Introducción
La semiótica que practicamos, anclada en el principio de inmanencia —puesto en cuestión1 de manera reciente por la comunidad de semiotistas— se proyecta al mismo tiempo sobre las prácticas semióticas vigentes en el mundo de la significación. Dichas proyecciones irradian sus influencias hacia el propio interior de la teoría e impactan a otros conceptos que, por consecuencia, requieren ser revisados a la luz de este nuevo planteamiento; lo mismo sucede con otras disciplinas que forman parte de las ciencias humanas. De igual modo, estas proyecciones ejercen su influencia en las estrategias (Fontanille, 2015a: 291)* que elabora la semiótica para responder hoy a requerimientos inesperados, propios de la heterogeneidad creciente de los hechos del lenguaje. Por ejemplo, el tema “Formas de vida y modos de existencia durable, o sustentable” ha sido objeto de reuniones académicas cruciales —como la del Congreso de Albi de 2015 donde este trabajo fue presentado y recientemente publicado en francés—2 ya que representa un desafío para esta disciplina y, sobre todo, en lo que se refiere al concepto de inmanencia. Desde una renovada perspectiva de esta última, el presente trabajo constituyó una contribución a dichas reflexiones; de allí que, incorporarlo en este número de Tópicos, es una manera de dar continuidad —en nuestro medio intelectual y en nuestra lengua— al diálogo iniciado en aquel congreso. Es una manera, también, de establecer un vínculo entre los distintos modos de tratar problemas que aquí y allá nos son comunes.
A su vez, la noción forma de vida se ha visto cuestionada por las prácticas y los estilos de vida. La problemática de lo duradero o sustentable, es decir de lo que se puede sostener o lo que puede ser sostenido, agrega un contenido dinámico y social o socializable a la vida de las formas.
Es así como los sistemas semióticos pueden ser analizados a partir del desarrollo del medio ambiente el que, según los ambientalistas (Andrade y Ortiz, 2004; Toledo y Ortiz, 2014), consiste en la relación entre lo que pertenece al dominio social y al dominio ecológico a través de la cultura. Por nuestra parte, esta definición remite a la semiosfera tal como la concibió Lotman (1999): “La semiosfera es a la vez el resultado y la condición del desarrollo de la cultura”.
Por otra parte, no olvidemos que la semiótica (o semiología), como lo dice Saussure (2001) 3 en el Curso, es una “ciencia que estudia la vida de los signos en el seno de la vida social”. Así, la formulación anterior podría ser revisada y, por consiguiente, podríamos de igual manera afirmar que los sistemas semióticos son “resultado y condición” de la vida social y que, por ello mismo, pueden analizar la complejidad del medio ambiente, tal como lo conciben los ambientalistas citados más arriba. La cuestión que surge es la de saber cómo encontrar el vínculo que permita a la semiosfera abarcar todos estos conjuntos de manera tal que podamos estudiarlos como constituyentes de la significación.
En ese sentido, podríamos considerar que la inmanencia es la instancia semiótica que permite establecer las relaciones entre los distintos sistemas de la semiosfera. La inmanencia es capaz de mantenerse intacta y como una línea de fuga, porque crea constantemente pliegues, estratos, niveles o “mil hojas” en el interior de los objetos significantes. Así, la inmanencia favorece la resiliencia o capacidad para reconfigurar el equilibrio inestable de todo sistema. Por lo tanto, la semiótica que descansa sobre la inmanencia puede describir e interpretar las relaciones que acabamos de mencionar puesto que ella misma está concebida como los objetos que estudia. Así como las ciencias que se ocupan del medio ambiente tienen como propósito observar y fomentar el crecimiento de todos los seres vivos e inertes en cuanto a durabilidad, es decir crecer, desarrollarse sin comprometer el futuro al tiempo que se mejora el presente, la inmanencia semiótica aprehende el sentido del mundo al tiempo que lo hace crecer en el discurso que habla de él. Finalmente, son los seres vivos los que construyen lo duradero y son los seres humanos los que hablan de ello. De tal manera, que en este proceso que podríamos llamar semiótica de la gestión ambiental el discurso juega un papel central.
1. Semiótica, educación y gestión ambiental
Hemos titulado esta sección con el mismo nombre de la obra Semiótica, educación y gestión ambiental (Andrade y Ortiz, 2004), pues nada nos pareció más adecuado para tratar los tres puntos fundamentales contenidos en una publicación que ofrece varios descubrimientos. Para empezar, encontramos en ella que la teoría de la significación tiene ya un lugar ganado en la problemática de la gestión ambiental desarrollada en México y que, si tomamos en cuenta la fecha de edición de esta obra, ese lugar le ha sido asignado desde hace no poco tiempo. Otro descubrimiento es que este libro es el resultado de una experiencia de investigación en la que participó un grupo interdisciplinario en el que el semiotista ocupaba un rol protagónico. Desde la historia, la sociología, la antropología, la ecología y la educación, los investigadores buscaron, a partir del ejercicio de una mirada semiótica, es decir a partir de la perspectiva de una puesta en cuestión del sentido y de la significación, otros ángulos y acercamientos a la problemática ambiental. Todo inició con una petición de apoyo técnico y académico que hicieron las autoridades municipales de San Pedro Cholula, en el estado de Puebla, a la Universidad Iberoamericana.
