplen la función de definidores exclusivamente en el nivel narrativo. Al lado del actante no subjetal, el objeto, aquéllos son los sujetos de las etapas comunicativas (destinadores y destinatarios de la manipulación y de la sanción), así como los sujetos de estado (etapa pasional) y los sujetos del hacer (etapa de la acción).
Cuando hablamos de subjetividad —o de intersubjetividad— nos acercamos a la acepción de sujeto lato sensu, pues se trata de lidiar con la dimensión amplia del sujeto, esto es, involucra sus aspectos de personalidad y afectividad. Es, pues, la acepción de sujeto lato sensu la que parece representar un desafío para la semiótica. Las siguientes secciones de este artículo proponen algunos parámetros de análisis que intentan contribuir al desarrollo metodológico del sujeto lato sensu en nuestra disciplina. En atención a la extensión del texto, sin embargo, me concentraré en la perspectiva de los sujetos del enunciado.4
La primera sección de este artículo presenta una distinción entre los campos subjetivo y objetivo. Esa separación parece ser una precondición para una aproximación no solipsista a la subjetividad. De hecho, los textos que analizamos por lo común presentan una pluralidad de perspectivas (internas y externas) de sus sujetos en lugar de un punto de vista inamovible o inequívoco. La significación de los sujetos emerge, así, como el efecto de sentido del cotejo entre esos diversos puntos de vista: del propio sujeto y de la relación que establece con su “realidad”.
La importancia de la intersubjetividad se sitúa como central ante la tentativa de abarcar esos puntos de vista plurales. La segunda sección recupera una de las acepciones de intersubjetividad, de origen psicoanalítico, para proponer un acercamiento metodológico del sujeto semiótico. En ésta se categorizan cuatro tipos de sujeto: el introvertido extremo y el moderado, además del extrovertido extremo y del moderado. Sus diferentes configuraciones se derivan de su marco modal y tensivo, donde cada uno influye sobre uno de los cuatro tipos de valores postulados por Zilberberg: los valores de abismo, de universo, de absoluto y de apogeo.
Para concluir, destaco la complementariedad entre el campo subjetivo de los sujetos y la alteridad, que constituyen su campo objetivo.
1. Introducción a los campos subjetivo y objetivo
Para comprender la parte subjetiva de los sujetos lato sensu del discurso, hay que comprender su término opuesto, esto es, su parte objetiva. En el fondo, contraponemos la subjetividad a la “realidad” en la que está inserto el sujeto. Sabemos que en semiótica, sin embargo, la “realidad” no es de naturaleza ontológica. Su postulación de que hay un enunciador por detrás de todos los textos5 presupone una conciencia que organiza todos sus objetos de estudio. De allí que la semiótica no se ocupe de lo que Sartre llama ser en sí, esto es, de una existencia sin conciencia e independiente de ella. Cuando la semiótica trata de seres conscientes (actores) o de seres sin conciencia (figuras), estos siempre se encaran a partir de la perspectiva de la conciencia del enunciador; conciencia ésta que Sartre llama ser para sí (Sartre, [1943] 1997: 220), aquí entendida como el ser para el enunciador, es decir, el ser a partir del punto de vista del enunciador.
Para evitar la posible acepción ontológica del término realidad, preferimos adoptar la denominación de campo objetivo, que se opone al campo subjetivo del sujeto (Souza, 2016: 101-107). La multiplicidad de sujetos lato sensu en semiótica, entre tanto, exige una mirada más aguda para la distinción entre los campos objetivo y subjetivo. Vimos que todo lo que sea ser en sí en los textos sometidos al análisis semiótico sólo podrá ser alcanzado por medio del ser para sí del enunciador. La realidad textual, de ese modo, es construida por el enunciador.