Dicho apoyo tenía como fin consolidar una propuesta de reglamento municipal referente a la ecología. Ese reglamento tendría que mejorar las condiciones ambientales de la ciudad. Responder, entonces, a una solicitud social por medio de una investigación aplicada significó un verdadero esfuerzo teórico, metodológico y de campo. Es necesario considerar que Cholula, siendo aún una ciudad rodeada por campos cultivados, posee un patrimonio histórico y cultural notable, entre otros, los siguientes: un sitio arqueológico destacado, una herencia colonial que suma alrededor de 345 iglesias barrocas, la presencia de lenguas y etnias derivadas de este patrimonio, y, en una época más reciente, la instalación del campus de una importante universidad privada de origen norteamericano.
Descubrimos también que los autores, gracias a un trabajo arduo, complejo y creativo, revelan con certeza que los habitantes de Cholula —“lugar de los que han huido, agua que cae sobre el lugar de la huida”,** donde precisamente reina la Dama de la Falda Azul, según la tradición prehispánica— poseen naturalmente una semiótica ambiental que los hace competentes para proyectar sus deseos y construir un espacio de convivialidad.
Una revelación de esta magnitud nos autoriza a pensar, con los autores y gracias a sus propuestas, que no sólo sería esta comunidad la que cuenta con una reserva de sentido que le permite configurar su desarrollo, sino que esta riqueza sería un patrimonio universal de todas las culturas. A partir de este postulado, tenemos acceso a una serie de conocimientos que —desde mi perspectiva de semiotista me parecen primordiales. En efecto, poder afirmar y demostrar, gracias a un trabajo científico (teórico y empírico) que una comunidad sabe, puede y quiere dar sentido a una de sus problemáticas vitales, como es la del medio ambiente, consiste en haber aportado un saber capaz de generar muchos otros.
En virtud de estas aportaciones, se podría considerar, sin idealismos ingenuos, que el desarrollo sustentable aún sería posible porque, si nos atenemos al ejemplo que se nos proporciona en las páginas del libro en cuestión, lo que sostiene a esta comunidad moderna no se limitaría a una autogestión que sólo emanara de su propia lógica natural y de la identidad que proviene de su memoria afectiva y cognitiva, sino que además se construiría y se proyectaría mediante un proceso de enseñanza-aprendizaje que tomara en cuenta todos estos aspectos en una resignificación de su semiosfera.
Tal construcción sería sólida en la medida en que enseñar y aprender fueran las bases de la promoción de la cultura y de la historia, instancias que nos permiten volver a encontrar la percepción humana de los acontecimientos de la naturaleza que interactúan con el hombre en el mundo, así como la percepción de los fenómenos que han sido incorporados a la naturaleza por la cultura. Y justamente ésta es la clave de la investigación que posibilitó la publicación de dicho libro: frente a la insatisfacción que representa una educación ecológica conservadora, restrictiva y prescriptiva, ¿cómo se podrá elaborar un método pedagógico más cercano a una mayéutica? Una mayéutica que considere que el saber referente a la problemática del medio ambiente ya existe dentro de la comunidad; sólo faltaría desentrañarlo. En todos los casos, se trataría de hacer emerger dicho saber al darle una forma: su propia forma.
La respuesta a tal pregunta, que elaboran Andrade y Ortiz (2004), a partir del ejemplo del municipio de San Pedro, Cholula, lejos de ser simple, es el resultado, como decíamos, de una investigación compleja de carácter hipotético y de alcance, por ende, general, pero limitada en su análisis a la particularidad del caso en el que se articulan procedimientos cuantitativos y cualitativos. Dicho de otra manera, se trata de un laborioso desafío que no ahorra ni los esfuerzos realizados ni los retos de una imaginación puesta en marcha para estudiar lo particular en vistas a lo general. Sin embargo, el recurso utilizado es el más accesible de todos, es decir: el lenguaje.
En efecto, el lenguaje, concebido como la competencia humana que establece las relaciones entre lo sensible y lo inteligible, es el fenómeno que, en su dinámica —más estable o más cambiante— genera procesos de significación que articulan el sentido vago e informe. En este caso, el sentido de la conjunción siempre conflictiva entre el hombre y su medio ambiente, el que podríamos difícilmente calificar como un entorno pasivo y exento de efectos de sentido. Tal vez esta respuesta ecologista que escogió apoyarse en la indescifrable relatividad constituida por los hechos del lenguaje fue dada para decirnos que, así como estos hechos, los de la naturaleza —a la que pertenecemos— están conformados por oposiciones (semejanzas y diferencias; dependencias e intervalos) que tienen como propósito hacernos ver que definimos nuestra identidad humana al establecer una diferencia con relación a los animales que no queremos ser y con relación a los vegetales o minerales que creemos que no somos. En esta red de tensiones que mantienen la estabilidad del conflicto —entre el hombre y lo que no es— pareciera que lo que llamamos el medio ambiente toma su lugar interactuante, vivo, constituyente, y que el discurso, gracias a su función semiótica, realiza su obra de conformación de todas las entidades comprometidas en la semiosfera.
De hecho, mediante la puesta en marcha de diversos ejercicios de lenguaje, la mayoría manifiestos en textos verbales, los autores han desencadenado —entre y con los habitantes de Cholula— el flujo del discurso. Poco a poco, gracias a la consecución de los relatos —algunos míticos, otros relativos a una historia vivida recientemente y otros sobre acontecimientos actuales y cotidianos— la significación ambiental toma forma. Sin embargo, la propuesta didáctica que se nutre de la investigación, a la vez teórica y de campo, no basta: es necesario, además, que los que proporcionan el material discursivo se reconozcan en él, lo asuman como siendo propio, lo aprecien en su justo valor y que también dicho material les permita discernir lo que desean (en este caso, dónde y cómo vivir), prefigurando, de cierta manera, una relación con el objeto del deseo puesto en perspectiva. Y es precisamente lo que se ve favorecido por estos espacios discursivos a los que los autores llaman atinadamente Círculos de Reflexión.
De tal manera que, si queremos atesorar concretamente la contribución científica de esta investigación para la generación de un nuevo conocimiento, debemos hacerlo según un método específico, es decir siguiendo la cadena de las implicaciones dispuestas en niveles de análisis hacia donde la presuposición lógica nos conduce. Por consiguiente, los autores pretenden esclarecer de una manera diferente un estado de cosas que había permanecido en la penumbra y en espera de una luz nueva. Es sólo a partir de ahí, en la inmersión hacia las condiciones de posibilidad, que podremos proyectar un nuevo orden de valores sobre la totalidad equívoca a la que pertenecen tanto el hombre como su medio ambiente.
2. Las estrategias de una semiótica ambiental
Si bien los autores de la obra de referencia exponen una metodología de la investigación pertinente para una perspectiva semiótica, nuestra propia lectura, que es a la vez una suerte de meta-semiótica (ofrece una explicación del trabajo realizado) y de hermenéutica (trata de comprender el aporte científico de la obra), prefiere plantearla en términos de estrategias semióticas de investigación. Hay que considerar que se trata de un trabajo complejo que reúne tanto una investigación empírica, en particular de campo, como también de carácter teórico. En este ensamble confluyen investigadores de diferentes disciplinas, con sus propios métodos y de acuerdo con sus teorías correspondientes. Observamos entonces que, en realidad, lo que está puesto en obra no es precisamente un método sino más bien una estrategia general, de base y englobante. Lo anterior es posible pues prima la cuestión del sentido de la administración ambiental y de la transmisión de un saber ecológico.
De ahí deriva, pues, que recurramos en primer lugar al concepto de estrategia en tanto arte de dirigir las operaciones con miras a la focalización de un objetivo y a la búsqueda de una resolución favorable al estratega cuando el objetivo descansa en un nudo problemático. En efecto, la estrategia es un arte, el de conducir las acciones transformadoras de un estado de cosas a otro,4 y un arte, además, en otro sentido, puesto que este término recupera el concepto griego de techne. Éste, como sabemos, no tendría nada que ver con un conocimiento teórico que se quiere aplicar o con lo que sirve de intermediario entre la teoría y la práctica, más bien hace referencia a un conocimiento que es en sí mismo una producción conformadora. Si techne implica una habilidad creativa, las estrategias que les son propias conducen —de manera inherente— dicha habilidad potente hacia una búsqueda: la mejor manera de actuar con relación a un problema o a una situación determinada, dándole una forma.
Las estrategias a las que nos referimos son estrategias semióticas, porque se plantean la cuestión de la durabilidad del medio ambiente como una forma, es decir, una articulación de las distintas disciplinas convocadas alrededor del caso específico de la ciudad de Cholula, que es tomado como un todo de significación. Así, ninguna de las ciencias que confluyen en esta investigación trata su tema dejando de lado el aspecto propio de las demás ciencias y tampoco ninguna trabaja de manera aislada.