Eso nos llevaría a pensar que el punto de vista del enunciador constituye el campo objetivo del discurso, pero depende del sujeto que está en juego. Desde el punto de vista de los sujetos (lato sensu) del enunciado, de hecho la “realidad” creada por el enunciador coincide con su campo objetivo. En Macondo, pueblo en que vive José Arcadio Buendía, el protagonista de Cien años de soledad (García Márquez, [1967] 2007), el orden de las cosas dado por el enunciador contrasta con la concepción de mundo de ese personaje. Cuando afirma que “La Tierra es redonda como una naranja” (p. 14), José Arcadio es interpretado como un loco por su esposa, que responde: “Si has de volverte loco, vuélvete tú solo”, gritó. “Pero no trates de inculcar a los niños tus ideas de gitano” (p. 14). Aunque las ideas de José Arcadio tengan una base ontológica para nosotros, enunciatarios, el hecho es que el campo objetivo de Macondo contrasta con la concepción de realidad del actor protagonista (Souza, 2009). Tenemos, por tanto, un campo objetivo creado por el enunciador, donde la Tierra no es redonda como una naranja, y un campo subjetivo del sujeto del enunciado, José Arcadio, en el que la Tierra es redonda como una naranja. Es la diferencia entre la subjetividad de José Arcadio y su alteridad, formada por el enunciador y manifestada en esa novela por el consenso intersubjetivo entre los demás personajes, que genera el efecto de sentido de locura para el protagonista de la trama.
El campo objetivo del texto sumado a los campos subjetivos de los actores, a su vez, genera el campo subjetivo del enunciador. Se trata de su punto de vista, o del ser para sí, del enunciador por relación a sus actores y al estado de cosas de su texto. El campo objetivo del enunciador se restringe al único acceso que tenemos a su “realidad”, esto es, la textualización de su enunciado.
En síntesis, desde el punto de vista del sujeto del enunciado, su campo objetivo equivale a la concepción de la “realidad” textual dada por el enunciador por medio de intervenciones directas (narración e interlocución) o mediante el consenso entre actores, como en el caso ejemplificado con los habitantes de Macondo. El campo subjetivo de los sujetos del enunciado corresponde a la perspectiva particular de cada actor por relación a sí mismo y a su entorno.
Afirmamos antes, que todo lo que sea ser en sí en los textos sometidos al análisis semiótico sólo se puede alcanzar por el ser para sí del enunciador, por lo que la significación, tanto del campo objetivo como del subjetivo se genera a partir de las relaciones intersubjetivas establecidas entre los sujetos del enunciado y de la enunciación. Con esto, los campos objetivos no se conciben aquí como objetivos en el sentido positivista del término, sino que son producto de la influencia directa o mediada del enunciador.
Como también se dijo, en este texto no se analiza la perspectiva de la instancia de la enunciación, de modo que no consideraremos las relaciones intersubjetivas generadas por los procesos de textualización. Para nuestros objetivos particulares, vamos a detenernos en la perspectiva de los sujetos lato sensu del enunciado.
2. La intersubjetividad intrapsíquica en diferentes campos subjetivos
Quien se haya propuesto estudiar la intersubjetividad, probablemente experimentó las dificultades asociadas con el concepto en la propia tarea de tratar de conciliar la diversidad de posiciones intersubjetivas de los autores respecto a ello, aunque, en semiótica, el concepto se haya restringido a la modesta relación entre sujetos en las etapas comunicativas del programa narrativo, como se aprecia en el siguiente pasaje del Diccionario (Greimas y Courtés, [1979] 1994: 67):
Las actividades humanas, en su conjunto, generalmente ocurren en dos ejes principales: el de la acción sobre las cosas, por la cual el hombre transforma la naturaleza —es el eje de la producción— y el de la acción sobre los otros hombres, creadora de las relaciones intersubjetivas, fundadoras de la sociedad —el eje de la comunicación.
En el Diccionario II (Greimas y Courtés, 1986), Latella propone una ampliación del espectro de la intersubjetividad sobre la semiótica, pero, hasta donde sabemos, su propuesta no modificó el alcance del concepto en la disciplina. Se hablaba antes, acerca de la dificultad de acercarse al concepto intersubjetividad, pero se debe mencionar que ese problema no se plantea sólo para el semiotista.
La inclusión del concepto de intersubjetividad en el arsenal psicoanalítico no ocurrió sin riesgos y debates. Ante una tradición que por décadas se enfocó más directamente en la dimensión intrapsíquica, el paso explícito del eje de trabajos psicoanalíticos a la dimensión intersubjetiva traería necesariamente tensiones y preocupaciones (Coelho, 2012: 8).
Una de las cuestiones que puso en aprietos a la comunidad de psicoanalistas cuando se introdujo el concepto de intersubjetividad fue la multiplicidad de acepciones que atrae el término, lo que acentúa la sensación de estar delante de “una etérea y poco precisa dimensión relacional” (Coelho, 2012: 8).
A propósito de la multiplicidad de acepciones de este vocablo, en 2003 Nelson Coelho Jr. y Luís Claudio Figueiredo prepararon un artículo titulado “Patterns of intersubjectivity in the constitution of subjectivity: Dimensions of Otherness”. Más tarde, los autores publicaron una versión en portugués, “Figuras da intersubjetividade na constituição subjetiva: Dimensões da alteridade”, en el libro colectivo Dimensiones de la intersubjetividad (2012). El fragmento anterior es parte de la presentación de esa obra.
Las dimensiones de la alteridad repercuten sobre cuatro matrices, a saber, la intersubjetividad interpersonal, la traumática, la transubjetiva y la intrapsíquica. Vamos a detenernos en las contribuciones que puede aportar la dimensión intrapsíquica a nuestro campo de conocimiento:6
En esa dimensión […], la experiencia intersubjetiva surge por medio de una intrincada red de relaciones con objetos, vivida en el plano intrapsíquico. Aunque esos objetos “internos” puedan haber tenido, en algún momento de la vida del sujeto, su correlato “externo”, real (en el sentido empírico), no es a partir de esas posibles referencias externas que su efectividad se verifica pues, como objetos internos, observan leyes y funcionamientos peculiares y desconocidos del mundo externo (Coelho y Figueiredo, 2012: 32).
La intersubjetividad intrapsíquica no se relaciona con la alteridad empírica. De acuerdo con Freud, no obstante, el psiquismo se configura por una multiplicidad arraigada en el inconsciente, en permanente conflicto, y no por una unidad calcada en la conciencia del sujeto. Para ejemplificar la relativa independencia de las leyes de funcionamiento de los objetos internalizados por el aparato psíquico, Coelho y Figueiredo mencionan la concepción de Melanie Klein y de Willian Fairbairn. Para Klein, los bebés vivencian una experiencia muy primitiva en la que su imaginario estaría poblado de seres buenos y malos. Esta fantasía poseería una fuerza tal que sería muy difícil distinguirla de la realidad. Para Fairbairn, los objetos internos sirven para la sustitución de relaciones no satisfactorias con objetos externos reales. Una vez internalizados, los sujetos podrían controlarlos en alguna medida —o tener la ilusión de control.
La concepción de intrasubjetividad más difundida dentro y fuera de la comunidad psicoanalítica es, sin embargo, la de Freud, y se organiza en tres instancias, a saber, el id, el ego y el superego, en lo que se llamó convencionalmente la segunda tópica del padre del psicoanálisis.7 En líneas muy generales, el id respondería al principio del placer, siempre atento a la satisfacción de las necesidades pulsionales de los sujetos, mientras que el superego defendería el principio de realidad, responsable de la adecuación a las exigencias del mundo real. El principio del placer sería innato, pero el principio de realidad sería inculcado por el mundo, principalmente por la pareja parental del sujeto. Entre los dos, estaría el ego, cuyo papel es el de equilibrar, a duras penas, el comercio entre las exigencias internas opuestas y las exigencias de la realidad empírica.
Un proverbio advierte la imposibilidad de servir a la vez a dos señores. El pobre yo se ve aún más apurado: sirve a tres severos amos y se esfuerza en conciliar sus exigencias y sus mandatos. Tales exigencias difieren siempre, y a veces parecen inconciliables; nada, pues, tiene de extraño que el yo fracase tan frecuentemente en su tarea. Sus tres amos son el mundo exterior, el super-yo y el ello. Si consideramos los esfuerzos del yo para complacerlos al mismo tiempo o, mejor dicho, para obedecerlos simultáneamente, no lamentaremos ya haberlo personificado y presentado como un ser aparte […] De este modo, conducido por el ello, restringido por el super-yo y rechazado por la realidad, el yo lucha para llevar a cabo su misión económica, la de establecer una armonía entre las fuerzas y los influjos que actúan en él y sobre él; y comprendemos por qué, a veces, no podemos menos de exclamar: “¡Qué difícil es la vida!” Cuando el yo tiene que reconocer su debilidad, se anega en angustia: angustia real ante el mundo exterior, angustia moral ante el super-yo, y angustia neurótica ante la fuerza de las pasiones en el ello (Freud, 1981: 3144-3145).