Así, pues, esta tarea de interrelación disciplinaria ha sido asumida por la semiótica que puso en práctica una dinámica que se jacta de no perder de vista la totalidad y de ir constantemente de esta totalidad a las partes, y de éstas a la totalidad. Se trata de una inteligencia de las cosas la que, en vista de la integralidad, crea sobre todo una competencia para reconocer los principios generales de la puesta en correlación, favoreciendo el relativismo, como siendo razones de un orden superior. En el fondo, estamos frente a la teoría del valor en semiótica, ya que todos los conocimientos científicos, puestos al servicio de una investigación específica, tal como la que nos ocupa, son válidos en la medida en que significan un saber propio: la comprensión de la durabilidad ambiental de Cholula. En otras palabras, esto quiere decir que estos conocimientos fueron comparados, los unos con los otros, bajo el parámetro de significación escogido y pudieron ser intercambiados con otros conocimientos de otro sistema de valor que también tiene a la misma ciudad de referencia.
Además de la teoría del valor que estas estrategias semióticas encierran, otras valorizaciones surgen. En efecto, dichas estrategias están organizadas en dos niveles de aproximación al objeto de estudio: “una mirada externa” y “una mirada interna”. Debemos observar que, curiosamente, estos niveles están nombrados según la lógica de un dispositivo visual y desde la perspectiva de un observador5 que, independientemente de su función de focalizador de gran espectro, es un observador visualista, es decir, concretamente hablando, un espectador. Más aún, este espectador tendría un don de ubicuidad pues podría colocarse en un lugar o en otro, a la vez en el interior o en el exterior del objeto sometido a observación. Incluso podríamos agregar a esta calidad de ubicuidad, otra, la de ser un espectador plástico. En efecto, lo que es observado, lo será obligatoriamente desde una perspectiva que dará siempre lugar a una nueva consideración, una segunda mirada capaz de modificar a la primera y de introducir, por consecuencia, una deformación coherente de lo observado. De ahí, deducimos que la techne propia de las estrategias, cuando son semióticas, es decir reversibles, cuestionables, susceptibles de adquirir nuevas formas, implica un proceso más cercano del arte, tal como lo entendemos actualmente, que de la técnica contemporánea. Habría algo, entre una mirada y la otra, que busca construir un conocimiento que no sólo sea bueno, eficaz, sino, además, bello.
La investigación, por si fuera poco, habla de una tercera mirada que pone en relación la “mirada interna” y la “mirada externa”, también considerada como un tercer nivel que corresponde a las consideraciones y a los diálogos entre las percepciones ambientales externas e internas. Y es, justamente, de esta correlación que surgirá la propuesta de una construcción colectiva de una imagen urbana. Como lo observaremos, una vez más, el término imagen se utiliza haciendo referencia a los resultados positivos y concretos de una investigación que quiere, antes que nada, plantear una visión propia sobre el objeto de su análisis. De esta manera, los distintos actores sociales, gracias a sus interacciones intersubjetivas, se convertirían en los artesanos de una realidad deseada. Entonces, interviene la puesta en marcha de un proceso educativo que enseña la posibilidad de una re-significación —bella y buena— del medio ambiente en Cholula.
En resumen, gracias a la puesta en su lugar de estas tres miradas, la semiótica organiza la estrategia general, propia de esta investigación —su estilo, y no tengamos miedo de decirlo en estos términos, pues es de esto de lo que se trata— en una instancia superior que erige el conjunto de las disciplinas en un actante colectivo que asume el papel actancial del estratega. Así, surge un espacio que servirá como punto de anclaje a las distintas acciones pragmáticas, las cuales garantizarán el pasaje de lo virtual a lo realizado. El estratega se colocará frente a su objeto, el de la estrategia, y apuntará hacia esta meta, tratando de descubrir los diversos aspectos que el objeto puede, ya sea, mostrar o esconder, como en un juego de resistencia constante.
3. Una mirada externa: un conjunto histórico, socioeconómico y ambiental
Tal como lo dijimos, la primera estrategia de investigación aplicada se llamó: “la mirada externa”, la cual busca explicar la percepción de la imagen urbana de Cholula, propia de algunas instituciones gubernamentales y académicas locales, consideradas, por estas mismas razones, como actores externos y colectivos.
Estos actores, identificados como tales, adquieren su identidad según sus funciones, institucionales, profesionales o científicas, identidad que, para el estratega, actante construido por la investigación de referencia, ponen en escena los aspectos que corresponden al hecho de dar cuenta del objeto de la estrategia desde una perspectiva que no los implica directamente. Evidentemente, poco importa si los individuos del mundo de la experiencia que integran estos grupos de actores viven o no en Cholula. Lo que sí los define —así como a los individuos que engloban— es el punto de vista sobre el que fincan el punto de mira para focalizar la meta. En efecto, son observadores que focalizan al objeto desde una cierta distancia crítica. Espacio calculado que les permite hablar del objeto, gracias a un discurso descriptivo y, precisamente, objetivante, es decir un espacio que construye al objeto desde una disyunción que no se pretende salvar, si no es por medio de una sumisión —del objeto por el sujeto— puramente analítica, poniendo en ejecución una competencia cognitiva, bajo la modalidad del saber.