La intersubjetividad intrasubjetiva, en semiótica, corresponde a las relaciones internas de un sujeto lato sensu. Un caso ya previsto por la metodología semiótica es el del sincretismo actancial, en que un mismo actor se relaciona, por así decir, consigo mismo, por ejemplo, cuando sincretiza un destinador manipulador y un destinatario manipulado. Más allá de esos casos, con todo, hemos observado en análisis de textos que los sujetos reproducen la escisión entre los tres señores descrita por Freud.
Con su proposición de la segunda tópica, el propio padre del psicoanálisis reconoce las dificultades de la aceptación de su postulado metapsicológico. No sería extraño, consecuentemente, preguntarnos por qué razón estaríamos inclinados a aceptarlo. Para la semiótica, la cuestión todavía se topa con la dificultad epistemológica que se impone por la aproximación desde diferentes campos de conocimiento. En otras palabras, ¿qué respaldaría la postulación de una multiplicidad de instancias internas al sujeto en los textos analizados por la semiótica? ¿En qué evidencias nos podemos basar para aceptar o refutar ese postulado en nuestro dominio del conocimiento?
La razón que nos lleva a admitir el postulado freudiano no se aparta mucho de la razón que lo llevó a formularlo. Freud veía, en las diversas sesiones de análisis con diferentes pacientes, recurrencias existentes en las variaciones: en los síntomas, en los actos fallidos, en los sueños o en los devaneos, sus pacientes presentaban comportamientos repetidos que traicionaban sus propios intereses sin ninguna ventaja aparente y sin que pudiera justificarlos algún fundamento orgánico. De allí que se trate de un fenómeno mental y, como cada sujeto posee sólo una mente, entonces ésta estará constituida por instancias antagónicas. Se podría sostener la hipótesis de que los pacientes se traicionan ellos mismos por una cuestión accidental, pero la recurrencia observada entre diversos pacientes desmentiría esa postulación. Una cuestión semejante se nos impone ante los “sujetos de papel”, que también se traicionan. Por más que nosotros, los enunciatarios de los textos, suframos con los “errores” de los personajes, nos irritemos con sus actos injustificados y lesivos, apostemos para que se den cuenta del mal camino por el que siguen, en el fondo, simplemente no nos interesaríamos por sus enredos en el caso de que actuaran de otro modo. Tal vez porque se deshumanizarían, tal vez porque se transformarían, en la experiencia del espectador en algo tedioso, del orden de lo previsible.
Hablando racionalmente, la solución al problema de casi todos los sujetos es de una simplicidad franciscana. En general, tenemos la solución ideal para todos los problemas de los que somos espectadores, pero no de aquellos que vivenciamos. De cierta manera, al postular la constitución polémica del aparato psíquico, Freud está llamando la atención hacia el hecho de que no hay ese imperio de la razón que pensamos que existe cuando presenciamos un acontecimiento “desde afuera”. Tenemos la impresión de que no enfrentar ese hecho retira del análisis de los textos una parte sustancial de su complejidad propiamente humana (Souza, 2016: 98).
Desde el punto de vista del tratamiento semiótico de la matriz intrapsíquica, proponemos ampliar la incidencia sobre los casos de sincretismo actancial para abarcar la escisión como constituyente presupuesto del sujeto. Metodológicamente hablando, concebimos a cada sujeto como poseedor de dos destinadores antagónicos, independientemente de los destinadores manifestados en cada texto. Los sujetos, que responden por la instancia del ego, estarían caracterizados por poseer mayor inclinación por uno o por otro de los destinadores, en mayor o menor grado de preferencia.
Por un lado, los sujetos poseerían un destinador donador de la modalidad virtualizante del deber y de la modalidad actualizante del saber. Ese destinador respondería por la instancia del superego, defensor del principio de realidad. Éste se caracterizaría por estimular acciones de naturaleza consecuente, aunque no siempre satisfactorias o agradables.
Desde el punto de vista tensivo, el sentido del deber y de saber de ese sujeto lo lleva a privilegiar la baja intensidad, esto es, la minoración de sus estados de alma, de modo que puedan privilegiar la reflexión acerca de los estados de cosas en el eje de la extensidad. Con ello, han sido llamados sujetos introvertidos, en cuanto que su destinador es el destinador de la introversión. Es necesario destacar, con todo, que estamos tratando de sus preferencias y no de aquello que efectivamente manifiestan. Los sujetos introvertidos pueden manifestar estados de alma impactantes, pero aspiran a aquellos cuya naturaleza es platea. La propensión de su campo subjetivo puede ser representada en el espacio tensivo conforme a la Figura 1. Nótese que, con esa configuración, esos sujetos están más predispuestos a lo que Zilberberg (2008) llamó ejercicio.
Los sujetos introvertidos son sujetos de la consecuencia. Su sentido del deber y su saber los hacen planear bien sus acciones en el campo subjetivo antes de ponerlas en práctica en el campo objetivo. Para ello, abdican de los placeres inconsecuentes de lanzarse al mundo por carecer de espontaneidad. Pueden incluso llegar al extremo de autoanularse.
El sujeto del enunciado del poema “Retrato de mujer triste” (Meireles, 1973), transcrito a continuación, posee claramente una mayor inclinación al contrato veridictorio del destinador de la introversión, comprometiendo fuertemente su espontaneidad. Las únicas acciones del poema que pasan en el campo objetivo están vinculadas al saber hacer (saberse arreglar para los salones que se acabaron en el campo objetivo). Las demás acciones están restringidas a su campo subjetivo (se mece con valses que no bailó, sonríe a un hombre que no existió). Con ello, se anula, se vuelve inmadura (“infantiles pestañas”) y triste (“infinitas lágrimas”).
Retrato de mujer triste8
1. Vestiu-se para um baile que não há.
2. Sentou-se com suas últimas joias.
3. E olha para o lado, imóvel.
4. Está vendo os salões que se acabaram,
5. embala-se em valsas que não dançou,
6. levemente sorri para um homem.
7. homem que não existiu.
8. Se alguém lhe disser que sonha,
9. levantará com desdém o arco das sobrancelhas,
10. pois jamais se viveu com tanta plenitude.
11. Mas para falar de sua vida
12. tem de abaixar as quase infantis pestanas,
13. e esperar que se apaguem duas infinitas lágrimas.
_____________
1. Se vistió para un baile inexistente.
2. Se sentó con sus últimas joyas.
3. Y mira hacia el lado, inmóvil.
4. Observa los salones que se acabaron,
5. se mece con valses que no bailó,
6. levemente sonríe para un hombre.
7. Un hombre que no existió.
8. Si alguien le dice que sueña,
9. levantará con desdén el arco de las cejas,
10. pues jamás se vivió con tanta plenitud.
11. Pero para hablar de su vida
12. tiene que bajar las casi infantiles pestañas,
13. y esperar que se borren dos infinitas lágrimas.
Lanzados en el campo objetivo (la “realidad”, como el tercer amo al que el ego debe servir, según Freud), los sujetos introvertidos pueden tender a la autoanulación practicada por el sujeto del poema mencionado. En ese caso, se llamarán sujetos introvertidos extremos. Ya vimos que, en el campo subjetivo, esos sujetos poseen baja intensidad y amplia extensidad. En el campo objetivo, mantienen la baja intensidad y, dado su exceso de sentido de consecuencia, también reducen la extensidad, lo que da por resultado la configuración que Zilberberg (2012: 47) llamó valores de abismo (Figura 2).
“Marcel”, de En busca del tiempo perdido, también es un sujeto introvertido. Durante la infancia del protagonista, que se narra en el primer volumen, Por el camino de Swann (Proust, [1913] 2006a), vemos la preocupación de sus padres en preservarlo, por ser considerado excesivamente nervioso. Ocurre que, para Marcel, los excesos en sus estados del alma son disfóricos. Su configuración subjetiva prefiere mantener un bajo nivel de intensidad, aun cuando su propensión al conocimiento, al servicio del cumplimiento del deber, denote un amplio dominio del estado de las cosas y establezca una amplia extensidad. De manera diferente del sujeto de “Retrato de mujer triste”, sin embargo, Marcel es capaz de enfrentar el campo objetivo, poniéndose a prueba ante la alteridad, en este caso, la familia Swann. Su pasión por la joven Gilberte Swann hace notar la existencia de un querer hacer, en tanto que su ida frecuente a la casa de los Swann, en el segundo volumen de la novela, denota un poder hacer. La adherencia más átona al destinador de la introversión fortalece el vínculo del sujeto al destino opuesto, donador de las modalidades del querer y del poder. Ese tipo de sujeto fue denominado introvertido moderado y su campo objetivo, con la extensidad más amplia, puede ser representado por la Figura 3, en coincidencia con los valores de universo de Zilberberg (2012: 46).