Los investigadores, autores del libro que encierra este complejo estudio, han llegado a esta percepción “externa” gracias al análisis del Plano y del Programa de Desarrollo Urbano de dicha ciudad y, además, a partir de un diagnóstico ambiental realizado por la municipalidad del que se hizo cargo el equipo de investigación, todo lo cual, en pleno ejercicio de su rol actancial, es decir, de su rol de estratega.
Esta “mirada externa” también fue construida a partir de documentos históricos, arqueológicos, antropológicos, estadísticos, etc., en relación con esta región, y elaborados según los saberes de las distintas disciplinas involucradas. Estos documentos se han organizado según dos grandes caracterizaciones de la ciudad. Y, desde la perspectiva semiótica que hemos adoptado, pueden ser reorganizados según las formas que se busca construir: 1) las formas culturales, y 2) las formas naturales. Una nueva especificación deriva de esta segunda caracterización realizada a partir del proceso analítico: 2’) análisis de la problemática ambiental. Sin entrar en detalles, lo que no aportaría nada adicional a nuestra lectura, presentamos a continuación el cuadro completo:
De todos los resultados obtenidos mediante la investigación aplicada de las diferentes disciplinas, algunos, por el hecho de provenir de las ciencias humanas y sociales, favorecen más que otros el pasaje hacia “la mirada interna” y, de esta manera, serán más propicios para establecer relaciones entre las dos estrategias de la investigación. En efecto, en la obra en cuestión, los autores recurren al habitus, concepto tomado de Bourdieu (1980) y que les permite explicar un factor central en la cultura de la región: el sistema de mayordomía.6 Esta organización religiosa, a la vez antigua y actual, proviene de la época colonial, más específicamente de lo que se conoce bajo el nombre de “la conquista espiritual de los franciscanos”7 a quienes se atribuye la verdadera y profunda conquista de México en el siglo XVI. La cristianización realizada por los franciscanos favoreció el sincretismo estructural establecido entre la cultura prehispánica y la cultura occidental. La fuerza actual de las mayordomías manifiesta la matriz generadora y directora de la cultura cholulteca: la religiosidad popular.
De la omnipresencia de la religiosidad popular sostenida por el habitus emerge una corriente de sentido que atraviesa todos los niveles de la investigación y que se figurativiza en el nombre mismo de la ciudad: “lugar de los que huyeron, agua que cae sobre el lugar de la huida”. Como lo sabemos, el onomástico es uno de los sub-elementos de la figurativización y, en el caso que nos ocupa, Cholula, siendo un topónimo mítico de origen prehispánico, ofrece a la investigación un anclaje antropológico muy rico. De esta manera, la figura del agua, por ejemplo, puede constituirse semióticamente hablando a partir de los enunciados proferidos por los sujetos enunciantes de las diversas disciplinas. En consecuencia, la figura del agua será uno de los aspectos del objeto de la estrategia en el que convergen los diferentes actores.
4. Una mirada interna: hacia la semiótica ambiental
La segunda estrategia de investigación es la que los autores han llamado “la mirada interna” que constituye la visión de aquellos que se asumen como los habitantes de Cholula en lo que se refiere a su medio ambiente desde una triple perspectiva:
La ciudad vivida que, para los habitantes, refleja la imagen de la ciudad antigua y actual, construida a través del relato de acontecimientos significativos, la descripción de los espacios importantes y las transformaciones ocurridas en las relaciones sociales en el seno de la ciudad. Dicha perspectiva proviene de la experiencia misma y de la afectividad propia de cada narrador.
La ciudad esperada, la cual remite la imagen urbana que los ciudadanos elaboran en cuanto al futuro de su espacio urbano a partir de los acontecimientos y de las problemáticas del presente.
La ciudad deseada, la cual expresa la imagen urbana que los habitantes quisieran tener en un futuro y en la que se ven reflejados los valores socioambientales del pasado y del presente.
Si hacemos una comparación entre la primera y la segunda estrategia, en esta última, la posición del emplazamiento de la mirada es interna al objeto de la estrategia, siendo que los actores, ya sean individuales o colectivos, alcanzan una complejidad mayor en cuanto al espacio a partir del cual apuntan hacia la mira: o focalizan el objeto desde el objeto mismo, pues consideran que, ya que pertenecen a la ciudad que lo constituye, se sienten, por consiguiente, involucrados por éste; o bien, si no se sienten como formando parte de Cholula, su punto de vista está tan cerca del objetivo que su visión corre el riesgo de confundirse con la de los actores propiamente internos.
Los actores que operan “la mirada interna” ejercen diferentes profesiones y provienen de distintos sectores o barrios de la ciudad. Todos producen discursos subjetivizantes del objeto porque, lejos de cultivar la distancia, la disjunción sintáctica, se unen a éste proyectándose permanentemente. Su modo de “mirar” el objeto de la estrategia no es, pues, el del simple observador visualista, ya que sus enunciados son los de un espectador quien, además, cumple el triple rol de asistir a la escena, participar en ella y dar su testimonio de lo que acontece actualmente y aún de lo que sucedió antes de ellos, antes de que estuvieran presentes.
Los demás actores, externos aunque cercanos a los que son internos, son a su vez delegados del estratega, siendo este último el actante colectivo que conforma la investigación en su conjunto. Tales actores, externos siendo cercanos, siempre a punto de convertirse en portadores de una doble mirada, suscitan la conversación con los actores realmente internos; los convocan al diálogo, los interrogan y los escuchan, toman nota de sus respuestas. La techne de su estrategia se convierte forzosamente en un arte verbal, un arte de la palabra y de la escucha, del hacer-hablar más que del hablar. Estos actores no aplican un saber puramente cognitivo y aprendido en otra parte, aun cuando son profesionistas y han estudiado para ello, sino un saber también afectivo, un saber que interroga para que los demás puedan hablar, y un saber escuchar para poder comprender y analizar.
Dicha aproximación al objeto por una “mirada interna” se realizó gracias a unas quince entrevistas de fondo dirigidas a habitantes de Cholula. Este tipo de entrevistas es así definido —de fondo— ya que permite acceder a ciertos elementos subjetivos del individuo entrevistado que van más allá de las primeras manifestaciones conscientes. Dichas encuestas están basadas en la promoción de un discurso que se produce bajo la forma de una suerte de asociaciones libres. Mediante un guion construido a partir de una serie de puntos problemáticos referente al objeto de estudio, se propone buscar detonadores de la palabra del otro, así como reconocer elementos significantes gracias a los cuales el sujeto interrogado puede realizar estas asociaciones libres.
Los sujetos a los que se les aplicó esta entrevista fueron elegidos por ser originarios de Cholula, pertenecientes a diferentes rangos de edades, profesiones, sexo y lugar de residencia dentro de los diferentes barrios de la ciudad.
El vaciado y el análisis de las informaciones obtenidas siguió un procedimiento según un punto de vista semiótico, es decir que el análisis exploró el texto partiendo del nivel de la manifestación para ir hacia el nivel de la profundidad con el fin de encontrar “el último resorte”, mediante el desmontaje de las estructuras que permitieron identificar la organización de las oposiciones fundamentales. Los autores recurrieron sobre todo al cuadrado semiótico en su forma más simplificada (pero también utilizaron otros recursos, otras herramientas, tales como las tablas, los esquemas de todo tipo, etc. para alimentar su investigación), tal como sigue:
Gracias a una serie extraída de este modelo, el que, como lo sabemos, es una de las representaciones de la estructura elemental de la significación, los investigadores ambientalistas pudieron establecer un nivel semántico del texto, siendo que su estudio consistió fundamentalmente en trabajar la materia verbal, lingüística si se puede decir, ofrecida por los habitantes de Cholula. Los cuadrados semióticos que construyeron, reunieron, para cada uno de los términos, una lista de clasemas que les permitió organizar las isotopías de los distintos enunciados proporcionados por los sujetos entrevistados. A partir de estos resultados parciales, Andrade y Ortiz han elaborado la narratividad del discurso y, la manera propia de su exposición, como lo veremos más adelante, se ha limitado a la construcción de tablas que contienen los programas narrativos canónicos, tal como sigue (tabla 1):
Como podemos observar en los ejemplos o modelos aquí presentados, los autores en cuestión han introducido en estas tablas, que alojan los programas narrativos, la temporalidad en términos convencionales propios de la línea del tiempo. De la misma manera, organizaron tablas que tienen como propósito clasificar a los actores, a los actantes y a los predicados. Esta narratividad exhaustiva les permitió extraer el programa narrativo fundamental, así como los programas paralelos.
Como consecuencia de la programación narrativa, la investigación prosiguió hacia una topología del relato muy compleja, tal como podremos verlo a continuación:
Dicha topología posibilita valorar la manifestación de los problemas ambientales, por un lado enunciados por los habitantes de Cholula, y, por otro, detectados por la propia investigación. Estos problemas que emergen de los enunciados pueden ser explícitos, o bien, sobreentendidos, marcando su existencia a través de una existencia por ausencia, como es el caso de la recolección de la basura que es un problema real, señalado en numerosas ocasiones por los habitantes durante relatos espontáneos, mientras que el tema no fue directamente mencionado durante la entrevista dirigida.