Los sujetos manipulados por el destinador de la extroversión presentan una configuración subjetiva opuesta a la de los manipulados por el destinador de la introversión, que es donador de la modalidad virtualizante del querer y de la modalidad actualizante del poder. Representante del id freudiano, el destinador de la extroversión cela por el principio del placer. Los sujetos por él manipulados privilegian la alta intensidad en nombre de la obtención de estados del alma más excitantes, al paso que esa predisposición perjudica su relación con el estado de las cosas en el eje de la extensidad. Al ver su configuración subjetiva proyectada en el espacio tensivo de la Figura 4, es fácil identificar que estos son los sujetos que se inclinan al acontecimiento (Zilberberg, 2008).
Así como los introvertidos, los sujetos extrovertidos pueden ser de naturaleza extrema o moderada. Como sus complementarios, los sujetos extrovertidos también se vuelven más moderados en la medida en que se expongan al campo objetivo, al enfrentar a la alteridad allí presente, que exige ajustes. De modo diferente a los introvertidos, los extrovertidos son de naturaleza más espontánea, pero son más inconsecuentes. Una vez que privilegian los estados del alma, no tienen dominio sobre el estado de cosas y son siempre susceptibles a enfrentamientos con la alteridad no premeditada.
Odette, la madre de Gilberte en Por el camino de Swann, se caracteriza por la extroversión extrema en su vida de soltera, antes de dar a luz a su hija y casarse con Swann. Ella es un sujeto voluntarioso, que subraya sus modalidades predilectas, del querer hacer y del poder hacer. Movida por las pasiones no reguladas, acaba con la fama de “mujer del mundo”, pues no premedita las consecuencias de seguir sus deseos en detrimento de los sentimientos de la alteridad. Al estar expuesta al campo objetivo, mantiene su extensidad restringida y coincide con los valores de absoluto de Zilberberg (2012: 46), en conformidad con la Figura 5.
En el segundo volumen de En busca del tiempo perdido (Proust, [1919] 2006b), no obstante, después de casarse con Swann, Odette se muestra parcialmente cambiada. Permanece la falta de la modalidad del saber, ya subrayada desde el primer libro, pero ese sujeto desarrolla un sentido del deber ante su nuevo campo objetivo —en tanto que esposa y madre. Con ello, muestra haber procedido a una ampliación de su extensidad en el campo objetivo. En el segundo volumen de la novela en cuestión, Odette se caracteriza como un sujeto extrovertido moderado (Figura 6), de conformidad con los valores de apogeo de Zilberberg (2012: 47).
Para concluir
De los rápidos ejemplos señalados en la sección anterior, tal vez haya quedado clara una curiosa complementariedad que podemos notar entre los campos subjetivo y objetivo. Es como si la “realidad” viniera a cuento para exigir de los diferentes tipos de sujeto justo aquello que estos no poseen. Si tenemos un sujeto que privilegia el acontecimiento, la confrontación con el campo objetivo sugerirá que sea más prudente; si nuestro sujeto es más afecto al ejercicio, su campo objetivo va a exigir más espontaneidad y vivacidad.
Así, el campo objetivo parece funcionar como una alteridad en sentido fuerte, esto es, en el sentido en que confronta la identidad del sujeto. Una de las matrices que participan de las dimensiones de la intersubjetividad de Coelho y de Figueiredo es la matriz traumática. Su papel en la economía de la intersubjetividad no ha sido el tema de este artículo, pero su valor complementario, aquí, es irresistible. Al tener como base el pensamiento del fenomenólogo Levinas, cuya obra influyó principalmente sobre el campo de la ética, la matriz traumática tiene que ver justamente con el papel de la alteridad radical para el sujeto. Podemos transformarnos sólo en la medida en que nuestra identidad es impugnada y confrontada.
En palabras de los autores:
[Las experiencias de subjetivación] deberían también, y principalmente, caracterizarse como convivencias y transformaciones (las transformaciones requieren e implican trabajo y, recordemos que, en italiano, travaglio es dolor) ante aquello que en principio se tiende a excluir. Aquello que se ignora y que se rechaza es justamente lo que difiere de mí y podría hacerme otro (Coelho y Figueiredo, 2012: 30).
Si la transformación siempre estuvo en la base de la narración según los estudios semióticos, parece razonable concebir que la alteridad —por tanto, la intersubjetividad— ejerza un papel fundamental en la emisividad narrativa del sujeto y que merezca una mirada cada vez más atenta.