A partir de estos contrastes en el discurso, los investigadores han organizados estos elementos según ejes de tensión (no confundir con los ejes de tensión de los esquemas tensivos), lo que les permitió obtener un mapa de los problemas reales mencionados por los habitantes de Cholula y también manifiestos en los discursos políticos oficiales.
Otro tipo de representación gráfica que les permitió poner de relieve los problemas según el campo de conocimiento al que pertenecen, problemas que ameritarían ser tratados, son las gráficas de tipo hexagonal como las que reproducimos a continuación:
La segunda representación deriva de la primera y faculta sintetizar el campo ambiental como una suerte de diagnóstico.
5. Una propuesta educativa: el espacio de transformación
Bodil Andrade Frich y Benjamín Ortiz Espejel, autores del trabajo que acabamos de presentar e incluso de interpretar, son pioneros en México en materia de semiótica ambiental. Como hemos podido constatarlo, se trata de una empresa científica con múltiples objetivos. Dentro de ellos, por mi parte y hasta este momento, quisiera destacar a dos que sirven de manera muy especial a las finalidades de mi lectura. El primero es la construcción de una mirada que pueda establecer las correlaciones entre la mirada interna y la mirada externa que los propios autores han mostrado como dispositivos metodológicos; las que, por nuestra parte, hemos reformulado, a lo largo de estas páginas, como estrategias. En cuanto al segundo objetivo, nos referimos a la propuesta de realización de un programa educativo que tome en cuenta el deseo manifiesto por los habitantes de una ciudad tal como ellos la conciben. Lo cual implica leer sustentable según los términos de los ambientalistas.
La mirada asociativa es la que concierne a la semiótica. La puesta en relación entre las materias que, de hecho, son inconciliables para la producción de significación es, no lo olvidemos, la función esencial de la semiótica. Los investigadores aquí mencionados, justamente, han creado una estrategia de oposiciones que ofrecen la posibilidad de una composición integral de las ciencias, ya sean naturales o culturales, siendo su objetivo tan claro como utópico: obtener un trabajo común para analizar, comprender y explicar un problema que es a la vez individual y social, humano en definitiva, tal como la falta de visibilidad, de durabilidad o sustentabilidad, de las condiciones de existencia del sujeto en el mundo.
Como lo vimos en el punto anterior, el esfuerzo para construir modelos asociativos fue arduo y no en vano, lo que me empuja a proponer otro modelo que pueda agregarse a los demás y conducir el estudio semántico a otras dimensiones semióticas. De la misma manera, convendría que dicho modelo pudiera establecer las correlaciones, término a término, entre los elementos del objeto de estudio que recogen las dos miradas. Por otra parte, esta construcción debería poder representar visualmente los diferentes grados de compromiso de cada elemento con relación a sus dimensiones constitutivas, siendo que podríamos pensar que la mirada interna y la mirada externa lo constituyen siempre de la misma manera. De esta forma, podríamos obtener un simulacro de la dirección que predomina en el objeto y ver si su tendencia es ascendente o descendente, sobre una o la otra de las variables con el fin de poder evaluar y asir de algún modo su significación.
Así, quisiera ahora exponer mi propuesta según las reglas de la semiótica tensiva. El esquema que propongo no pretende presentar un análisis. Sólo se trata de la proyección de un encuentro ideal entre las dos miradas. Encuentro que sería el resultado de la puesta en práctica de una semiótica ambiental comprendida como una suerte de sujeto que quisiera asir un objeto de conocimiento, planteado a su vez como una pregunta compleja.
De esta manera, en la dimensión extensiva, podríamos proyectar todas las formas naturales y culturales extraídas de los distintos estudios sobre Cholula. Y, en la dimensión intensiva, podríamos proyectar las formas que emanaran de los enunciados producidos por los habitantes de la ciudad, o bien por estos sujetos que fijan el punto desde el que focalizan la mira en esta misma ciudad, que es su objeto, y desde la que se asumen como propios. Así, los dos ejes del esquema poseerían una fuerte densidad, capaz de alojar diversos haces de sentidos, en dirección horizontal o vertical.
Si retomamos el ejemplo de la problemática del agua que hemos mencionado con anterioridad, se trataría de un valor que las valencias, mirada interna y mirada externa, constituyen en su punto de confluencia en el espacio tensivo.
La confluencia de dos miradas sobre la apreciación de los problemas concretos sería una conquista que tendría una fuerte repercusión para los investigadores involucrados, pues les permitiría poner en obra su programa educativo. Éste sería finalmente el último objeto de valor por obtener según lo que podemos considerar, semióticamente hablando, como el programa de base de su proyecto científico.
En efecto, en sus conclusiones (ver el capítulo VI de su libro), los autores hablan de un espacio de transformación al que dan, de manera utópica, una temporalidad: actual, y al que confieren una subjetividad: social. Esta subjetividad colectiva engloba a su vez a otra: la identidad cholulteca que indica necesariamente una espacialidad que es icónicamente localizable: la ciudad de Cholula. La transformación, de por sí, hace referencia al cambio de un estado de cosas a otro, de tal manera que estamos en presencia de un juicio y de una voluntad, por consiguiente de una ética. En otras palabras, quiere decir que todos los elementos propios de una escena discursiva están presentes y, de esta manera, la investigación semio-ambiental se asume como una instancia de enunciación competente con el fin de instalar a los actantes enunciativos que ella misma ha convocado.
Por mi parte, ofrezco otro modelo de interpretación a modo de contribución al diálogo interdisciplinario que Bodil Andrade Frich y Benjamín Ortiz Espejel iniciaron desde hace ya tiempo. Se trata, como podemos ver a continuación, de una gráfica que busca integrar y sintetizar las consideraciones que acabamos de hacer. Para esto, fue necesario retomar, antes que todo, el concepto lotmaniano de semiosfera, citado al inicio de este trabajo y cuya presencia se hizo sentir a lo largo de la investigación que sirvió de soporte a este estudio.
Este mismo concepto está en la base de las reflexiones de Fontanille (2015b) en su libro Formes de vie. Para retomar la cita de Lotman (1999) reproducida al inicio de nuestro análisis, según la cual “la semiosfera es tanto el resultado como la condición del desarrollo de la cultura”, Fontanille, por su parte, precisa que “la semiosfera permite circunscribir, desde el interior de la biosfera, el espacio donde las semiosis son posibles y pensables” (2015b: 267).
Como se observa en el modelo que propongo, la semiosfera circunscribe las semiosis que hacen visible a la vez el esquema tensivo y el cuadrado semiótico, figuras figurales que representan, cada una por su parte, las estructuras semio-discursivas y las estructuras categoriales respectivamente.
El esquema tensivo, gracias a su fuerte capacidad de alojamiento, en su calidad de estructura generativa profunda, puede contener la categoría de las formas de vida que fueron generadas en su seno. Como podemos ver, el espacio de transformación del que hablan Andrade y Ortiz se encontraría en el vértice de los ejes horizontal y vertical para constituirse como un valor. Las valencias de intensidad y de extensidad están proyectadas sobre estos ejes para albergar los contenidos propios de una semiótica ambiental: lo sustentable y lo provisional. Cada uno con sus signos positivos y negativos: los signos positivos se encuentran en los extremos hacia donde avanza la dirección del sentido; los signos negativos están en el vértice donde el espacio de transformación toma su impulso.
Es sobre lo sustentable (+ o -) que se proyectaría la temporalidad del discurso, es decir lo que es actual, para retomar los términos de los autores. La temporalidad, según los relatos de los habitantes de Cholula, puede recuperar el pasado histórico y antropológico, y permitir visualizar el futuro tal como se lo desea.
La espacialidad se iconiza en “ciudad de Cholula”. En cuanto a la valencia de la intensidad, donde la foria deposita su carga de energía sensible, ella se dirige hacia lo provisional que es su punto extremo más alto, mientras que su punto más bajo es, por consiguiente, lo que es menos provisional. La intensidad es, entonces, una corriente en la que fluctúa la subjetividad social que alimenta la identidad cholulteca.
Las direcciones ascendentes y descendentes del esquema tensivo permitirían vincular las correlaciones entre las dos valencias, conformando así el espacio tensivo como una red de valores concebidos como intervalos —en su sentido semiótico— de significación, es decir constitutivos de la significación misma. Es en este punto donde las formas de vida y las formas de existencia se articulan como los términos positivos de una categoría semiosférica. Tal como lo consignamos en el espacio tensivo, es evidente que los términos contradictorios, negativos absolutos de los anteriores pero los que, al mismo tiempo, participan de su construcción estructural, se ubican en la zona baja, poco densa de los vectores ascendente y descendente. Las vidas sin forma de los sujetos sociales podrían favorecer la sustentabilidad del espacio de transformación, pero implicarían formas de existencia colectiva más fuertes. Por otra parte, las existencias sin forma social implicarían la posibilidad de consolidar formas de vida individual.
De lo que antecede y a la luz de mi lectura de la obra de Fontanille (2015b), se deduce que tanto las formas de existencia como las formas de vida son constitutivas de la semiosfera: las primeras debido a su carácter social y, las segundas, a su carácter individual.
Para terminar, sólo me queda llamar la atención del lector sobre el espacio tensivo en el que confluyen las intersecciones de las contradicciones del cuadrado semiótico y los cruces de los vectores del esquema tensivo. Es ahí donde hemos colocado una zona sombreada que marca la zona de la inmanencia, instancia semiótica que, por su cualidad generativa, favorece la resiliencia, o capacidad de reconfigurar el equilibrio inestable de cualquier sistema.